Entrevista | Ignacio Fernández Mata Investigador del párkinson, dirige un laboratorio en la cleveland clinic (ohio)

"En el tratamiento del párkinson habrá avances relevantes en 12 o 18 meses"

"Mi línea de investigación con colectivos minoritarios es justamente lo que el Gobierno de Trump no apoya; por eso y por la inestabilidad que se está generando, me estoy planteando volver a Europa"

Ignacio Fernández Mata,  en Oviedo. |  JER OSPINA

Ignacio Fernández Mata, en Oviedo. | JER OSPINA

Pablo Álvarez

Pablo Álvarez

Oviedo

Ignacio Fernández Mata (Oviedo, 1976) estudió Biología e hizo la tesis doctoral en la Universidad de Oviedo. En 2002, obtuvo una beca de la Asociación Párkinson Asturias para investigar sobre esta enfermedad neurodegenerativa. Dos años más tarde se marchó a Estados Unidos. En la actualidad, dirige un grupo de investigación de once miembros en la Cleveland Clinic (Ohio). Debido a las trabas impuestas por el Gobierno de Donald Trump, se plantea marcharse a otro país.

-¿Por qué le interesó el párkinson?

-Por dos razones. Una, porque en la Facultad me gustó la asignatura de neurología. El cerebro siempre me pareció un órgano muy interesante porque controla muchas cosas y porque no tenemos acceso a él. En otros órganos se puede abrir y mirar, pero en el cerebro, aparte de la imagen, no tenemos muchas formas de saber qué está sucediendo. Siempre me ha gustado todo lo difícil, y el cerebro me pareció de las cosas más difíciles de estudiar. Y la segunda parte es que, cuando empecé a trabajar en el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), en el servicio de Genética, empezaban una vía de investigación sobre alzhéimer y párkinson. Por entonces, se estaba secuenciando el primer genoma humano y pensé que iba a ser un boom y que la investigación en biomedicina iba a cambiar mucho.

-¿Cómo inició su ascenso en el mundo de la investigación?

-Nunca fui muy buen estudiante. Con las notas que tenía, me habría sido difícil conseguir una beca de un proyecto FIS o alguno de estos grandes programas a nivel nacional. Con la beca de la Asociación Párkinson Asturias inicié una relación de amor con los pacientes de la que no podido ni he querido apartarme. Ha habido dos ocasiones en mi carrera en las que, si quería quedarme donde estaba, tenía que trabajar en otra cosa o, si no, irme. Y siempre decidí seguir trabajando en el párkinson.

-Se marchó a Estados Unidos en 2004.

-Me surgió la oportunidad de irme durante el doctorado, y me marché. En 2003 me fui a una estancia de un mes a la Clínica Mayo de Jacksonville (Florida), y allí me ofrecieron trabajo. Me trasladé en febrero de 2004, en principio por un año. Habían descubierto un gen nuevo y había tanto que hacer que al final me quedé dos años. Regresé a Oviedo en 2006, a defender la tesis, y a continuación me fui a Seattle, a la Universidad de Washington, donde estuve hasta que en 2018 pasé a Cleveland Clinic, donde estoy ahora.

-¿Por qué cambió de Seattle a Cleveland?

-Porque quería tener un laboratorio independiente y la Universidad de Washington no necesitaba otro laboratorio de párkinson ni otro experto, porque ya estaba el que era mi jefe. Me ofrecieron dedicarme a otra cosa dentro de la investigación del cerebro, y llegué a iniciar algo, pero en mi cabeza estaban los pacientes de párkinson. Y decidí que no podía dejarlos tirados. Aparte, estaba empezando un proyecto en Latinoamérica que prometía mucho éxito y no quería dejarlo. Al final, me surgió la oportunidad de irme a Cleveland. Tuve que convencer un poco a la familia, porque es un cambio grande. Pero fue otra buena decisión, porque mi carrera desde que estoy en Cleveland se ha disparado. Me han salido muchas oportunidades, muchos viajes, muchas responsabilidades nacionales e internacionales.

-¿En el párkinson cuál es la realidad actual y el futuro de los tratamientos?

-Tenemos tratamientos sintomatológicos relativamente buenos, de manera que en los primeros años a los pacientes no se les nota. El problema viene después, a los cinco, seis o siete años, cuando la medicación empieza a no funcionar igual de bien porque el organismo se acostumbra. El párkinson es una enfermedad neurodegenerativa, las neuronas siguen desapareciendo. Cuando empiezan los síntomas, lo habitual es que a los enfermos sólo les queden como el 20 por ciento de las neuronas que producen dopamina. Y a medida que la enfermedad avanza, van reduciéndose más.

