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El imperio repostero de la hija y los nietos de un grandalés en Los Ángeles: 2.000 trabajadores, seis panaderías y a punto de abrir en Disneylandia

Porto’s Bakery, el negocio familiar que fundó la hija de José María Magadán, emigrante a Cuba natural de Trabada (Grandas de Salime), ha crecido de la mano de sus nietos y vende millones de dulces y “papas rellenas” al mes

“Lo mismo que en su momento hicieron los españoles en Cuba lo han conseguido en Estados Unidos muchos inmigrantes cubanos, porque encontraron oportunidades y trabajaron muy duro”, afirma Rosa Porto, una de las gestoras de la empresa

Margarita, Raúl y Beatriz Porto Magadán, en uno de los locales de la compañía.

Margarita, Raúl y Beatriz Porto Magadán, en uno de los locales de la compañía.

José María Magadán Rodríguez tenía apendicitis, pero en el hospital cubano le recetaron un purgante y murió por error a los 53 años. Había nacido en 1878 en Trabada, una pequeña aldea de Grandas de Salime a un paso del Chao Samartín, y había llegado a Cuba poco tiempo después de cumplir los veinte, decidido como miles de jóvenes compatriotas a reconducir su destino en un barco rumbo a una vida nueva. Al desembarcar se había establecido en casa de un pariente que era sacerdote en Manzanillo y había prosperado.

En 1931 estaba casado con Beatriz Barandica, una bilbaína genéticamente audaz y decidida, tenía cuatro hijos y le iba bien. Trabajaba como capataz en un ingenio azucarero en la localidad de Sofía y había encontrado tiempo para levantar a la vez dos negocios propios, un alambique para destilar aguardiente que vendía como materia prima a los fabricantes de ron y una plantación de naranjas en Veguita, cerca de Manzanillo, con la que abastecía a las confiterías de la zona para la elaboración de dulces y mermeladas.

Su desafortunada muerte prematura es el punto de partida de una historia revirada que en 2025 viene a desembocar al imperio de la pastelería y la repostería que la hija del intrépido emigrante grandalés, y a su estela sus nietos y ya sus bisnietos, han levantado en Los Ángeles: se llama Porto’s Bakery, son seis enormes locales de referencia repartidos por la ciudad y van camino de abrir el séptimo en Disneylandia… Todo a partir de aquel error médico que privó a José María de comprobar que aquel ímpetu emprendedor suyo, aquella cultura del esfuerzo tan propia de la emigración española del momento y aquellos arrestos para encontrar caminos en medio de la adversidad iban a echar raíces muy profundas en su descendencia y a más de 4.000 kilómetros de Cuba.

La menor de sus hijas, Rosa, encontró en Los Ángeles el destino de la huida de las miserias de la revolución castrista y junto a su marido, el gallego Raúl Porto, y sus tres hijos, Beatriz, Raúl y Margarita, edificó su “sueño americano” al sol de California. Tras muchos intentos fallidos, la familia pudo salir de la isla en los setenta y en 1976 abrió en una esquina de Silver Lake el Porto’s Bakery and Café, un negocio de pastelería que empezó en un pequeño local de apenas treinta metros cuadrados y que ha crecido, pero mucho, en estos casi cincuenta años: lo que ahora regentan los nietos y ya los bisnietos del emigrante de Trabada es un imperio repostero con seis locales y más de 2.000 trabajadores que vende millones de unidades al mes de algunas de sus especialidades y está a punto de abrir su séptimo establecimiento en un escenario muy prometedor: el área de restauración de Disneylandia.

José María Magadán Rodríguez.

José María Magadán Rodríguez. / R. P.

No ha sido fácil. Para contar bien la historia de su familia, Beatriz Porto Magadán, hija de Rosa, nieta de José María y una de las responsables actuales del negocio, tiene que regresar hasta aquella desafortunada muerte prematura del abuelo en la Cuba de 1931. José María dejó viuda y cuatro hijos, la menor Rosa, que tenía sólo un año.

La madre era una vasca “tremenda, una mujer muy social y echada para delante” que al verse sola vendió el alambique y la plantación y montó en Manzanillo una tienda de telas donde también se vendía la lotería cubana, la “bolita”. Mientras su madre “se buscaba los frijoles, como dicen los cubanos”, la niña se quedaba al cuidado de la abuela materna y aprendía “recetas increíbles” de tartas y pasteles en una cocina permanentemente perfumada de vainilla, azúcar y canela.

