Enrique López: las memorias del gran empresario que pronto hará 101 años

Enrique López, Empresario. Nacido en Bustapena, está a punto de cumplir 101 años. Fundó Confecciones Gijón, que fue la empresa textil más grande de la región. En su comarca natal creó Industrias Lácteas Monteverde. Defendió el Estatuto de Autonomía como senador por Asturias. Es Medalla de Plata del Principado y Medalla de Plata de Gijón y quizá su distinción más querida fue la creación de una plaza con su nombre en Bustapena por iniciativa vecinal.

El empresario Enrique López.

El empresario Enrique López. / Texto: E. LagarE. L.

Eduardo Lagar

Eduardo Lagar

Enrique López, empresario. Nacido en Bustapena, está a punto de cumplir 101 años. Fundó Confecciones Gijón, que fue la empresa textil más grande de la región. En su comarca natal creó Industrias Lácteas Monteverde. Defendió el Estatuto de Autonomía como senador por Asturias. Es Medalla de Plata del Principado y Medalla de Plata de Gijón y quizá su distinción más querida fue la creación de una plaza con su nombre en Bustapena por iniciativa vecinal.

El empresario Enrique López González cumplirá 101 años el próximo 28 de agosto. En 1952, creó Confecciones Gijón, que se convirtió en la mayor empresa textil de Asturias, con 700 empleados, casi todos mujeres. En Gijón, la ciudad donde se convirtió en una muy querida figura empresarial, presidió también la Autoridad Portuaria. Durante la Transición, además, fue senador por Asturias en representación de UCD. Pero nunca se olvidó de sus raíces. Nacido en Bustapena, Villanueva de Oscos, implantó en el concejo una moderna explotación de leche y, en los años 70, puso en marcha Industrias Lácteas Monteverde (en Grandas de Salime), que se ha convertido en uno de los motores económicos de la comarca. Y fue más allá: de su mano salió el impulso para la electrificación de Los Oscos, una comarca que hasta los años ochenta se abastecía con centrales locales alimentadas por ingenios hidráulicos. En su concejo, Villanueva, Enrique López respaldó la creación de una estación de servicio, aportó fondos para la residencia de ancianos, un local para instalar una oficina bancaria y también patrocinios económicos de distintas celebraciones festivas y pruebas deportivas; al igual que luchó por la recuperación del Monasterio de Villanueva –donde se casó con su esposa, María de los Ángeles Argiz–, un edificio cuya cubierta ahora se está restaurando con Fondos Europeos, tras anteriores labores de consolidación y limpieza del interior. Enrique López dictó sus memorias al periodista gijonés Manuel Cimadevilla, que dedicó años –con la pandemia de por medio– a poner en orden y examinar la extensa documentación que le aportó la familia, así como a recoger horas de testimonios en numerosas charlas con el empresario. Ahora, por cortesía de la familia de Enrique López, LA NUEVA ESPAÑA reproduce algunos de los fragmentos más relevantes de esos valiosos recuerdos en primera persona.

Un travizo en Bustapena. «Cierro por un momento los ojos y me veo acostándome algunas noches en un tenderete sobre atajos de paja en la esquina de una cuadra con vacas porque, al parecer, no había otra posibilidad en el pueblo. Y, sin embargo, ahora, en este hoy mío, con tantas comodidades… O (pienso en) el niño aquel con sus primos en el río del Musqueirín jugando descalzos en el agua que sólo nos llegaba a las pantorrillas, para verme un día en medio de un mar inmenso paseando la costa con la motora del puerto como presidente de El Musel».

«Al lado de Bustapena estaba un pueblo que tiene el nombre de Cimadevila, pero claro, nunca me pude imaginar que en Gijón hubiese también un barrio desde el que, por primera vez, pude ver y admirar estupefacto la grandiosidad de la mar desde el cerro de Santa Catalina… ¡Cómo me podía imaginar yo en aquellos emocionantes instantes de mi vida que algún día sería el presidente de la Junta del Puerto de Gijón!».

«Me veo también con mis primos alrededor del fuego del llar sentado en un travizo o, la mayor parte de las veces, en el suelo porque no había asientos bastantes para todos. Con el paso de los años, lo que son las cosas, de aquel humilde travizo de madera, pasé a tener un asiento reservado en los escaños de las Cortes Generales de España».

