Entrevista | Raquel Fernández Actual jefa de comunicación de Unicef en Vietnam. Anteriormente estuvo en Líbano trabajando con los niños refugiados de Siria y Palestina
"Los niños refugiados de la guerra de Siria no hablaban, sólo dibujaban gente desmembrada en charcos de sangre"
"Los refugiados de guerra son personas que sufren una sobredosis de terror insoportable"
"Ya estamos en un tiempo peligroso por la guerra en Ucrania y Oriente Medio, por los negacionistas de las vacunas, el cambio climático y los efectos de la revolución digital. Si perdemos el control a todo esto, a ver dónde nos lleva"
La periodista Raquel Fernández (Salinas, Castrillón, 1966) está pasando unos días en Asturias, pero teletrabaja: es la jefa de comunicación de Unicef en Vietman. Antes de entrar en la organización de Naciones Unidas que vela por los niños en todo el mundo, trabajó en distintos medios en Asturias. La guerra de Siria, que parecía interminable, ha terminado con el derrocamiento del régimen de Bachar al Asar. Esta asturiana puede contar, por experiencia propia, algunas de las consecuencias de este conflicto que comenzó en 2011.
-Usted conoce bien los efectos de la guerra de Siria a través de los refugiados. ¿Es así?
-Estuve aqlgo más de tres años en el Líbano, donde conocí a refugiados sirios y también palestinos. En Líbano hay campos de refugiados palestinos desde hace más de 70 años. No sé por dónde empezar a contar.
-Pues por el principio: ¿cuándo llegó al Líbano?
-En el 2018 y estuve hasta el 2022.
-Pasó la pandemia allí.
-La pandemia, las explosiones del puerto de Beirut (en unos almacenes con nitrato de amonio: 218 heridos y 7.500 heridos), el inicio de una recesión económica de salvaje, unas revueltas políticas… Allí nunca ocurre una cosa sola. Vivía en Beirut y era la jefa de comunicación de la oficina de Unicef en el Líbano. Lo que hacía, y lo que ahora hago en Vietman, es intentar desarrollar campañas, estrategias de comunicación, que saquen a la luz pública los problemas de los niños en el país. Si consigues generar conciencia, la gente puede hacer cosas para cambiar esa situación de los niños. Casi siempre, la manera más eficiente de llegar a la gente es cuando tienes historias de niños. Historias de niños y niñas de carne y hueso que están sufriendo determinada situación. La experiencia nos dice que es la manera más efectiva porque todos hemos sido niños y la mayor parte de las familias tienen hijos. Entonces, hay que ponerse en los zapatos de otros padres y en los zapatos de otros niños para saber lo que implica las situaciones tan tremendas que sufren los niños y niñas en el mundo. Y no solo hablamos de situaciones tan dramáticas como lo que ocurre en Oriente Medio, también hablamos de una cría que ha sido víctima de abuso sexual o que le están pegando algo en casa, o de un crío al que acoso escolar le esté haciendo pensar en el suicidio. Todo eso, lo puedes contar a través de sus ojos y de la experiencia que ellos viven. Los niños ni tienen la culpa de nada, ni pueden hacer nada contra esas situaciones. Somos los adultos quienes tenemos que darnos cuenta e intentar, dentro de nuestro ámbito de responsabilidad, que eso cambie.
-No sé si esos relatos de niños sufriendo, como son tan indigestos, hemos optado por digerirlos como ficciones. No sé si todos tenemos ya la piel de un rinoceronte.
-Fíjese. Nosotros hemos hecho muchas visitas con periodistas. Y algunos nos comentaban: cómo podemos contar ya estas cosas, hay que encontrar la manera para que dejemos de ser inmunes y evitar que esto que es tan humanamente inverosímil, lo tengamos como una ficción que está por ahí flotando.
-Sí, a eso me refería.
-Es que si lo miras en dimensiones humanas hay situaciones que sufren los niños que son inverosímiles. Empezando por el hecho de que hay padres y madres que matan a sus hijos. Entonces, como dice usted, entramos en un terreno en que casi de lo catalogamos como ficción. Y como están en el telediario y lo vemos repetidamente, de alguna manera lo normalizamos. A lo mejor es una forma de soportar todo eso, ¿sabes? Porque si de verdad lo estás analizando y pensando en ello es una locura. No se puede soportar todo eso. Quizá hacemos eso a manera de “escudo”, como mecanismo de supervivencia.
