Entrevista | Jorge Fernandez Díaz Ganó el premio "Nadal" con "El secreto de Marcial"
"Madre solo hay una, pero cada padre es un enigma y me tocaba resolverlo"
Con "Mamá" rindió homenaje a Carmina, su madre asturiana que emigró a Argentina. Allí conoció a Marcial, también en busca de un porvenir. Su aproximación entre la realidad y la ficción a la enigmática figura paterna ganó el premio "Nadal"
"El secreto de Marcial" se presentará el día 13 en el Club LA NUEVA ESPAÑA. Si con Carmina saldó en vida "todas las cosas de este mundo, el fantasma literario de Marcial, sin embargo, no ha dejado de perseguirme"

Jorge Fernández Díaz, con un ejemplar de su novela. | CARLOS RUIZ
El periodista y escritor Jorge Fernández Díaz (Buenos Aires, 1960) convirtió la vida de su madre Carmina en la inspiración para un libro que nació sin hacer ruido y pronto se convirtió en un fenómeno editorial: conmovió y removió sentimientos y memorias. Con su padre Marcial, que pasa de secundario a protagonista, las cosas fueron distintas por ser vínculos más distantes, pero el autor sabía que habría de llegar a ese capítulo enigmático y tentador. El resultado es "El secreto de Marcial", novela ganadora del último premio Nadal. Sus padres, aquellos emigrantes asturianos que tanto guerrearon en casa y que al final "se aborrecieron", viven en las páginas un reencuentro literario que es, también, el regreso de Marcial a su tierra de origen, "justo él que desconfiaba tanto de la literatura. Qué ironía".
-¿Deuda saldada?
-Aquí narro por primera vez la muerte de mi madre, que fue muy penosa y envuelta en las nieblas del Alzhéimer. Pero con Carmina saldé en vida todas las cosas de este mundo. El fantasma literario de Marcial, sin embargo, no ha dejado de perseguirme. Era un personaje secundario en "Mamá" y también en nuestras vidas. Carmina era una matriarca elocuente y bravía, una prima donna de la casa, e iba eclipsando a mi padre, que fue saliendo de escena y que se convirtió por lo tanto en un gran misterio para nosotros. Ése era, a su vez, un gran aliciente para escribir sobre él, pero yo no sabía cómo hacerlo. Tardé diez años en comprender cómo escribir esta historia.
-Con "Mamá" tuvo ocasión de entrevistar a la protagonista. Aquí no. ¿Lo echó de menos?
-Los recuerdos no bastaban y la mayoría de los viejos amigos de mi padre habían muerto; no se podía escribir esto como una memoria objetiva o como una biografía. No se podía escribir "Papá". Recién cuando me di cuenta de que debía abordar a mi padre como un personaje y a su historia como una novela de autoficción, el atasco acabó y el proyecto se puso en marcha.
-¿La ficción llena los espacios que deja la realidad?
-No es que la llena, como en una novela histórica, sino que la recrea, la fecunda y permite convertir en narración algunos mitos familiares inquietantes y jamás develados. Por otra parte, tuvo gran importancia un artículo que escribí hace unos años en el "ABC Cultural acerca de cómo mi padre tomaba cosas de las películas en blanco y negro que veíamos en aquel viejo televisor de Buenos Aires, y las utilizaba para darme una especie de educación sentimental indirecta. José Luis Garci recogió ese guante y contó cómo su propio padre hacía lo mismo. Y entonces pensé: no solo somos lo que comemos, también somos lo que vimos. En nuestra infancia y adolescencia, en las pantallas y en el reflejo de los ojos de nuestros padres. Nos moldeamos con esos melodramas y aventuras, nos llenamos de maravillas y también de malentendidos. Para escribir esta novela volví a ver todas las películas, unas 200, que veíamos con Marcial, y fui recordando lo que hablábamos acerca de ellas. El amor, el engaño, la amistad, la valentía, la infidelidad, el sexo. Mi padre descubrió en "Qué verde era mi valle" lo que debía hacer conmigo cuando me pegaban en el colegio.
