Entrevista | Roberto Fernández Iglesias Dominico langreano. Fue profesor de Teología en la Pontificia Universidad Católica de Quito (Ecuador), donde lleva residiendo desde 1973

«Hay un desajuste entre la tecnología y el humanismo, nos falta conciencia crítica»

«En América aprendí lo que es la fe del pueblo; es reconfortante cuando le gente se te confiesa y te agradece que la escuches, como la mujer ecuatoriana que me dijo: ‘¡Que Dios le conserve la orejas!’ Si las instituciones escucharan a la gente...»

El dominico langreano Roberto Fernández Iglesias en una reciente visita a Oviedo.

El dominico langreano Roberto Fernández Iglesias en una reciente visita a Oviedo. / .

Eduardo Lagar

Eduardo Lagar

Roberto Fernández Iglesias, de 73 años, es fraile dominico nacido en Sama de Langreo. Se fue a misiones. Vive en Quito (Ecuador) desde 1973, con estancias para formarse en Buenos Aires y Friburgo. Fue profesor de Teología Moral en la Pontificia Universidad Católica de Ecuador, en Quito. Está jubilado, aunque se mantiene en constante actividad acompañando a una amplia red de ecuatorianos, desde las clases bajas a las élites del país, que lo tienen como consejero y sacerdote de cabecera. De vez en cuando pasa temporadas en Oviedo. «Con toda esta actividad absorbes muchos dramas y Oviedo para mí es una ciudad terapéutica que me sirve para desconectar y descansar». Nació en una familia relacionada con la minería y no especialmente religiosa –«Mi padre era oficinista en Carbones Asturianos, en Ciaño»– y entró en la orden de Santo Domingo «atraído sobre todo por su vinculación con la gente. Un superior nuestro, el padre Bruno Cadoré, médico pediatra, decía que nuestra tarea era crear espacios de encuentro de la gente con Dios y de Dios con la gente». Además, siendo asturiano, hacerse dominico parecía cosa natural, dada la gran presencia de frailes de la región en la Orden de Predicadores. «Unamuno lo decía: todo dominico es asturiano mientras no se demuestre lo contrario».

-¿Qué le han aportado estos años en Latinoamérica?

-Por una parte, el estudio intelectual de determinados asuntos. Trabajé mucho los textos de Bartolomé de las Casas, que se anticipó dos siglos a la dialéctica Hegeliana entre el amo y el esclavo. Las Casas se propuso como tesis deshacer tres grandes herejías: que el indio es un salvaje para el Estado, que es un infiel y que es un esclavo para la encomienda, para el mundo de la empresa. ¿Y cómo lo combatió? Uno, diciendo: el indio no es un infiel para la iglesia porque él no fue cristiano primero y después abandonó a la iglesia. El indio tenía sus propios dioses, con la lógica de otra religión. Primera herejía a tachar. ¿Es un salvaje para el Estado? Entonces escribe la «Apologética Historia de las Indias», dónde describe los idiomas que tienen, cómo se asean…. ¿Y cómo va a ser un salvaje alguien que cuida así de sus niños? Segunda herejía tachada. Y tercera: el indio es un esclavo para la encomienda (la empresa). Pues no, porque el ser humano es libre. Es decir, la Revolución Francesa 300 años antes. Pues eso, América me aportó el estudio intelectual de estos asuntos; de la obra de dominicos como Francisco de Vitoria, que hicieron un trabajo monumental. Vitoria llega a decir: por haberlos descubierto nosotros no tenemos más poder sobre ellos que si ellos nos hubieran descubierto a nosotros.

-Sí, esa visión de los dominicos sobre los Derechos Humanos fue muy pionera.

-Fue una visión humanística. Aunque al mismo tiempo los dominicos estaban en la Inquisición. Bueno, la historia da estas sorpresa, ¿no? (risas) En segundo lugar me aportó el contacto, la sensibilidad exquisita que tienen allá (en América) y que no tenemos nosotros. Lo nuestro es más todo más «a lo bruto». Hay una descripción de las asturianos de dominico Pablo de León (fundador del convento dominico de Oviedo en 1518) donde dice que son muy amigos de reírse unos de otros. En América, en cambio tienen un lenguaje cultural, un saber estar, un no atreverse a invadir tu privacidad… Y otro aporte que recibí en América tiene que ver con la religiosidad.

