La huella en piedra de los emigrantes asturianos
Las Raúcas, el gran refugio familiar de los asturianos creadores del Banco Hispanoamericano y del Banco Nacional de México
Manuel Ybáñez, primer conde de Ribadedeva, y su hermano Luis iniciaron en 1887 los trámites para construir un gran palacete para el veraneo de toda la familia
Los hermanos se convirtieron en sobresalientes benefactores de sus vecinos, mejoraron las infraestructuras públicas de Colombres y propiciaron la llegada de la modernidad, la sofisticación y el lujo a su tierra natal

Las Raúcas, según una acuarela de Adriana Asman. Arquitectura Ilustrada. / Adriana Asman
Virginia Casielles, historiadora del arte y especialista en el fenómeno migratorio de los indianos, firma esta serie de artículos sobre la huella en piedra que dejaron en Asturias los emigrantes que triunfaron en América. Esta especialista contará periódicamente para "Asturias Exterior" de LA NUEVA ESPAÑA, la historia constructiva y familiar que tienen algunas de las más señeras casas de indianos que hay en la región. Virginia Casielles es autora del libro “Una saga de maestros de obra”, sobre la familia Posada Noriega, que edificó numerosas casa de este tipo en el Oriente, y también de “El pequeño indiano”, la exitosa versión infantil del libro anterior.
En Colombres, en un promontorio cercano al centro del pueblo, se alza, sobria y afrancesada, la mansión Las Raúcas. Se caracteriza por la sencillez y robustez de sus formas, pero también denota un cierto halo de frialdad por su aire formal y reservado, algo muy reseñable del carácter francés, del que sus dueños, Manuel y Luis Ybáñez Posada, eran fervientes admiradores.
Las Raúcas era y es un lugar de familia, de reunión social, de encuentro de intelectuales y de períodos de gran disfrute, pero, al igual que una dama aristocrática francesa con una imagen pública impecable, eso se lo reserva a quien tiene la fortuna de conocer su verdadero carácter.
Manuel (1838-1891) y Luis (1845-1935) eran hijos de Francisco Ybáñez Noriega y Teresa Posada Caso. Tuvieron tres hermanos más: Francisco, María y José. La casa donde nacieron está situada en el colombrino barrio del Redondo, y su estructura es la de una casona asturiana con balconada de madera. En su fachada se conserva una placa que recuerda que fue la casa natal del primer conde de Ribadedeva.

Manuel Ybáñez Posada con su esposa María Jesús Cortina e Icaza y su hija Loreto. / María Isabel Ybáñez Bernaldo de Quirós.
En la niñez de los Ybáñez, en los núcleos rurales aún había una suerte de mayorazgo, a pesar de haber quedado definitivamente abolido en 1841. Además, otra parte de los ahorros familiares se reservaba para la dote de la hija casadera. Por ello, para los hermanos medianos, la carrera de Indias era un buen salvoconducto.
Manuel partió primero, con 12 años, rumbo a México desde el puerto de Santander, y posteriormente lo haría su hermano Luis. Fueron protegidos por un amigo de su padre, quien sería el futuro primer conde de Mendoza Cortina, ya afincado en México y asociado con otro importante llanisco: Faustino Sobrino. Allí compatibilizaron el trabajo en la fábrica de tejidos de sus protectores en México con la preparación intelectual, pues estudiaron derecho, comercio e idiomas, titulaciones que fueron la base de una fulgurante carrera que los convirtió en creadores de un gran emporio.

Luis Ybáñez en La Habana. / María Isabel Ybáñez Bernaldo de Quirós.
En 1870, Manuel se casó con María Jesús de Cortina e Icaza, con quien tuvo cuatro hijos. Los dos más pequeños, Concepción y Manuel, murieron a los pocos meses. Sobrevivieron sus dos hijas mayores: María del Loreto de la Santísima Trinidad Ybáñez y Cortina (futura segunda condesa de Ribadedeva) y María Dolores, religiosa reparadora. Ese mismo año, fundó la fábrica de tejidos San Fernando, con filiales en todo México, que darían el salto a Cuba en manos de su hermano Luis, creando para ello la sociedad Ybáñez, Alvaré y Cía. Esta vinculación con el mundo de los textiles hizo que sus viajes a Europa fueran frecuentes y que mantuvieran importantes contactos comerciales en Londres y París.
Además de las fábricas de tejidos, destacan muchas otras inversiones, como en el sector de la alimentación, con Antonio Escandón, o en la siderurgia, en compañía de otro insigne asturiano al que los unía una fuerte amistad: Adolfo Prieto y Álvarez de las Vallinas —el Caballero Español, natural de Sama de Grado—. Sin embargo, fueron las casas de banca las que más fama les proporcionaron.

