Entrevista | Pablo Martínez Rodríguez Vicepresidente de desarrollo en oncología de la multinacional biotecnológica Amgen

"Cada año hay más terapias nuevas contra el cáncer; esa velocidad nos hace optimistas"

"El avance de la tecnología hace pensar que en el transcurso de mi vida probablemente el cáncer pasará a ser una enfermedad crónica; será como la tuberculosis, que horrorizaba a mi abuela por las muertes que causaba cuando ella era niña, pero a mi generación ya no"

Pablo Martínez Rodríguez.

Pablo Martínez Rodríguez.

Si se para un momento, a Pablo Martínez Rodríguez (1980) le va a dar vértigo pensar en el viaje del niño de Puenticiella (Cangas del Narcea) que de repente está en Los Ángeles y a los 44 años es el vicepresidente de una multinacional de la biotecnología con 27.000 empleados y presencia en el mundo entero. Asimila mejor el recorrido cuando se lo cuenta a «pequeños pasitos». Pablo también es el chaval que siempre quiso ser médico y el estudiante que escogió la optativa de Oncología en el último curso de la carrera en Oviedo, el MIR del Hospital Vall d'Hebrón y el oncólogo que pasó siete años entre ensayos clínicos a la búsqueda de terapias contra el cáncer en Barcelona.

Es el investigador que no podía decir que no a una beca en Harvard y al que vinieron a buscar de la industria farmacéutica. Hizo carrera primero en AstraZeneca y desde hace tres años en Amgen, un gigante del sector en el que ejerce desde octubre como vicepresidente de Desarrollo en Oncología. Ha intervenido en el hallazgo de un tratamiento de inmunoterapia que se demostró eficaz contra los tumores de cuello uterino y ha liderado el desarrollo de otro recién aprobado en Estados Unidos para el cáncer de pulmón de célula pequeña. Con los pies vocacionalmente pegados a las raíces, vuelve a Cangas al menos los veranos y las navidades, pregonó las fiestas del Carmen y la Magdalena de 2023 y acaba de ser distinguido con la «Manzana de oro» del Centro Asturiano de Madrid.

–¿Volvemos a Puenticiella? ¿Aquel guaje ya quería ser médico y curar el cáncer?

–Lo de la medicina lo tuve claro desde muy pronto. Siempre he sido curioso, y saber cómo funcionaba el cuerpo me despertaba curiosidad, pero a la oncología no llegué hasta el último año de carrera, tal vez porque justo entonces falleció un tío mío que había sido minero y tuvo un cáncer de pulmón. Le operaron, y quise saber qué había pasado, cómo había vuelto a aparecer el tumor en la cabeza… Me fascinó también la relación especial que se establece entre el oncólogo y el paciente, muy compleja, pero a la vez muy humana, muy diferente a la de otras especialidades. Es duro, estás atendiendo a gente que se encuentra en una situación muy vulnerable, que tiene miedo y se enfrenta a algo completamente desconocido, y esa vulnerabilidad hace que haya una respuesta muy inmediata a cómo te comportas como médico y a lo que haces, una respuesta muy cercana y muy agradecida, única. No sé si es por venir del pueblo, pero esa parte humana de la especialidad me parece entrañable.

–¿Se atreve con el minuto y resultado de la batalla contra el cáncer? ¿A qué distancia está la meta?

–La situación ha mejorado, pero todavía no es óptima. Somos optimistas porque miramos hacia atrás y vemos que hace cuarenta años prácticamente no había nada contra el cáncer y es en los últimos veinte cuando han llegado las nuevas terapias, anticuerpos, vacunas, inmunoterapia, y hemos avanzado mucho. Las tasas de supervivencia ya superan desde hace años de forma global el cincuenta por ciento, pero lo que nos hace ser más optimistas es la velocidad: hay nuevas medicinas contra el cáncer cada año, y cada año hay más. El avance de la tecnología y el progreso de lo que conocemos sobre la enfermedad hace pensar que probablemente, en el transcurso de mi vida, pasaremos a considerar el cáncer una enfermedad crónica. Yo siempre hago la comparación con la tuberculosis. A mi abuela eso era lo peor que le podías decir, porque aquello mataba mucha gente cuando ella era niña… Pienso que cuando yo sea mayor, alguien me contará que tiene un cáncer y los de mi generación estaremos horrorizados, pero el que lo tiene dirá: «Yo me tomo este tratamiento y ya está...»

