Solo 15 horas en Gijón y 23 de viaje para, por fin, ver ganar al Sporting
Es verdad que durante muchos tramos de la temporada el Sporting en casa no había mostrado su mejor versión, pero en estas últimas jornadas se ha notado una mejoría clara

Diego Álvarez Bada, en le último partido en El Molinón
Diego Álvarez Bada lleva once años trabajando como sobrecargo de aviación en la línea bandera de México. Hace cinco fundó la peña "La villa de Quini", de la que es presidente. Es la primera y la única peña sportinguista oficial en México y fuera de España. Hasta diez veces al año vuela a España para ver los partidos del Sporting y ha vivido todos los derbis asturianos que se han celebrado desde 2017, cuando los dos principales equipos asturianos se volvieron a encontrar en la competición.
A veces uno se pregunta qué sentido tiene hacer locuras por fútbol. Viajar desde México para estar solo 15 horas en Gijón y regresar tras más de 23 horas de viaje puede parecer una excentricidad. Pero cuando una pasión como la que sentimos por el Sporting se cruza con una profesión que te lleva por el mundo, se abre una puerta a lo que para otros sería imposible. Y ahí estoy yo, tripulante de cabina y sportinguista, cumpliendo mi octavo y último partido de la temporada con una victoria que, por fin me tocó vivir.
Esta vez el viaje empezó en Madrid, el sábado a las cinco de la mañana, llegaba desde México, ir a mi hotel donde pernoctaba en la capital de España y de vuelta al aeropuerto y con el tiempo muy ajustado tomar otro vuelo a Asturias, Y como tantas otras veces, el fútbol me llevó a reencontrarme con amigos. En esta ocasión, con Javier Bazán de la Peña Enrique Castro ‘Quini’ de Barcelona. Juntos nos fuimos a Mareo, donde el club celebraba el Día del Aficionado. Un ambiente de Sportinguismo puro, entre risas, fotos y ver a algunos jugadores de la plantilla que no estaban convocados. Allí también tuve oportunidad de convivir con gente de la Peña Pablo Pérez y disfrutar de ese tipo de iniciativas que, en tiempos complicados, ayudan a reforzar el sentimiento de comunidad. El Sportinguismo también se construye desde ahí: desde la cercanía y la unión.
Después tocaba El Molinón. Gracias a una entrada de Experiencia Match VIP, viví el partido desde una perspectiva diferente: tour por el Museo del Sporting, visita al Espacio Quini y la emoción de ver al equipo salir al campo desde primera fila y ver a los jugadores tras el partido. La jornada ya pintaba bien, pero lo mejor estaba por venir y después de muchos meses sin ver ganar al equipo en directo —no lo hacía desde el derbi en septiembre—, por fin pude saborear un triunfo. Y qué mejor que ante el Deportivo de La Coruña, con un 2-1 que virtualmente asegura la permanencia. Una experiencia redonda, que me reconcilió con la temporada, con el esfuerzo y cansancio que me supone hacer estos viajes, con tanto vuelo a cuestas y con esa necesidad de volver a sentir que merece la pena.
Un partido serio, en el que el equipo mostró una cara muy distinta a la que solemos ver en El Molinón. Buen juego, intensidad, y sobre todo, esa sensación de que por fin se ha certificado la salvación. Aunque el ambiente en el estadio fue magnífico, se notó el desgaste físico. Muchos jugadores daban la impresión de arrastrar molestias y verse fatigados. Tal vez uno de los errores de esta temporada fue precisamente ese: la preparación física. Las constantes lesiones han pasado factura, y en esta recta final el cansancio es evidente. A pesar de todo esto, el equipo supo dar la cara. Es verdad que durante muchos tramos de la temporada el Sporting en casa no había mostrado su mejor versión, pero en estas últimas jornadas se ha notado una mejoría clara. El juego fue fluido, con momentos de buen toque y conexiones ofensivas prometedoras.
Nico Serrano abrió el marcador tras una gran jugada colectiva y una asistencia perfecta de Gaspar Campos. El segundo gol fue una obra de arte: un pase de genio de César Gelabert, que filtró el balón con una visión impresionante, y una gran definición de Nacho Méndez, que se quitó al portero de encima con temple y calidad. Ambos nombres están marcados por la incertidumbre. Lo de Nacho parece un adiós anunciado, y lo de Gelabert, aunque ojalá pudiera continuar, se antoja muy complicado. También hay motivos para ilusionarse con Gaspar Campos que firmó un gran partido y que venía de una temporada complicada y de muchas semanas sin jugar de inicio. Da gusto verle recuperar sensaciones, porque si está bien, es uno de esos futbolistas de la casa que deben ser pilares en el futuro del club. Junto a ellos, Dubasin, Otero y algún delantero de calidad serían una gran base para construir algo serio.
Tras el partido, aproveché para disfrutar unas horas en Gijón con amigos. No ocurrió nada especialmente reseñable más allá de esa satisfacción, difícil de explicar, de ver al equipo ganar tras tantos meses. Fue un viaje express, sí. Cansado, también. Pero uno que demuestra que hay locuras que valen la pena. Que valió la pena cada minuto del viaje, porqué el Sporting, cuando gana, te devuelve el alma y te reconcilia con todo. Y yo, por suerte, estuve ahí para verlo.
Y sin embargo, más allá del resultado, lo que se respiraba en Gijón era algo más profundo: el final de una etapa. Porque este Sporting, aunque haya respondido con orgullo en esta recta final, tiene fecha de caducidad. El equipo pide a gritos una renovación. Se viene un verano de decisiones importantes, donde habrá que decir adiós a muchos y dar la bienvenida a otros tantos. Un lavado de cara total. Un nuevo Sporting.
La pregunta es: ¿qué tipo de Sporting queremos construir? ¿Con qué jugadores? ¿Con qué identidad? Y sobre todo: ¿con qué ambición?
Y mientras el avión despegaba de vuelta al otro lado del Atlántico, sentí que también despegaba, poco a poco, al fin de un ciclo. Como si este viaje express, agotador y casi anónimo, representara el último latido de una etapa del Sporting. Mi cuerpo, vencido por el cansancio, llevaba consigo la alegría efímera de una victoria, pero también el peso de una temporada que se apaga. No sé cuántos de los que hoy se vistieron de rojiblanco volverán a hacerlo la próxima temporada. No sé si el próximo Sporting será mejor o peor, menos ilusionante o más comprometido, pero sé que tendrá que ser distinto. Yo volveré, como siempre, con mis alas de sobrecargo y mi corazón a El Molinón. Porque incluso cuando el club vive momentos de incertidumbre, uno siempre encuentra el rumbo de regreso. Y aunque a veces también, ese esfuerzo inmenso que hacemos por estar, por sumar, por sentirnos parte, pase desapercibido. No importa lo que uno hace por amor a estos colores, como esta vez, sea solo por quince fugaces horas.
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