Los asturianos de Uruguay no terminaron la Guerra Civil hasta 1998 pero ahora son los más unidos y pujantes
La directora general de Emigración, Olaya Romano, visita el Centro Asturiano de Montevideo, en un viaje que la comunidad de emigrantes recibe “como una caricia en el alma”
Podría decirse que, entre la colectividad asturiana del Uruguay, el final de la Guerra Civil llegó en una fecha tan tardía como 1998. Pero también es cierto que la rivalidad entre las dos Españas se resolvía ya en trincheras menos cruentas: había quedado circunscrita a partidos de fútbol (que casi siempre terminaban en tangana) y en ver quién hacía la mejor fabada o la procesión más vistosa el día de Covadonga. Ese año, al filo del nuevo siglo XXI, se unieron las dos instituciones: el Centro Asturiano, fundado a 1910, y la Casa de Asturias, escindida en 1936 por iniciativa de unos socios afines al bando franquista. Hoy, como señal de concordia, se mantienen los dos nombres, las dos sedes, y la institución de llama Centro Asturiano-Casa de Asturias del Uruguay. Los 3.200 asturianos del Uruguay son un ejemplo de unión para otras colectividades (los gallegos tienen 11 instituciones distintas). También de pujanza porque, entre sus integrantes, un 20 por ciento de ellos aún nacidos en Asturias, cuentan con muchos jóvenes empeñados en mantener la cultura asturiana de sus padres o abuelos. De hecho, los miembros de su agrupación folklórica, Les Madreñes, están iniciando una campaña de recaudación de fondos para viajar el próximo año a Asturias.
-¿Y cómo eran aquellos partidos de fútbol entre las dos Asturias escindidas en Uruguay?
-En la Liga Española de Deportes había un cuadro de fútbol que era El Pelayo, que era el nuestro, el de los rojos, al decir de ellos, y luego el equipo de la Casa de Asturias. Cuando eras niño, era un placer ir a ver eso porque, bueno, terminaban mal siempre.
Quien se ríe tras dar la respuesta es Vicenta González, vicepresidenta de esta institución asturiana presidida por Omar del Llano. Esta cabraliega de 65 años, que trabajó como gerente del programa de ayuda domiciliaria de la fundación Españoles en el Mundo y que se jubiló como gerente del Hogar Español de Montevideo, continúa detallando aquellos derbis:
-Al principio fue la rivalidad política entre las dos instituciones; era una diferencia muy grande entre lo blanco y lo negro. Pero luego, sobre los años ochenta por ponerte una fecha, se generó una competencia por ver si la fabada nuestra era mejor que la de ellos o qué procesión de la Santina era mejor. Ya era rivalidad de clubes más que de ideas porque, al final, íbamos todos a las dos instituciones. También a ver si les había quedado caldosa la fabada y ver en qué podíamos criticar. Desastroso, si lo miras ahora. Y en el fútbol había mucha competencia. Era como un sentimiento de unos contra otros. Yo tenía unos diez años. Iba con mi padre. Mi hermano jugaba en el Pelayo. Y recuerdo que se armaban batallas campales una vez terminados los partidos. Nosotros, como niños, íbamos más a esa parte que a ver el partido. Ahora nos juntamos lo que quedamos de aquella época y hacemos los recuerdos de eso: ¿se acuerdan del utillero, el que llevaba la valijita con la cruz y con los ungüentos y los remedios por si había algo? ¿Se acuerdan de cómo andaba con ese maletín dándole al uno y al otro? A ese extremo llegamos. Acababa el partido y a ver quién le daba el empujón más fuerte al otro para que los que estábamos fuera entrásemos en toda la cancha y… En fin, está muy bien haberse unido. No vale la pena seguir separados a estas alturas de la vida, que ya pasó todo lo que pasó.
Vicenta, que durante años formó parte del Consejo General de la Emigración, está orgullosa del empuje y la unión que demuestra la colectividad asturiana en la capital uruguaya, que principalmente se ha empleado en negocios de hostelería y hotelería en Montevideo. “Tenemos un centro con mucha gente joven y, además, gente joven que trae a sus hijos adolescentes y son los que forman parte del cuerpo de baile o los que acompañan al cuerpo de baile. Un grupo muy lindo tenemos. Tenemos una institución viva donde todos trabajamos. Nuestras fiestas se caracterizan dentro de la colectividad española porque somos la única institución en la que todos trabajamos hasta sirviendo las comidas cuando tenemos una fiesta. Yo creo que eso te une más”.
Recientemente, recibieron la visita de Olaya Romano, directora general de Emigración y Políticas de Retorno, que viajó a Uruguay acompañada de María Antonia Fernández Felgueroso, presidenta del Consejo de Comunidades Asturianas. El Principado destinó este año 15.488 euros en 17 ayudas a mayores de 65 años nacidos o hijos de asturianos residentes en Uruguay. Aunque el Centro precisaría también alguna ayuda para hacer obras de reforma en los baños de su sede de 1910 para adecuarlos a los discapacitados, los asturianos de Uruguay valoraron sobre todo la presencia personal de las representantes de Asturias: “Para nosotros supone como un cariño al alma. Es esa la sensación de que allí se acuerdan de que existimos. Una cosa es el frío Facebook o el frío correo electrónico y otra cosa que nos pongamos cara, sentir que son cercanas a nosotros y que les importamos. Fue emocionantísimo, te diría que alguna lágrima se ha caído por ahí”.