–Cuando trabajaba en Barcelona, colaboró en el descubrimiento de un tratamiento de inmunoterapia efectivo contra el cáncer de cuello uterino. ¿Se puede describir la sensación del hallazgo?

–Sientes como si hubieras ganado una maratón. Te sientes muy realizado, eres consciente de que es algo único y de que hay mucha gente que ha trabajado toda su vida y no ha tenido la suerte de vivir ese momento… Se podría decir que es una satisfacción sin euforia, un poco la paz del guerrero. Yo lo vivo con humildad, pero también con satisfacción, tendiendo a pensar que ha merecido la pena.

–El Pembrolizumab ayuda a las células inmunitarias a destruir las cancerosas. ¿Cómo funciona?

–El sistema inmune detecta todo lo que no es tuyo. Por eso el descubrimiento de un cáncer, que básicamente son células que se convierten en extrañas, es un indicio de que el sistema inmunitario ya ha fallado en la tarea de matar las células cancerosas. Estos tratamientos descubrieron que el cáncer tiene un mecanismo para escapar, un «escudo» contra el sistema inmune, y son capaces de destruirlo, consiguiendo que sean las propias células inmunitarias del paciente las que ataquen otra vez al cáncer. Es como si le quitáramos el camuflaje. No funciona para todos los cánceres, ni en todos los pacientes, pero sí en un grupo importante. Si comparamos esto con la quimioterapia entenderemos el beneficio que se obtiene con estos tratamientos de inmunoterapia, con muchos menos efectos secundarios, y por qué ha supuesto un cambio de paradigma.

–¿Hacia dónde va ahora la inmunoterapia?

–Surgió hace aproximadamente una década, ahora estamos en otro nivel en el que el principio es el mismo. Seguimos intentando activar el sistema inmune para atacar el cáncer. El año pasado se aprobó en Estados Unidos otro fármaco que lideré, en este caso contra el cáncer de pulmón de célula pequeña y que esperamos que en un año o dos esté aprobado también en Europa.

–¿Se utiliza ya como sustituto de la quimioterapia?

En Estados Unidos este nuevo tratamiento ya está aprobado y se utiliza después de la quimioterapia y se trataría, sí, de poder utilizarlo en su lugar. Por eso decimos que los avances no repercuten sólo en los resultados, sino en la calidad de vida del paciente, porque estos nuevos tratamientos suelen tolerarse mejor que la quimioterapia.

–La Asociación Española contra el Cáncer ha situado el objetivo en el estímulo de la investigación para alcanzar una tasa de supervivencia del setenta por ciento en 2030. ¿Le sirve?

–Sí. En torno al año 2000, superar el cincuenta equivalió a rebasar una barrera mental que en los ochenta parecía inalcanzable. Ahora estamos en el cincuenta y ya empezamos a hablar del setenta, de una situación en la que el cáncer ya no sería una sentencia de muerte, en la que se podría decir con cierta seguridad que la mayoría de los pacientes lo van a superar. Depende del tipo de cáncer, de cuándo se haya cogido, pero todos recordamos el cáncer de testículo de algún ciclista famoso que tenía metástasis y sobrevivió. Pues lo que era una situación única de un tipo de específico de tumor cada vez se está extendiendo a más. Yo creo que el setenta por ciento es ambicioso, pero realizable.

–¿Casi cualquier tumor se puede curar ya si se coge a tiempo?

–Sí. Así es.

–Pero el concepto del tiempo es aquí muy difuso. Dependerá de muchos factores, y sobre todo del tipo de tumor...

–Claro. Cuanto más pequeño y más localizado, mejor. Pero hay tumores que se consiguen cronificar incluso estando avanzados. Hay que decir que ese setenta por ciento es muy simplista, porque depende del tipo de tumor, y no es lo mismo un cáncer de mama que uno de páncreas, pero incluso del de páncreas, cogido a tiempo, se puede sobrevivir.

–Asturias tiene la mayor tasa de incidencia del cáncer en España. ¿Alguna explicación además del envejecimiento de la población?

–Esa es una importante. El cáncer es una enfermedad asociada a la edad, porque se acumulan mutaciones en tus células y cuanto más vives, más expuesto estás a contaminantes. Pero Asturias también tiene una situación particular, que viene de la relación que esa población envejecida ha tenido con la mina, o con un entorno concreto de combustión de carbón y también con el tabaquismo… Si entiendes el contexto, no te sorprende.

–¿La mejora de ese entorno debería servir también para ir mejorando las tasas?

