Juan Luis López, el niño inventor en Cabrales que en México llegó a la dirección financiera de multinacionales

Nacido en Arangas, emigró en 1968 a México, con 16 años, donde comenzó una carrera profesional que le llevó a la dirección financiera, en México y otros países latinoamericanos, de multinacionales de la alimentación como Unilever o de compañías como ron Bacardí

Tras su jubilación, Juan Luis López ha entrado en la directiva del Centro Asturiano de México, el mayor del mundo, y también ha dado curso a su gran pasión: la restauración de coches antiguos, con una colección de Ford-T de principios del siglo XX que ha reparado personalmente

Juan Luis Álvarez, en el Muséu del Pueblu d'Asturies

Juan Luis Álvarez, en el Muséu del Pueblu d'Asturies

Eduardo Lagar

Eduardo Lagar

El cabraliego Juan Luis López es un alto ejecutivo jubilado que trabajó en grandes multinacionales alimentarias como Unilever o en marchas tan emblemáticas de bebidas como ron Barcardí. Hoy ya está jubilado y pasa temporadas en su casa de Gijón. No puede vivir sin volver a Asturias. Está retirado, pero no inactivo. Forma parte de la directiva del Centro Asturiano de México (el mayor del mundo, con unas instalaciones espectaculares y 24.000 socios), donde ocupa el puesto de “prosecretario”, el cuarto en el escalafón directivo. Es, además, un enamorado de los coches y tiene una colección de “Ford T”, el modelo pionero de la producción en cadena fabricado entre 1908 y 1927, que ha restaurado él mismo. Además, es un activo colaborador con el Muséu del Pueblu d’Asturies. Recientemente, intervino en las negociaciones para traer al museo gijonés una colección de carteles cinematográficos de Germán Horacio, que murió en el exilio mexicano en 1975. Horacio fue el ilustrador más relevante en Asturias en las primeras décadas del siglo XX y el autor de carteles ya legendarios de la Guerra Civil española. Juan Luis López hace a continuación un largo repaso de su vida personal y laboral:

“Mi nombre completo es Juan Luis López y García, según mis actas de nacimiento. La “y” la perdí en España, pero la sigo teniendo en México. Nací en un barrio del pueblo hermoso de Arangas, de Cabrales, donde vivía solamente mi familia. Y cuando yo bajaba al pueblo, ahí estaba lo que para mí era la ciudad más grande del mundo. Tenía 40 familias en aquella época”.

“Iba a la escuela caminando alrededor de un kilómetro, pasando por una fuente muy representativa para los cabraliegos, que es la Fuente de las Infantas, un agua extraordinaria. Mi familia vivía del campo, mi padre tenía bastantes fincas. Para mí, demasiadas, porque había que amontonar toda aquella hierba y apacentar las vacas. Y eso nunca me ha gustado mucho. Me gustaba más estar de pesca y hacer algunos inventos”.

Ingenios de infancia

"Un día hicimos un viaje a Llanes, a donde mi hermana iba a coger el tren para ir a Santander, donde estudiaba. Yo vi Llanes, la entrada al puerto, las lanchas… y aquello para mí era maravilloso. Era una fuente de oportunidad, de cosas que yo tenía que hacer. Y entonces, regresando a mi casa, no sabe usted la urgencia que tenía yo para ir a conseguir el cajón de jabón del Chimbo que tenía mi madre para convertirlo en una lancha. Era mi prioridad. Junto con los amigos que yo tenía en el pueblo, Carlos y José Ángel, maravillosos amigos, nos pusimos a la obra de construir la lancha. Fue un desastre, porque no tardamos en subirnos al supuesto barquito, a la supuesta lancha, cuando ya estábamos en el fondo del río".

“Cuando regresé de Llanes, aparte de la barca, estaban construyendo la carretera que iba de Arangas a Peñamellera y en esa carretera había unas escombreras impresionantes. A mí se me ocurrió hacer un trineo. Yo lo llamo trineo, pero era un carrito que tenía la parte de adelante levantada y una especie de freno. Bajábamos por esa escombrera que era una cosa que no te cuento, una cosa maravillosa. Me duró poco el gusto porque me riñeron en casa cuando se enteraron eso. Y otras cosas tenía en mente. Con el hilo de mi madre para los chorizos de la matanza hice un teléfono con el que me comunicaba con mi amigo Carlos, que estaba del otro lado del pueblo. Apenas si se podía escuchar un poco, pero era una ilusión, yo hacía muchas cosas así”.