La muerte del padre. «Mi padre murió a los treinta y tres años cuando yo solamente tenía nueve y me mandaron a mí a Villanueva a encargar la caja para el entierro: ‘Vete, niñín, corriendo a Villanueva, a casa de Corona (el carpintero que se encargaba de fabricar los ataúdes) que murió tu padre, para que le manden la caja para el entierro’. Siempre pensé, sobre todo, en el dolor, las lágrimas y el sufrimiento de mi madre: una mujer extraordinaria que ya desde su nacimiento sacrificó toda su vida para lograr lo mejor para su hijo».

Mamá vendrá a buscarme. “Yo ya iba tomando sentido de las cosas y de que éramos pobres del todo. Por esos tiempos, más o menos, mi tía me dijo que yo también tenía madre, pero que estaba trabajando en un sitio que se llamaba Gijón, muy lejos. Así nos podía mandar algún dinero de lo que cobraba (¡menuda cantidad podría ser!) pero que ella un día vendría para llevarme para Gijón».

«¡Qué importante fue para mí darme cuenta de que yo también tenía una madre! Tardé tiempo en saberlo, pero es que cuando solamente tenía ocho meses a mi madre le ofrecieron ir de ama de leche a Gijón. ¡Qué alivio fue aquello para mí!»

«Recuerdo que me quedé muy muy contento y, en cuanto me encontré con mis primos, les dije: ‘Sí, yo tengo mamá y está muy lejos de aquí ganando muchísimo dinero y vendrá a buscarme para llevarme con ella’. Sé que también tenía mucho miedo porque no sabía cómo era ya que, al parecer, solo había venido una vez a verme cuando yo apenas tenía tres años. Resulta difícil de pensar, cuando ya eres mayor, ya que por no haber no hay ni una foto de ella, ni una postal…nada de nada. Así era todo».

Gijón y la vocación de empresario. (Es 1934, Enrique López tiene doce años y llega a Gijón) «Creo que Gijón andaba por los 75.000 habitantes y una ciudad tan grande me impactó. No estaba acostumbrado a ver edificios tan grandes que nada tenían que ver con los de Bustapena, ni los de Los Oscos. Pero, en este punto, quiero recordar y enaltecer el trabajo de mi madre que luchó e hizo todo lo posible para que pudiera venir desde Bustapena a reunirme con ella».

«Allí descubrí las penurias de una familia obrera para sobrevivir en una ciudad tan importante. Todo un descubrimiento para mí fue vivir tan directamente las penalidades del mundo obrero. Eran tiempos en que comprendí que había una guerra total entre el empresario y los trabajadores. Lo que escuchaba entonces me hizo reflexionar mucho: a los empresarios, los obreros querían tirarlos por las ventanas por la injusta explotación que hacían de ellos. Allí nacen en mí los deseos de hacer todo lo posible para crear trabajo para los demás».

La revolución del 34 y la fe. «Toda aquella tragedia me dio mucha pena porque no podía olvidar tampoco la fe religiosa que mis padres tenían y que en aquel ambiente en que había nacido se tenía a veces como una superchería, dada la ignorancia de las gentes, pero que después, al ir desarrollándose, fue calando en mí de una manera profunda. Es una fe que tengo y que me ayuda en todo. Una fe que luego, por extensión, la fui llevando a otros aspectos de la vida y, sobre todo, a las personas. La destrucción de aquella parroquia de San Pedro que fue mi primera iglesia en Gijón donde hice mi primera comunión, me causó una gran impresión y un profundo dolor. Como nunca podré olvidar cuando iba camino de casa los cadáveres apilados y quemados en hogueras a lo largo de toda la avenida de Ramón y Cajal».

Una pérdida en la Guerra Civil. «En los primeros días de la Guerra Civil me causó una enorme tristeza el asesinato de quien fue un hombre muy importante en mi vida. No solamente porque le dio trabajo a mi madre en su casa de Gijón y gracias a eso también yo pude venir, sino porque siempre me decía que necesitaba quitar mi timidez de encima, que tenía que estudiar y que iba a ser un gran hombre. No pude quitar la timidez, pero si luché por vencerla y esto me dio fuerzas para tener una voluntad grande ante las dificultades que se me iban a plantear a lo largo de mi vida… Pues, lamentablemente, le fueron a buscar a su casa, lo sacaron de la cama en pijama y se lo llevaron. Días después apareció mutilado y tirado en un banco cerca de la iglesia de Roces».

