Las guitarras eléctricas nacen de los hórreos y los burros suenan a felicidad

"A los burros les encanta la música, sobre todo el ‘Aleluya’ de Cohen"

ASTURIANOS EN TEVERGA: Isabel Quirós y Francisco Martínez

Julián Rus

Eduardo Lagar

Eduardo Lagar

Isabel Quirós y Francisco Martínez son pareja, tienen 48 años, nacieron y se criaron en Oviedo. Llevan cinco años viviendo en Teverga. Él es ingeniero técnico industrial; ella, licenciada en Derecho. Él se ha convertido en un cotizado constructor de guitarras eléctricas, para las que utiliza madera autóctona. Ella va a poner en marcha El Refugio de Lucero, donde los visitantes podrán descubrir la terapia emocional de abrazar y cuidar burros.

–Yo soy Isabel Quirós.

–Y yo Francisco Martínez. Somos los dos de Oviedo, nacidos en Oviedo y vividos en Oviedo hasta los cuarenta y tantos años. Somos iguales de edad, además. Nos sacamos un día.

Isabel: Y nacimos en el mismo hospital.

Fran: Ella nació el 7 de octubre de 1974, y yo, el 8. Pero no nos conocimos hasta que, con treinta y tantos, trabajamos juntos en la academia en la que trabajo yo ahora, la Academia Minas de Oviedo. Hice perito industrial y yo soy profesor particular de Ciencias básicamente.

Isabel: Yo soy licenciada en Derecho, pero nunca me gustó. Todo lo contrario. Empecé a trabajar en formación, llevo trabajando en academias toda la vida. De profe y en administración. Ahora llevo la gestión de una academia de inglés en Oviedo. Pero nada, en tres meses, ya he dicho que lo dejo porque mi vida está aquí. Vinimos aquí porque en mi familia, que es de Teverga, se celebra la fiesta del Cébrano, el 15 de agosto, más que la Navidad. Y cuando mi hermano tuvo familia y faltó espacio, mi madre dijo que teníamos esta casina, donde ahora estamos viviendo, aquí, al lado de la colegiata; que había que poner una camina para quedarnos esos días de la fiesta. Así que vinimos, limpiamos un poquito...

Fran: Había sido un bar, pero habían dado de baja el agua y la luz.

Isabel: Y esto era todo monte, hasta la carretera. Estaba prácticamente abandonado. Pero pusimos un colchón y empezamos a visualizar que podríamos arreglarlo.

Fran: Luego empezamos a venir en verano. Arreglamos aquí, arreglamos allá. Oye, igual algún día molaba vivir aquí, cuando nos jubilemos y tal. Vivíamos juntos en Oviedo y, a lo pijo, empezamos a pensar que estábamos pagando un alquiler y teníamos casa en Teverga.

Isabel: Total que nos vinimos en mayo de 2018.

–¿Y cómo surgieron vuestros respectivos proyectos?

Isabel: Yo estuve toda la vida en protectoras de animales y cuando llegué aquí encontré un burrín que habían atado al lado de casa. Me ayudó Pedro García Valverde, el farmacéutico de antes de aquí, que también es amante de los animales. El burrín no podía ni comer ni beber siquiera, estaba lleno de sarna.

Fran: El burro entró en casa un día a comer lentejas.

Isabel: Se llama «Pinocho», todavía vive. Empezamos a cuidarlo. No teníamos ni idea de burros. Nos enteramos que un burro necesita un compañero, que si está solo puede deprimirse hasta la muerte. Pedro sabía de una burrita a la que le daban muchos palos y la compró para juntarla con «Pinocho». Se llama «Maruxiña». Luego nos hicimos cargo de otro burro, que se llama «Conguito». Quedó chiquitillo por desnutrición. Está sin castrar y, por lo que fuera, pensamos que no llegaba a la hembra, que es enorme.

Fran: Pero vaya si llegó.

