El clamor de los asturianos de la dana casi dos meses después de la catástrofe: "Vivimos entre montañas de coches"
"Pasará mucho antes de hacer vida normal", relatan los damnificados, en pueblos sin comercios y con olor a cloaca casi dos meses después
El polvo que casi dos meses después impregna cada bocanada de aire, los miles de coches apilados unos encima de otros en desguaces improvisados en descampados, las calles como una zona de guerra sin prácticamente una sola tienda abierta y la sensación de que este año la Navidad también se la ha llevado la riada. Semanas después de la dana que barrió la Horta Sur, la comarca al sur de Valencia capital, trata de levantar cabeza. Allí viven medio millón de personas y unos cuantos asturianos, que siguen recuperándose de una de las peores catástrofes naturales de la historia de España. Lo que cuentan varios gijoneses que viven o que han estado allí como voluntarios es desolador. Pese a sus esfuerzos y los medios movilizados por el Estado, la evidencia es clara. Aún queda mucho por hacer. "Pasará mucho tiempo hasta hacer vida normal", aseguran los asturianos en Valencia.
Justo Rodríguez vive en la Comunidad Valenciana desde hace 17 años. Está casado y tiene un hijo. Tiene piso en Catarroja, uno de los pueblos más afectados dentro de la zona cero de la dana. Es del barrio gijonés de El Llano. Trabajó en el Corte Inglés en Pumarín; en Valencia, desde hace años, trabaja en un Hipercor. El 29 de octubre, cuando todo se puso patas arriba, hizo vida normal hasta la tarde. "Nadie nos avisó de nada", asegura. Cuando llegó a su casa, fue a sacar su coche y su moto del garaje. La tormenta ya había empezado. Mientras, su mujer fue a comprar provisiones a un supermercado a 300 metros de su casa. Todo pasó muy rápido. Y ella, esa tarde del 29, ya no pudo volver a casa. "El barranco (El Barranco del Pollo) rompió sobre las seis y treinta y cinco minutos. Mi cuñada avisó a mi mujer. Se quedó en el portal de unos vecinos. La tuvieron que rescatar", cuenta.
El gijonés había bajado al garaje, pero se dio la vuelta. "Había algo de agua en la calle, pero no llovía. Era muy raro. En cuestión de minutos, el agua me subió hasta las rodillas", relata. Se refugió en su ático, en la quinta planta de su edificio. Después supo que el agua subió hasta los dos metros. Tiene marcas en el portal por encima del ascensor. Él se centró en saber el paradero de su mujer, que pasó la noche con unos vecinos. "Tardamos media hora en localizarla. Fue la peor medio hora de mi vida", agrega. Sus vidas ahora non fáciles. En su edificio, hubo problemas con la estructura y el panorama al salir a la calle, dice, es desolador. Unas calles más allá de su piso hay una parcela donde se apilan miles de coches. Curiosamente, la parcela está cerca del cementerio generando una retorcida metáfora. "Los que gobiernan aquí son un despropósito. Tenemos que dar las gracias a los voluntarios. Iremos muy poco a poco", finaliza.
Rubén Braga tiene que mirar el calendario del móvil para saber cuántos días estuvo en Valencia. "Estuve diez, pero es que el tiempo allí ahora va de otra manera", justifica. Es gijonés y trabajador de la Empresa Municipal de Aguas, la EMA. Lleva años allí y es conductor de un moderno camión cuba. Se ofreció, junto a otros diez operarios, voluntario para ir a Catarroja. Emplearon el camión, con una capacidad de unos diez mil litros, para limpiar colectores. También generaron un mapa con las alcantarillas y sumideros que pusieron a disposición del pueblo. "Nos encontramos una zona caótica, una catástrofe. Era como estar una zona de guerra", relata
Sus jornadas fueron de once o doce horas. Comían muchas veces de lo que les daban los voluntarios. Aparte de lo que vio le llamó la atención el olor, un estímulo que solo los que han estado allí han podido captar. "Es una mezcla como basura y a alcantarilla. Hay polvo, mucho polvo, y eso lo estás respirando todo el rato", añade. No es experto en catástrofes, pero sabe que la Horta Sur necesitará meses para volver a la normalidad. "Todos los polígonos industriales están destrozados. Empezar de nuevo va a costar mucho", cuenta. "Hay mucha gente que aún no puede trabajar, pero lo que más me sorprendió fue la colaboración que hubo allí entre todos", añade.
Un pub arrasado
Cuenta Eduardo Suárez que una vez a principios de los noventa se fue a las Fallas y que ya nunca volvió a Asturias. Desde 2001 vive en Catarroja. Allí regenta un pub. Está casado y tiene una hija de doce años. Su local ha quedado completamente arrasado. La catástrofe a él le pilló cruzando el puente del pueblo. "Grabé cómo el agua me iba siguiendo. Fue una cosa muy rara", explica. Recuerda que no es la primera inundación, pero sí la más grave. "En los noventa el agua subió 20 centímetros. Esta vez llegó hasta los tres metros".
El 29 de octubre, cuando empezó todo, colocó sacos de sal en su garaje para salvar sus vehículos. Le dio lo mismo porque el agua entró tras reventar la pared de los garajes contiguos. "Recuerdo asomarme a la ventana y ver todos los coches apilados uno encima de los otros. Era como ver una película del fin del mundo", asegura. Suárez conoció los saqueos de los primeros días. "La Guardia Civil no patrulló hasta el quinto día por lo menos", relata. Lo de ahora tampoco es alentador. Explica que la mayoría de comercios están cerrados y que para hacer la compra hay que coger el coche. Su casa está a diez minutos de Valencia. "Sorprende pasar al otro lado y ver que allí la vida es normal. Hay árboles de Navidad y la gente está comprando. ¿Cómo puede cambiar tanto algo con solo cruzar un puente?", se cuestiona.
En Albal, uno de los últimos pueblos de la comarca vive Pablo León, otro gijonés, con su familia. "Perdí mi coche. Lo usaron para un rescate de un vecino que pudo subirse encima de él y le tiraron unas sábanas para que subiera", cuenta León. "Vimos por la tele cómo cedía el puente de Paiporta, pero al principio no relacionamos que fuera ese", añade. "Somos de los últimos pueblos de la comarca y aquí la cosa ya está más ordenada, pero vivimos entre montañas de coches abandonados y enseres", finaliza León, mientras enciende una vela en el puente de Catarroja, una de las zonas cero de una dana que aún mantiene en jaque a Valencia.
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