-¿Las películas fueron la vía de comunicación ?
-Cuando estalla la guerra de Malvinas, yo era joven, estaba "ebrio de patriotismo" como se decía en "Conspiración de silencio" (1955), y anuncié que me iba a presentar de voluntario. Mi padre me citó en el café y no me dijo nada del asunto, sólo sacó a la luz una película que habíamos visto. Luego me di cuenta de que hablaba de "Los mejores años de nuestras vidas", donde un soldado vuelve de la guerra sin sus dos brazos. Marcial no me podía decir que no me anotara como voluntario, pero de alguna manera me lo estaba diciendo con esa película.
-¿Le hacían bullying cuando era niño?
-Sí, como en casa todos hablábamos bable, resulta que en la escuela los chicos argentinos se burlaban de mí y me pegaban palizas. Yo no decía nada, pero Marcial y Carmina se daban cuenta. Hasta que una vez, viendo esa cinta de John Ford, al niño de la película le ocurre algo parecido y los hermanos mineros le enseñan a boxear. Mi padre me compró entonces un kimono y mi madre me anotó en una academia de judo. El acoso terminó. Por eso digo que John Ford salvó mi vida…
-¿Qué aprendió investigando la vida de su padre?
-Que aquellas películas le permitían hablarme sutilmente acerca de cuestiones de la vida y que nuestra relación reproduce la de tantos padres de anteriores generaciones, que no estaban capacitados para comunicarse emocionalmente con sus hijos. "El secreto de Marcial" trata esencialmente de esa imposibilidad y de cómo ese hombre hermético me profetizó la miseria y luego me dio por perdido.
-¿Cuándo fue eso?
-Fue cuando descubrió que yo quería ser escritor y luego periodista, que en ese momento era un oficio de bohemios y borrachos. Marcial creía que yo quería ser simplemente un vago, y eso era un pecado mortal para un emigrante asturiano. Estuvimos distanciados siete años, donde casi no me hablaba…
-Esa situación se arregló…
-Fue cuando a los 24 años yo escribía folletines de novela negra por entregas en un diario vespertino. Trataban sobre las mafias de entonces, por ejemplo, los secuestros extorsivos, y el folletín tenía mucho éxito. Un día suena el teléfono en mi escritorio y era Marcial. "¿Recuperará el dinero?", me preguntó sin decirme hola. Yo tardé en comprender que el capítulo de aquel día acababa cuando un ladronzuelo robaba en la calle una bolsa con cientos de dólares para un rescate. "¿Para qué querés saberlo, papá?", le pregunté. Y me respondió: "Porque todos los parroquianos del bar lo están leyendo, se pusieron nerviosos y me pidieron que te lo preguntara. ¿Recuperará el dinero?" Yo le dije sí, aunque con los ojos llenos de lágrimas. Y todavía Marcial preguntó: "¿Estás seguro?", como si no se creyera que yo inventaba y escribía, cada día, esa historia de ficción. Luego me cortó abruptamente, y yo fui al baño a llorar.
-La literatura que los había distanciado volvió a unirlos.
-Eso es.
-¿Cómo le quedó el cuerpo al concluir este libro?
-Como es una fusión entre realidad y novela, entre testimonio y búsqueda, el libro me fue sorprendiendo a mí mismo, incluso con sus giros y con el destino de algunos personajes que rondaban la familia. Sentí una gran emoción al recibir el premio más longevo y prestigioso a la literatura en español, el Nadal, y al descubrir que mi padre había regresado a España convertido en una novela. Justo él que desconfiaba tanto de la literatura, vaya ironía…
-¿Qué Asturias encontramos?
-Aunque hay una pequeña escena en el cementerio de Luarca, la verdadera Asturias que encontrarán será la de los emigrados de Oviedo, de Gijón, de Avilés, de Taramundi, de Belmonte de Miranda, de Cangas de Narcea, de Tineo, de Mieres. De tantas ciudades y pueblos que vieron partir a sus familiares y vecinos. Verán cómo esos emigrados formaron una Asturias del otro lado del Atlántico. Y cómo eran sus ritos y sus alegrías, sus desgracias y sus intrigas. Fue una comunidad gigantesca, bravía, inolvidable, y hoy está en vías de extinción. La biología está acabando con los últimos gladiadores de aquella épica.