-¿En qué sentido?

-Viví muchos años en Quito en el mismo convento que una gran sindicalista dominica seglar, la doctora Isabel Robalino Bolle (fallecida en 2022), hija de un ecuatoriano y una alemana luterana. Decía: la Iglesia perdió las élites dominantes del gobierno con la Revolución Francesa, después perdió a los intelectuales con la Enciclopedia, más tarde perdió los movimientos sindicales… Es decir, era la historia de unas pérdidas. Y añadía: ¿y si ahora pierde al pueblo, que es lo único que le queda? Un aprendizaje para mí en América Latina fue esa fe del pueblo. En la iglesia de Santo Domingo de Quito tenemos a la vista cada día el Ecuador profundo. Es reconfortante cuando la gente se te confiesa y te agradece que la escuches, cuando te dice como me dijeron a mí: «Que Dios le conserve las orejas, porque a mí nadie me oye; ni mi marido, ni mis hijos... Nadie me oye». Es lo que que se dice en el Mío Cid: qué buen vasallo si hubiera buen señor. Es un poco esto: si las instituciones escucharan a la gente….

-¿Cómo es Ecuador?

-El Ecuador es un país corcho porque siempre flota. Vino la crisis del cacao y apareció el banano. Vino la crisis del banano y apareció el petróleo. Vino la crisis del petróleo y surgieron los camarones, la agroindustria, la exportación de flores... Es uno de los países que más ha crecido en América Latina. Hasta en estatura. Me acuerdo de la gente que vi cuando llegué y hay una mejoría. El ecuatoriano es muy capaz. No tiene las oportunidades, que si las estuviera, daría mucho. Los primeros dominicos que llegaron a Quito escribían al rey Felipe II para justificar la creación de la universidad y ya le decían que los ecuatorianos eran gente muy capaz: aprenden rápido latín, decían; saben bailar, cantan, son buenísimos para las matemáticas y por todo eso, merecen tener universidad.

-Pero hoy tiene el dudoso honor de ser uno de los países más violentos del mundo, dada la tasa de asesinatos.

-La violencia en el Ecuador es algo bastante reciente. La época que llaman ahora el correísmo fueron 10 años en que se creó una nueva constitución a la medida de los gobernantes de ese momento. Creó muchas facilidades, fueran intencionales o no, para el narcopoder. Unos dicen: ese Gobierno hizo carreteras. Y otros: hizo carreteras porque las pagó el narcotráfico para poder distribuir. Pero no es una violencia endémica. Mucho es importado. Los cárteles de la droga ofrecen un empleo a los jóvenes desempleados: no tienes trabajo, pero haces un servicio y logras unos ingresos incomparablemente mayores. Pero, ya digo, Ecuador no tuvo nunca esa clase de violencia que hubo en Perú, con Fujimori y todo lo anterior, o en Colombia con los grupos paramilitares. Hoy Ecuador está en ese filo de equilibrio en donde te mantienes viendo el abismo pero, en un despiste, te vas al abismo. Hay una herida abierta que, si no se sutura bien o si se cierra mal, es también igualmente peligrosa.

-Pero sí se están produciendo situaciones muy crudas.

-Hay focos y núcleos de una violencia terrible que nunca había habido: hacer escarnio de los muertos, matar de repente a 15 personas en un arreglo de cuentas entre bandas. Empezó hace unos 12 años. Ellos están chequeando qué pasa en las elecciones cuando viene el candidato que más o menos les va a disimular y entonces todo está pacífico. Pero el rato que ven que pueden perder, empiezan a hacer violencia, empiezan a acusar a los políticos de derecha de ser los causantes. Pero esta vez, increíblemente, en las elecciones hubo una franja de 12 puntos de diferencia a favor de Noboa.