La vista más maravillosa del mundo

“Mi padre era de Cabrales y la familia de mi madre de un concejo muy hemoso, Peñamellera Alta, del pueblo de Ruenes. Mi padre era un hombre encantado con el campo. Sabía todo del campo y sus fincas eran casi perfectas en relación al cuidado que les daba. Se llamaba José Francisco Salvador Teodoro, mejor conocido como Pepe. Mi madre, María Dolores García Cosío”.

“Yo soy el más chico de tres hermanos. Primero, un hermano: José Francisco; luego una hermana, María del Carmen, y luego yo. Tengo una diferencia con mi hermano de 8 o 9 años. Mis dos hermanos viven, mis padres ya fallecieron. Mi hermano vive en México, viene todos los veranos, y mi hermana tiene casa aquí en Gijón, pero reside generalmente en Benia”.

“La gente de Arangas, en el verano, como en muchos otros pueblos, tenía una oportunidad de subir el ganado al puerto. Las vacas, ovejas, las cabras. Nosotros solo tuvimos vacas, nunca tuvimos ovejas y cabras. Nosotros llegábamos a La Rieña, así se llama esta vega, y nos asomábamos a una parte de Rieña, que era El Escar. Una parte muy escabrosa, no sé si tenía que ver con el nombre. Desde allí divisabas toda la marina. Era una vista alucinante. Yo lo vivo eso todavía, tengo mucha memoria de aquellos tiempos. Tú veías el mar abajo, con los pueblos, y hacia atrás te quedaban las nieves casi perpetuas de los Picos de Europa. Y veías el Naranjo de Bulnes. Para mí eso era un mundo fantástico, llegar al puerto y ver eso. Es lo que viví sobre los siete años, más o menos”.

Gijón y las oportunidades

“Mi padre vivía muy tranquilo en Cabrales porque disfrutaba mucho del campo y de su ganado. Mi madre era mucho más visionaria. Un invierno dijo: no podemos seguir aquí, necesitamos que los chicos tengan otras oportunidades cuando se desarrollen, cuando crezcan; quisiera ver la oportunidad de que nos fuéramos a vivir a Santander o a Gijón”.

“Esto de irnos fue un pensamiento de diciembre, y créalo o no, en enero, estábamos viajando a Gijón. ¿A qué?  Pues a ver qué podíamos hacer. Ella contactó con unos amigos que tenían allí, y le dijeron: bueno, pues vénganse para acá y vamos a buscarle algo a Pepe. Mi padre creo que estaba en el limbo, porque no se imaginaba ni qué era Gijón. Porque mi padre era una persona muy del pueblo. Y generalmente, como correspondía aquella época, si pasabas del concejo, ya podías decir que estabas viajando. Estamos hablando de los principios de los años 60”.

“Mi hermana estaba de aquella en Santander, en una escuela, y mi hermano había viajado a México. Estaba con una hermana de mi padre. Mi tía no había tenido hijos y mi hermano vivía con ella en México. Él se dedicó siempre por su cuenta al comercio, y tuvo bastante éxito con tiendas de calzado. Le fue bastante bien”.

“Entonces, yo estaba solo con mis padres cuando nos fuimos a Gijón. Cuando llegué ya tendría 11 para 12 años. Y, pues, a la escuela. Entré en una escuela que se llamaba Colegio Politécnico Asturiano, por “La Politécnica” se conocía. Estaba en Ramón y Cajal, hoy Avenida de la Costa. No le puedo contar lo impresionante que fue el cambio”.

“Gijón era una cosa fantástica. Desde cruzar una calle y tener que hacerlo con semáforo, hasta la forma de vestir. Me acuerdo que yo traía unos pantalones de mahón, que en el pueblo eran muy socorridos, pero en Gijón no dejaban de vernos como aldeanos. Y recuerdo sobre todo el puerto, los barcos, la marea, el poder ir a pescar cangrejos a la playa… Todo aquello implicaba una casi obligación de ponerme al día en todo, aquello para mí era prioritario”.

