La huella en piedra de los indianos

La Casa de las Palmeras de Colombres: dos mundos unidos en una misma residencia

La Casa de las Palmeras y, en detalle, María Lamadrid y Ángel Llanos.

La Casa de las Palmeras y, en detalle, María Lamadrid y Ángel Llanos. / Foto V. Casielles

Virginia Casielles

Virginia Casielles

Virginia Casielles, historiadora del arte y especialista en el fenómeno migratorio de los indianos, firma esta serie de artículos sobre la huella en piedra que dejaron en Asturias los emigrantes que triunfaron en América. Esta especialista contará periódicamente para "Asturias Exterior" de LA NUEVA ESPAÑA, la historia constructiva y familiar que tienen algunas de las más señeras casas de indianos que hay en la región. Virginia Casielles es autora del libro “Una saga de maestros de obra”, sobre la familia Posada Noriega, que edificó numerosas casa de este tipo en el Oriente, y también de “El pequeño indiano”, la exitosa versión infantil del libro anterior.

Camina despacio, por la carretera, por Colombres, y saborea cada paso. Allí, como si el tiempo se detuviera, emerge un testamento en piedra al final del camino de palmeras. Una presencia que destila América en sus paramentos revocados, cargada de historias y memorias, resistiendo estoica el incansable paso de los años.

Perfecta, hermana de Víctor Sánchez Escalante, contrajo matrimonio con Nicanor de Lamadrid, un notario originario de Cantabria, asentándose en la casa que su padre, Rafael Sánchez Caso, manda levantar en la zona de Badalán, en Colombres, conocida en su época como "El Hórreo" y que hoy lleva el nombre de "Casa de Las Palmeras". La construcción de esta residencia data de 1880, se debe al maestro de obras Manuel Posada Noriega y tuvo un coste total de 7.000 pesetas. Allí se instaló el matrimonio con sus hijos: Víctor, María y Emilio. Una vez más, Colombres es poseedor de un impresionante legado indiano. 

María Lamadrid Sánchez.

María Lamadrid Sánchez. / V. Casielles

Aunque Perfecta y Nicanor no pueden considerarse indianos en el sentido estricto, ya que él desarrolló toda su carrera profesional entre Asturias y Cantabria, existen documentos que los vinculan con Cuba en 1884. Lo que está documentado con absoluta certeza es que Nicanor Lamadrid ejerció como notario en el partido judicial de Llanes. Sin embargo, la influencia de Cuba, que marcó profundamente a la familia, nunca estuvo del todo lejana, pues sus hijos Víctor y Emilio sí lo fueron, instalándose en Santiago de Cuba, donde sus tíos regentaban la fábrica de tejidos La Fortuna. Posteriormente, Víctor Lamadrid Sánchez se trasladó a México, donde en 1918 contrajo matrimonio con Ángela Noriega. De esta unión nacieron tres hijos, y el primogénito recibió el nombre de Nicanor José, en honor a sus dos abuelos.

Fachada Norte estilo colonial.

Fachada Norte estilo colonial. / Foto familia Caso Llano

El solar original de la quinta era mucho más extenso que en la actualidad, pero en 1888 Perfecta decidió vender parte del terreno, por 2.000 pesetas, al ayuntamiento de Ribadedeva para la construcción de las escuelas nacionales. La quinta es un auténtico juego de contrastes: su fachada sur, de carácter formal, refleja la sobriedad clásica y elegante tan propia de las obras de Manuel Posada Noriega. En ella destaca una galería mirador en el piso principal que organiza toda la composición, acompañado por un balcón a cada lado. Bajo este mirador, la puerta de acceso, diseñada por el maestro de obra Posada, luce coronada con mampostería, decorada con rejería y flanqueada por dos vanos laterales.

Fachada Norte.

Fachada Sur. / Foto Familia Caso Llano

En contraste, la fachada norte despliega toda la calidez y el exotismo del Nuevo Mundo. El espíritu de Cuba se respira en su balcón central y en las rejerías de la planta baja, que evocan un ambiente a medio camino entre un ingenio y una vivienda colonial de La Habana. Al asomarse al balcón, uno podría imaginar un paisaje azucarero, pero lo que realmente se extiende ante la vista es una amplia avenida de palmeras que conduce al paisaje cantábrico. Esta combinación de estilos es como una mezcla de son cubano y danza clásica, un encuentro entre Asturias y La Habana, materializado en una impresionante avenida de 18 palmeras.