-Ya, sí.
-Porque realmente hay situaciones más que crueles, mucho más. Piensa en el tráfico infantil, en niños que son traficados a través de fronteras para que en otro país vendan sus órganos o los esclavicen haciendo trabajos domésticos; o convertirlos en esclavos sexuales, o los niños soldados. Es que hay situaciones que son humanamente inconcebibles. Son de una crueldad tan extrema que son humanamente inconcebibles.
-¿Y usted cómo se enfrenta a ello? ¿Cuál es su “escudo” psicológico?
-Ahí intervienen dos factores. Una, el compromiso que tengas con tu trabajo. Porque yo hace mucho tiempo que veo claro que desde la comunicación se pueden cambiar cosas. Desde el periodismo se pueden cambiar cosas. Hay ejemplos de casos que se han publicado, y a raíz de publicarse y publicarse, de repente algo cambia. Porque se ha convertido en un escándalo y un juez toma medidas, o alguien toma una decisión política… Creo fervientemente en el valor del periodismo, de la comunicación, para generar conciencia y para cambiar las cosas; para despertar algo en la gente. Eso a mí me arrastra. No sé si es vocacional o un sentido de responsabilidad. Y sobre todo hacia la infancia: es que los niños no tienen nada que ver con todo lo que pasa alrededor y lo sufren todo de una manera tan cruel…
-¿Y el otro factor?
-Las emergencias humanitarias, sobre todo, te impactan mucho. Estuve en Haití dos veces después del terremoto de 2010 y también en emergencias por hambruna en Etiopía o en El Chad. Cuando ves a un niño muriéndose de hambre, eso no lo olvidas nunca. Pero a la vez es lo que te hace salir. Porque ves los resultados del trabajo de la organización y de otras organizaciones de este sector en general; ves que cada año hay menos niños que se mueren por causas prevenibles. Esto es un hecho. Cada año mueren menos gracias a las vacunas, a la atención primaria, etc. Eso es algo que yo no pierdo nunca de vista: que cada año se avanza, que cada año hay menos gente pobre; aunque, bueno, después del COVID hubo un retroceso. Pero yo no pierdo de vista la cantidad de vidas de niños y de niñas que se salvan. No lo pierdo de vista nunca. Ese es mi escudo, con todas las comillas que quiera ponerle.
-Háblame de lo que vio y vivió en el Líbano. ¿Cómo era la situación en las distintas comunidades de refugiados?
-Líbano es un país muy pequeño. Tiene cuatro millones y medio de habitantes. Y además casi medio millón de refugiados palestinos, y millón y pico de refugiados sirios. Imagínese un país tan pequeño con esa proporción de refugiados a los que hay que dar servicios de educación salud, todo. Imagínese que llega a Madrid, que tiene una población más o menos similar, esa cantidad de refugiados. Esa es la presión poblacional que se vive en Líbano.
-¿Hay diferencias entre los refugiados palestino y los sirios?
-Muchas. Basándose en la experiencia de los refugiados palestinos, el gobierno de Líbano decidió no crear campos de refugiados para los sirios. Sí permitió la entrada, que otros países no la permitieron, pero los sirios se fueron asentando en terrenos rurales que alquilaban entre varias familias. Ahí se establecían con las ayudas que las organizaciones humanitarias les proporcionamos, desde lonas para refugiarte del calor y el frío (porque en el Líbano hace frío y nieva bastante), a ayudas mensuales en efectivo para que puedan comprar comida. Eso se tradujo en asentamientos informales esparcidos por todo el país. Son áreas más pequeñas, llenas de… no sé cómo llamarlos… “refugios” para familias. Están hechos de lonas, chapas o maderas que encuentran por ahí. Lo que tengan a mano. Luego también tienen limitaciones muy estrictas para la búsqueda de trabajo y a veces no está permitida la búsqueda de trabajo.
-Una situación complicada.
