Entrevista | Adolfo Álvarez Ferrando Director del área de Terapéutica Genética en Oncología del Regeneron Genetics Center (Nueva York)
"En 50 años habrá mucho menos cáncer y será mucho menos letal"
Dentro de unos años, todos tendremos secuenciado nuestro genoma, que será parte de nuestro historial clínico, y sabremos con una precisión muy alta las cartas que tenemos
La calidad científica, la originalidad, la creatividad y la intuición de Carlos López Otín no tienen parangón en ningún otro científico que haya conocido
Una de las palabras que más utiliza es "transformador" porque en eso trabaja y casi sueña: en transformar el conocimiento en tratamientos para curar el cáncer o, al menos, cronificarlo y aumentar la calidad de vida de los pacientes. Adolfo Álvarez Ferrando (Pravia, 1970) estudió en el Colegio Internacional Meres y, más tarde, Medicina en la Universidad de Oviedo. Obtuvo el número dos nacional en el examen de MIR, se especializó en hematología en el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA) y, en paralelo, se formó como investigador con Carlos López-Otín, catedrático de Biología Molecular. En 1999 se trasladó al Dana Farber de Boston y en 2005 se incorporó a la Universidad de Columbia (Nueva York), donde llegó a ser catedrático de Pediatría, Patología y Biología de Sistemas en el Instituto de Genética del Cáncer. En esas etapas, sus investigaciones se centraron en la leucemia. Hace tres años, su perspectiva adquirió un enfoque mucho más global, con motivo de su incorporación a la empresa farmacéutica Regeneron Genetics Center (RGC), también en Nueva York, en la que ejerce como director ejecutivo del área de Terapéutica Genética en Oncología. En mayo de 2014, fue designado por LA NUEVA ESPAÑA "Asturiano del mes". Aficionado al running y a los maratones, estos días visita en Oviedo a su familia con su esposa, la también científica Teresa Palomero, y sus dos hijos.
¿En qué centra su trabajo en el Regeneron Genetics Center?
Me dedico a la genómica poblacional del cáncer. O sea, a analizar el genoma de toda la población, de muchos individuos diferentes, catalogar todas sus variantes genéticas y ver cuáles se asocian a un mayor riesgo de cáncer o, al revés, confieren protección a padecer una enfermedad y a partir de ahí, identificar nuevas dianas terapéuticas.
¿Qué terapias considera más prometedoras?
Hay varias. Por una parte, nuevas drogas dirigidas que actúan específicamente contra mecanismos centrales para el crecimiento y la supervivencia del tumor. Por otra, las inmunoterapias, o sea, las terapias que dirigen al sistema inmune para reconocer los tumores y anular los mecanismos que estos utilizan para escapar del control natural del sistema inmunitario. En concreto, las terapias CAR T son ingeniería celular capaz de crear un sistema inmunitario artificial específicamente dirigido contra los tumores. También los anticuerpos contra los factores "checkpoint", que son el freno del sistema inmune y los anticuerpos biespecíficos, capaces de reclutar a cualquier célula del sistema inmune al reconocimiento de los tumores. Estas terapias ya han revolucionado el tratamiento de muchas enfermedades. Y por venir, pero ya casi aquí también, las vacunas antitumorales, y más allá las terapias de modificación genética. Son ideas conceptualmente nuevas y además ha mejorado mucho la capacidad tecnológica para aplicarlas.
¿Cómo será el cáncer dentro de 50 años?
Habrá mucho menos casos de cáncer y el cáncer será mucho menos letal. Habrá mucho menos cáncer porque habremos ganado la batalla de minimizar nuestra exposición a los agentes tóxicos que condicionan en buena parte el riesgo de desarrollar patologías tumorales.
¿Por ejemplo?
Dentro de 50 años no debería existir el tabaco en la sociedad. Los niveles de contaminación ambiental deberían ser completamente diferentes a los que soportamos hoy. La electrificación de la red de transporte y de los sistemas de generación de energía debería tener un impacto drástico sobre los niveles de polución ambiental. Todo el mundo usará protección solar. Y, en cuanto a la dieta, seremos capaces de utilizar el conocimiento adquirido sobre todo lo que hacemos mal para conseguir que a nivel global la alimentación de la población sea mucho más equilibrada y saludable. Al mismo tiempo, el cáncer será mucho menos letal porque tendremos herramientas de prevención y diagnóstico más sofisticadas.
¿Puede concretar esta idea?
Actualmente tenemos herramientas de cribado muy buenas para el cáncer de mama o el cáncer colorrectal. Esto se ampliará al conjunto de los tumores utilizando nuevas herramientas y nuevas tecnologías, como los estudios de imagen y pruebas moleculares. Además, gracias al análisis genético del ADN circulante en plasma, que es una tecnología incipiente, pero con un potencial elevadísimo de maximizar el diagnóstico precoz, podremos detectar tumores antes de que sean identificables en estudios radiográficos. También tendremos herramientas de conocimiento de nuestro riesgo personal de susceptibilidad al cáncer mucho más sofisticadas.
¿De qué manera?
Todos tendremos secuenciado nuestro genoma, que será parte de nuestro historial clínico. Igual que ahora todos nos hacemos una analítica de sangre o de orina, nuestro genoma será un elemento más y sabremos con una precisión muy alta cuáles son las cartas que tenemos.
¿Y en cuanto a tratamientos…?
Ya hemos comentado líneas de futuro. La capacidad de tratar los tumores con intención curativa se ampliará a un espectro de enfermedades y de pacientes mucho más amplios de los que existen hoy. La combinación de todos estos elementos hará que el cáncer dentro de 50 años sea una enfermedad completamente diferente.
