Este escritor asturiano dice que es un desconocido pero tiene dos millones de lectores
El escritor allerano Eduardo Alonso, que vive entre Valencia y Murias de Aller, es autor de las adaptaciones de los grandes clásicos españoles que se han convertido en lectura obligatoria en centenares de institutos de distintos países
Alonso ha escrito una docena de novelas propias y ahora publica la adaptación de "La conquista de México", de Bernal Díaz del Castillo, "el primer corresponsal de guerra de la historia"

El escritor Eduardo Alonso en Oviedo
En los dos o tres correos y wasaps previos para concertar la entrevista, el escritor asturiano Eduardo Alonso parece responder desde una plácida penumbra de lectura, escritura y gimnasio diario por la que transita a sus 80 años de edad. Escribe lo siguiente, tirando de un hilo de ironía que dará chispa siempre a todo su discurso:
“Salvo una entrevista de Javier Cuervo, hace quince años que desaparecí de los periódicos de Asturias, así que soy un desconocido. Supongo que sorprendería a los lectores de LA NUEVA ESPAÑA si ven una información como ‘El escritor allerano con dos millones de lectores’.
—¿Alleranu? ¿Quién ye, ho?
—Uno de Murias”.
Este de Murias de Aller nacido en 1944 es, en efecto, el escritor asturiano de dos millones de lectores que anuncia el titular de este artículo. Y lectores repartidos por todo el mundo, “incluidos bachilleres coreanos”. La mayoría de ellos, subraya, son alumnos “obligados” por sus profesores a leer las sucesivas adaptaciones de obras clásicas que Eduardo Alonso fue dando a imprenta desde que, por encargo de la editorial Vicens Vives, hizo la primera, “El Quijote”. Luego adaptó “El Lazarillo”, “La Celestina”… Su receta es “no resumir, sino entresacar y mantener es retrogusto del español clásico”. Además de la docena de adaptaciones de clásicos, Alonso es autor de otra docena de novelas propias. Y acaba de publicarse su libro número treinta, “La conquista de México” (Ed. Sekotia), una adaptación de la crónica original escrita en el siglo XVI por Bernal Díaz del Castillo, al que define como “el primer corresponsal de guerra de la historia moderna”. En la portada, el libro se vende así: “Un testimonio excepcional del encuentro entre dos mundos. La crónica más vívida y personal de la conquista de México, narrada por uno de sus protagonistas”. Alonso añade: “Es una adaptación de un libro original de 1.000 páginas, escrito en un lenguaje muy antiguo. El que la escribió había estudiado solo dos años. Fue soldado de Cortés y, muchos años después, cuando ya sacó dos encomiendas y era regidor de Guatemala, leyó las memorias de Cortés y una crónica de la conquista de México de López de Gómara, que estaba untado por Cortés. Díaz del Castillo vió que ahí sólo se elogiaba a los capitanes y a Cortés". Y él, soldado raso que participó en cien batallas, "al que casi cogen y se lo comen vivo en México" quiso también contar su visión de toda aquella conquista. "Sí, es el primer corresponsal de guerra de la historia”.
México-España. Conquistadores y conquistados. Sin necesidad de esperar a que le llegue la pregunta –ahora que la presidenta Claudia Sheinbaum raclama en semanas alternas que el Rey de España pida perdón por la conquista-, Eduardo Alonso se apoya en una muleta intelectual para dar una respuesta a cómo hemos de enfrentar aquel episodio histórico. “Elie Wiesel, que fue Nobel de la Paz y salió de Auschwitz a los 16 años, quien propuso el término ‘Holocausto’, decía que nosotros no somos responsables de la historia, pero sí de cómo la recordamos. Es decir, los españoles de hoy no somos responsables de la invasión de México, de las matanzas, de lo que llevamos ahí. Yo no soy responsable de la Guerra Civil española porque no estuve en ella. Pero sí soy responsable de cómo la recuerdo. Esa es una buena recomendación contra los nacionalistas ideológicos, que son la ruina. Mira tú ahora lo que se nos viene encima, me da terror con este paisano de Estados Unidos”.