-El apoyo que los sistemas públicos tienen que dar a toda esa población también es diferente. Los nacionales también tienen necesidades. Porque también hay bolsas de pobreza en el propio país. Y en el Líbano súmale una recesión económica que ya situó al país en economía de guerra antes de la guerra que acaba de ocurrir con Israel. A eso añade las explosiones de Beirut, el covid… El aumento de la población libanesa en situación de pobreza en aquellos años fue completamente alarmante. Pero ellos son…
-¿Cómo?
-Después de las explosiones del Líbano hubo un movimiento de gente joven como la que ahora estamos viendo en Valencia, para ir a ayudar, a reparar. Recuerdo que hablana con una chica libanesa de unos 20 años y me decía: será la séptima o la octava vez que tengamos que reconstruir Beirut, pero lo vamos a reconstruir, como siempre.
-Podría decirse que los refugiados sirios son el estrato más bajo de una población muy depauperada? ¿Están en una escala social aún más baja que los palestinos?
-Si hablamos de escala social, están en la misma escala. Con la diferencia de que los sirios llegaron más tarde y los palestinos llevan allí décadas, conocen más el país, por ley tienen acceso a trabajo en determinados sectores.
-¿Cuál era el estado psicológico de todos los refugiados sirios que usted conoció?
-Todos los refugiados de guerra están un poco por el estilo. Los refugiados de guerra son personas a las que les inyectaran una sobredosis de terror. De un terror insoportable. Sobre todo, en los críos. Volvemos a lo mismo, los críos no entienden por qué está pasando eso, no han tenido nada que ver en ello, les resulta incomprensible.
-¿Cómo llegan esos niños a los equipos de UNICEF?
-Cuando nosotros recibimos en los campos a niños que vienen de esas situaciones, tenemos un programa de apoyo psicosocial. Es para ayudarles a procesar todo lo que han vivido y ayudarles a recuperar de alguna manera su normalidad y su infancia. Una de las primeras cosas que se hacen es ponerlos a dibujar. Les das papel y colores, porque ellos generalmente no hablan, no expresan lo que han visto. ¡Pero si es que nos cuesta hasta a los adultos! Si usted me preguntase ahora lo más horrible y cruel que he visto, me costaría describirlo. Puedo intentar hacerlo entender de alguna manera, pero describirlo… Pues imagínese un crío. Entonces, les damos para que dibujen. Y todo lo que dibujan es gente desmembrada con charcos de sangre alrededor, tanques alrededor, un avión tirando bombas, su casa destruida… Eso es lo que dibujan. Mire, se lo estoy contando y se me ponen los pelos de punta. Porque de verdad es que es inadmisible. Lo que sufren los niños en pleno siglo XXI es inadmisible. Como humanidad no lo podemos permitir, no lo podemos seguir permitiendo. ¿Cómo se concibe? Es inconcebible. Estamos en el siglo XXI.
-Quizá esos dibujos sean la mejor forma de contarlo. Porque si ponemos a dibujar a un niño asturiano, te pinta un mundo de colores.
-Eso es. Y, mire, antes hablábamos de lo que nos sostiene y que nos hace sobrevivir a esto. Pues después de unos meses esos niños vuelven a dibujan el cielo de colores, las flores… Y juegan. Porque los niños se adaptan mejor que nosotros. Es la suerte que tiene. Se adaptan y procesan mejor que nosotros si tienen el apoyo oportuno. Si no tienen este apoyo psicosocial, eso queda ya enquistado y a ver qué generan todas esas experiencia cuando sean adultos.
-¿Qué esperanza tenían esos niños?
- No sé si tienen el concepto de esperanza, ellos tienen el concepto de qué te gustaría ser mayor y lo que repetían eran: la escuela y volver a casa. Esas dos cosas, todos, todos, todos. En un asentamiento de sirios en Líbano, antes de marchar para Vietnam, recuerdo una cría pequeñísima de tamaño, aparentaba menos de la edad que tenía. Yo no hablo árabe y me venía y me repetía la misma cosa, igual cincuenta veces. Les pedí que me lo tradujeran y lo que me estaba diciendo era: quiero ir a la escuela, quiero ir a la escuela, quiero ir a la escuela, quiero ir a la escuela. No decía otra cosa. También era en la etapa del covid
- ¿Y los padres?