“La estancia en Gijón, aproximadamente cuatro años y medio o cinco años, fue algo extraordinario para la vida posterior en México. ¿Por qué? Porque aprendí mucho. Primero en la escuela. La educación que yo tenía de la escuela de Cabrales, donde seguramente no era un buen estudiante, creo que había sido muy mala. Era muy buena, a lo mejor, en religión y historia, porque a mí la historia me gustaba mucho y la escuela del pueblo tenía una biblioteca interesante de conquistadores de españoles que habían tenido mucho éxito. Eso me gustaba mucho leerlo. Pero en Matemáticas había sido un desastre de enseñanza”.

“En Gijón también tenía amigos que eran muy progresistas. Compañeros entrañables. Había un chico… Javier Argibay. Un día me dice:  oye, me acabo de inscribir a clases de mecanografía y esperanto. ¿Y para qué quieres eso? Y dice: Es que cuando termines el bachillerato y quieras buscar trabajo, si no sabes esto, estás perdido. Este va a ser el idioma del mundo. Yo ya tenía bastante con el francés, que me costaba el trabajo. Pero entonces enseguida fui y me inscribí con él. Y también eso fue determinante después. El esperanto, no. Pero el francés me sirvió cuando estuve en México por las Olimpiadas de 1968”.

“Mi padre afortunadamente consiguió trabajo en El Musel. Se encargaba de controlar una sala de motores en una compañía que fabricaba los bloques de cemento con los que hacían los diques. Consiguió un buen trabajo. Siempre admiré la adaptabilidad de mi padre a los diferentes escenarios que le tocó vivir en la vida, aparte de lo que él dominaba, que era el campo”.

Los abuelos y un sueño de chamaco

“Yo ya cursaba el cuarto de Bachillerato. Entonces se presenta esta situación: el esposo de mi tía de México, Conchita, hermana de mi padre, había enfermado, tenía un problema de arteriosclerosis. Ella le pidió a mi padre que fuera a ayudarla allá con su negocio. Conchita ya falleció. Llegó a vivir 100 años. Era una persona de veras maravillosa, extraordinaria”.

“Pues si yo me metí enseguida en el cestu, como decimos en Asturias. Yo tenía una pasión especial por México porque mis abuelos, sobre todo por el lado paterno, habían vivido en México y en Cuba. En todos aquellos inviernos se platicaba mucho en la casa de todo aquello: de sus negocios, de sus problemas y del sentirse allá con un éxito en su gestión de los negocios pero siempre con esa pasión por Asturias. Nos contaban tantas cosas exóticas… Cosas que tú no podías imaginar de la forma de vivir, de lo que había en México, de las frutas de México, de la actividad de la gente. Cosas muy diferentes y en un clima que parecía que no podías comprender. Era un mundo maravilloso de aventura”.

“Mi padre no había emigrado nunca. El que viajó mucho era mi abuelo. Mi abuelo, Joaquín López y Sierra. Era increíble. Me dejaba explorar en aquellos baúles que él tenía de cuando regresó. Había tantas cosas extraordinarias... Estuvo en Cuba y en México y en los baúles estaban los recuerdos de allí. Todo, todo. Utensilios, manteles, monedas, cacharros de la cocina que tenían el nombre de México, unas pinturas, muchas fotos… Era apasionante ver aquellas fotos. Me encantaba todo eso. El desván de mis abuelos era una cosa fantástica, fantástica. Entonces, esos recuerdos hicieron que para mí ir a México fuera mi única meta. Y además tenía mucho interés de estar en las Olimpiadas de 1968”.

“Para mí ir a México era más un sueño de chamaco, de chico, que una necesidad laboral. Todavía eso no era una cosa que me preocupara mucho. Aunque sí veía de cerca la necesidad de prepararme y de poder emprender algo. Eso ha sido algo que me inculcaron mucho mis padres desde chico, aprender cosas. Mi padre era muy didáctico. Desde picar la guadaña, afilarla con cuidado de no cortarse, a cuidar los árboles… En fin, todo eso. Él le daba mucha importancia y yo capté esa parte”.