-O sea, cuando el párkinson da la cara han desaparecido el 80 por ciento de las neuronas que producen dopamina…

-Sí, y pienso que es una de las razones por las que no hemos encontrado un tratamiento que pueda ralentizar o detener la enfermedad, porque es demasiado tarde. La enfermedad empieza 20 años antes de dar síntomas.

-¿Hay posibilidad de hacer cribajes para la detección precoz?

-Hay herramientas, pero no son muy sensibles. Por ejemplo, personas que tienen problemas con el sueño REM, que viven los sueños, que pegan patadas en la cama. Ése es un marcador que tiene una conversión relativamente alta a párkinson, pero no todos los que tienen ese signo van a desarrollar la enfermedad. Por ahora, es difícil de predecir. Se está haciendo mucho trabajo con biomarcadores, ha habido más de 200 ensayos clínicos.

-¿Con qué resultados?

Tenemos dianas terapéuticas que pensamos que pueden funcionar. El problema, ya digo, es que llegamos demasiado tarde. Otra fuente de dificultad es que, a pesar de que los síntomas finales son muy parecidos, los pacientes son muy diferentes entre ellos. Hay muchos genes implicados en el párkinson, unos 200, y muchas formas de desarrollar la enfermedad. Si tienes cien pacientes de párkinson en una habitación, es muy posible que haya cien enfermedades de párkinson distintas. Eso provoca que un fármaco pueda funcionar para 2, 3, 4, 10 o 20 enfermos, pero no para todos. Y cuando analizas los resultados, parece que el medicamento no funciona, pero es porque los buenos resultados se diluyen entre los casos en los que no funciona.

-¿Y qué se puede hacer?

-La otra estrategia en la que estamos trabajando es intentar subdividir a los pacientes en grupos, en función de la previsible respuesta a los tratamientos. Esto es lo que se hace en otras enfermedades, como el cáncer: se hacen análisis genéticos y no se te dice que tienes un cáncer de mama, se te dice que tienes el cáncer de mama de esta mutación y esta mutación, y que ésta es la combinación de fármacos que te va a venir bien a ti. Es lo que se llama medicina de precisión o medicina personalizada.

-¿Hasta qué punto puede ser personalizada en el caso del párkinson?

-No creo que consigamos un fármaco para cada uno de los nueve millones de enfermos de párkinson que hay en el mundo, pero sí se pueden agrupar pacientes.

-En términos generales, ¿los tratamientos actuales qué consiguen?

-En mitigar los síntomas para que la persona pueda vivir con la mayor calidad de vida posible. Pero no hemos conseguido ralentizar la progresión de la enfermedad. La enfermedad avanza aunque los síntomas no se vean.

-Y el siguiente paso, ¿cuál puede ser?

-Para tres genes ya hay ensayos clínicos dirigidos sólo a esos pacientes que tienen esas variantes. En comparación con los 200 genes implicados en la enfermedad, evidentemente son pocos, pero podría permitir, por ejemplo, hallar un tratamiento efectivo para el cinco por ciento de los pacientes. Pienso que habrá avances relevantes en los próximos 12 o 18 meses.

-¿De qué manera contribuye su grupo a estos avances?

-Nosotros damos soporte para encontrar a los pacientes que tienen unas variantes susceptibles de responder a los tratamientos. No todo el mundo puede hacerse un estudio genético porque es caro. Con herramientas de inteligencia artificial analizamos un montón de variables, los aspectos genéticos, los datos clínicos..., y eso ayuda a encontrar a los mejores candidatos para el tratamiento que se ensaya.

-¿La IA puede acelerar las investigaciones?

-Sí, para enfermedades complejas como el párkinson o el alzhéimer es fundamental, porque son procesos multifactoriales.

-¿En qué medida las investigaciones del párkinson pueden ser útiles en otras enfermedades cerebrovasculares, como el alzhéimer?

-Hay muchas similitudes. Quizá los genes sean diferentes, pero hay una cosa muy característica de las dos: la visión neuropatológica. Cuando ves cerebros de pacientes de párkinson y de alzhéimer, los dos tienen agregaciones de proteínas en las neuronas que están muertas. Lo que cambia es qué proteínas y en qué parte del cerebro están.

-¿Qué significa agregaciones de proteínas?

