Una empresa asturiana, una colonia menonita y una insospechada oportunidad de mercado: los cuarenta años de Reny Picot en México

La multinacional láctea asturiana implantó la que hoy es su filial más fructífera en el extranjero tras identificar un nicho de negocio en la compra del suero que la comunidad anabaptista asentada en el estado de Chihuahua desechaba tras elaborar sus quesos

Una vista aérea de la planta de Reny Picot en Cuauhtémoc (Chihuahua).

Una vista aérea de la planta de Reny Picot en Cuauhtémoc (Chihuahua).

Una región árida y seca del norte de México, situada a más de 2.000 metros de altitud y con el agua a quinientos de profundidad, es el ecosistema improbable en el que germinó y creció la primera y más floreciente filial exterior de una multinacional agroalimentaria asturiana. Este año hará cuarenta que el grupo Industrias Lácteas Asturianas (ILAS), fabricante de Reny Picot, abrió en Cuauhtémoc, estado de Chihuahua, la primera puerta de una presencia internacional que hoy abarca seis países de tres continentes. Sucedió a mediados de los años ochenta, en un sitio peculiar y de un modo fuera de lo común, cuando la empresa identificó una oportunidad de negocio poco previsible en una zona del país azteca que una abundante colonia de menonitas, comunidad étnica y religiosa originaria de los Países Bajos y Alemania, había ganado al desierto y acondicionado para dedicarla al aprovechamiento agrícola y ganadero.

Los menonitas, cristianos anabaptistas como los amish, se asentaron en este rincón de México en 1923, después de una historia de peregrinaciones forzosas cuyas últimas escalas habían sido Rusia y Manitoba (Canadá). En Chihuahua dieron continuidad a su tradición de grandes productores de leche y elaboradores de queso. El radar de la expansión internacional de ILAS levantó el periscopio en dirección a México y detectó un nicho de mercado en la posibilidad de comprar a los menonitas un excedente de la fabricación del queso que hasta entonces ellos tiraban o utilizaban simplemente para dar de comer a los cerdos: el suero de la leche. La planta que la compañía láctea asturiana decidió instalar para su secado y comercialización –tiene múltiples aplicaciones en la industria alimentaria, entre otras la leche de fórmula infantil– ha llegado hasta el presente con 440 empleados y una producción cada vez más diversificada de derivados lácteos. Ha multiplicado por quinientos la facturación desde mediados de los ochenta y es la segunda más fructífera del grupo tras la matriz de Anleo (Navia).

Pero eso son sólo los números, y esta historia necesita también el color de la experiencia de José María Fernández, el valdesano de Almuña que dirige la filial desde poco después de su nacimiento. El relato necesita las vivencias de su llegada, en 1986, a este lugar en el que los menonitas, con sus costumbres “muy tradicionales”, “tenían tractores con llantas de hierro, se movían en coches de caballos y no tenían radio ni televisión”. Hoy todo ha cambiado tanto que Chihuahua, 370 kilómetros al sur de El Paso (Texas), ya “se parece más a Estados Unidos que a México” y ellos se actualizaron tanto que además de en la agricultura y la ganadería han entrado en la tecnología y “ahora mismo tienen una industria metalmecánica impresionante”…

José María Fernández, ante la planta de ILAS en México.

José María Fernández, ante la planta de ILAS en México. / J. M. F.

Si vuelve al principio, Fernández observará de nuevo el primer secador que tuvo la compañía, con capacidad para setecientos kilos a la hora, y contará que tuvieron que ampliarlo para alcanzar los 2.000 kilos en 2001 e instalar otro mayor en 2007, y otro en 2009, 2015 y 2016… “Hoy contamos con seis secadores”. Con el suero empezó todo, pero hubo mucho más. Allá por el año 2002, empezaron a comprarles también los excedentes de leche que generaba la estacionalidad de la producción –“las vacas dan mucha más en primavera que en invierno”– y que las queserías de la zona no podían asumir… “Siempre hemos tenido una relación extraordinaria con los menonitas”, señala el ejecutivo valdesano, “quizá porque nunca competimos, siempre fuimos a resolver sus problemas”.

Con aquella operación de adquisición de excedentes crecieron a la vez las queserías y la planta de ILAS, que ahora puede llegar a 1,2 millones diarios de suero desmineralizado y que fue poco a poco diversificando sus líneas de producción. Añadió al catálogo la leche en polvo –entera, descremada y con grasa vegetal, “que aquí en México se utiliza mucho”– y a partir de 2011 la grasa butírica anhidra, un producto que se elabora con la grasa que se le retira a la leche al descremarla y que se exporta en barriles a Estados Unidos para su uso en la manufactura de chocolates o quesos fundidos.

“Casi a partir de una anécdota”, surgió en 2018 otra posibilidad insospechada, la del queso crema. Fue cuando José María Fernández exploraba una oportunidad de producir cuajada para rulos de queso de cabra y Francisco Rodríguez, fundador de ILAS, le cambió una idea por otra… Ahora también son el segundo productor más potente de México de esta variedad que no será la última, porque la fábrica tiene en cartera una nueva expansión para empezar a fabricar este febrero caseína Rennet, una proteína de la leche fundamental en el proceso de confección de los llamados “quesos análogos”, no cuajados, sino fundidos… “Seremos la primera planta productora de Norteamérica”, celebra Fernández mirando atrás para comprobar complacido que la factoría “siempre está ampliándose. Creo que no ha habido un año que nos quedáramos sin hacer inversiones o estar en algún momento en obras”.

“Hay que tener visión”, valora, “para instalar en un lugar tan perdido de México una planta que acaba siendo tan exitosa”. A mediados de los ochenta, José María Fernández trabajaba en Asturias para una empresa que fabricaba envases metálicos, nada que ver con la industria láctea, y por razones familiares “siempre tuve mucho cariño a México”, pero “no sabía de leche absolutamente nada”. Le llegó la propuesta para incorporarse a la planta que casi acababa de nacer en Chihuahua y recién casado, sin hijos, cruzó el charco. “Fueron duros los primeros seis u ocho meses”, admite, pero el trabajo no tardó en absorberle y de pronto han pasado 39 años. “Enseguida empezamos a conocer gente, a comprobar que la mexicana es una sociedad muy amistosa” y hasta hoy…

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