Manuel Ybáñez Ruiz y María Pico Rivas con cuatro de sus hijos. / María Isabel Ybáñez Bernaldo de Quirós.
Manuel fundó el Banco Mercantil Mexicano, que posteriormente sería el Banco Nacional de México, mientras que Luis fundaría, en 1901, el Banco Hispanoamericano junto a Bruno Zaldo, Florencio Rodríguez, Ricardo Noriega y su querido Antonio Basagoiti. Este último, además de haber sido primero trabajador y luego socio, acabó siendo también cuñado, pues se casó con Francisca Ybáñez, hermana de su mujer y, a la vez, sobrina Prudencia, que era hija de su hermana María, había enviudado y aportaba dos hijos al nuevo matrimonio: María y Celedonio Noriega Ruiz (este último, futuro marqués de Torrehoyos). Con ella tuvo dos hijos más: Francisco (que murió poco después de nacer) y Manuel Ybáñez Ruiz.
Los bancos de los dos hermanos tenían como principal sustento el capital americano que enviaban las remesas de emigrantes. El consejo de administración del Hispanoamericano estuvo presidido por Basagoiti hasta su muerte, momento en que fue sustituido por el propio Luis, quien permaneció en el cargo hasta su fallecimiento, con “las botas puestas”, el 16 de enero de 1935. Se alejó así del mito del indiano que volvía a España para retirarse y disfrutar de su fortuna.

María Pico leyendo en el jardín de Las Raucas. / María Isabel Ybáñez Bernaldo de Quirós.
Antes de regresar de su andadura americana, los dos hermanos empezaron los trámites para la compra del terreno Llosa de las Rabucas, como aparece en la documentación antigua, a su amigo Francisco Sánchez.
En 1887, ya afincado en Madrid, Manuel comenzó los trámites para la construcción del nuevo palacete de Colombres, en el que pasar la temporada estival, pues la casa familiar no cumplía con las necesidades de los hermanos al regresar. Por ello, construyeron una más adecuada a su nueva situación.
La nueva residencia cumple con el paradigma de la arquitectura culta de finales del siglo XIX y principios del XX, rompiendo por completo con el tradicional caserío agrario, pero también con la arquitectura nobiliaria asturiana.
El palacete Las Raúcas —también llamado Las Rabucas— se encargó al maestro de obras francés Brudard, pero se sabe que, como constructor práctico, trabajó, junto a su cuadrilla de canteros, el primo de los hermanos Ybáñez, el maestro de obras Manuel Posada Noriega.

Vista Interior de Las Raúcas. / Alejandro Braña, "Asturias por descubrir".
La estructura de la residencia adoptó la forma de un bloque cúbico de dos pisos (misma forma que se repetirá en el panteón familiar levantado en el cementerio de El Peral) y buhardilla con tejado a cuatro vertientes. La armonía y elegancia en la fachada se generan por los grandes vanos enrasados con balcones sobre saledizo en el piso noble y la piedra en el entorno de los mismos, además de en las esquinas de la construcción. Lo que le confiere el aire afrancesado al palacete es la presencia de las buhardillas practicadas en todas las aguas del tejado, que dan ritmo a todo el conjunto. Serán precisamente todas estas características las que lo sitúan como una arquitectura de un academicismo ya tardío, que le confiere serenidad y elegancia frente a otras más escenográficas y de gusto colonial. El palacete queda circundado por una artística verja que delimita un extenso jardín en el que también había establos, caballerizas y las residencias del servicio.
La vida de los hermanos Ybáñez estuvo marcada por el triunfo en los negocios, pero también por la beneficencia. En el caso de Manuel, haber formado parte de la Beneficencia Española para atender a compatriotas enfermos y sin recursos, unido a sus aportes económicos para la construcción de la Basílica de Covadonga y ser, junto a su hermano, el artífice del cambio de Colombres, su pueblo natal, le valió el reconocimiento por parte de la Reina Regente María Cristina con el título de primer Conde de Ribadedeva. Luis no fue reconocido con título nobiliario, pero la labor filantrópica fue compartida por ambos, y Luis Ybáñez fue quien llevó a término muchas de las obras tras morir su hermano Manuel mucho más joven, con 53 años, aquejado de una dura afección estomacal.

