El increíble lazo tras la barra entre Cuba y Oviedo: la saga hostelera de dos históricos locales ovetenses que inició su camino en la isla caribeña
El tinetense Manuel Antón creó hace un siglo con el Café Alhambra el germen del que acabarían brotando, ya en tierras asturianas, establecimientos señeros como Casa Conrado o La Goleta

El asturcubano Luciano Suárez, amigo de la familia, con la centenaria silla de montar, en Tineo.
La Habana, Cuba. Septiembre de 1921. Un grupo de cuatro caballeros charlan distendidamente en un reservado de un café-restaurante. Fuman unos puros habanos y toman copas justo antes de estampar sus firmas en un documento escrito improvisadamente en un albarán del local. Según refleja el manuscrito, uno de los hombres realiza a otro un préstamo de 116 monedas americanas y los dos restantes actúan en calidad de testigos. ¿Quiénes eran esos señores? Se desconoce a tres de ellos, pero la identidad del último, y el más importante para Oviedo y Asturias a la postre, está de sobra certificada. Era Manuel Antón, padre de Conrado Antón, el famoso hostelero. Y local donde se rubricó aquel documento, tal como figura en su esquina superior izquierda, fue el café Alhambra del que el tinetense fue socio en la capital cubana, un local adscrito al histórico teatro Alhambra. La aparición del escrito, que ha llegado a manos de su nieto, Javier Antón Pertierra, trae a la palestra el origen de la célebre saga de hosteleros, fundadores de buques insignia de la cocina asturiana como Casa Conrado o La Goleta.
"Mi abuelo era un ‘paisanón’ muy fuerte y grande, a lo John Wayne", explica el nieto, abogado y concejal en el Ayuntamiento durante los dos primeros equipos de gobierno de Gabino de Lorenzo. A su vez, es hijo de Conrado Antón, fundador de Casa Conrado, y hermano del fallecido Marcelo Conrado Antón, que estuvo al frente del citado local de la calle Argüelles durante toda su vida profesional hasta que pasó a sus hijos, Javier y Laura, en 2011. Al parecer, su abuelo y su hermano, Argimiro Antón, conocidos en Bárcena del Monasterio, en Tineo, como "Los Manolones" por su gran envergadura, tenían algunos parientes lejanos en Cuba. Los Antón decidieron emigrar bien jóvenes, prácticamente en la veintena, a probar suerte en las Américas en un país recién independizado de España y en el que el nivel de vida "era mejor". Como tantos en aquella época. Esa aventura de ultramar es el primer paso hacia el escrito del préstamo, que llegó a manos del nieto gracias al historiador y presidente de la Asociación Conde de Campomanes de Tineo, Senén González.

Albarán del Café Alhambra, donde Antón firma como testigo de un préstamo. / LNE
Tras trabajar unos años en negocios que regentaban sus parientes, "Los Manolones" decidieron emanciparse profesionalmente a principios de la década de 1910. Ahí ya se entra en la harina de la hostelería: nace el Café Alhambra. Se trataba de un local anexo al famoso teatro, que era de acceso solo para caballeros. En el coliseo de la confluencia de las calles Consulado y Virtudes triunfaba el teatro satírico, el género bufo y el "choteo", que hacían mofa de los políticos, además de los espectáculos de variedades. "De hecho le amenazaron varias veces, bastaba que fueran españoles para que los políticos quisieran silenciarlos", afirma el nieto. El establecimiento de Antón surtía al patio de butacas de bebidas y tabacos, especialmente puros, que se consumían en grandes cantidades.
El local hostelero se lanzó gracias a la asociación con el actor Regino López y su hermano "Pirolo", que eran asturianos, también, moscones, de Grado. Regino fue toda una institución artística en La Habana de finales del siglo XIX y principios del XX. Sus interpretaciones y múltiples papeles, como el "gallego", el "negrito" o "la mulata", hicieron despegar al teatro, relanzado en 1900 junto al periodista, comediógrafo y empresario Federico Villoch. "Mi padre me hablaba maravillas de Regino y de lo divertido que era", relata Antón Pertierra. La sala se había fundado en 1890 por José Ross, pero su éxito fue escaso por su enfoque, más clásico, y no tener en cuenta a coliseos cercanos y superiores en calidad como el teatro Albisu. Ese peso no pareció afectar al nuevo Alhambra, gracias a las actuaciones de Regino, cuyo nombre coronaba el umbral de entrada a la sala. Además, desde el capitolio –el parlamento– se llegaba en pocas manzanas al teatro y en el trayecto de camino uno se tropezaba con los respectivos centros asturiano y gallego de la ciudad.