“Mis abuelos maternos, Francisca García Villar y Dionisio García Cosío, vivían en Ruenes, un pueblo muy bonito, con unas vistas espectaculares, especialmente hacia el Picu Peñamellera. Solía visitar a mis abuelos y disfrutaba mucho al encontrarme con mis primos y tíos y jugar con los niños del pueblo. Mis abuelos vivían en la parte alta del pueblo de La Torre, en una casona señorial con sus escudos heráldicos y amplios espacios donde mi abuelo guardaba trofeos y artículos de caza y muchas fotos. Algunas de ellas las apreciaba mucho, como donde aparecía con importantes políticos de la época que compartían su afición por la caza del jabalí". 

"Pero la foto que recuerdo más era la de su auto Hispano Suiza. Si recuerdo bien, era modelo 1938. Cuando salíamos a ver sus fincas con nostalgia me enseñaba su garaje en Jana, era lo único que quedaba. Pero aún tenía su carruaje 'siarré' con los collares de campanillas que guardaba en la cuadra de La Torre. ¡Un personaje único! Y muy cariñoso, igual que mis adoradas abuelitas Francisca y Marina".

El sorprendente negocio de los baños públicos

“Llegué a México con 16 años prácticamente, ya. Fui con mi padre. Él se dedicó a ayudar a mi tía en sus cosas y yo a la escuela, aunque me levantaba a veces temprano y ayudaba en el negocio y antes de ir a clase. En los negocios tenías que empezar a la 6 de la mañana. Mi tía tenía comercio y baños públicos. Los baños públicos eran una actividad importante en el México DF”.

“Le explico cómo funcionaba eso. En México había mucha gente pobre. Eso es una situación que no ha cambiado demasiado. Pero, entonces, en las casas, aunque tenían agua no tenían la regadera (baño con ducha). Mucha gente vivía en un solo cuarto, a lo mejor una familia o dos o tres. Y mucho menos tenían un baño de vapor. En estos baños públicos estos tenían todo eso: regaderas de agua caliente y fría, y salas de vapor. El vapor les encantaba a los mexicanos. Les gustaba mucho darse su regadera y, después, el vapor. Luego una regadera fría y salían maravillosos. Entonces a las seis de la mañana, si no abrías casi tiraban la puerta (risas). Era una cosa impresionante”.

“Mi tía tenía dos baños públicos. Cada lugar tenía para unos ochenta cuartos individuales para bañarse. Y, además, vendían refrescos y productos de bañarse. Había una cosa que a mí me llamaba mucho la atención. Que era el ‘sacate’. El sacate es como una hierba fibrosa que se envolvía así y quedaba redondita. Entonces, te tallabas. La gente se tallaba mucho en la piel. Como un exfoliante. Era algo que había que llevar siempre: el sacate, de jabón, a lo mejor una vaselina, una crema… Pero era muy buen negocio. Se asistían a mucha gente. Luego se fue complicando porque ya la gente empezó a tener mejores condiciones de vida. Pero es un negocio que todavía hoy subsiste en la Ciudad de México”.

Promesa de estudiar todos los días de la vida

“Mi padre estuvo poco tiempo en México. En cosa de un año regresó. Arregló más o menos lo que pudo ahí y ya dejó a mi tía con sus cosas así y la gente que pudiera ayudarla. Pero yo quería quedarme a los Juegos Olímpicos.  Yo pedí encarecidamente quedarme bajo promesa de que estudiaría todos los días de mi vida. A veces me pregunto cómo yo tenía eso en la cabeza. Pero sí lo tenía. Me acuerdo de estar bajando del avión en México y pensar: yo tengo que trabajar y estudiar todos los días. Esa era una meta que yo tenía. Trabajar y estudiar”.

“Quizá era porque yo escuchaba que aquella gente del pueblo, y acá de Gijón, que iban a Bélgica, Alemania, Francia y ya regresaban con un modo de vida diferente. Se les veía hasta en la piel, en la cara, en la expresión; ya se veían de otro tipo. Estaban cepilladitos y elegantes (risas). Entonces para lograr eso el objetivo era trabajar y estudiar”.