El comedor de Las Raúcas. / Alejandro Braña, "Asturias por descubrir"
A ellos se debieron las obras de reparación de la iglesia, la plaza pública, el edificio del ayuntamiento, la traída de aguas y el alumbrado público. Todas estas obras hicieron merecedores a Manuel no solo de un título nobiliario, sino también de la gratitud de un pueblo, materializada en piedra y bronce en la estatua que Agustín Querol levantó para la plaza que lleva el nombre del conde, y que fue sufragada por una suscripción popular a la que contribuyó todo el pueblo. A Luis le correspondió algo muy importante que también trasciende al tiempo: la admiración, el respeto y, por supuesto, el cariño de sus vecinos.
La familia Ybáñez supuso mucho para la vida de Colombres. Con ellos llegó la modernidad, la sofisticación, el lujo, el contacto del núcleo rural con las más altas esferas de la sociedad de aquel momento. Por eso, no es de extrañar que el numeroso servicio uniformado llamara poderosamente la atención en el entorno del pueblo. No en vano, los moradores de aquella inmensa residencia eran banqueros con un altísimo poder adquisitivo que, durante el año, entre México y la capital de España, se codeaban con los más altos representantes de la política y la sociedad del momento, e incluso con la propia monarquía.
Entre las paredes de la residencia, en sus opulentos comedores y despachos ennoblecidos con maderas, se celebraban reuniones de gran relevancia. Estancias que captó el fotógrafo Alejandro Braña y que harán que su objetivo siga vivo, permitiéndonos disfrutar de su talento y sensibilidad a pesar de su pronto y repentino fallecimiento. Gracias a sus instantáneas, podemos seguir imaginando aquellas juntas de accionistas del Banco Hispanoamericano, o las visitas de cónsules, políticos y personas influyentes de la España de principios del siglo XX.

Vista exterior. / Virginia Casielles.
La barrera de clases resultaba, por tanto, insalvable. Pero la personalidad de sus dueños, cercanos, sencillos y humildes, propició que, a pesar de sus lujos, supieran llegar, porque es muy importante saber llegar cuando el triunfo ha sido imparable. Por ello, comenzaron una misión como filántropos para mejorar su pueblo natal, en su beneficio propio, pero, por supuesto, también en el de sus vecinos.
El sueño de Manuel no llegó a cumplirse, pues no pudo disfrutar de la casa. Sin embargo, la nueva propiedad encontró en Luis a quien sí lo hiciera, pues, tras fallecer su hermano, le compró la totalidad a sus sobrinas. Dolores se hizo religiosa reparadora de clausura, y Loreto se casó con el francés Robert D’Aurelle de Palladines y se marchó a Francia, perdiendo así, por aquel entonces, la ligazón con su pueblo natal. Será la rama familiar afincada en Francia la que aún hoy ostenta el título del Condado de Ribadedeva en la persona de Arnaud Patrice D’Aurelle de Palladines.
El palacete estival fue ocupado desde entonces por la familia de Luis, y concretamente por su hijo Manuel, quien siempre estuvo muy presente en la vida de Colombres desde niño y lo continuó haciendo una vez casado con María Pico, con quien tendría cinco hijos: Teresa, Francisco, Manuel, Luis y Carmen, y quien se convertiría en una mujer muy influyente, a la que se dedicó una calle en la capital ribadedense.
Las visitas estivales fueron fomentadas y esperadas por toda la familia. Cuando Manuel murió muy joven, su viuda y sus hijos encontraron en el abuelo Luis el refugio necesario, por lo que siguieron acudiendo a Las Raúcas, cumpliendo así con el objetivo que, desde el primer momento en que fue planteada, Manuel y Luis se habían propuesto: que la casa fuera disfrutada por muchos, por todos, por un ir y venir de hermanos y primos; para que toda la familia, que había crecido en ambientes aristocráticos de la capital, conociera y disfrutara de su tierra natal y tuviera esa increíble sensación, cada vez más lejana en el tiempo, de absoluta libertad, carente de peligros, haciendo descubrimientos increíbles de la naturaleza, disfrutando de la playa de La Franca en aquellos veranos infinitos y conociendo de primera mano la vida en el campo, de la que ellos habían sido partícipes desde muy niños.
Y sí, lo consiguieron, pues su propósito pasó de generación en generación y aún hoy continúa vivo en los bisnietos de Luis, hijos de Manuel Ybáñez Pico y de María del Carmen Bernaldo de Quirós (IV Marquesa de Argüelles): María Isabel —Condesa de San Antolín de Sotillo (1354)—, Ana e Ignacio Ybáñez Bernaldo de Quirós, quienes, con sus familias, siguen acudiendo puntuales a su cita veraniega.
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