El refugio equivocado, disparan sobre nosotros. «Como vivíamos en la calle Reconquista, tan cerca del cuartel del Simancas, mis tíos Raquel y David decidieron ponerse de acuerdo con una amiga de Villanueva de Oscos llamada Concha de Mallín, que tenía un piso en la calle de Ezcurdia, al lado de la plaza de toros (de El Bibio). Lo hicimos como medida de seguridad pensando estar allí solamente unos días por lo que pudiera ocurrir. La solución que se buscaba alejándose del peligro no pudo ser más desgraciada por todo lo que puedo relatar a continuación. Efectivamente, nos trasladamos a la calle de Ezcurdia donde vivíamos unos días tranquilos, mientras nos iban llegando las noticias y comentarios de los vecinos de cómo los milicianos hacían retroceder al ejército hasta encerrarlo en el cuartel, cuyo exterior ya estaban atacando para poder asaltarlo».

«Pronto se alteró nuestra tranquilidad, al ver llegar camiones cargados con milicianos que se metían en la plaza de toros preguntándonos para qué lo harían. (...) Casi de inmediato empezamos a sentir disparos de fusil y ametralladoras de los milicianos hacia el cuartel del Coto, llamado de Zapadores, que hasta entonces estaba encerrado y no se había manifestado beligerante. Y, lógicamente, la respuesta de éste al verse atacado desde la plaza de toros, mientras otras cuadrillas estratégicamente desplegadas por el exterior avanzaban para acercarse a los muros del cuartel. Seguro que el ejército comunicó la situación al (crucero ligero) ‘Almirante Cervera’, vigilante a la altura de El Musel y éste no tardó en responder. Era como a media tarde cuando un cañonazo hizo temblar toda la casa. (...). La gente a gritos se amontonaba en la ventana de la cocina para salir a los solares y huertas del entorno. Yo recuerdo que salté desde una ventana del primer piso en el que vivíamos y eché a correr por la calle de Ezcurdia para tumbarme en la acera, al amparo de unas casas cerca de donde hoy es la avenida de Castilla».

«Pienso ahora qué tremendo y grande es el instinto de conservación. Yo corriendo solo y sin pensar en nada más que encontrar un sitio que me alejase del peligro. Cuando empezó a salir gente de los portales y me pareció que acabara el bombardeo. Así que llegué corriendo a las huertas donde se habían refugiado tirándose desde la cocina. Allí estaban mis tíos llorando y abrazándome porque nadie me encontraba y ya pensaban en todo lo peor. Mi tía Balbina sangraba por un pedazo de metralla que le diera en una pierna».

«En cuanto nos repusimos algo nos fuimos para la vivienda que la fábrica Tassa había hecho para una portería, pero que en realidad nunca la utilizaron (estaba en el tramo final de la calle Ezcurdia; ante la fachada principal había un gran jardín y la parte de atrás daba a las marismas del Piles, donde después se crearía el parque de Isabel la Católica). La noche no fue nada tranquila porque no pararon los bombardeos que sentíamos como por encima de las cabezas. Así se decidió que nos marchásemos».

A la deriva. «Lo que hicimos fue caminar sin rumbo, a tontas y locas, en busca de nuevos horizontes, sin saber hasta dónde íbamos a llegar. Así que desde La Guía tomamos la carretera hacia El Infanzón tratando de encontrar en el monte un lugar algo más seguro para nuestro refugio. Y así caminamos hasta que no pudimos más y llegamos hasta Peón. Allí vimos a un chavalote y le preguntamos si podíamos dormir en la tenada. Nos dijo que sí y, como era el mes de julio, la tierra estaba seca y era tiempo de segar con la guadaña. Así que nos ofrecimos para ayudarles y aquella familia se quedó muy contenta con nuestra inesperada ayuda, por lo que se forjó entre nosotros una amistad total para toda la vida que todavía se mantiene y hasta nos traen todos los años las fabas de la cosecha».

Recuerdos del racionamiento en la posguerra. «Al lado de la tienda de La Mina había una carbonería en cuyo entorno se formaban grandes colas porque entonces escaseaba el carbón. A otros dos amigos y a mí se nos ocurrió la idea para ganar dinero de ponernos en aquellas colas y luego vendíamos el sitio a las mujeres. Por aquello gané las primeras perronas y cuando teníamos que llevar el carbón en un carrito de bolas hasta sus casas a veces nos dieron hasta una moneda de un real. Recuerdo que los tres después de recaudar dinero nos lo repartíamos, a partes iguales, en las escaleras de Correos, en la cuesta de Begoña. Con lo que ganábamos comprábamos algarrobas que llegaban desde Valencia. De alguna manera, ¡quién me lo iba decir!, había fundado mi primera empresa de transportes».