“La otra meta era no trabajar con la familia. Quería quedarme en México, pero también había escuchado muchos pleitos de familiares cercanos que ya no eran amigos cuando regresaban porque habían tenido dificultades con los parientes en México. Había historias maravillosas, pero también estaban todas aquellas que quienes vivían en condiciones difíciles. Incluso hay historias de que los explotaban. Que dormían sobre el mostrador. Y yo decía: no, yo no quiero trabajar con la familia. Cabe mencionar que además de esta tía, yo tenía otros parientes cercanos, tíos segundos, primos hermanos de mis padres, sobre todo de mi madre, que tenían negocios muy importantes en México. Pero eso no lo quería yo”.

Primer trabajo

“Entonces, a los 6 meses de estar en México, me fui a un día al centro de la ciudad a buscar trabajo para trabajar en la tarde. En México estudiaba en la mañana, en la tarde no había clases y tenía todo ese tiempo. Cogí el tren, un tranvía. Llegué al centro de México, maravilloso. Me movía en el centro con entusiasmo, maravillado por esa ciudad tan enorme, tan diferente, con toda esa gente tan diferente, pero cálida. Nunca sentí otra cosa que calidez del pueblo mexicano”.

“Visité varios lugares para trabajar. Y en todos me preguntaban: ¿cuántos años tienes? Y yo: 18. Y ellos: te ves más chico, tienes que traer los papeles. Y ahí acababa la historia. No conseguía trabajo. Entonces llegué a un lugar que llamaba Blanco, Almacenes Blanco, muy grandes, 4 o 5 pisos. Fui al departamento de caballeros. Me dijeron: necesitamos a alguien que nos ayude. Me dijeron cuánto me iban a pagar, me pareció suficiente. Entonces empecé a trabajar ahí. Cabe mencionar que yo no sabía que esa tienda era de asturianos, de Pie de la Sierra (Llanes), incluso de Carreña, de Cabrales. Gente maravillosa, como el señor Juan José Sierra, una persona extraordinaria. Tengo el gusto de tener hoy una amistad con él, que desarrolló un grupo de tiendas de telas, un imperio de telas”.

“Pero nunca fui a hablar con ellos, nunca tuve contacto con ellos, ni ellos supieron que yo estuve aquí trabajando. Yo iba a lo mío, a trabajar: arreglaba los pantalones y los ponía ordenados, atendía la gente, cogía el tranvía a mi casa, y a hacer las tareas de la escuela”.

Juan Luis Álvarez, derecha, con Juaco López, director del Muséu del Pueblu d'Asturies.

Juan Luis López, derecha, con Juaco López, director del Muséu del Pueblu d'Asturies. / E.L.

La universidad

“Luego fui a la universidad. Los estudios de empresariales eran dos carreras, una administración de empresas y era contador público, una certificación para que tú puedas dictaminas que los estados financieros de una empresa representan o no representan el estado real de la empresa. Estudié esas carreras también por un incidente de un choque que tuve. Yo iba en una calle y me paré al llegar a la intersección. Mi coche tenía unos topes, unos salientes de goma antes de la defensa. Un chico se me acercó muchísimo y me llevé la salpicadera delantera y trasera de un escarabajo, que las tienen muy pronunciadas. Y le digo: oye, yo estaba parado. Y dice: sí, pero vienes en dirección contraria. Digo: yo tengo seguro, ven a mi casa y lo arreglamos. El chico fue muy amable y después de arreglarlo, me dijo: oye, ¿qué vas a estudiar? Y digo: pues voy a escoger Medicina o Arquitectura. Y me dice: oye, ¿y tienes dinero para estudiar? ¿Sabes que Medicina vas a estudiar seis años y luego vas a estar en el internado y vas a salir ahí ganando el salario mínimo? No sabía, ni modo. Y me dice: ¿tienes el periódico de hoy? Mira a ver qué es lo que se busca. Y lo que se buscaba era contador de costos, financiero. Así que decidí estudiar eso porque para mí era una prioridad sobrevivir”.

“Al principio mi tía me pagó un año o así. No porque no quisiera ella pagármelo todo, sino porque no quería yo. Y hice dos carreras en la universidad, contador y administrador de empresas. Después hice un posgrado también en México, en otra universidad, la Universidad Panamericana, que era para ejecutivos. Allí hice una maestría en alta dirección de empresas”.

