"Pedro y Fina se fueron juntos, ella vino a buscarlo": carta al abuelo emigrante, fallecido en Chile al día siguiente que su última hermana en Asturias

Pedro Vega Soberón, fallecido el miércoles pasado con 93 años, llegó a Chile desde Peñamellera Baja cuando era adolescente y se convirtió en la ciudad de San Fernando en un empresario icónico, al frente de una conocida panadería. Formó una amplia familia a la que logró infundir un profundo amor por su tierra natal y que lo acaba de enterrar cubriendo su ataúd con la bandera de Asturias

Fina y Pedro Vega Soberón, en uno de sus reencuentros.

Fina y Pedro Vega Soberón, en uno de sus reencuentros.

Jesús Vega Cornejo

La edición “Asturias Exterior” de La Nueva España publicó el pasado 13 de abril un reportaje con Jesús Vega Cornejo, agente turístico en la localidad chilena de San Fernando (Chile) y descendiente de asturianos. Jesús, que también es empresario panadero, fue uno de los primeros participantes en el Campus Iberoamericano “Orígenes”, organizado por Asicom. Con ese campus, en el verano de 2024 visitó Asturias y profundizó en sus raíces familiares. Jesús debe el intento amor que profesa por Asturias a su abuelo Pedro Vega Soberón, que en el momento de publicarse el reportaje contaba con 93 años de edad. El abuelo, panadero también, se había convertido en un empresario icónico de la ciudad chilena donde se asentó y nunca había olvidado su tierra, su pueblo, Narganes (Peñamellera Baja). Cuando leyó el reportaje de LA NUEVA ESPAÑA, donde su nieto contaba su historia, “se emocionó mucho”. Pedro Vega falleció el pasado el pasado miércoles, justo un día después de que también falleciera en Siejo (Peñamelllera Baja) la última hermana que le quedaba, Fina. “Se quisieron ir juntos”. En este escrito que sigue, Jesús Vega recopila la historia familiar y hace un homenaje a su abuelo, sobre cuyo ataúd colocaron la bandera de Asturias.

En un pequeño y hermoso pueblo de Asturias, Narganes (Peñamellera Baja), año tras año nacen los hermanos Vega Soberón. Suman un total de once, que crecen entre montañas, ríos, vacas y, por supuesto, sidra. Muchos momentos de travesura les trajeron problemas, como la vez que una bomba mal manipulada explotó y afectó directamente a uno de los hermanos, Lucas, quien quedó ciego durante gran parte de su vida. Mi abuelo, Pedro Vega, presenció este accidente cuando tenía alrededor de once años. Fue un recuerdo que lo marcó de por vida.

Pedro Vega y su nieto Jesús Vega, autor del artículo

Pedro Vega y su nieto Jesús Vega, autor del artículo / .

Pasaban tardes enteras pescando en el río Cares, equipados solo con un palo, hilo y algún insecto al final del anzuelo. Uno puede imaginar las risas y las fantasías de aquellos niños inocentes. Sin embargo, Pedro no entendía por qué debía ir al puerto de Santander a despedir a uno de sus hermanos mayores, Manuel, quien se marchaba a las Indias, como se decía en aquel tiempo. Ese abrazo profundo entre ellos seguramente llevaba un mensaje silencioso: pronto él sería el siguiente en partir.

La relación de Pedro con sus hermanas, Gabriela, Fina y Covadonga, fue muy intensa. Ellas lo consentían como a nadie, y siendo el menor de los hermanos, para él era una oportunidad de aprender. Pepe, otro de sus hermanos, le enseñó a hacer pan en su infancia, mientras que Fina le mostró lo importante que era para no pasar hambre en aquellos difíciles momentos que vivía toda España.

Pedro nuevamente se vio en el puerto de Santander despidiéndose. Lucas se fue a Madrid, Ramón a Chile para reunirse con Manuel, y poco después marchó Pepe. Pedro quedó con sus hermanas, aferrado a la idea de no salir de su amado Narganes. Pero el destino es inevitable. En el puerto de Santander, su hermana Fina le dio un último abrazo, y sus padres lloraron la partida del hijo menor, convencidos de que se iría a un lugar donde sus hermanos mayores podrían ayudarlo a encontrar un mejor futuro que el que le aguardaba en España.

Con solo diecisiete años, solo y a miles de kilómetros de distancia en un barco, siempre me pregunté cuánto habría llorado mi tata en esos casi dos meses de viaje. Llegaba a un mundo completamente nuevo, lleno de incertidumbre. Y con la tristeza de dejar atrás a sus padres, hermanas, a su pueblo. 

El funeral por Pedro Vega,  con el ataúd cubierto por la bandera de Asturias.

El funeral por Pedro Vega, con el ataúd cubierto por la bandera de Asturias. / .

Al llegar a Rancagua, Chile, se encontró con caras conocidas y, finalmente, con algunos de sus hermanos; por fin podía sentirse más tranquilo, ya no estaba solo. Manos a la obra, comenzó a trabajar como panadero junto a su hermano Pepe, quien le enseñó a administrar la panadería en Sewell. 

Poco después, Pedro se trasladó a San Fernando, donde su hermano Manuel ya tenía una panadería, y ahí empezó su propio negocio: la panadería Río Cares. Con el tiempo, se enamoró profundamente de mi abuela, Teresa (la Lela), una mujer vasco-italiana, con una personalidad alegre y bondadosa. Juntos formaron una hermosa familia. Tuvieron seis hijos: Pedro Vega Aguirre, Teresa Vega Aguirre, Lucas Vega Aguirre, Mariela Vega Aguirre, José Vega Aguirre y Lola Vega Aguirre. En honor a su esposa, Pedro instaló una nueva panadería llamada Moneglia (el pueblo italiano de origen de la familia de ella).