Comienzan los estudios. «Recuerdo perfectamente que en la Academia Aguirre estaban doña Cándida –la dueña de la casa–, su hermano Marcelino Aguirre y don Domingo del Hoyo que era un gran profesor, aunque muy duro, ya que semanalmente cambiaba los sitios en los bancos en función de las notas. A mí me tocaron inicialmente los últimos puestos, pero pronto gracias a mis calificaciones logré estar en primera fila. Don Domingo no solamente me preparó para el ingreso, sino que también me infundió la fe y me dio seguridad en mí mismo. (...). Aquella familia y los profesores fueron represaliados y hasta la obligaron cambiar de nombre a la academia. Fue desde entonces cuando ya se llamó Academia España. Después de la guerra como no había libros para estudiar teníamos que tomar los apuntes en taquigrafía. Eran tiempos muy duros para todos».

Primeros empleos. «Tras terminar mis estudios de perito mercantil en la Escuela de Comercio (…) mi primer trabajo fue en una consignataria Joaquín García e Hijos propiedad de D. Victorino Ortiz. Allí empezó mi vida laboral barriendo las oficinas, limpiando las mesas de los despachos y copiando cartas. No tardé mucho en ir ganando la confianza de mis jefes llegando así a las labores principales de la agencia y conociendo las interrelaciones que se tenía con otras casas consignatarias principales como Paquet, López de Haro, Casimiro Velasco…».

«En los tiempos que me quedaban libres después de las siete de la tarde tomé contacto con alguna tienda pequeñita que conocía para ordenarles sus papeles –más que una contabilidad– simplemente para una posible visita de algún inspector de Hacienda. Un día hablando con don Amador Sierra, dueño de la fábrica que llevaba su nombre, en la calle de Ramón y Cajal, me propuso ser el contable de la empresa. Naturalmente lo acepté sin dudarlo. De ahí nació una amistad y una relación económica que iba a ser el germen, la antesala y la preparación para dar el salto de empleado como trabajador a un incipiente emprendedor».

(Posteriormente, Amador Sierra le ofrecería a Enrique López ascender a gerente y entrar como socio de la empresa textil, con una ampliación de capital de 100.000 pesetas, una fortuna en la época. Curiosamente, sería Victorino Ortiz, su jefe en la consignataria, quien le haría el préstamo)

«Y así fue, como después de tres o cuatro años de trabajar pedí ese mi primer crédito de cien mil pesetas para entrar como socio en una empresa de camisería en la que se iba a realizar una ampliación de capital. Fundamos la empresa y a los veinticuatro años yo me convertía en su gerente. La empresa era Confecciones Sierra, cuyo principal accionista era Amador Sierra, también de Los Oscos y estaba ubicada en la calle de Ramón y Cajal, número seis».

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Cuenta Enrique López en sus memorias que su apuesta por crear una ganadería de leche en los Oscos, lo que luego le llevaría también a fundar lo que hoy es Industrias Lácteas Monteverde, nació de la necesidad de darle leche fresca a su hija María Ángeles, que nació en febrero de 1958, cuando pasaban los veranos en la casa de los Oscos. Empezó comprando una vaca, luego creó una moderna ganadería en sus fincas «Los Zarros» y «La Pena», que llegaría a las 250 cabezas de frisona, con 200.000 litros de leche anuales. Primero suministraba a otras industrias, pero en los años setenta creó, con otros dos socios, y empezó a abastecer a Industria Lácteas Monteverde.

José Antonio González Braña, hoy retirado de la política pero durante 28 años alcalde de Villanueva de Oscos, ha sido testigo del continuo respaldo que encontró en Enrique López para el desarrollo de cualquier proyecto en el municipio. «Nos ayudó en tantas cosas… No teníamos más que hablar con él y siempre encontrabas ilusión y una inmensa voluntad de colaborar. Tenemos una gran deuda con él. Gracias a él logramos la gasolinera, que de otra manera hubiéramos tenido que bajar a Vegadeo a repostar; también impulsó la llegada de la electrificación a la comarca, nos ayudó económicamente con la residencia de la tercera edad, y aportó para la celebración de fiestas, certámenes… Enrique López siempre demostró una inmensa generosidad con todos nosotros».