Isabel: Sí, llegó sí. A los trece meses nació «Lucero», hijo de «Conguito» y «Maruxiña». Ya tenía cuatro burros. Cuando el confinamiento para mí fue maravilloso estar tanto tiempo aquí sin tener que ir a trabajar y que solo pudiera salir a ver a mis burros. Fue un regalo increíble. Tuve mucha crisis porque no veía a mis padres y a mis amigos y no sabía hasta cuándo. Pero los burros me sacaron de ello. Yo subía a la finca preocupada tras ver las noticias y bajaba con una sonrisa. Los burros hacen magia. «Aquí hay algo», me decía. Busqué en internet y descubrí que existe la asinoterapia, terapia con asnos, y me marché a Alicante a hacer un curso. Después salió otro aquí de mujeres rurales emprendedoras que tuvieran un proyecto y de ahí salió lo que se va a llamar El Refugio de Lucero. Cuando nació «Lucero», su madre, que casi no se dejaba tocar de los palos que había llevado, me lo confió, me lo acercó así con la cabeza y fue como si hubiéramos compartido la maternidad. Para mí fue una experiencia increíble. Fueron nueve meses para mí inolvidables, pero de un día para otro «Lucero» se murió y fue horrible. Los burros, que yo tenía que seguir cuidando todos los días, me ayudaron a superarlo. Ellos me ayudaron a pasar el duelo, lo pasamos juntos. Pensé: «Esto lo tengo que compartir con la gente». Empecé a llamar a amigos que tienen problemas psicológicos, problemas de ansiedad y empezaron a venir. Entonces ya fue evidente que esto es una terapia maravillosa. Estar con ellos, el contacto, el abrazarlos, el ayudarlos, el curarlos... Sales de ahí con otra expresión en la cara y con paz. No voy a hacer asinoterapia porque para eso hay que ser terapeuta o psicóloga, y yo no soy nada de eso. Yo lo que quiero es que la gente interactúe con mis burros y eso te genera bienestar, salud y felicidad. Conseguí hace unos meses una finca donde estoy construyendo el establo. Cuando esté todo listo vamos a hacer meditación activa, vamos a hacer yoga, pintura, un montón de actividades. La idea es que vengan a pasar un rato con los burros, un par de horas o tres, depende. Ahora lo que quiero hacer es cerrar la finca, que los burros estén bien y sacar dinero para poder mantenerlos. Y ahora, además, vuelvo a tener cuatro burros. Cuando murió «Lucero» me quedé con tres y hace poco me enteré de que habían sorteado un burrín en la fiesta de Santa Bárbara y que se lo iban a comer. El que le tocó me paró en la calle y me dijo que los que se lo iban a comer le daban 150 euros por el burrín. «Pues nada, te los doy yo», le dije. Y ahí está «Turrón». Se llama «Turrón de Navidad».

Fran: Nos lo vamos a comer, pero a besos.

–¿Y su historia con las guitarras, Fran?

Fran: Me gustan las guitarras desde siempre; el rock y la música de toda la vida. Como mi formación es de ingeniero, siempre me gustó montar y desmontar, saber cómo funcionan las cosas. Empecé montando y desmontando lo mío y luego empiezas con amigos repara aquí repara allá. Cuando empecé a venir a Teverga con Isabel y empezamos a arreglar la casa, como era un antiguo bar, tenía una barra con un tablón enorme de castaño, superantiguo. De aquella había montado ya una guitarra por piezas. Y me pareció superromántica la idea de hacer una guitarra con aquella madera. Cuanto más antigua y seca esté la madera para una guitarra, mucho mejor. Hice una para mí y otra para un colega, Pablo Valdés, un músico de Oviedo. Salieron tan dignas que dije: «Vamos a hacer más». Y me dije: «Voy a hacer guitarras con madera autóctona. Y empecé a trabajar, sobre todo, con nogal y castaño de aquí. Hice alguna aprovechando maderas de hórreos que habían caído. La buena madera aporta estabilidad y cuerpo en el sonido, da calidad de sonido. Empecé así y la cosa se fue de las manos totalmente. Ahora trabajo en la academia de Oviedo y también soy autónomo con las guitarras, que se llaman Fran Wood Guitars. Estoy haciendo unas doce guitarras al año y una guitarra mía puede costar, la más barata, entre 1.500 y 1.800 euros, de ahí para arriba hasta donde quieras. Son artesanía. Y, además, a los burros les encanta la música.

Isabel: Yo les pongo de todo, pero el «Aleluya» de Cohen a «Conguito» le vuelve loco. Eso y la voz de Puri Penín, una chica de Oviedo que canta que te mueres.