Cristina Garrido. Propietaria de un hotel rural de montaña en Taranes. Llegó de Guadalajara hace veinte años, quería cambiar de vida y en cuanto vio el pueblo de Taranes supo que iba a ser allí. Tiene un bar y un alojamiento rural, El Quintanal. Tiene una forma de hablar y un sentido del humor suaves, desprende el aroma de los que están en paz consigo mismos 

–¿Cómo acabó usted en Ponga?

–Vine a Ponga a cambiar la vida que tenía prevista. Vengo de un pueblo de Guadalajara que se llama Bustares. Llegué a Taranes en 2002, tenía treinta años ya no era ninguna chavala. Cuando vine y entré por Tanda y el valle se abrió supe que iba a ser aquí. Conocí Taranes en un mes de junio. Venía de vacaciones, pero ya buscando un pueblo donde se acabara la carretera. Que no fuera un sitio de paso. Era una criba muy importante. Un sitio al que hubiera que ir a posta. Al que hubiera que volver a posta, sabiendo a dónde venías y qué estabas buscando. Ahora que te lo cuento y veo todo esto alrededor siento lo mismo que aquel día.

–¿Qué hacía antes?

–No me acuerdo qué era lo último que estaba haciendo en Guadalajara. Siempre he trabajado en muchas cosas, en hostelería, en pescadería, en muchas… Me vine porque yo ya veía que era el principio del fin. Se estaba produciendo un cambio muy grande en la sociedad y yo no quería estar ahí. Después, el tiempo me dio la razón. Antes los compañeros en los trabajos eran compañeros, acompañaban a luchar por los derechos, pero empezaron a venderse por nada. Antes la gente no tenía una falsedad tan arraigada como la que pudo empezar a tener después. Yo estaba un poco decepcionada en general con la gente pero ahora aquí en Taranes tengo una burbuja. Tengo un bar y un hotel rural de montaña con dos habitaciones, y la gente que viene a mí me aporta mucho bien. El que se queda y vuelve quiere decir que es un poco como tú y siente como tú.

Cristina Garrido en Taranes. JULIÁN RUS

–Entonces la esperanza en el ser humano no la perdió del todo.

–Ya estamos. Hay una amiga que me dice: tú sí crees en el ser humano, Cris. Por eso te enfadas tanto. Y a lo mejor es verdad. Igual tenéis razón mi amiga y tú. Igual sí.

–Se vino con una mano delante y otra detrás.

–Me vine cobrando el paro seis meses y luego me puse a trabajar aquí a ver qué tal me iba. Trabajé en el hotel de Mestas, en los ayuntamientos, y a los dos años o así, abrí el bar. ¿Sería en 2004? Ahora no te lo sé decir exactamente.

–Luego la crisis.

–Fue jodida, yo tenía 600 euros de letra. No sé cómo aún estoy aquí. Pasaban los días los meses y los años y yo seguía aquí. Tengo muchos amigos que me dicen que soy de piedra. Jajajaj. No, no me dicen eso. Mis amigos saben lo que me ha acostado. Tampoco la gente está dispuesta al sacrificio. Yo esto, en sus buenos tiempos, no me hubiera supuesto sacrificio, pero vinieron los malos tiempos. Y fue muy gorda. No es mentira. Yo, día a día, me decía: pues un día más. Mes a mes decía: un mes más. Y año a año me decía; pues un año más. Y sin saber ni cómo, había pasado. Muchas veces digo que tengo buena estrella. Hay cosas que me han pasado y no sé ni cómo. Habrá cosas malas, pero sólo recuerdo las buenas. Me acuerdo de la gente que me ayudó, de cuando me cogieron a trabajar de camarera en el hotel en Mestas. Mira, una vez me dijeron: donde nadie te conoce, nadie eres. Y es verdad. Claro que me acuerdo de toda la gente que confió en mí, claro que me acuerdo de ella. Lo puedes titular así: donde nadie te conoce, nadie eres.

–¿Y qué tal en Ponga?

–Esto no lo cambio por nada. Creo que no me voy a marchar. Dicen que cada cual tiene su precio, pero yo estoy muy bien. Esto está parado en el tiempo. Es mi manera de verlo y sólo puedo decir eso. Pero es como me gusta que esté. Yo no estoy diciendo que espabilen esto. La gente viene porque llega agosto, sobran en Cangas de Onís y vienen. Y luego, a los que les gusta esto, se van quedando y repiten.

Cristina Garrido en Taranes. JULIÁN RUS

–¿Nos cambió la pandemia?

–La gente cambió a mal si acaso. La gente sigue yendo a su aire, no se preocupa por el de enfrente. Hablo en general, no estoy diciendo esto de todo el mundo. La pandemia ha acelerado cosas que ya estaban así. Pues que la gente sigue mirando para su ombligo nada más. A lo mejor tiene razón mi amiga y en realidad sí quiero al ser humano y por eso me enfado cuando veo las cosas que veo.

–¿Ahora qué te preocupa?

–¿A mí? Nada absolutamente. Ya no me preocupa nada. Igual que no me preocupó la pandemia. Me decía: yo no tengo hijos, yo no tengo padres, esto no va conmigo. Y así quedé, igual que estoy.

–Pero está feliz.

–Yo estoy bien. No sé si estoy feliz porque no sé qué es eso, pero considero que estoy bien. Creo que no me equivoqué, no tengo ninguna duda de querer estar aquí.

–¿Y se siente lejos del mundo?

–Jajaja. Yo me siento lejos del mundo todos los días.