-¿Por qué fue reelegido el pasado mes de abril?

-Noboa, de 36 años, proviene de una familia riquísima, no hay sospecha de vaya a ser ladrón y habla el lenguaje de esa franja joven entre los 14 y los 35 años. Empató con la gente en la comunicación, en las redes sociales. Hace discursos de tres o cuatro minutos; la gente le ve a actuar y en semejante avispero no tiene miedo o aparenta que no tiene miedo. Los votos vienen muchos de esa franja de edad y el resto, de la gente de mi edad que conoció el país en toda su historia y piensa: se nos va esto de las manos, como se le fue a México y a otros.

-¿Ve alguna oportunidad para reconducir Ecuador?

-Creo firmemente en eso. Sabiendo lo frágil y vulnerables que somos, el único lujo que no nos podemos permitir es ser pesimistas porque eso anticipa el fracaso. Tampoco se puede ser un optimista ingenuo. Tampoco está fácil el panorama global. Rusia y Estados Unidos quieren hacer un nuevo mundial. Uno pensaba que todos esos demonios ya estaban exorcizados y te das cuenta de que no, que ahí están los intereses. Mire en Rumanía lo que acaba de pasar.

-Viviendo en América Latina supongo que le preocupará el auge de los populismos.

-Sí. Los populismos son mentiras. Hacen ofertas falsas. Y la gente, con muy buena intención, las cree. Porque ese populismo ofrece cosas maravillosas -igualdad social, educación gratuita-, cosas que se necesitan tanto que si alguien te las ofrece no puedes rechazarlas. Pero falta capacidad de análisis, de decir: de dónde va a sacar el dinero y cómo me va a llegar a mí ese dinero.

- ¿Qué nos está pasando en Europa, que volvemos a votar a la ultraderecha?

-El péndulo de la historia. Lo de Hegel: tesis, antítesis, síntesis. Eso es una visión macrosistémica, pero no hay que olvidarla. Y luego está la desmemoria: como la memoria no es transferible en el sentido bioquímico de la palabra por más que los abuelos cuenten a sus nietos lo que vivieron, es diferente, no son cosas que tú viviste.

-La desmemoria se cura con la educación.

-Pero la educación también es muy sesgada. Ahí está el hecho del abandono de la filosofía. No sé si las universidades expulsaron a la filosofía o si la filosofía se olvidó de la realidad y pasó a ser una materia árida y que no sirve para nada. Hay una falta de conciencia crítica. Y luego está el consumismo. Si echas a una langosta en el agua hirviendo la langosta viva salta, pero si la metes en agua fría y la vas calentando poco a poco la langosta se muere. El agua va matándote suavemente, como dice la canción. Es lo que nos pasa en el mundo del consumo. El consumismo nos mata lentamente, y con gusto probablemente.

-Quizá tenga mucha razón en que estamos abandonando conocimientos que resultan esenciales del ser humano.

-La ética, por ejemplo, muy necesaria en el mundo de los negocios. Esas materias ya no se enseñan o son materias electivas para el alumno. Hay un desajuste entre la tecnología y el humanismo. Y no hablemos de religión, sino de humanismo en general. Pesa más la tecnología porque parece más útil que el humanismo. La crisis de humanismo que tenemos nos lleva a un pensamiento débil. Herman Hesse, un autor del que es especialista el dominico José Antonio Solórzano, dice que el sentido de uno mismo, el «eigen sein», es lo que la pedagogía tiene que cultivar en el alumno. Y eso falta mucho.

-¿Hay un vaciamiento generalizado del ser humano?

-En el libro «El hombre en busca de sentido», Víctor Frankl, un judío que estuvo en los campos de concentración, dice que allí aprendió que podíamos vivir sin ropa sin alimentos y sin medicación, pero nadie podía vivir sin sentido. Me contó alguien, no sé si es verdad, que cuando tenía pacientes ya terriblemente insatisfechos, abría el cajón, sacaba un revólver y decía: si todo está tan negro, suicídate. Terapia de shock. Y decía que ahí la gente frenaba y se daba cuenta de lo que era vivir.