Guardó en el subconsciente el recuerdo de los aromas y de aquella mano para la repostería y se fue a estudiar a las afueras de La Habana, a “una universidad que había fundado el régimen de Batista” de la que regresó a Manzanillo con un título que le abrió las puertas de una compañía de distribución de cigarros propiedad de un empresario catalán. Ganaba lo que ninguna mujer en la Cuba de los años cincuenta, “280 dólares al mes”, pero en eso llegó Fidel y, como en la célebre canción de Carlos Puebla, “mandó a parar”. El gobierno revolucionario se apoderó de la fábrica, dejó a Rosa sin trabajo y envió a su marido a un campo de trabajos forzados en el que estuvo ocho años.

“Sola con tres muchachos, sin trabajo ni manera de vivir”, Rosa Magadán salió adelante con imaginación y memoria, recordando lo que había aprendido con su abuela y elaborando y vendiendo pasteles a los vecinos de forma casi clandestina. “Todo muy calladito”, cuenta Beatriz, “porque si alguien la delataba podían caerle hasta 25 años de cárcel”. Los sucesivos intentos de la familia por salir de Cuba cristalizaron en 1971, casi cuando terminaba el programa “Vuelos de la libertad” que abría la mano de las salidas hacia Estados Unidos.

Los cubanos viajaban en masa a Miami, pero los Porto Magadán tenían familia en Los Ángeles y Rosa trasplantó allí la profunda tradición familiar de las mujeres emprendedoras. Quería tener su propio negocio. “Si lo hice en Cuba bajo las peores circunstancias, se preguntó, ¿cómo lo voy a conseguir en Estados Unidos, donde puedo ir al supermercado y comprar lo que quiera…?”

Empezó en casa, elaborando pasteles para la familia y las amistades, “haciendo milagros en un apartamento de dos habitaciones con un hornito pequeño”, cuenta Beatriz, que llegó a Los Ángeles justo antes de cumplir los catorce años y se recuerda llegando a casa de la escuela y encontrándose las camas repletas de pasteles. Teníamos que esperar a que terminara para acostarnos”, ríe con nostalgia.

Se corrió la voz de que la emigrante cubana tenía muy buena mano para la repostería y la calidad del producto hizo el resto. Aquella mujer “muy trabajadora, con mucha visión y muy inteligente” abrió su primer negocio en 1976. Era un local diminuto en la esquina entre Sunset Boulevard y Silver Lake que se ha multiplicado por seis y está a punto del séptimo. Lo que ha pasado a partir de entonces se ve en esa media docena de enormes panaderías y pastelerías que se espolvorean por la enorme área metropolitana de Los Ángeles y que sirven desayunos y comidas, y venden dulces, zumos y cafés con trescientos empleados en cada una. Dicen que suelen estar tan llenas que conviene encargar la comida con antelación.

“Hacemos de todo, pero tratamos de mantenernos fieles a nuestras raíces”, cuenta Beatriz Porto. Por eso además de pastelería francesa ofrecen dulces de mango, de guayaba y de frutas tropicales con sabor a Cuba. Y “como casi todos los cubanos tienen un abuelo o un bisabuelo español”, en Porto’s también se sirven croquetas. “De pollo, de carne, de lo que sea…” En un mes venden dos millones de papas rellenas, unas “bolas de puré de patata con carne en el medio” típicas de Cuba, y alrededor de tres millones de “quesitos”, una masa de hojaldre rellena de queso crema azucarado. Todo su chocolate viene de Bélgica, la mantequilla se trae de Francia, el mango de India… Importamos cosas del mundo entero” y el secreto es “la calidad del ingrediente”, sentencia Porto. Eso y unos precios “incomparables”. “Somos muy agresivos como compradores, compramos al por mayor y pagamos a tiempo y así mantenemos unos precios módicos”.

A Beatriz le reconforta recordar que su madre y su padre, fallecidos respectivamente en 2019 y 2024, pudieron ver crecer el negocio que habían fundado “y a sus nietos convertirse en parte del equipo”. Pero esto no para y lo siguiente, queda dicho, es Disneylandia. Y puede que la séptima apertura vaya a ser una de las más especiales, porque entrar en el parque temático pionero de la franquicia Disney en California no es fácil, precisa Porto. “Se entra por invitación y estar ahí es un honor para nosotros, una familia de inmigrantes, porque no todo el mundo puede hacerlo…”

Mientras lidian con los muy exigentes requisitos que hay que cumplir para entrar, el balance que resume el éxito dice que “lo mismo que los españoles hicieron en Cuba muchos inmigrantes cubanos lo han hecho aquí, en Estados Unidos porque encontraron oportunidades y trabajaron muy duro. Además, mi mamá tenía la formación. Venía de una familia de gente que había tenido negocios y llegó a este país muy preparada junto a mi papá, un hombre muy trabajador que siempre la ayudó. Pero ella era el talento, la pasión, todo”.

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