Es un país lindo el Uruguay: los recuerdos de la niña que descubrió las hamacas en Montevideo
La cabraliega Vicenta González, de 65 años de edad, llegó a Uruguay con 5 años. Así le ha ido la vida y así lo cuenta:
“Soy de la última generación que vino a en barco a de América del Sur. Vinimos en el ‘Monte Umbe’, estabas 17 días embarcado para venir aquí. Toda una odisea. Mi hermano lo pasó fatal, estuvo prácticamente acostado todo el viaje en aquel camarote de tercera clase en el que veníamos. Y, bueno, a mí, en esas circunstancias, no me dejaban mucho andar por el barco. Pero como para un niño todo es novedad… Y además estaba la ilusión de venir a ver a tu padre, al que no lo conocía nada más que por fotos. Entonces, fue todo súper emotivo”.
“Yo nací en Arenas de Cabrales, soy prima de los que tienen la quesería Valfriu. Mi padre se vino cuando mi mamá estaba embarazada de mí. Yo ya tenía un hermano de tres años. Mi padre decidió emigrar porque, como todos sabemos, la pobreza fue muy dura entonces en España. Unos amigos del mismo pueblo que tenían aquí lo reclamaron y vino, aunque al principio fue para Brasil y luego ya al Uruguay”.
“Mi madre, mi hermano y yo tardamos casi cinco años en poder venir para aquí. Un tío, que era camionero, nos llevó en su camión hasta Vigo para tomar allí el barco. La primera escala la hicimos en San Paulo, en Brasil. Los recuerdos que te quedan son olfativos. El olor a café que había en ese puerto era espectacular. Un olor muy distinto al que había en el barco”.
“Aquí en Uruguay mi padre estaba trabajando de conserje en un edificio en construcción, en una zona de categoría de Montevideo. Era un momento de auge de la construcción y él mostraba los apartamentos para venderlos. El edificio tenía una vivienda muy bonita para el conserje. Y ahí estuve hasta que me casé. Mis padres ya fallecieron, lamentablemente. Mi papá, Vicente González, no llegó ni a jubilarse, falleció joven. Mi madre, Segunda Ruiz, vivió solo en aquel apartamento, hasta que después le vino una época de Alzheimer y la traje para vivir conmigo”.
“Montevideo prácticamente no cambió desde entonces, un millón y medio de habitantes. Pero lo que a mí me impactó, ¿sabes lo que fue? Yo venía de Cabrales y en Montevideo vivíamos en el piso 11. Solo subir en un ascensor era impresionante. Te metías en un cajón en el que tú no sabías cómo llegabas hasta allá arriba. En los primeros tiempos, a mí me daba tanto miedo meterme en el ascensor que subía y bajaba los 11 pisos por la escalera. No me metía en el ascensor por la duda que no tocar el botón que era. Otra cosa que me impactó muchísimo fue que, frente al edificio, había un parque. Y en el parque había hamacas, toboganes, jaula de los monos. No había visto nunca una hamaca. Entonces, estar en ese parque hamacándome era la maravilla del mundo”.
“Me casé jovencita. Tenía 19 años. Tengo dos hijos, que ya son grandes, uno de 40 años y otro de 43 años. Jorge es gaitero y monitor de gaita, fue a la primera promoción de la Escuela de Asturianía. Manuel es tamboritero, así que tengo la orquesta completa.. Jorge es enfermero y Manuel trabaja en Uber. Primero, ama de casa, era la costumbre de entonces, ya sabes. Luego empecé a trabajar. Me jubilé como gerente del Hogar Español para ancianos. He tenido una vida feliz; gracias a Dios y por suerte, bien”.
“Ya de niña todos los domingos íbamos al Centro Asturiano después de comer. Era el paseo, sí o sí. hasta allá. Tampoco era que el Centro Asturiano tuviera para los niños muchas cosas más allá de jugar a las escondidas. Nuestros padres iban a jugar a los bolos, a las cartas. Pero siendo grandes, mirá que teníamos ya 14, 15, 16 años, seguíamos yendo todos los domingos porque habíamos hecho una barra de amigos que ya éramos como hermanos todos. Nos juntábamos a conversar, a dar vueltas por ahí, por la zona. Era como algo religioso ir el Centro Asturiano todos los domingos”.
“La primera vez que volví a Asturias fue en el año 2000 con toda la familia. Aprovechamos un viaje que organizó el cuerpo de baile ‘Les Madreñes’. Cuando subimos al avión que iba para Asturias y empiezo a ver las montañas se me removían ya muchas cosas. Y luego fuimos en el Alsa de Oviedo a Cabrales. Mis hijos tenían en ese momento 15 y 13 años. Íbamos en el Alsa y yo le decía a mi marido: estamos cerca. Entré llorando en mi pueblo. Fui a ver la escuela donde estuve, la casa donde estuve con mi madre y mi abuela… A partir de esa primera vez volví a Asturias frecuentemente. Estuve durante un tiempo yendo una vez por año y hasta la pandemia. Después de la pandemia volví dos veces. Si, si Dios quiere, el año que viene, estaré por ahí”.
“Uruguay es un país tranquilo, es un país estable económica y jurídicamente. Es un país con una democracia plena, de las mejores del mundo. Entonces, por eso no salimos en las noticias. Es un país caro para vivir, es el más caro de Latinoamérica, y los sueldos que no son muy altos en promedio. Pero, bueno, nos hemos adaptado a vivir más o menos con lo que se puede. Lamentablemente ahora está empezando a entrar también la droga y eso genera un montón de complicaciones para las familias, para el país y para todos los alrededores….”
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