Conchita, la socia centenaria del centro asturiano de México y su viaje por Asturias: regreso 50 años después

La mexicana Concepción Moscoso, con estrechos lazos asturianos, visita la Galicia en la que nació su padre y el Principado, "dos lugares hermanos"

Conchita Moscoso, entre sus hijas, Araceli Gracia y Verónica Belinda Estrada.

Conchita Moscoso, entre sus hijas, Araceli Gracia y Verónica Belinda Estrada. / Casteleiro / Roller Agencia

Marta Otero Mayán

La Coruña

Conchita y sus dos hijas, Araceli Gracia y Verónica Belinda Estrada, lucen sombreros azules a juego. En la solapa adorna una chapa que reproduce el rostro sonriente de la matriarca junto a un lema: "100 años y sigo viajando". Y desde luego que lo hace: desde que dejó de trabajar –esperó hasta los 85 para colgar las botas– se ha recorrido medio mundo: de Argentina a Canadá, pasando por Egipto, Rusia o Japón, y sumando. El viaje de los 100, no obstante, es un poco más especial que el resto. Es el que la llevó a Asturias y a Galicia, la tierra que vio nacer a su padre y con la que ella, natural de México, siempre sintió un vínculo especial: "Tengo sangre gallega. Quería venir y conocer bien la tierra de mi papá, que nació en Santiago de Compostela, ver dónde vivían mis abuelos y mis tías, a los que no tuve la dicha de conocer. Al final vine tarde, pero vine", comenta.

Su historia es la de muchos hijos de gallegos emigrantes que encontraron la prosperidad a la otra orilla del Atlántico y allí echaron raíces. Las mismas que ahora busca Conchita, acompañada de su hija menor y su hija mayor –de un total de cuatro–, que aprovecharon la semana pasada para recorrer distintos lugares de Galicia y Asturias. "Me pareció todo maravilloso. Dos lugares hermanos", comenta.

Las une un estrecho lazo con Asturias: "Allá en Ciudad de México vamos al Centro Asturiano y celebramos sus fiestas patronales", señalan.

La carga emocional que ya de por sí traía consigo el viaje para Conchita, por tratarse de la tierra de su padre, se incrementó con su llegada a La Coruña, donde pudo reencontrarse con una de sus hermanas, a la que no veía desde hacía 70 años. Más que toda una vida. "Ella vino para aquí interna, y después yo me casé, tuve a mis hijas, pasó la vida. Fue maravilloso volver a verla, pasamos tres o cuatro días aquí juntas. Me recordó muchas cosas", relata.

El viaje a España, aunque soñado, se hizo de rogar. Vino por primera vez hace más de 50 años, pero la experiencia le supo a poco: "Era este tipo de viaje en el que te llevan corriendo a todas partes. Quería volver descansada, tranquila, para conocer la tierra de mi familia", cuenta. Y fueron precisamente sus descendientes los que quisieron hacer realidad esa intención en su 85º cumpleaños, aunque, por aquel entonces, la matriarca tenía otros planes. "Le regalamos, entre toda la familia, el dinero para venir a España. Pero hacía poco habíamos visitado una exhibición sobre Egipto que nos encantó...", comienzan ellas. Conchita pone el broche: "Fui yo sola a la agencia de turismo y pregunté si Grecia quedaba muy lejos de Egipto. Al final acabé con una extensión también para visitar Holanda. Tenía ganas de conocer todo eso. Luego tuve que contarle a mi hija las novedades", cuenta, entre risas, la centenaria. A partir de ahí, Conchita no dejó de tachar lugares del mapa: primero Argentina, Brasil, Chile o Las Vegas.

Después Rusia, Japón... Y, si no se podía salir del país, pues bien valen opciones cerca de casa, como Acapulco o Cancún. "Yo voy todo el año ahorrando, juntando mi dinerito, también de mi pensión de viudedad. Me dejé el viaje a España para el centenario, para que fuese especial", confiesa.

Aunque, en esta ocasión, solo la acompañaron dos de sus hijas, el resto de la familia –las otras dos hermanas, además de nueve nietos y diez bisnietos– no ha perdido la ocasión de celebrar el centenario. Oportunidades no han faltado: Conchita lleva todo el año festejando la efeméride. "Es que es mi cumpleaños, no mi cumpledía. Lo celebro todo el año. En diciembre estuve en Canadá en la nieve, después en Disney en Orlando, después de crucero...", enumera ella, haciendo gala de una memoria prodigiosa que bebe de una vida laboral extensísima: primero en la Secretaría de Educación Pública de México y, tras su jubilación, desempeñando otras ocupaciones diversas. Y todo ello sin dejar de conducir.

A los 85 fue cuando decidió dejar de trabajar; pero el descanso no tenía cabida en la ecuación. Y decidió que el mundo era demasiado grande para dejarlo sin recorrer.

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