Entrevista | Sebastián Álvaro Leyenda del alpinismo, publica "Mis montañas"
"Hay quien solo va al Everest o al Cares para hacerse un selfi"
"Estamos poco acostumbrados a tener momentos en los que debes decidir sobre tu vida: riadas, volcanes o pandemias nos colocan en el sitio en el que estamos, una especie vulnerable y pequeña a la que una emergencia barre del lugar donde vive"

Sebastián Álvaro / .
–Aprendí muy de niño que la montaña es una metáfora de la vida misma, muchas veces es dura, te pone a prueba, te caes pero tienes que recomenzar, y volver a casa para replanteártelo. Un largo camino de aprendizaje que no se acaba nunca.
Sebastián Álvaro, figura clave del alpinismo, introdujo en los hogares españoles el espíritu de la aventura y el amor por la Naturaleza con su mítico programa "Al filo de imposible" durante 26 años. Ahora recopila "Mis montañas", entre las que no podía faltar el Picu Urriellu. Álvaro (Madrid, 1950) tiene hondas raíces asturianas: su madre era de Vallamonte (Tineo).
–¿Su madre nunca entendió que dejara los informativos para hacer documentales?
–No es que no lo entendiera, es que no le gustaba que hiciera programas de aventura en los que ponía en riesgo mi vida dejando un puesto de trabajo fijo en los informativos. Pero siempre me alentó. Quería lo mejor para mí y lo mejor era hacer lo que me apasionase. Llegó a tiempo para ver que lo que hacía tenia sentido. Quiero pensar que antes de morir entendió que me dedicara a algo tan gratificante aunque tuviera que arriesgar la vida.
–Toda la vida al filo de lo imposible y ha sobrevivido, ¿baraka?
–Es evidente que sí. Al menos en siete ocasiones pude haber muerto. Y seguramente varias más de las que ni me di cuenta. Sobre todo por el transporte: aviones, avionetas, todoterrenos, motos de nieve... Probablemente he necesitado suerte para transitar ese camino. Pero también es cierto que muchas de las cuestiones que deciden nuestra vida tienen que ver con las decisiones que tomamos. He sabido gestionar el riesgo. Es una de las características de lo que hice en "Al filo...": saber analizar los peligros a los que te vas a enfrentar para saber qué riesgos puedes asumir y cuáles no, sobre todo para prevenir peligros y que no se materialicen. Eso aparte de ese componente de fortuna que viene marcado por la suerte, el azar o las decisiones de otros.
–¿Le queda alguna misión imposible?
–Espero que siempre me quede una. Tiene que ver con una forma de encarar la vida, de saber enfrentarte a dificultades y, sobre todo, buscar eso que decía Serrat, hacer realidad los sueños en el barco que está varado al otro lado del río. Tengo unos cuantos por cumplir, sabiendo que ya no tengo 30 años y que me debo adaptar a las condiciones no solo de mi cuerpo sino de un mundo cambiante de aventura, montañas y naturaleza que ya no es el que había hace cuarenta años.
–¿Qué hay de Asturias en sus genes?
–La mitad. Y tiene que ver en buena medida con la vehemencia, la pasión y la aventura de la gente esforzada y callada que trabaja todos los días por hacer un montón de cosas que valen la pena. Es el apartado de mi madre, que me ha marcado desde niño. Luego está el paisaje. Viajo a muchos sitios, pero cuando voy a Asturias, sobre todo a sus montañas, hay algo dentro de mí que se reconoce en ellas. Sí, hay un montón de gen asturiano.
–¿Qué recuerdos le trae el Picu Urriellu? ¿Por qué fascina tanto?
–Tiene la atracción de la montaña imposible. Inaccesible. De alguna forma es algo parecido a lo que significó el Cervino en los Alpes. El Picu marcó la escalada en España, incluso el alpinismo. Lo que hicieron el Marqués de Pidal y el Cainejo todavía hoy sigue siendo difícil, de alto riesgo. La gran montaña de España, aun siendo de una altitud modesta, simboliza toda la belleza, todo el concepto de lo imposible en el alpinismo.
–¿Alguna vez pensó: de esta no salgo vivo?
–Tres veces con claridad. Pero nunca, ni en los peores momentos, dejé de luchar. Por muy mal que estuviera siempre tuve claro lo que debía hacer para salir vivo. El objetivo de cualquier aventurero no es subir a una cumbre, es regresar. Es importante saber que tienes un sitio para volver. Es una concepción romántica de la vida y del paisaje. Si no puedes compartirlo con buenos amigos y buenos amores, por muy difícil que sea, no tiene sentido sin gente que te quiera.
