Marino García Jaquete, quinta generación de galletas La luarquesa. Lleva la empresa que fundó su bisabuelo en 1885 y mantiene la pureza de aquel proceso de fabricación del siglo XIX: cero conservantes, cero colorantes. Y así ha conseguido venderlas hasta en China, además de tener una sólida presencia en la hostelería: la galletina que usted toma con el café en el bar o en la cafetería es la galleta más antigua de Asturias.

Marino García Jaquete es la cuarta generación de una familia que lleva haciendo galletas desde que su bisabuelo, Marino García Fernández, lograse, a finales del siglo XIX, que el dueño de la Banca Trelles de Luarca le diese un crédito para montar una panadería. Lo consiguió diciéndole que no tenía un duro, pero mostrándole sus manos, cargadas de horas de trabajo. Desde 1885, cuando la receta de los bollinos y las mantecadas de la bisabuela Eduviges se convirtieron en el «patrón de oro» de la empresa, no han parado de producir. Hoy, La Luarquesa es una de las empresas agroalimentarias más antiguas de Asturias, si no la más antigua. Cada día, miles de asturianos encuentran una de sus galletas cuando piden un café en un bar o cafetería. Y no solo asturianos. Exportan a China, Japón, Francia, Alemania, Portugal…

«Yo nací en esta santa casa y los bofetones que me dieron de pequeño fueron por quitarme la manía de andar por la fábrica. Me lo pasaba como los indios por aquí. Lo que quería, como todos los chavalinos, era jugar y enredar. Si te mandaban a hacer algo, lo hacías. Podías hacer poco más que empaquetar alguna galleta, limpiar o barrer. Si dabas mucho la paliza, te mandaban las cosas más ingratas para que te cansaras, pero como soy muy cabezón, pues parece que no me cansé. Luego estudié Tecnología de los Alimentos y estuve trabajando en laboratorios de empresas lácteas de la zona, pero no me acaba de gustar».

«Tenía un tío que era ginecólogo en Fuerteventura y todos los años venían con la misma canción: ‘A ver cuándo vas a ver aquello’. Las vacaciones me las pasaba trabajando en casa porque me gustaba. Pero en 1990 le dije: ‘Venga, voy a verlo, pa que calles de una vez’. Y resulta que me acabé quedando 21 años allí, faltaron unos meses para los 21 años. Mi tío me presentó al dueño de una de las queserías más grandes de toda Canarias, que procesaba unos 22.000 litros de leche de cabra al día. Me llevó a ver la fábrica, nos pusimos a hablar sobre el sector, y el dueño no paró de llamarme hasta convencerme de que fuera para allá. Primero fui el jefe de laboratorio y ayudé a modernizarla, luego empecé a asesorar a productores de queso de la isla y acabé llevando la denominación de origen del queso majorero. Luego pasé a trabajar para el Cabildo. Cómo sería las horas que trabajaba que al final estuve prácticamente dos años de días libres, horas extras y vacaciones que me debían. Ya me lo decía mi abuelo con cara de risa: ‘En esta familia somos todos burros de carga, solo sabes trabayar, no vales ni para rico’».

«Mi padre no quería que volviera, decía que cómo iba a dejar allí el trabajo. Pero a mí se me metió en la moña hacer galletas y seguir con la empresa. Mi padre era consciente de que era más cabezón que él todavía, que ya es decir. Al morir mi padre, yo pasé a ser el socio mayoritario. Yo me decía que por lo menos tenía que intentarlo, que no podía dejar morir una empresa como esta, que va bien, que te da para vivir y que te gusta. Aunque, como decía mi abuelo: ‘Chaval, no sabes dónde te vas a meter. Dirigir una empresa es tomar todos los días una caja de aspirinas’. Hay días de una caja, días de media y días que no las das metidas en la boca a puñaos».

«Nosotros no competimos con la multinacionales de galletas, eso es igual que Don Quijote y los molinos de viento. Es luchar contra gigantes. Yo juego otra liga, aunque no tenga idea de fútbol. La multinacional mira la rentabilidad y los números. Lo que yo quiero es que, lo que haga, salga perfecto. Como decían los viejos de mi casa: ‘Hay que hacerlo de Sobresaliente para que quede en un Bien’. Pero de Bien no puede bajar. Con eso ya te lo explicaron todo, ¿no?».

«Vendemos a mucha gente pero, de las empresas grandes que nos compran, empresas nacionales potentes y tostadores de café de primer orden nacional e internacional, lo que buscan en la galleta nuestra es que sea diferente a las demás. Y la única diferencia que tiene es que sigue la fórmula original. Vamos a ver, la fórmula que hizo mi bisabuela de los bollinos de mantequilla, que la tengo en facsímil de 1885, era: mantequilla, huevos, harina y azúcar. Y 127 años después sigue siendo mantequilla huevos, harina y azúcar. Ahora, cómo se mezcla eso y cómo se hace para darle la textura y el color, ahí está el secreto. Eso no lo voy a contar. Pero, vamos, la fórmula cuando yo pongo al 0% de conservantes y colorantes es porque me preocupo de tener todas las materias primas sin conservantes ni colorante».

«Mandamos galletas a China, Japón, Francia, Alemania, Portugal y también a Irlanda. Fíjate tú, a Irlanda que es el país de la mantequilla y el país de las galletas. Y eso fue porque hace ocho o diez años pasó por aquí haciendo el Camino de Santiago un irlandés y no sé dónde le dieron un bollín y vino a conocerme. El tío venía vestido de peregrino con la mochila y y con el paquete de bollinos. Entre el inglés podrido que tengo yo y el español podrido que tenía él pues ahí nos estuvimos entendiendo y decía que lo que le había llamado la atención de los bollinos es que eran las galletas que se comía en casa de su abuela en los veranos. Que fue pegarles un mordisco y retrotraerse a la infancia. ¿Y qué más quieres que te diga un irlandés? Resultó que era un distribuidor, empezó a llevar galletas y hasta hoy».

«Cuando empiezan a comparar tu producto con el de Juanita y con el de Pepita y con el de Rogelia, con otros fabricantes, pues sacas una galleta de los otros fabricantes. Y si me dicen ‘lo tuyo vale cinco y esto vale uno y medio’, yo digo ‘ya, pero pruébalas primero y ahora dale la vuelta al envoltorio y lee’. Estás media hora leyendo. Y ahora la pregunta del millón: «Si le quitamos la química, ¿qué queda?». Quedan grasas vegetales en el mejor de los casos, harina y azúcar y ya está. Pero el resto es la botica. Resulta que ahora todo tiene que ser light, todo tiene que ser ecológico, sostenible y el conejo de la Loles, pero nos estamos envenenando. Bajo mi punto de vista nos estamos envenenando».

«Tú vas al supermercado y mi mujer se muere de risa conmigo porque siempre acabo de mala uva. Ves una cinta de lomo de cerdo que parece que se la sacaron de alguno de los mastines que tengo yo en casa. Tiene el mastín más llombo que aquel cerdo. Y quien dice gocho, dice vacuno y dice pollo. Por ejemplo, aquellos pitos de caleya, de los que se comían antiguamente en una fiesta, llevaban un año por fuera sueltos, un año hacía falta para criarlos, y la carne era negra como los cojones de un grillo. Estamos perdiendo la esencia».