-Las vocaciones religiosas caen en picado en Europa, pero no tanto en América Latina.

-En América Latina no se siente tanto ahora la ausencia de vocaciones. De hecho, muchos curas de allá vienen ahora a parroquias de aquí. Di unos retiros a 50 monjas hace un año y una de ellas me decía: yo veo la vida religiosa como la orquesta del Titanic, que está tocando la música mientras el barco se hunde. Bueno, pero en el Titanic tampoco murieron todos. Nuestra orden, dos veces en 800 años pasó por momentos críticos de desaparición y hay ese misterio de que cuando parece que todo se apaga, de repente todo resurge.

-En España, las iglesias también se vacían, queda la gente mayor. ¿En Ecuador?

-Ya empiezan a verse síntomas. La gran cantidad de migrantes que llega a España de América empieza a llenar otra vez, entre comillas, las iglesias. Pero ya suavizan mucho el tono. Y hablan con sus familias allá y ya no le dan tanta importancia. Y los de allá aprenden de los de acá y se dan cuenta. Vamos a un mundo menos religioso.

-Pero entonces ¿qué pasa? ¿Les hace falta otro lenguaje para recuperar el contacto?

-Hay quien dice que algo tenemos que haber hecho mal para tener tanta crítica, pero después ves que fallece el papa Francisco y el mundo se impresiona de que están representados en su funeral no sé cuántos países. Ningún líder mundial se muere y tiene semejante despedida. Y yo pienso mucho en cuando Juan Pablo II tomó posesión en el año 1979 los católicos del mundo éramos 750 millones y ahora en el cónclave, cuando todos los periodistas eran vaticanólogos, hablaban de una iglesia católica en extinción, pero somos 1.400 millones en el mundo . O sea, somos el doble. Y esto no es por genética, porque el más religioso del mundo tiene un hijo ateo y lo contrario.

-¿Qué ha quedado del pontificado del papa Francisco en América Latina?

-El mensaje del papa de ir a las periferias fue buenísimo. Porque el cristianismo fue a la periferia, o sea: nació en Jerusalén, fue al centro del mundo que era Roma pero luego se lanzó a las periferias. Y este papa da ese testimonio. En América Latina caló la sencillez, la renuncia a vivir en el Palacio Apostólico y vivir en Santa Marta. Decían los comentaristas estos días que a veces parece que llegó más a los de afuera que a los de adentro. Y eso es muy importante porque la Iglesia y nuestra orden, y cualquier institución, no es para sí misma, es para el mundo. Entones es esto que él decía, con ese lenguaje porteño: «Hagan lío». No se queden encerrados en las parroquias, las sacristías y los conventos.

-Pero flota una sensación de que Francisco dijo más de lo que hizo realmente. Por ejemplo, porque en un momento del pontificado parecía que se iban a abrir las puertas del sacerdocio a la mujer. Pero no.

-Todo ser humano se propone ideales y es lo que hace avanzar a la historia, que no puedes alcanzar. Cuando veo los monumentos de Quito que son Patrimonio de la Humanidad por su arte, pienso que aquellos que hicieron ese arte no pensaron en ellos mismos, murieron mientras se hacía, pensaron en los que vendrían detrás. Hay una cosa que es importante captar y que Benedicto XVI lo intuyó muy bien. Cada vez más el cristianismo ya no es Europa, el cristianismo es el mundo y las sensibilidades en el mundo respecto a la posibilidad de que se ordenara una mujer son diferentes. No es lo mismo la idea que los chinos tienen en su cultura de la mujer o los japoneses o África. Yo creo que el papa se dio cuenta de eso, o los asesores, porque no creo yo que ontológicamente la mujer no pueda o no deba acceder al sacerdocio, sino que quizá no es el momento todavía. No hay una simetría en la que todo el mundo católico siente lo mismo a la vez de cualquier proposición que haga Roma.

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