–Lo que hay que transmitir es que aunque tengamos más incidencia, una persona a la que se le diagnostica un cáncer a los 75 años va a tener las mismas opciones de tratamiento y los mismos resultados en la cuenca minera asturiana o en el barrio de Salamanca de Madrid. En Asturias vemos más casos porque tenemos más gente de esa edad y con mayor exposición a contaminantes, pero eso no significa que el pronóstico sea peor. Eso es importante decirlo.

–La inversión en investigación es un debate recurrente en España. ¿Nota la diferencia en Estados Unidos?

–Desde luego que hay más inversión y más dinamismo en la investigación en Estados Unidos, pero eso depende de dónde decida cada uno poner su dinero. El sistema sanitario es mucho mejor en Europa que en Estados Unidos, por ejemplo. Los recursos son limitados y hay que orientarlos. ¿Se podría hacer más y mejor? Seguro que sí, la mayoría pensamos que se puede hacer algún esfuerzo más, pero para destinar los recursos a investigación tienes que quitarlos de otro sitio y es ahí donde se deben priorizar las decisiones. Lo importante es que con los medios y los recursos que se invierten la investigación que se hace en España es muy buena.

–Usted también puede comparar sistemas sanitarios y también defiende mucho la calidad del español.

–Lo hago porque creo que es de justicia que todo el mundo tenga acceso a una sanidad básica y porque también reconozco que soy el producto de la educación pública. Sigo teniendo muy claro cuáles son mis raíces independientemente de donde esté. En una ocasión leí que Julia Otero decía en una entrevista «yo voto contra mis intereses, pero en línea con mis principios». Soy del mismo parecer.

–¿Le ha cambiado mucho la vida la vicepresidencia de un gigante con 27.000 empleados y presencia en casi todas partes del mundo?

–Todavía estoy al principio, acostumbrándome al impacto increíble de las decisiones que puedo tomar o el presupuesto que se maneja. Me resulta difícil de concebir, porque yo me sigo viendo como el mismo guaje de Puenticella. Ahora veo lo que pone en el cargo y no sé si es el síndrome del impostor… Me tengo que recordar que si estoy aquí es porque me lo he merecido y porque se han aprobado fármacos en los que he participado, pero a la vez es difícil de creer. No permito que se me suba mucho la cabeza. He pasado de liderar equipos a supervisar múltiples equipos y de gestionar el día a día a pensar más en el futuro, en las líneas de investigación de los próximos años, con más estrategia y visión a largo plazo.

–Pregonero en Cangas, «Manzana de oro» en Madrid… ¿Presta?

–Todo lo que viene de Cangas, del pueblo, de la familia, los amigos y el entorno cercano se valora mucho más que lo que pueda venir de alguien que no te conoce, o de un comité. Yo no me avergüenzo de hablar de Puenticiella, de Cangas, del lugar de donde vengo, y lo digo con mucha naturalidad y con mucho orgullo. Alguna gente se sorprende, pero lo vivo así, lo valoro mucho y es emocionante.

–¿Qué clase de emigrante es usted?

–Yo me fui por las oportunidades que tenía fuera. El Vall d’Hebrón era el mejor centro de oncología del país. ¿Cómo vas a decir que no a una beca de investigación en Harvard? Cuando después me vinieron a buscar de la industria farmacéutica, me ofrecían algo inimaginable si volvía a España. Siempre han sido pequeños pasos que de pronto me han llevado a estar en Los Ángeles como vicepresidente de una multinacional. Si lo pienso así da vértigo, así que prefiero no pensarlo.

–¿Asturias exporta talento por encima de sus posibilidades?

–Lo mismo le podría decir a Brasil con los futbolistas, pero si tienes buenos futbolistas, ¿qué vas a hacer? Lo importante es observar si nos desviamos o no del entorno europeo en el que estamos, y yo creo que no. Los grandes países europeos, Francia, Alemania, Italia, también exportan talento, y no me parece que seamos un patito feo, ni mucho menos.

–¿Dónde le encontraron los incendios de Los Ángeles?

–Estaban a unos 25 kilómetros de la sede de la compañía y de donde vivimos. Hay gente de la empresa que ha perdido la casa, afortunadamente sin daño personal que lamentar. Ese fin de semana fue muy incierto, luego las cosas se estabilizaron y nunca estuvimos en aviso de desalojo, pero todo el mundo en nuestra empresa conoce a alguien que ha perdido su casa.

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