¿Cómo valora la formación que recibió en Asturias?
Me formé como médico en la Facultad de Medicina de la Universidad de Oviedo. Lo que aprendes al principio es lo más esencial. Aquí aprendí muchas cosas intangibles. Aprendes a hacer preguntas. Aprendes el sentido de la oportunidad. Aprendes la ambición en su acepción más positiva, como ilusión de crear conocimiento y de que el conocimiento avance. Y con este traje me fui a la meca del conocimiento, al Dana-Farber Cancer Institute de Harvard. Y no iba mal vestido. Allí aprendí muchísimo, por supuesto.
¿Cómo le marcaron los años de colaboración en Oviedo con el catedrático de Biología Molecular Carlos López-Otín?
Carlos y yo tememos mucho contacto y estamos siempre juntos, de una manera u otra. Si me pregunta cuáles son mis científicos de referencia, Carlos es el número uno. No sólo porque para mí fue mi primer mentor, sino porque la calidad científica, la originalidad, la creatividad y la intuición de Carlos López Otín no tienen parangón en ningún científico que haya conocido en ningún otro lugar del mundo. Le tengo no solamente el máximo cariño y todo el agradecimiento. Yo soy científico gracias a Carlos y también le tengo la máxima admiración y el máximo respeto profesional. Es el mejor científico que he conocido.
¿Cuántas hora trabaja al día?
Pues... bastantes (risas). No las cuentas. En algunos momentos trabajé demasiado, pero con el tiempo aprendes. Esto es una carrera de fondo y debes buscar el equilibrio y dedicar tiempo a las cosas que más importan. A mi familia, sobre todo. Es una prioridad que intento no dejar de lado. Ahora viajo mucho menos, lo cual ha aumentado mi calidad de vida de manera muy notable.
¿Tienes el trabajo cerca de casa?
De puerta a puerta me lleva media hora.
¿A cuántas personas dirige?
Mi equipo directo es pequeño, pero en realidad son muchos más porque trabajamos en una estructura matricial, lo cual ha cambiado radicalmente mi forma de trabajar. En Columbia, siendo más, teníamos menos capacidad. Además, entonces yo estaba encargado de todo: administrador, mentor, investigador... Ahora sólo tengo un cometido: investigar analizando los resultados de los hallazgos genéticos.
¿Qué vinculación mantiene con la Universidad de Columbia?
Muchos amigos, muchos colegas, mucha vinculación científica y una relación institucional fantástica. Y también colaboraciones.
Analizando sus 25 años en Estados Unidos, ¿cuál ha sido el eje vertebrador de su trayectoria?
Cuando miras atrás es muy fácil racionalizar las cosas, pero las decisiones en la vida las tomas de manera instintiva. Pienso que el eje vertebrador de mi carrera ha sido siempre aspirar a seguir la llamada de la ciencia. Y eso me ha llevado a tomar decisiones que ahora, a todo pasado, se observa que fueron instrumentales y transformadoras en mi carrera profesional y personal, pero que en su momento podían parecer suicidas. Cuando llegué a Boston, partí de cero. De Boston me fui a Columbia, al entorno de mayor exigencia académica del mundo. En mi itinerario también ha sido prioritario hacer cosas nuevas e innovadoras, reinventar y reinvertarme. El programa científico de mi laboratorio se reinventó múltiples veces. Esto no es excepcional, pero tampoco es lo más normal. Cada una de estas decisiones estuvo movida por el deseo de resolver las preguntas que teníamos delante. Cada avance te genera nuevas preguntas y te fuerza a nuevas aproximaciones para poder resolverlas. Y eso hace que te reinventes a ti mismo. La genética no te lleva a donde quieres ir, te lleva a donde está la realidad, y de ahí la inmediatez de la oportunidad terapéutica.
Usted tiene 54 años. ¿Hasta qué edad cree que vas a estar generando cosas verdaderamente novedosas y valiosas?
Hay un momento en el que el futuro son los que vienen detrás. Y eso es algo de lo que yo soy un defensor a ultranza. El relevo generacional es fundamental en todos los estamentos de la sociedad. Los que vienen detrás son mejores. A veces, la gente se queja de los chavales, pero el futuro es suyo y hay que dárselo. Y en el momento en el que eres más un obstáculo que un motor, ése es el momento en el que tienes que dejar paso a los que vienen para que ocupen ese espacio y descubran todo lo que tú hubieras descubierto y mucho más.
¿Se ve regresando a España a trabajar?
Una regla fundamental de los que estamos fuera es: "Nunca digas no volveré". Pero para moverme a cualquier sitio tendrían que darse las condiciones óptimas. Si hubiera la oportunidad y el reto científico y personal de hacer cosas mejores y diferentes, por supuesto que sí. Hacer ciencia en España es distinto. Muchas cosas son espectacularmente fantásticas, pero también hay escollos significativos.
Acaba de visitar a algunos colegas en el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA). ¿Cómo lo ve?
El HUCA es una infraestructura impresionante y tiene un potencial extraordinario. Muchos de los médicos que trabajan en el HUCA son profesionales de primerísima calidad y talla profesional. Tiene un gran potencial para desarrollar investigación. Eso sí, hay que dotarlo de infraestructura humana y agilidad organizativa, y maximizar la oportunidad de desarrollar programas innovadores, transformadores de la calidad de vida y de la salud de los asturianos. Eso seguramente ya está ocurriendo, pero siempre se necesita más.
¿Qué queda de aquel joven hematólogo que se marchó a Estados Unidos en 1999, hace un cuarto de siglo?
Todo, lo mío es la medicina. Si me hubiera dedicado a ver pacientes me habría sentido exactamente igual de realizado profesionalmente de lo que estoy ahora.
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