Esteban Raposo. Librero. Se lanzó a abrir una librería en Pimiango, que no llega a los cien habitantes. Ahora, su librería-taberna se ha convertido con solo un año en un pequeño centro cultural de referencia en el Oriente. Esteban, madrileño de 1965, montó este local y abrió un nuevo capítulo en su vida, en el que le acompañan su hermana Carmen; su pareja, Belén Logedo, y su compañera de trabajo, la francesa Estelle Roullere, que además es una magnífica fotógrafa de Naturaleza.

En Pimiango (99 habitantes censados, según Sadei) abrió en noviembre de 2021 un negocio insólito: una librería que también es taberna, pero, sobre todo, pintoresco refugio de “libros perdidos” para que quien quiera se acerque a curiosear y a rescatar alguno. La librería de Pimiango, que se está convirtiendo en un original centro cultural en el oriente costero por sus presentaciones, exposiciones y conciertos, nació primero en la cabeza de Esteban Raposo Aguado, de 57 años, que llegó de Madrid perseguido por 6.570 interminables días de trabajo en la industria farmacéutica, todos exactamente iguales los unos a los otros. Así llegó a Pimiango, en un giro argumental, el libro perdido de la vida de Esteban:

"A ver, que tampoco me quejo de mi vida anterior, sería injusto e ingrato hacia los años que he pasado. Que tengo una hija, que ya tiene 22 años, y he vivido muy bien, he tenido una vida feliz. Pero, bueno, forma parte de la naturaleza humana: todos les damos un vuelco a las cosas en alguna ocasión".

"Lo mío ha sido un salto al vacío y lo sigue siendo. Lo sigue siendo. Desde luego. Pero lo hice porque se me escapaba la vida en una fábrica. Cuando salí del laboratorio yo tenía 45 años y le dije a mi jefe literalmente: Isidro, aquí estoy sobrando, ¿cómo lo hacemos?, ya no me siento a gusto, es que no trabajo con ilusión. Y me abrieron las puertas, me indemnizaron. Aquí está metida la indemnización, más todo el dinero que he tenido que pedir, claro. Ya estaban viendo en la empresa cómo yo me encontraba, sabían cómo estaba, el jefe era mi amigo. De hecho, a veces viene por aquí y cada vez que le veo me emociono".

Esteban Raposo Julián Rus

"Así de sencillo, me fui porque se me escapaba la vida. Yo tenía una situación muy cómoda, pero sentía que se me escapaba la vida entre los dedos. Ya veía mi jubilación, despidiéndome de todos los compañeros que tenía desde hace muchos años y, por supuesto, sin pena ni gloria. Es decir, había tenido una vida cómoda, pero estéril. Absolutamente estéril. Entonces no pude más".

"Estamos hablando de una fábrica. Una fábrica y a turnos; en la que entraba y hacía mi trabajo frente a un ordenador: control de calidad, auditando los procesos industriales… Ya te digo, no soy capaz de diferenciar un día del siguiente y del siguiente. Era una vida absolutamente lineal como tantos pobres o tantas pobres que están abocados a estar en una fábrica o en una gasolinera o en un supermercado y que no tienen más remedio que seguir. Yo estaba en esas. Por si te haces una idea, ahí no se diferencian los días, cuando estás de noche o estás de día, los mismos compañeros, los mismos problemas, las mismas palabras... Era como el mito de Sísifo. Estamos hablando de dieciocho años en una empresa más diez años en el anterior laboratorio. Lo que hice no sé si fue valentía o cobardía por no seguir con la vida que llevaba, que eso se puede ver desde otra óptica".

"Al principio, mi familia y mis amigos entendieron mal que tomase esta decisión. Por otro lado, lo tomaron bien en el sentido de que me conocen y saben por qué hago las cosas. Ahora están viendo el resultado, vienen aquí y se lo pasan bomba, pero de primeras me daban por loco, literalmente. Incluso yo mismo he llegado a dudar si lo estoy. Si te digo una cosa, el verdadero mérito es que he sido constante, que no lo he dejado a medias, ese es el verdadero mérito. Que aquí hay mucho ladrillo puesto y mucha madera colocada, y tenían que pasar los días mientras lo iba haciendo".

"El sitio era este, desde luego. Por el entorno, por el paisaje, por la gente. Pimiango lo descubrí porque mi exmujer es arqueóloga y me trajo aquí a ver la cueva del Pindal y me quedé prendado del sitio. Al poco tiempo compramos el pajar y aquí lo dejé durante 18 años. No había hecho nada con él. Era una cuadra con paredes de piedra, una ruina con las paredes caídas. Y a partir de ahí pues fui solicitando licencia, dándole forma a la idea, viendo las posibilidades. Me costó una barbaridad sacar el proyecto adelante. Y, bueno, pues acabó saliendo, con pandemia de por medio. Tras la pandemia creí que no volvía a abrir, pero recibí la ayuda de mis hermanos, de mi exmujer, fue gracias a ellos. Si no fuera por ellos, no arranco, no abro".

"Comencé la obra con un encofrador. Con él hice la estructura. Junto al cantero, que fui haciendo con él la fachada y algunos interiores. Pero ya cuando me quedé sin dinero, me quedé solo y me puse a hacerlo yo por dentro todo, desde el saneamiento, la buhardilla, que es mi casa, y todos los interiores. No te lo digo como un mérito, te lo digo como una necesidad. Si yo hubiera tenido dinero, se lo habría dado a una empresa para que me lo hiciera, ¿me entiendes? Hice de la necesidad virtud. Me tiré cuatro años de albañil aquí. La obra comenzó hace ocho o diez años, estuve compaginando tareas aquí de albañilería estando todavía en la empresa. Yo me venía los fines de semana a quitar piedras a Pimiango. Mientras tanto, los libros han estado aquí, en cajas. De vez en cuando cogía un libro, lo sacaba de la caja y le echaba un vistazo, para hacerme a la idea de lo que estaba haciendo".

"Ahora la vida cotidiana es una salvajada. Ahora no me da tiempo a procesar todo lo que va pasando aquí. Los días son completamente distintos unos a otros, las personas, la gente, los libros, la cultura, las presentaciones, todo... Ahora mi mayor obsesión es no perder la perspectiva, que esto no se convierta en un restaurante, que no se pierda la esencia de librería y que no se me pongan ojos de dólar si veo que eso funciona. No quiero. Tengo que mantenerlo como bar y sitio para comer porque ayuda, evidentemente, pero hay que buscar el equilibrio, y es difícil. Aquí solo hay tres mesas para que la gente coma entre libros. Para que coma entre libros, no para que coma solamente. La gente que esté, que se levante, que coja un libro y que lo traiga a la mesa, que lo manche, que haga lo que tenga que hacer, pero que el objeto sean los libros y no dejar de hacer presentaciones, conciertos, exposiciones, lo que hacemos los sábados".

"Mi mayor preocupación era que esto fuera un sitio especialmente bonito y agradable. A mí me sigue impresionando, y no quiero que me deje de impresionar; que la gente llegue y suba al segundo piso y diga: haaaaala".