Coches y motos

“Mientras, la parte laboral seguía. Después de Almacenes Blanco, yo vi que había una oportunidad de comprar y vender autos. Hablamos de los años 70, de antes de la crisis del petróleo. Había unas explanadas donde la gente llevaba a vender sus autos entre particulares. Yo compraba ahí. Me fui haciendo bastante conocedor de todo este mundo y de la mecánica. Primero los mandaba arreglar y luego los vendía. Y luego pensé en arreglarlos yo. Luego renté un local comercial. Y ahí piezas para los autos: modificaciones de las salidas escapes y hacerlos un poco para arrancones, para carreras. Entonces ya modificaba yo los autos que compraba y los vendía”.

“Más adelante me surgió una oportunidad. Vi que en México no había motos de cilindradas grandes, había solo hasta 250 centímetro cúbicos. Y me dije: pues puedo importar de Estados Unidos motos Harley Davidson, Kawasaki, Honda. Contacté con un distribuidor en Laredo, a unos 1.200 kilómetros de México DF, y conseguí también un agente aduanal. Yo quería siempre hacer las cosas bien, no quería meterme en líos. Yo decía: quiero esa moto y él te la gestionaba. Yo iba a Laredo y la traía por carretera. Era increíble. Podía ganar a una moto que me costaba de aquella entre 3 y 6 mil dólares, a lo mejor 500 o 1.000 dólares. Hice mucho negocio con eso. Es que en México no había, la anunciaba en el periódico y la vendía”.

Primeros trabajos en el ámbito contable

“Cuando estaba estudiando en la Universidad, había un maestro que tenía un despacho de contadores públicos. El despacho se llamaba Casas Alatriste, el apellido del fundador. Él me invitó a ser adjunto suyo en la Universidad cuando ya estaba en el segundo año de la carrera. Si él no llegaba por alguna razón a una clase que tenía con el primero y el segundo año, la daba yo. Y cuando acabé la carrera me dice: oye, vente al despacho. Para mí eso una cosa increíble”.

“Llegué al despacho y el primer trabajo que me dieron fue hacer un legajo de papeles. Había que ordenarlos, los que correspondía a caja y bancos, los que correspondía a activos fijos y adquisiciones, impuestos…. Agarrabas un folder, le hacías un hoyo aquí, le ponías una grapa ahí y después le ponías celo para protegerlo. Ese fue mi primer trabajo. Me sentí tan inútil… De veras tan inútil que cuando se acercó la quincena que teníamos que cobrar, llevaba como tres o cuatro días en el despacho, me llegó mi cheque. Y ese cheque todavía lo tengo. Lo tengo porque nunca me pareció correcto cobrarlo, porque sentía que no entonces sabía nada. Veía a todos los demás muchachos que ya estaban ahí con una maestría y una diligencia para las cosas… Hablaban de negocios, de problemas de las empresas, de soluciones …. El despacho trabajaba con un cuidado profesional fantástico. Todo perfecto tenía que ser. Auditabas empresas como Ferrocarriles Nacionales de México, Volkswagen, diarios importantes de la ciudad, empresas de primer nivel”.

“Entré de aprendiz. Y a los cuatro años ya renuncié a ese despacho. Ya era encargado de los trabajos, el responsable dentro de la auditoría, crecí muy rápido. De ahí me fui a una empresa muy importante en México, de un grupo muy importante en el sector financiero, cervecerías, bancos. Yo fui a la parte minera, que se llama Industrias Peñoles. Era la segunda más importante productora de plata del mundo. Hoy debe ser la primera. Tenían unos estándares de trabajo extraordinarios también. Yo tendría de aquella, 26 años y salía como contador senior. Pero digamos que en el despacho yo ganaba 2.500 pesos, como referencia, poco para lo que era el costo de la vida. Además, el problema para dejar el despacho fue también que yo había comprado ya un auto. Me había ido bien en mis negocios y tenía un Ford Maverick de ocho cilindros, muy bonito, pero no podía dejar el coche dentro de la empresa. Y un día salí y alguien lo había chocada y me costaba la reparación más de lo que yo ganaba al mes. Así que me dije: me tengo que ir”.