Alonso fue articulista en el grupo Prensa Ibérica. Publicaba sus artículos en LA NUEVA ESPAÑA y “Levante”, ya que reside en Valencia, a donde lo llevó un cátedra de Lengua y Literatura en un instituto. Se define como “asturiano anfibio”: pasa la mitad del año junto al Mediterráneo y otros tantos meses en una casa su pueblo, Murias, al que define como el “Cudillero de la Cordillera”, por lo encaramado. Vuelve siempre a Murias porque, según dice, al asturiano no le basta ser de Asturias, la ligazón más honda es siempre con el pueblo donde fue niño. Porque, metidos a hablar de nacionalismos, Alonso es de los que cree que “la patria del individuo es la infancia” y, haciendo un añadido literario, redondea su propia definición de pertenencia identitaria: “La magdalena proustiana mía ye el panchón, que ye lo que comíamos en la fiesta en Murias”.
Pese a la que está cayendo, es posible que los asturianos estemos vacunados, contra ese ultranacionalismo. Eduardo Alonso: “En Asturias no hay nacionalismo ideológico, que es lo que lo ha fastidiado todo desde el siglo XIX. Nosotros tenemos un nacionalismo sentimental, sensual. Echamos de menos los platos que hacía la mio güela, la música…”
El escritor asturiano de los dos millones de lectores dice que, a sus ochenta años, tiene la vida “casi cerrada del todo”, que la vejez es esa edad de “olvidos, pérdidas y colgajos”. Pero no parece que sea para tanto. Además de la gimnasia, un porte elástico y de las caminatas de 12 kilómetros que se pega cuando vuelve cada año a Murias después de Pascua, se nota que mantiene vigoroso el músculo del ingenio. El secreto: “Si pierdes la curiosidad eres un vegetal. Yo veo la vida desde la barrera, pero con curiosidad”.
Con curiosidad y con escritura. Tiene en un cajón una novela a la espera. “Está terminada, pero enfriando. Las novelas hay que dejarlas enfriar tres o cuatro meses”. Luego, ya distanciado el autor de lo escrito, se ya se pueden mandar a imprimir. La obra en barbecho se titula “Memoria de un mestizo” y está basada en la vida del Inca Garcilaso, hijo de una princesa del Imperio Inca y de un capitán español.
El Murias habla por videoconferencia desde su despacho-biblioteca de Valencia con 3.000 novelas “de las que he olvidado la mayoría”. Reconoce que ya solo permanece al corriente de las nuevas obras que publican un puñado de autores: Landero, Vicent, Muñoz Molina… Cree que la mayoría de los libros, hoy en día, “ya son como los yogures, tienen una fecha de caducidad. A los tres meses el librero los devuelve o tiene que pagar aquellos que puede seguir vendiendo”. Alonso, en cambio, es devoto ese puñado de obras que han cruzado los siglos y mantienen su vigor y frescura. Todavía recuerda al primer alumno chino que tuvo en clase, hacia el 2003. Mientras el resto de estudiantes españoles rezongaban al ser obligados a leer diez o quince capítulos del Quijote original, al preguntarle al chino por la novela de Cervantes dijo: “Yo leí un poco el Quijote en China. Libro glacioso, libro glande, mucha lisa”. El clásico, dice Eduardo Alonso, es aquel libro que “siempre permanece”, cuya lectura y estudio “da dimensión del tiempo histórico”. Y leer, enseña, “es una especie de alimentación sana y útil para la vida. La lectura lenta y reposada con un libro en soledad es una construcción de ti mismo”.
(Mientras se escribieron esas líneas, Eduardo Alonso está en Bolivia para colaborar durante dos meses con la Fundación Hombres Nuevos. Ha viajado junto a un amigo de sus tiempos de alumno interno con los jesuitas de Carrión de los Condes. Están en Santa Cruz de la Sierra. “Es una ciudad bastante rica, de gente muy adinerada” que tiene al lado “barriadas inmensas de inmigrantes, procedentes sobre todo de La Puna, la parte alta de Bolivia”. Los dos amigos están echando una mano a los profesores de la zona. “Y a disposición de la organización para lo que necesiten”. Pese a que dice que lo tiene todo ya empaquetado en esta vida, no deja de transmitir vitalidad. Será porque, como escribió Dante hace 800 años y como él quiere terminar este reportaje, “a cierta edad como la mía hay que agarrar las sombras como cosa sólida”)
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