–En verano hay colas en la Ruta del Cares...
–No se nos puede olvidar que el objetivo fundamental no es llevar turistas a determinados sitios, es conservar lo poco que nos queda virgen, y eso ocurre en muchos lugares de Asturias. Para conservar tenemos que regular. Y no es mucho lo que tenemos que hacer: en determinados momentos con aglomeraciones de gente hay que poner un tope y fomentar que se vaya fuera de temporada para gozar no solo en verano, también en otoño o en invierno. Eso se hace con inteligencia a nivel técnico, con buenos profesionales, y con un poquito de imaginación. El turismo es una oportunidad a nivel económico pero también de paisaje. La gente viene porque ha visto esos paisajes y los ama, si los convertimos en colas de personas como en el Everest pierden su encanto.
–¿El amor por las montañas es "promiscuo"?
–Es romántico. Y promiscuo a veces en el sentido de que me gustan mucho las montañas. Podría decir que todas las montañas, por pequeñas que sean. La altitud forma parte de un carácter esencial de ellas pero todo tiene su belleza y su momento. Lo grande y lo pequeño. Lo alto y lo bajo. Amo el K-2 pero también el Cerro Torre, el Picu o Peña Lara, al lado de Madrid. Esa promiscuidad no es sino amor romántico en su totalidad. Te maravilla aquello que ves y quieres su bien, por tanto hay que cuidarlo. Quieres formar parte de ello, aunque a veces te intimida. Vas al Picu, lo ves nevado y, uf, piensas que es mejor no acercarse, pero te reclama. Te dice: ven.
–¿Cuando hay pérdidas de amigos existe la tentación de dejarlo?
–He perdido hasta 33 amigos cercanos desde que empecé con la alta montaña. No podía plantearme dejarlo porque prescindiría de una parte de mí. De la mejor parte. Nadie debería dar explicaciones por estar enamorado. El amor nos hace especiales en muchos sentidos. Dejar la montaña, nunca, pero sí me planteaba –con el mal trato que me daban en TVE a veces cuando ya empezaba el declive de la televisión pública– si merecía la pena dejar tanto en el platillo de la balanza por hacer un programa documental que marcó una época e hizo a los ciudadanos españoles más civilizados. A veces hacíamos el programa con muchas cosas en contra que no eran la pared sudeste del K-2 sino temas mínimos que no tenían nada que ver con lo que debe ser una buena televisión pública. Por eso dejó de hacerse.
–¿Sería la misma persona sin sus ochomiles?
–Son una parte de la montaña importante, habremos hecho como 60 expediciones a ellos, pero llevo como 270 expediciones. Sí, sería otra persona porque me habría perdido algo muy importante en la trayectoria de "Al filo...", cuando los ochomiles eran algo muy diferente a lo que se ve hoy, cuando estabas en el Himalaya solo con tus compañeros, cuando tú colocabas las cuerdas fijas y tú porteabas entre campos... Tuve la fortuna de vivir el mejor himalayismo de ese momento y fuimos responsables, en buena medida, de la edad dorada del alpinismo español de todos los tiempos.
–¿Se ha vuelto más prudente?
–No, porque siempre lo fui, y eso explica una trayectoria. Hay que ser valiente. Es una seña de identidad para quienes hacen lo que a otras personas les parece imposible. Sigo arriesgando tanto o más pero en el mejor sentido. Evalúo bien los peligros y luego tomo las medidas necesarias para que tengan menos probabilidad de hacerse realidad. Tengo un buen equipo con el que se puede ir al fin del mundo, pero también el equipo material. Sé la ruta por la que tengo que ir. Al final todo se limita a tomar una decisión. Asumo los riesgos que supone esta aventura y adelante, porque creo que tengo todas las herramientas y personas para acometerla. Sé que no tengo 30 años, mis capacidades físicas no son las mismas, así que adecuo los retos, pero con aventuras de alto grado de compromiso en las que arriesgo la vida. Lo saben en mi casa, mi mujer y mi hijo, y jamás me han dicho nada para que deje de hacer eso. Solo que lleve cuidado. Porque eso es mi vida y contar esas aventuras le da sentido.
–¿Existe el postureo en el montañismo?