Entrada y fachada del teatro Alhambra. / LNE
Manuel Antón realizaba tareas de gestión administrativa en el Hospital Psiquiátrico de La Habana, conocido popularmente como Mazorra, en paralelo a la actividad en el Café Alhambra. Allí conoció a su esposa, la enfermera Florinda Díez, natural de Villablino. En el centro, atendían, además de a pacientes con enfermedades mentales, a muchos norteamericanos con problemas de drogadicción, que buscaban desintoxicarse lejos del "qué dirán", manifiesta el abogado. "Esas visitas dejaban muchas divisas", añade.

Un retrato de Region López. / LNE
La vida de la familia en la perla de las Antillas era boyante. "Mi abuela, que fue muy longeva, me contaba siempre que se vivía muy bien", recuerda Antón Pertierra. Aun así, a principios de los años 30, la familia al completo regresó a España tras la crisis económica de 1929, el "crack", para tratar de aprovechar oportunidades en el mercado bursátil. Para entonces el teatro Alhambra ya daba sus últimos coletazos, hasta sufrir un derrumbe en 1935 que supuso su fin como institución popular en el día a día de Cuba. El hermano de Manuel, Argimiro, se casó con Consuelo Musa, mujer de origen libanés, y se quedó en la isla. Sus descendientes emigraron a Estados Unidos tras la Revolución Cubana, a Indianápolis y Los Ángeles. Mientras, a día de hoy, en Tineo, un primo de Antón Pertierra, José Argimiro Antón, rinde tributo con la cafetería Alhambra.

Manuel Antón y su esposa, Florinda Díez, en una foto de principios de siglo. / LNE
El regreso a España no salió según lo previsto. La inestabilidad política y el estallido de la Guerra Civil llevó al traste los planes de Manuel Antón, que falleció en pleno conflicto bélico, víctima de la enfermedad, en Cangas del Narcea. Conrado Antón, su hijo y padre del que relata esta historia, también sufrió la desgracia de la guerra y el combate: "Le dieron la extremaunción tres veces". Aun así, "grande como un castillo" gracias a los genes familiares, salió adelante y, junto a su mujer, la guisandera Jesusa Pertierra, continuó con la estirpe hostelera con Casa Conrado. Previamente, habían regentado en Oviedo el Autobar, en la calle Melquiades Álvarez, y el restaurante Cervantes, en Jovellanos; además del O Peixeiro, en Madrid, y el Asturias, en la localidad vallisoletana de Medina de Rioseco. Y la Goleta, que puso Marcelo Conrado, en comanda con el que relata la historia a este diario.
De aquella época donde los Antón estaban al otro lado del charco, solo se conservaron dos cosas. La primera, un perfume, un elixir, cuyo olor dicen que era "eterno". Hasta nuestros días, ha llegado una centenaria y preciosa silla de montar a caballo que ha aguantado los envites del tiempo. Pero más allá de la materialidad, un simple albarán de un restaurante, del Café Alhambra de Manolo Antón, ha hecho que la historia de toda una saga familiar reviva y siempre se conserve en el disco duro de la memoria de muchos asturianos con lazos fraternales al otro lado del charco.
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