Llegó a Chile como un adolescente y se convirtió en un hombre. Sin embargo, a menudo la alegría se teñía de nostalgia al recordar a sus padres, sus hermanas y su amada Asturias. Pasaron casi veinte años, y finalmente pudo viajar con la Lela a Asturias. Al llegar, sorpresivamente, su hermana Fina fue la primera en reconocerlo. Cuando mi abuelo se cruzó con ella en el pueblo de Panes y se le acercó sorprendiéndola y preguntó si ya no se acordaba de él, las lágrimas que brotaron de ambos llamaron la atención de todo el pueblo. ¡Pedro estaba de vuelta!

Jesus Vega, con su tía Fina, en Asturias.

Jesus Vega, con su tía Fina, en Asturias. / .

Inmediatamente disfrutaron de un delicioso arroz con leche, unas fabadas asturianas y la mejor sidra. Mi abuelo volvió a sonreír, rodeado de sus padres, hermanas y amigos que había dejado en Asturias.

Así pasaron varios años, entre la panadería, sus hijos, San Fernando, Pichilemu y Asturias. Sus hijos crecieron rodeados de estas tradiciones y cuentos familiares, imaginando a sus tías, esos paisajes únicos y la música de su infancia.

Nacieron los nietos, veintidós en total. Muchos pensarían que todas estas historias y costumbres se desvanecerían con el tiempo, pero fue todo lo contrario. Gracias a nuestro abuelo y a nuestros padres, crecimos inmersos en esas vivencias. Se hablaba mucho del famoso arroz con leche que hacía una hermana de tata en Asturias. Todos mis primos mayores regresaban a Chile después de un viaje inolvidable, hablando de lo bien que se la pasaban en la tierra del tata, de la familia cálida que allí vive, la tranquilidad y las fiestas de los pueblos.

Sin embargo, la vida puede ser dura. Los Vega Soberón fueron envejeciendo; los mayores formaron sus familias, dejaron hijos y nietos, y partieron de este mundo. Mi abuelo tuvo que despedirse de cada uno. También partió nuestra Lela, y la alegría se apagó en la familia por un tiempo. Uno de los pilares de la familia ya no estaba, y el pilar que quedaba, mi abuelo, quedó golpeado fuertemente. Fue en ese momento cuando sus hijas se unieron para levantarlo nuevamente y devolver la fuerza necesaria para seguir acompañándolos y guiándolos a todos.

Cumplí mi sueño y viajé a Asturias con mi abuelo. Probé el famoso arroz con leche de la tía Fina, dormí en la casa de Narganes donde todos los Vega Soberón nacieron y se criaron, y conocí a tías, primas y primos; todo lo que siempre había imaginado, ahora formaba parte de mi realidad. Conocí la esencia de aquel lugar que había escuchado tantas veces. Quizá faltó mi padre, José, quien nunca pudo viajar a Asturias. Es el único de los seis hermanos Vega Aguirre que no lo hizo. Tenía problemas de salud y mis dos hermanos pequeños, con discapacidad, necesitaban mucho de él; ellos eran su vida. Sin embargo, nunca dejó de soñar con Asturias y se volvió un fanático. En cada viaje en auto, Víctor Manuel sonaba de fondo, lo que me llevó a mí y a muchos primos a escucharlo constantemente.

Después, tuve la oportunidad de postular al Campus Iberoamericano de Orígenes y fui seleccionado. Participé y pude viajar y vivir Asturias durante una semana. Recorrí sus pueblos, visité a la tía Fina y otros familiares, y me empapé de mucha más historia de esa tierra tan lejana y cercana a la vez. Conocí a muchas personas que vivían historias similares a la nuestra y aprendí que Asturias está marcada por su vínculo histórico con Iberoamérica.

Ahora quedaban solo dos hermanos de los Vega Soberón: la tía Fina y mi abuelo Pedro. Al regresar del campus “Orígenes”, tuve la suerte de sentarme con mi abuelo y hablar de Asturias, de sus hermanos y hermanas, de leer parte de esta historia y de la gran rama familiar que se ha formado desde el pueblo de Narganes. Le conté lo que aprendí y le expresé que me gustaría vivir en Asturias, haciendo casi lo inverso de lo que él hizo. Él simplemente sonrió. 

Mi abuelo en San Fernando, con 93 años. Y la tía Fina, con 97 años, en su casa en Siejo. Ambos preferían no verse en el último tiempo, quizás para no afectar al otro por el paso de la vida.

Esta semana fue muy dura, pero especial. La tía Fina falleció el martes 22 de abril de 2025 en la madrugada. La familia estaba muy triste, pero decidieron no contarle al tata para evitar que sufriera.

Inesperadamente el tata, Pedro Vega Soberon, falleció el miércoles 23 de abril de 2025, en la madrugada, un día exacto después de su hermana Fina, a miles de kilómetros de distancia. Creemos que, de la misma manera en que ella abrazó a mi abuelo cuando dejó su natal Asturias, ella vino a buscarlo a Chile, para que partieran juntos y desde el cielo pudieran ver todo su legado.

Las gaitas sonaron hoy en tu funeral, la bandera de Asturias estaba en tu ataúd, y una iglesia repleta te despidió y te homenajeó. Porque tu legado será eterno.

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