-Vivían la desesperación de verse para ser siempre en la situación de refugiados en la que estaban. A perpetuidad, como los refugiados palestinos. Ese antecedente era un factor más para añadir a la desesperanza. Cuando hablaban del futuro y de volver a casa, es que casi se echaban a llorar. La mayor parte de ellos porque no veía el final de la guerra. Pero, si algún día terminaba la guerra, pensaban: ¿voy a tener algo a lo que volver? Puede que lo único que tengan es el pedazo del suelo sobre el que estaba su casa, pero no tienen ni familiares, ni nadie que les apoye. Llegas y ¿qué vas a hacer? ¿Quedar en la calle? Cuando se organice esta transición del país, se tiene que organizar el apoyo a los refugiados que retornen. El que tiene algo, volverá a ese algo que tiene y necesitará apoyos para retomar su vida. La economía del país tiene que restablecerse para que la gente pueda trabajar y se genere economía.
-¿Qué experiencias personales tuvo usted con los refugiados sirios?
-Tal vez los más casos que más me impactaron, fueron cuando fui a Irak. Todavía trabajaba en Unicef España. Esto fue al principio de la guerra de Siria, sobre 2012, una cosa así. Irak acababa de empezar a admitir a los refugiados sirios. Al principio no los admitía y después de un par de años dijo, bueno, vamos a admitir aquí en el Kurdistán, mira aquí. Era un viaje de medios organizado con Pau Gasol, que es embajador de Unicef. Fuimos al primer campo de refugiados sirios que se había abierto en Irak. Conocí a muchos que estaban recién llegados. Había una familia con cuatro hijos. Los padres y los hijos mayores nos estaban hablando de la situación que habían vivido, y yo estaba viendo a una cría que tenía unos doce años. Se iba tensionando y tensionando, pero tensionando de miedo. Se lo veías el cuello y cómo se iba tensionando toda la cara… Y repente la mirada se le fue, la perdió, mirando para un lado. Y estuvo sin parpadear durante un rato. La imagen de esa niña me impactó muchísimo. Sin decir nada, estaba expresando una cota de terror que estaban produciendo los recuerdos. Como los niños que nos llegan en el programa de apoyo psicosocial en los campos: no hablaban nada y si les preguntabas se encogían. Obviamente, no les preguntábamos qué había pasado, eso puede ser contraproducente. Les preguntábamos “¿qué hiciste hoy?” y cosas así. Pero no se atrevían a responder. Los niños estaban ahí, dibujando en medio del silencio más absoluto. Si pasaba un avión comercial, el ruido les asustaba, lo identificaban con el de un bombardeo. Esos niños viven aterrados. Percibir el terror a través de ellos es lo que más me ha impactado con mucha diferencia.
-Supongo que así será muy difícil pintar un futuro para los niños.
-Pues imagínese, muy difícil. Aun así, es fascinante la capacidad que tenemos los seres humanos para adaptarnos y para recuperarnos de ciertas situaciones. Porque realmente los niños palestinos en esos campos de refugiados, si tienen salud y comen y si además van a la escuela, son felices. Obviamente desde nuestra perspectiva que aquí los niños y las niñas tienen otras oportunidades, qué le voy a contar: estudiar la carrera que más les guste, hacer el Erasmus… Obviamente ellos, no. No saben cómo viven los niños y niñas de otros países con mejores oportunidades y en otras situaciones. Luego, cuando crecen, empiezan a verlo en la tele, donde sea. Pero, mientras, son niños. Si tienen salud y comida y van a la escuela, disfrutan. Porque luego juegan entre ellos por la calle, a lo que sea, no necesitan un rincón de juguetes en casa y que los Reyes les traigan muchas cosas. No lo necesitan realmente para ser felices, son felices con cualquier cosa. Y no piran clase, ni media hora, la escuela les encanta
-¿Y los palestinos en el Líbano?