-¿Cómo recuerda la relación entre Marcial y Carmina?
-Tal vez fueron felices al principio, pero luego se fueron distanciando, de a poco y sin grandes incidentes, como barcos que marchaban juntos y de pronto se alejan y un día están a una distancia imposible. Guerrearon mucho en casa, al final se aborrecieron.
-¿Se inventó el enigma o llegó a resolverlo de verdad?
-Hay un enigma familiar, también la búsqueda de un hombre perdido, la duda sobre una mujer desconocida, y esas ideas siempre nos rondaron a mi hermana y a mí. La conjetura fue resuelta de un modo novelístico, aunque salvo nosotros nadie podrá determinar dónde termina la vida y dónde empieza la película. Ese es el juego literario. Y eso me permitió además crear un suspenso en los tramos finales, digamos en el tercer acto del libro, pero no quiero referirme a eso porque es como revelar un truco de magia, arruinar el encanto y destriparle la trama al lector.
-¿Se marcó líneas rojas?
-Sí. Aunque aquí son personajes literarios, al fin y al cabo se trata de mis padres. Y actúan como siempre actuaron. Yo pienso que madre sólo hay una, pero que cada padre es un enigma. Entonces, esta historia tenía que ser en el fondo una novela de enigmas. Y al hijo le tocaba intentar resolverlas.
-¿Es inevitable el pudor cuando se escribe de los padres?
-Sí, el pudor es saludable incluso. Pero lo central que plantea la novela es una pregunta: ¿cuánto sabemos de verdad todos nosotros acerca de nuestros padres? ¿Sabemos realmente cuanto hicieron y sintieron, conocemos sus secretos y sus sueños íntimos? ¿Podemos verlos simplemente como hombres? Creo que la mayoría no puede dar fe, con una mano en el corazón, de que conoce cabalmente a ese hombre (su padre) y sus circunstancias más allá de la historia oficial que se cuenta en las sobremesas. Como enseña Freud, la novela familiar –el relato que cada grupo humano se da a sí mismo– es muy engañosa.
-Aquel primer primer baile en el Centro Asturiano… Imagine.
-Cuando era niño yo creía que Marcial era Tyrone Power y Carmina era Maureen O’Hara, sus ídolos de ese momento. Y de alguna forma, para mí lo fueron. Los dos eran guapos…
-Marcial tenía aire de secundario de Hollywood, ¿encontró respuestas en su mirada?
-Sí, hay en su cartilla naval –hizo la mili a bordo del Crucero Galicia– una foto donde se lo ve como un joven actor secundario, y en sus ojos se mezclan la esperanza y la melancolía. Ya mostraba una melancolía anticipada. Esa cartilla forma parte de la trama.
-¿La emigración como épica?
-Sí, los asturianos que cruzaron el mar y se instalaron allí no solo lucharon contra su dolor y su desarraigo, sino contra las siete plagas de un país de adopción que vivió crisis económicas, inseguridad, violencia, dictaduras y hasta una guerra con Gran Bretaña. También cuento algunas de esas pestes que los azotaron.
-Qué grande era el cine...
-Nosotros vivíamos en una casa de un barrio pobretón, y las películas de Hollywood que veíamos nos mostraban las modas, los vestidos, las bebidas, los escenarios, lo dilemas morales, los engaños, las "mujeres buenas y las malas". Era una ventana a un mundo que parecía lejano. Pero, tal como lo narro en mi novela, se nos iba metiendo en nuestras vidas y nos iba influyendo de un modo u otro. De nuevo: somos lo que vimos.
-"La gracia de un valiente es no serlo demasiado", decía un personaje de _Ford. ¿Marcial lo era?
-Sí, era valiente, pero también de una sensibilidad tremenda, escondida dentro de una coraza muy dura, inexpugnable.
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