La huella en piedra de los indianos
La Casa Roja: la villa indiana que conquistó la fama con la serie "La Señora" y sobrevivió al rayo
Eduardo Sánchez levantó en Colombres "Villa Teresa" en Colombres (Ribadedeva) que hoy se conoce como "La Casa Roja", aunque originalmente estaba pintada de beige
La casona fue restaurada en 1973 por la familia Horcajo Quiñones, también indiana, y posteriormente sería escenario de la exitosa serie de TVE "La Señora"
Virginia Casielles, historiadora del arte y especialista en el fenómeno migratorio de los indianos, firma esta serie de artículos sobre la huella en piedra que dejaron en Asturias los emigrantes que triunfaron en América. Esta especialista contará periódicamente para "Asturias Exterior" de LA NUEVA ESPAÑA, la historia constructiva y familiar que tienen algunas de las más señeras casas de indianos que hay en la región. Virginia Casielles es autora del libro “Una saga de maestros de obra”, sobre la familia Posada Noriega, que edificó numerosas casa de este tipo en el Oriente, y también de “El pequeño indiano”, la exitosa versión infantil del libro anterior.
El 2 de abril de 1907 se testimonia la bendición y colocación de la primera piedra. Eduardo Sánchez levantó Villa Teresa en Colombres (Ribadedeva) hoy más conocida como "La Casa Roja", aunque en su origen lucía un discreto tono beige. No fue hasta 1973, cuando pasó a manos de la familia Horcajo Quiñones, también indiana, cuando adquirió la tonalidad que hoy la distingue.
Grande, elegante, pintoresca. Atravesar el jardín de La Casa Roja nos transporta al tiempo de Eduardo y Teresa; nos invita a caminar hacia el pasado, a perdernos en su historia. Su jardín -presidido por un espectacular magnolio- que antaño contaba con parterres al estilo francés, era el deleite de quienes acudían a sus fiestas. Hoy, al recorrerlo, la fachada norte se alza sobria, con un aire afrancesado. Pero al rodear la casa, la sorpresa es inevitable: la fachada sur, mucho más decorada y escenográfica, refleja su esencia colonial. Flanqueada por dos imponentes torres, está dominada por un mirador coronado con balcón, y enmarcada por amplias puertas y ventanas, que la dotan de tal verticalidad que parece impulsarse hacia el cielo. Ante su grandeza, el visitante se siente diminuto.
En su cara este, la majestuosa escalera de piedra conduce la mirada hacia la galería mirador, coronada por un frontón curvo que imprime una armonía solemne a toda la fachada. Es un compendio perfecto entre elegancia y simetría, un tributo a la arquitectura indiana en su máxima expresión.
Eduardo Sánchez Escalante, emigrante a Cuba y socio de su hermano Víctor en la fábrica de tejidos La Fortuna, decidió construir esta imponente mansión para habitarla junto a sus dos Teresas: su esposa y su hija. Su matrimonio con Teresa Ibáñez Sánchez, sobrina suya e hija de su hermana Ana María, puede hoy parecer insólito, pero era una práctica común en la época, un modo eficaz de mantener el patrimonio dentro de la familia.
De regreso a Colombres, Eduardo encomendó la construcción al maestro de obra Manuel Posada, quien, con su destreza ya afianzada por el tiempo y la experiencia, creó una joya arquitectónica. Su trabajo recibió elogios de la prensa local, que describió la casa como un "chalet bonito y cómodo que da una nota más, simpática, a la Villa de Colombres, a la que sus hijos enriquecidos están convirtiendo en una 'tacita de plata', emporio de riqueza".
La Casa Roja, aún llena de vida, custodia un pasado fascinante, tejido con historias de ultramar, fastuosas celebraciones y entrañables encuentros familiares. Su legado indiano convive con un capítulo televisivo más reciente, que nos invita a imaginar dos mundos distantes pero conectados. En el comedor, donde antaño se celebraban tertulias acompañadas de té y pastas, décadas después se llevó a cabo una mesa italiana para el rodaje de una producción contemporánea. La idea de actores y actrices del siglo XXI ensayando diálogos de un guión ambientado en las primeras décadas del siglo XX, sobre esa misma mesa resulta tan curiosa como encantadora. Y eso fue posible por haber sido una pieza clave del rodaje de la serie "La Señora", uno de los grandes éxitos de TVE.
En su interior destacan muchos elementos, pero su escalera de doble tramo es algo colosal. Sus salones, el comedor de madera noble, los grandes espejos, los muebles decimonónicos... Todo ello, en su conjunto, la hace grandiosa y señorial, y al mismo tiempo acogedora, cálida e intensamente vivida.
Llaman especialmente la atención los vitrales modernistas del primer piso, con las iniciales de su promotor, Eduardo Sánchez, que en su día estuvieron en la planta baja, en el acceso sur. Estos vitrales marcaban el límite para los visitantes: podían llegar hasta ahí, pero atravesarlos solo era posible con invitación.
La casa, en sí misma, es un sueño casi romántico. Sin embargo, el maravilloso paisaje que se contempla desde sus galerías y miradores la eleva aún más. Abrir las contraventanas al despertar y contemplar la sierra del Cuera, con los Picos de Europa al fondo, es el cenit de lo que el emigrante esperaba ver en su retorno. Destila paz y calma, y eso, sin más, es lo que necesitaban al volver. Es lo que daba sentido a tantos años de soledad, lejanía y lucha. Es lo que hacía que todo cuanto pasaron hubiera merecido la pena. Verse allí, contemplando la inmensidad de la naturaleza que se abre ante los ojos y sintiendo el calor de los primeros rayos del amanecer, arranca una sonrisa, al sentir una mezcla de placidez y admiración. No importa si el cielo es azul brillante o turbulento y gris: es su paisaje, su hogar, lo que vieron en sus primeros años y lo que, en la distancia, evocaban con un amargo recuerdo de añoranza. Fueron años de lucha y de soñar con el momento de regresar, y al verse ahí, cada mañana, sentían que lo habían conseguido. Estaban de vuelta.
Testigo de innumerables épocas y momentos —algunos alegres, otros no tanto—, La Casa Roja se alza como un puente entre tiempos, cargada siempre de historia y significado, y que estuvo a punto de ser destruida. En los años 40 del siglo XX, una gran tormenta la afectó gravemente: un rayo atravesó por completo una de sus torres, la circular, hasta llegar al sótano. Este incidente provocó que permaneciera prácticamente abandonada hasta los años 70. Sin embargo, en 1973 fue adquirida por otra familia indiana, los Horcajo Quiñones, quienes, tras establecerse en Venezuela, retornaron al País Vasco y se vincularon estrechamente al mundo empresarial de la siderurgia. Félix y María Dolores emprendieron una rehabilitación impecable, respetando y restaurando todo el mobiliario original, devolviéndole así a La Casa Roja la suntuosidad de otras épocas. Desde entonces, la familia disfrutó de la casa durante las temporadas de verano. A día de hoy, La Casa Roja sigue en manos de su hija, María Dolores Horcajo, y sus nietos: Jose Manuel, Mariola y Juan Carlos Curt Horcajo.
Sus grandes muros, su artística verja, su jardín y las especies tropicales que lo pueblan, además de su escenografía visual y su historia, hacen de ella uno de los mejores ejemplos de la arquitectura levantada por emigrantes asturianos, más conocida como “Arquitectura Indiana”, convirtiéndose en el sueño en piedra preferido para muchos.
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