-Es como si dentro de la neurona hubiera bolsas de basura que no se han eliminado. En condiciones normales, las proteínas están diluidas. Pero muchas veces la genética provoca que se vuelvan más pegajosas, que se junten y que se queden acumuladas ahí. Entonces la célula no consigue desarrollarse y se induce la apoptosis, la muerte de esa célula. El párkinson y el alzhéimer son dos enfermedades muy parecidas desde el punto de vista biológico. Lo que cambia es la proteína que se agrega, que en el párkinson es la sinucleína y en el alzhéimer es la tau. También es distinta la parte del cerebro en la que se acumula. Por eso el párkinson afecta más a la parte motora, y el alzhéimer a la parte cognitiva y de la memoria.

-Los avances frente al alzhéimer están siendo lentísimos…

-Sí, porque también es una enfermedad multifactorial y multicompleja. Todo depende de la cantidad de dinero que se destine a investigación. En alzhéimer, se están aplicando tres o cuatro tratamientos que se piensa que van a ralentizar la enfermedad. Van a necesitar tres o cuatro años para ver si de verdad funcionan.

-En todo caso, en las enfermedades neurodegenerativas es clave el diagnóstico precoz…

-Sin duda, tanto en el párkinson como en el alzhéimer tenemos que encontrar una forma de predecir quién está desarrollando la enfermedad. De lo contrario, llega un momento en el que es muy difícil intervenir. Que hayan desaparecido el 80 por ciento de las neuronas es, de alguna manera, como si tuvieras un coche al que le faltan el 80 por ciento de sus piezas.

-¿Qué ofrece Estados Unidos a un científico para que no quiera volver a España?

-Bueno, ¿qué ofrece o qué ofrecía hasta hace poco?

-¿Aprecia muchos obstáculos últimamente?

-Hasta hace poco no es que los recursos fueran ilimitados, pero el límite lo ponías tú con los experimentos que querías hacer. O sea, no faltaba dinero ni expertos para ayudarte en lo que no sabes hacer. Había mucha inversión en ciencia. En mi laboratorio ahora mismo captamos alrededor de dos millones de dólares al año en proyectos.

-¿Dinero procedente de...?

-Buena parte proviene de la fundación de Michael J. Fox [famoso actor protagonista de "Regreso al futuro"] para investigar el párkinson. Por suerte, tenemos mucho dinero ajeno al Gobierno, que es el que se está viendo afectado desde la llegada de Trump.

-¿Ha podido conocer a Michael J. Fox?

-No, es una de las cosas que está en mi lista de objetivos pendientes. Si consigo encontrar algo grande, supongo que me surgirá la oportunidad de conocerle. Es una motivación extra.

-¿Qué está pasando con Trump?

-Muchos proyectos de investigación están siendo cortados. Se está despidiendo de manera indiscriminada a mucha gente que trabaja en el NIH (Instituto Nacionales de la Salud), que es el que gobierna los proyectos más grandes. Nosotros tenemos un proyecto que termina en junio y va a ser muy difícil que podamos renovarlo, porque la línea de investigación que yo hago es justamente lo que el nuevo Gobierno no apoya, que es el trabajo con colectivos minoritarios. Nuestros proyectos intentan aumentar la diversidad de los estudios genéticos porque eso nos permite encontrar cosas que de otra forma no podríamos encontrar. Además, tenemos también estudios en la mujer y ahora se les retiran los apoyos.

-¿Se retiran apoyos contra todo criterio científico?

-Se piensa que están utilizando algún sistema informático que busca por palabras claves, como diversidad, equidad en salud o salud en la mujer, y si los proyectos tienen esas palabras se eliminan esos proyectos. Hay mucha gente pensando en irse.

-¿Usted está pensando en marcharse de Estados Unidos?

-Me lo estoy planteando, sí. Me parecen muy preocupantes la inestabilidad que se está generando y las dudas de hacia dónde va a ir la investigación en Estados Unidos.

-¿Marcharse a dónde?

-No lo sé. Por ejemplo, venirme a Europa. La Cleveland Clinic, donde trabajo, tiene hospitales en Emiratos Árabes, en Londres, en Canadá… Y dentro del sistema es relativamente fácil moverse. Podría mantener mi grupo de investigación en Estados Unidos aunque yo estuviera viviendo en otro lugar.

-¿Valora regresar a España?

-El problema de España es que ahora están ofreciendo muchas ayudas para venir, pero ¿qué pasa después? Es lo de siempre. Aquí hay poca inversión en investigación. Te dan una beca de tres años, pero después es imposible conseguir financiación adicional.

-¿Y venir al Instituto de Investigación Sanitaria de Asturias (ISPA)?

-En el ISPA están haciendo cosas impresionantes en relación a los recursos de los que disponen. A mi mujer, que es americana, le encanta Asturias. Y a mi hijo también. Hace dos o tres años estuvo en el campus del Oviedo.

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