Más plata donde producían toda la plata

“Así que llamo a empresas. Voy al departamento de auditoría (de Industrias Peñoles), y me entrevisto con el gerente, un señor fantástico, Julio Padilla, del cual tengo el honor de ser su amigo y de reunirme todavía con él. Tuvimos una plática muy agradable. Y me dice: bueno, tienes que empezar aquí desde abajo. Y yo ya tenía un nivel mucho más alto, pero me dice: tienes que entrar como auditor B, ni siquiera A y mucho menos encargado. Así que entré. Y me dice: a ver si está de acuerdo con el sueldo. E sueldo iban a ser 12.500, más del doble de lo que ganaba antes. Y me quedé”.

“Crecí muy rápido. En cuatro años pasé por diferentes puestos. Encargado de auditoría de la empresa y contador, hasta ya contralor corporativo, que es una posición antes del director de finanzas. Ya tenía auto, tenía acciones de la empresa, tenía un sueldo muy alto. Entonces el director de finanzas de Industrias Peñoles se va a un grupo cementero, una multinacional de muy buen tamaño, que se llama Cementos Mexicanos. Tiene negocios de toda Latinoamérica, aquí en España también. Me ofrecen ser contralor general en Cementos Mexicanos. Ya era una posición muy importante, una multinacional. Yo quería estar ahí, conocer el sistema, quería brincar a las empresas grandes multinacionales. Entonces renuncié para irme con el que había sido director financiero del grupo Peñones a Cementos Mexicanos”.

Los mejores alimentos y el color de la Coca-cola

“En Cementos Mexicanos me fue muy bien. Estuve 4 años. Entonces recibí la oferta de trabajo de una multinacional muy grande que se llama Bestfoods. Ahí me nombraron director de finanzas. Ya era un brinco muy importante. Tendría en este entonces 31 o 32 años. Muy joven. Bestfoods tiene las marcas Knorr, de caldos de pollo, mayonesa Hellman’s, muchas marcas… Por ejemplo le vendía a Coca Colar y a la Pepsi su color, que se saca de una miel de maíz que tiene poder colorante muy alto”.

“En esa empresa crecí muchísimo. Entré como director de finanzas de México, pero después fui director de finanzas del Cono Sur: Argentina, Chile y Uruguay, Paraguay…. Viví en Argentina, fui director ya en la empresa en Argentina, también de la empresa venezolana”.

“Después Bestfoods es adquirida por Unilever. Me confirmaron como director de finanzas en la fusión. Yo me encargué de la unión de los dos negocios. Hubo capítulos muy interesantes. En esa empresa, yo fui contralor, director de finanzas para Latinoamérica, viviendo en Nueva York. Desde 1995 hasta el 98 lo pasé en Nueva York. Y ahí me dio la oportunidad de la empresa de hacer un posgrado en la Universidad de Wharton, de la Universidad de Negocios de Pensilvannia. Estuve ahí un año estudiando, incluso con mi familia en Philadelphia. La empresa quería que yo tuviera un grado de mercadotecnia, además. Incluso tuve una oportunidad de ser director de la empresa en Italia. Pero, bueno, al final me fui de Unilever, preferí quedarme en México.

El paso a Bacardí

“Tenía 45 años, tenía derecho a la jubilación anticipada con un año de sueldo adicional y decidí tomar eso porque Bacardí me estaba ofreciendo la vicepresidencia de la empresa en México. Entonces, me vino de maravilla. Me quedé hasta que concluí el proceso de unión de las empresas y en marzo de 1999 me fui a Bacardí”.

 “Y ahí empecé en una empresa también fantástica. Para mí era muy bonito porque era una empresa mucho menos compleja. En Unilever manejaba 300 productos, un monstruo de empresa. Una de las mayores del mundo. Muchas divisiones. En Bacardí, en cambio, iba a va a ser solo un producto. Era maravilloso. Ahí trabajé muy a gusto hasta que me jubilé con 56 años”.

“Yo tenía muchas ganas de poder disfrutar ya de vacaciones. Mi vida profesional fue muy estresante. Siempre me gustó, siempre lo disfruté, pero no podía tomar vacaciones de más de una semana. Venir a España para mí era una prioridad. Tras jubilarme, compré en una casa aquí en Somió. Y traté de venir todos los años ya. Al jubilarme me dediqué a la consultoría individual. Y me invitaron a participar en el Centro Asturiano, es algo lo que me encanta. En el Centro soy prosecretario, digamos que en la organización soy el cuarto.

