La huella en piedra de los indianos

Visita a las principales casas de indianos de Asturias: la historia de "La mansión del abuelo" en Colombres

La historiadora Virginia Casielles recorre en una serie de artículos la huella arquitectónica que dejaron en Asturias los emigrantes que triunfaron en América

"La mansión del abuelo", la casa construida por el indiano Víctor Sánchez Escalante

"La mansión del abuelo", la casa construida por el indiano Víctor Sánchez Escalante / Virgina Casielles

Virginia Casielles

Virginia Casielles

Virginia Casielles, historiadora del arte y especialista en el fenómeno migratorio de los indianos, firma esta serie de artículos sobre la huella en piedra que dejaron en Asturias los emigrantes que triunfaron en América. Esta especialista contará periódicamente para "Asturias Exterior" de LA NUEVA ESPAÑA, la historia constructiva y familiar que tienen algunas de las más señeras casas de indianos que hay en la región. Virginia Casielles es autora del libro “Una saga de maestros de obra”, sobre la familia Posada Noriega, que edificó numerosas casa de este tipo en el Oriente, y también de “El pequeño indiano”, la exitosa versión infantil del libro anterior.

El perfil del emigrante en los siglos XIX y XX era similar. El niño que, con 12 años (pues esa era la edad a partir de la cual el pasaje pasaba a costar el doble), se embarcaba en su aventura americana. Una vez allí, su vida transcurría en el trabajo. Ocupaban puestos como mozos de almacén o dependientes, y sus jornadas laborales eran maratonianas. Descansaban un domingo al mes y dormían en el propio lugar de trabajo. Algunos, los menos, consiguieron triunfar, ahorrar e invertir lo ganado en un negocio propio, después de haberse ganado el favor de sus jefes. Muchos se dedicaron a los negocios textiles, del tabaco o de la caña de azúcar, principalmente. Allí, sus carreras despegaron de manera meteórica y lograron amasar una gran fortuna. Muchos tuvieron la suerte de regresar y dejar testimonio en piedra de su aventura americana, levantando un gran número de quintas o villas indianas que, salpicadas por toda la geografía, cambiaron por completo la imagen de los núcleos rurales y urbanos de fines del XIX y principios del XX.

Víctor Sánchez Escalante

Víctor Sánchez Escalante / .

Este fue el caso de Víctor Sánchez Escalante, natural de Colombres y emigrante a Cuba en 1857, con 12 años. Sus padres decidieron enviarlo a la isla, pues un amigo de la familia podría hacerse cargo de él. Al llegar, trabajó en la fábrica de tejidos de su protector en Cuba y, como era un chico activo e inteligente, consiguió ascender y dedicarse a viajar por toda la isla vendiendo telas. Eso le permitió granjearse muchos conocidos y reunir la cantidad suficiente para abrir su propio negocio en Santiago de Cuba: la fábrica de tejidos importadores La Fortuna. Víctor Sánchez fue el típico emigrante que no quiso triunfar solo, y por ello costeó el pasaje a sus hermanos José, Eduardo y Francisco, que pasarían a trabajar con él y se harían cargo del negocio. Un año después de casarse con Mercedes Grimany, una chica de origen cubano y ascendencia catalana, Víctor, en 1881, ya padre de una hija, Teresa, decide que es el momento de volver a casa y materializar su sueño indiano: construirse una enorme mansión en su pueblo natal y afincarse en ella a su vuelta en España.

Para levantar su nueva residencia, escogió los terrenos aledaños a su casa natal, la cual dignificó para que sus padres pudieran disfrutar de un final de la vida mucho más cómodo. Él se construyó una robusta casa de grandes muros que, en aquel momento, debió parecer un gigante para los vecinos que habitaban un Colombres con el típico caserío rural asturiano. Para levantar su nueva casa confió en el maestro de obras local Manuel Posada Noriega, un hombre muy vinculado a la cantería, con grandes ideas y un maravilloso equipo de canteros trasmeranos, los más reconocidos de España para trabajar la piedra.

La escalera interior de la casona que construyó Sánchez Escalante

La escalera interior de la casona que construyó Sánchez Escalante / V.C.

La casa se presenta como un robusto bloque, pero de líneas sencillas y elegantes, que queda dignificado por una gran galería mirador que, además de armonizar todo el conjunto, le da una gran escenografía. Sin embargo, en su todo, la construcción tiene una gran sencillez y elegancia, muy afín a la personalidad de su dueño. Las casas que más tarde construyeron sus hermanos, en cambio, serían mucho más suntuosas y espectaculares, como se puede ver en la “Casa Roja” de Eduardo Sánchez o en la “Casa de los Leones” de Francisco.

Actualmente, la residencia recibe el nombre de “La mansión del abuelo”, denominación que le dio Carmelina Sánchez Roca, nieta de Víctor, al pasar a ser la propietaria del inmueble. A ella y a su marido José Antonio Roca, se debe también la restauración de mucho del mobiliario que hay en su interior, que hacen que, al entrar, nos invada un espíritu decimonónico que nos retrotrae en el tiempo. En el interior, la casa cuenta con grandes huecos cuadrados y una fastuosa escalera que le otorga un aire elegante y colonial. Nada más entrar, a la derecha, aún se encuentra el despacho de Víctor, desde donde gestionaba la sociedad en comandita que había creado junto a sus hermanos antes de regresar. Allí solían encontrarlo siempre que no estaba en sus viajes por Europa en busca de telas de moda y tendencia que luego enviaría a Cuba.

El panteón de Víctor Sánchez Escalante

El panteón de Víctor Sánchez Escalante / V. C.

En esa casa transcurrieron años felices, durante los cuales crió a sus ocho hijos, y otros muy tristes, como los que siguieron a la muerte de su esposa a los 27 años, víctima de una enfermedad pulmonar. Sin embargo, Víctor nunca la abandonó y en ella falleció el 21 de marzo de 1932. Como para los indianos la morada para la muerte era tan importante como su residencia en vida, los panteones también se convirtieron en testimonio de la fortuna conseguida en ultramar. Así fue como los Sánchez Escalante levantaron en el cementerio del Peral —sufragado por el conde de Ribadedeva, otro insigne indiano de México— un panteón de estilo neoclásico, obra del arquitecto modernista catalán Mauricio Jalvo Millán, en cuya cripta está enterrada gran parte de la familia.

Palacetes y panteones son el testamento en piedra que muchos indianos, ayudados por maestros de obras y arquitectos, dejaron como legado. Aún hoy, reflejan la magnificencia de un período que, en Asturias en particular y en España en general, cambió el rumbo de la historia.

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