–Sobre todo en el Everest, hay gente que va solo para hacerse un selfi. Y en el Cares también. Se ha quitado el objetivo principal de ir a la Naturaleza a formar parte de ella y disfrutarla y ahora se busca una foto para colgarla en redes y decir que he ido a tal sitio. Eso ha trascendido y ha cambiado la aventura. Este año ha habido más accidentes que nunca, eso supone que la gente desconoce los peligros, y la hay que no está preparada ni para salir a la esquina de su barrio. Deben ser conscientes de dónde se están metiendo. Debería hacerse una campaña como la que se hace con los accidentes de tráfico. El Consejo Superior de Deportes, que muchas veces no hace nada realmente útil, podría hacerlo: cuando vayas a la montaña lo primero es que sepas dónde vas, qué capacidades tienes, qué equipo llevas y con qué gente, mirar el tiempo que hará...
–¿Qué le diría a un negacionista del cambio climático?
–No hay forma de convencer. Estuve en la radio con un terraplanista que decía que yo no podía ir a la Antártida porque el barco se caería.
–¿En serio?
–A esta gente no hay que demostrarle nada. Se debe concienciar de las consecuencias del cambio climático. Piensa lo que quieras, pero los desastres que estamos sufriendo tienen que ver con ello. La dana de Valencia, lo último. Cada vez van a ser más frecuentes. Son datos científicos.
–¿Le duele el mundo que dejaremos a las nuevas generaciones?
–Hasta el último momento de mi vida intentaré dejarles el mejor mundo posible en la medida de mis posibilidades. Lo que pasa es que somos una especie más, no somos los dueños de la Tierra, ni siquiera de nuestra vida corta y finita. Dependemos del resto de las especies, del aire, del agua, de la comida, no podemos estar más de tres minutos sin respirar, o más de tres días sin beber o más de tres semanas sin comer. Ese debería ser el objetivo, convencer a la gente de que es nuestro interés conservar el planeta en el que vivimos, porque sin él nuestra vida no será posible. No estamos hablando de que el planeta esté en peligro, tendrá otros miles de años para buscar armonías, equilibrios, que volverán a romperse y a rehacerse. Cuando los negacionistas dicen eso de que "¡ya tuvimos otras épocas más cálidas o más frías!", vale, pero la cuestión son los ocho mil millones de personas que habitan ahora el planeta. Hablamos de la supervivencia de nuestra especie.
–¿Tragedias como la dana de Valencia serán más frecuentes?
–No es la primera vez que ocurre, pero sí la primera con consecuencias tan trágicas, debido a la cantidad de población afectada y por la incompetencia de las autoridades para dar una respuesta rápida a una situación tan grave. Lo cual nos plantea dos cuestiones. Estos episodios van a ser más frecuentes. ¿Cómo hacerles frente cuando se produzcan? Es decir, hay que tener unos equipos de emergencias que actúen a nivel de todo el territorio español, y, si se me apura, europeo. Y se necesitan normativas que prevengan, no se puede construir en los cauces de ríos secos, hay que enseñar a la gente a gestionar su riesgo, en una dana lo peor que puedes hacer es sacar el coche del garaje. Tienes que salvar tu vida. Estamos poco acostumbrados a tener momentos en los que debes decidir sobre tu vida. Riadas, volcanes o pandemias nos colocan en el sitio en el que estamos, somos una especie vulnerable, pequeña, a la que una emergencia barre del lugar donde vive.
–Se puede combatir la depredación del ser humano?
–Se debe. Nos lleva directamente a la extinción. O conservamos el planeta, el lugar donde vivimos, o estamos abocados a ser una especie de paso muy pequeño. Deberíamos acabar con la ensoñación de que somos la especie más inteligente, eso hay que demostrarlo todos los días. Soy moderadamente optimista porque cada vez hay mayor conciencia ecológica para dejar un mundo sostenible para generaciones futuras. Pero nadie es capaz de predecir si llegaremos a tiempo para arreglar determinadas cosas, como el derretimiento de los glaciares, que tendrá consecuencias catastróficas.
–¿A algunos políticos les vendría bien subirse a una montaña?
–No solamente para amar la Naturaleza, también para tener un tiempo para mirar dentro de sí mismos, descubrir sus fortalezas y debilidades. Y para saber que la fama, la gloria y la riqueza no deben impulsar nada en la vida. Deberían ser la sabiduría, la inteligencia, el humanismo. Los valores de los griegos clásicos deberían dirigir su comportamiento ético, y no el que estamos viendo estos días.
–¿Dónde se perdería por Asturias?
–Por muchos sitios. El Camino Primitivo, por ejemplo. Paisajes que enamoran e imponen. Y por los Picos, claro, me iría a vivir con mis amigos de Sotres, Arenas o tantos lugares que amo. De hecho ya lo hago, y lo digo muy poco. Cuando voy me gusta disfrutar de la Naturaleza con muy poca gente, por eso voy y no digo nada a nadie.
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