-Los campos de refugiados palestinos son ya tan antiguos que los lugares en los que viven son de ladrillo. Pero son espacios híper-reducidos. Viven en campos muy masificados, casi hacinados. Más de 40.000 personas por kilómetro cuadrado. Tienes que entrar en esos campos con alguien que te guíe porque son laberínticos. Recuerdo que estábamos en una vivienda, tenían la puerta abierta, pero habían colocado una tabla y les pregunté para qué. Era para que no entrasen las ratas. Era un primer piso, pues imagínate en el bajo. La principal diferencia con los sirios es que ya no tienen ninguna esperanza de volver a Palestina. Ninguna, ninguna, ninguna. Cero, cero esperanza de volver a Gaza o a Cisjordania. Porque siempre creen que van a estar peor allí, pese que lo mal que están en el Líbano. Es una situación de pobreza extrema pero con una cierta estabilidad, digamos.
-Le hago una última pregunta, igual es un poco filosófica…
-A ver si puedo con ella.
-Cuando ocurrió el Holocausto muchos dijeron que no actuaron porque desconocían que aquello estaba ocurriendo, pero hoy estamos viviendo genocidios equiparables, de los que estamos perfectamente informados, y la indiferencia se mantiene. ¿Cómo se lo explica usted?
-A ver, es que la gente tiene muchos problemas, ¿no? En la vida diaria los problemas se dimensionan en función de nuestro entorno. Por eso se habla de pobreza relativa. Porque la pobreza en España no es la misma que la pobreza en Gaza, en Líbano o en Estados Unidos. Cada persona, cada familia enfrenta unos problemas y los dimensiona en función del entorno. Todos lo hacemos. Coloque usted a una familia española en Gaza o en el Líbano y no puede con ello, no dura un minuto. Entonces, yo creo que no hay que culpar a nadie. Por varios motivos. Uno, porque la dimensión humana va en función de nuestro entorno. Y realmente hay problemas sociales graves que las familias también tienen que afrontar aquí en España y están enfocados en sacar a sus hijos adelante. Y luego tampoco hay que perder de vista que realmente hay millones de personas que son supersolidarias. Cuando yo me fui de España, ahora no lo sigo al día, Unicef tenía más de 400.000 socios aquí. Eso son 400.000 personas apoyando a una organización. Si tú sumas a toda la gente que apoya a todas las organizaciones como Unicef, eso te da el termómetro de la solidaridad. Y España es un país solidario. Y Asturias es una sociedad solidaria. Entonces yo creo que no somos indiferentes. Hay problemas en todas partes y la gente tiene que abordar sus problemas y se preocupa primero de sus hijos y de sus familiares. Eso es humano. Ahora, lo que a mí sí me resulta inexplicable es que en el siglo XXI haya hambre y guerra. Esto no lo entiendo.
-¿Vamos hacia un tiempo peligroso?
-Yo creo que ya estamos en un tiempo peligroso, porque todo lo que está pasando en Oriente Medio y en la guerra de Ucrania. Y los movimientos anti-vacunas. Parece que se nos olvidan la cantidad de vidas que salvaron las vacunas durante décadas. O la falta de atención a la crisis del cambio climático, la ausencia de decisiones en los gobiernos para frenarlo. Creo que ya estamos en un momento peligroso. Este año en Vietnam hemos tenido en septiembre un tifón que provocó 300 puertos. El tifón más poderoso, más destructivo de los últimos 70 años. Todos estos fenómenos van intensificando. Ya estamos en un momento en el que se deberían encender las luces de alarma por guerra, por hambre, por cambio climático, por todo lo que está causando la revolución digital...
-Cierto, infancia tal y como conocíamos ha muerto: ya no se juega y experimenta en la vida real, los niños se amamantan con pantallas.
-En Unicef, con la revolución digital hay dos cosas que nos tienen preocupados desde hace tiempo. Una es la seguridad de los niños y las niñas en torno a internet. La facilidad con la que acceden a determinados contenidos o la exposición a contenidos pornográficos. Y, por otro lado, la desinformación, que afecta a todos los niveles y no solamente a la infancia. Pero volviendo a la pregunta anterior: sí que ya estamos en un momento peligroso y deberíamos de estar pensado: ojo, que como le perdamos el control a esto, a ver a dónde nos lleva.
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