La constante vinculación con Asturias

"El Centro Asturiano de México es una cosa impresionante, por las instalaciones que tiene. Y todo eso está como si lo hubiéramos construido ayer porque se ha ido remodelando todo. El Centro Asturiano tiene cerca de 24.000 socios. Y eso porque perdimos 4.000 en la pandemia. Había mucha gente mayor, pero también por la cuestión económica.

“Mantener la vinculación con Asturias es una prioridad para el Centro Asturiano de México. Todos los años vienen alrededor de 30 chicos jóvenes, entre 14 a 18 años, más o menos. Y se les trata de que inculcar que ellos conozcan Asturias de primera mano. Hemos recibido por parte de las autoridades también del Gobierno de Asturias mucho apoyo. Los reciben, les hacen explicaciones especiales de las cosas, ellos vienen con guías, con adultos que los van guiando en un programa sobre los aspectos más importantes de Asturias. También tenemos un grupo folclórico muy grande. Y se les dan clases de todo lo que es el folclore asturiano, debe ser el grupo más grande de todos los centros”.

“Para nosotros es sumamente importante mantener esa vinculación con Asturias. Le pongo el ejemplo personal. Para mis hijas no hay nada más importante para ellas y ni prioridad en todo el año que venir a Asturias. Tengo dos hijas. Ya son mayores, ya están en los 30 años. Hicieron la carrera en mercadotecnia y la verdad es que a las dos les ha ido muy bien. Son ejecutivas en empresas importantes. Y no sé cómo se las arreglan, pero vienen dos semanas todos los años. Vengo entre un mes y medio y dos meses con mi esposa. Mi esposa, que también era ‘acountant’, tiene raíces cántabras por parte de padre. Y este año renunció al trabajo, que le ha costado mucho hacerlo, pero porque ya queremos estar más tiempo”.

“Yo nací aquí, y cada piedra de Arangas de Cabrales me dice a mí algo. ¿Por qué yo escojo a venir aquí pudiendo ir a Estados Unidos, a Florida o a otro lugar? Pues porque a mí me llama esto de una forma increíble. Asturias, primero, es un lugar maravilloso para venir. Nos gusta Asturias físicamente. Pero el cariño que sientes es un amor que no se puede explicar. Le voy a decir una cosa que puede sonar cursi: cuando llego a Asturias y respiro el aire asturiano, para mí es un capítulo particular. Estar en Asturias, respirar este aire de Asturias, ver a los asturianos, ver a tanta gente que tengo aquí, a mi familia, a tantos amigos de la escuela, de los pueblos… Yo veo a los asturianos una forma diferente a como ustedes se ven. Yo veo a un asturiano y yo lo siento como de mi familia. De veras, lo digo como honestidad. Mire, yo en México soy español y en Asturias soy mexicano. Pero yo soy asturiano. Cada vez que me dicen: ‘Ah, usted es mexicano’, yo digo ‘Soy mexicano de cabrales”. Yo me levanto pensando en Asturias y me acuesto pensando en Asturias, de veras es así”.

La calidad de vida de Asturias

“En estos 50 años he visto mucho progreso en Asturias. Por el cuidado que tienen por las ciudades. Ustedes quizá no lo vean, pero yo vivo en un país que tiene muchas carencias. Muchas oportunidades, pero también muchas carencias. Y la parte social, de la cual también veo que ustedes se quejan mucho, yo veo un estándar muy alto. La salud, la calidad de vida. Ves a toda esa gente que camina todos los días en el Muro y que camina por las calles y que espera el fin de semana para ir de bar en bar y disfrutar tanto de la gastronomía... Eso no lo ves allá afuera. Y la seguridad que tenéis en Asturias. Hay veces que dejo el portón abierto de casa y enseguida llega el el relax: pues mañana se puede volver a quedar abierto. O la relación que tengo con mis vecinos, que algunos tienen llave de mi casa. Eso es impensable, allá toda esa cercanía. La calidad de vida que tengo aquí, no la puedo tener allá. A lo mejor la puedo tener en Estados Unidos, pero mi relación con la gente, porque a mí me gusta relacionarme con la gente, no puede ser igual”.

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