Su disposición genera un espectáculo único de perspectiva, profundidad y escenografía. La majestuosidad de esta avenida, sin parangón en su contexto, sólo encuentra un símil en tiempos más recientes en la Finca La Pintada, en Utrera, Sevilla. Precisamente fue de origen andaluz quien se encargó de su plantación en 1912: Ángel Llanos, nacido en Tarifa y farero de profesión. Las plantó tras su matrimonio con María Lamadrid Sánchez, hija de los propietarios, que pasaron a convertirse en los nuevos moradores de la vivienda. Recorrer esta avenida, tanto en su época como hoy, ofrece una sensación casi imperial, como si quien la visita fuera un faraón egipcio avanzando entre esfinges o un emperador romano en su paseo triunfal tras la batalla. Las altísimas palmeras, con su imponente desarrollo, transmiten una grandilocuente suntuosidad, reflejo del gusto indiano por traer la opulencia del Nuevo Mundo a su tierra natal.

Porche techado estilo colonial.

Porche techado estilo colonial. / Foto Familia Caso Llano

La palmera siempre ha estado profundamente vinculada a la figura del indiano, dado su origen tropical y por evocar una mezcla de melancolía, solemnidad y majestuosa magnificencia, pero también paz y triunfo. En el antiguo Egipto, simbolizaba la inmortalidad; en la Grecia clásica, se entregaba una fronda de palma al atleta vencedor como símbolo de gloria. En el islam, la palmera está asociada al Edén, mientras que en la tradición cristiana, Jesús hizo su entrada triunfal en Jerusalén entre ramas de palma. Siempre se vincula con lo divino y lo extraordinario, y es ese sentimiento el que tiene el visitante cuando flanquea la entrada y emprende el paseo triunfal-

El interior de la casa refleja también con claridad su aire colonial. Uno de los elementos más destacados es la terraza cubierta, a modo de porche techado, que forma parte integral de la vivienda. Este espacio, concebido como lugar de descanso y reunión, es una influencia directa de las casas coloniales americanas.

Comedor.

Comedor. / Foto Familia Caso Llano

En el piso principal se encontraba un oratorio, un espacio que se convirtió en algo habitual en los hogares de la nueva sociedad burguesa. Para esta clase emergente, la oración era vista como un medio para alcanzar el perfeccionamiento moral, y estos lugares de recogimiento y fe, que albergaban imágenes de vírgenes y santos devocionales, pasaron a formar parte esencial de las residencias más destacadas.

Estos oratorios no solo eran un reflejo de la religiosidad familiar, sino que también desempeñaban un papel importante en la vida comunitaria. Con frecuencia, las imágenes custodiadas en ellos salían del hogar durante las festividades patronales, reforzando el vínculo entre lo privado y lo público. A día de hoy, en algunas residencias, se mantiene viva esa tradición, como en Las Raúcas, propiedad de la familia Gasset Ybañez. El oratorio de la residencia de la familia Lamadrid Sánchez sufrió tal deterioro con el paso del tiempo que no pudo ser restaurado y, lamentablemente, ya no se conserva.

Mobiliario de época en las zonas de aseo.

Mobiliario de época en las zonas de aseo. / Familia Caso Llano

Algunas de sus paredes interiores aún hoy mantienen los azulejos decorativos de la época, algo muy habitual y propio de la práctica burguesa modernista, con una doble función: por un lado, embellecer el interior y, por otro, aislar la planta baja de las humedades, algo que en un pueblo como Colombres tiene mucho sentido.

Otro de los espacios que desprende ese halo decimonónico es el comedor, donde, una vez dentro, es imposible no imaginarse encuentros familiares, mesas llenas de comida y alegría en las fiestas navideñas, acompañadas por un árbol de Navidad alumbrado con velas. Ese comedor señorial, con muebles de época, nunca se apagó del todo, pues Ángel y María, más conocidos como los torreros, quienes se encargaban de iluminar a cuantos barcos pasaban frente al faro de San Emeterio, también mantuvieron la luz en la casa. Ellos abrieron un capítulo único, pues solo los fines de semana bajaban al pueblo en carruaje, pero curiosamente no habitaban la casa grande. En su lugar, preferían una vivienda más pequeña ubicada en la propia finca, dejando la Casa de Indianos para ser alquilada.

Esta tradición ha perdurado con los años, pues el 2 de febrero de 1974 marcó un nuevo comienzo en la historia de esta emblemática villa, cuando fue adquirida por la familia Caso. Desde el momento en que María Lamadrid Sánchez, ya viuda y viviendo con las monjas de San Felipe Neri en Unquera, les vende la casa, la familia ha dedicado su tiempo, esfuerzo y cariño a devolverle el esplendor que el paso del tiempo había desdibujado. Cada rincón ha sido restaurado con respeto por su esencia original y con un profundo amor por su historia.

Hoy, esa dedicación sigue viva gracias a Juan Caso Llano, hijo de la familia, quien ha tomado las riendas del lugar. Con la misma pasión que sus padres, cuida de la casa y la mantiene abierta para que visitantes de todo el mundo, incluso de las antípodas, puedan disfrutar no solo de su belleza, sino también de la calidez y el encanto que la han caracterizado durante décadas, y, además puedan sumergirse en su historia.

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