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El ingeniero avilesino que da soporte tecnológico a la industria del lujo en Suiza y tiene un antídoto para el “mal del emigrante”

Carlos García, fundador y CEO de la empresa Digiswit, recién adquirida por Izertis, recomienda “la experiencia vital” del expatriado y “la “sensación de libertad brutal que da haberse enfrentado a la hostilidad de un medio diferente”

Carlos García Rodríguez.

Carlos García Rodríguez.

El “mal del emigrante” se puede definir como la sensación que experimenta alguien que siempre, esté donde esté, echa algo de menos. Así lo explica Carlos García Rodríguez, avilesino de 1982, ingeniero informático que fundó y dirige en Ginebra una empresa que da soporte tecnológico a la industria del lujo y el deporte, entre otras, y que añora Asturias desde Suiza, pero también siente algo parecido, pero al revés, cuando vuelve de visita… Aquello no es Cádiz. Allí no se vive como aquí, evidentemente no se come igual y las tiendas cierran a las seis, pero también hay competiciones que España no puede ganar.

Ginebra, una ciudad con menos población que Oviedo, es la sede de la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN), de las Naciones Unidas y la Organización Mundial de la Salud, tiene la central europea del gigante multinacional Procter & Gamble, la casa matriz del líder mundial del transporte marítimo (MSC) o el cuartel general de Richemont, el propietario de marcas como Cartier o Montblanc, el segundo grupo empresarial más potente del mercado del lujo tras Louis Vuitton y uno de los clientes de su empresa… Por citar sólo unas pocas y sin entrar en los bancos... “Aquí la gente trabaja en esos sitios. Es lo normal. Hay una oferta de estabilidad y unas oportunidades profesionales impensables en otro lugar”.

Habla un emigrante que se marchó a Suiza para un año y ha superado los dieciocho, que fue el primer becario del programa que lleva estudiantes de la Universidad de Oviedo al CERN y que fundó y dirige la empresa Digiswit, una proveedora de asesoramiento y servicios informáticos que acaba de ser adquirida por la consultora tecnológica asturiana Izertis en su estrategia de expansión internacional. El balance global de la experiencia le da para recomendarla. Y “aunque se echen de menos muchas cosas”, dice, “la capacidad de haberte enfrentado a la hostilidad de un medio diferente te da una sensación de libertad brutal… Si me van mal las cosas y me tengo que ir a Singapur, me costará más o menos, pero sé que voy. Sé que puedo. Es una experiencia vital que merece mucho la pena. No tiene por qué ser para toda la vida ni para no volver, pero a mí me parece muy útil”.

Su historia de emigrante empieza como tantas otras casi por casualidad, aunque la pulsión viajera estaba escondida en algún lugar consciente del cerebro. La “fiebre” por el Erasmus de los primeros años del siglo le cerró las puertas del programa, pero sólo aplazó un tiempo la experiencia viajera en el extranjero. Antes de terminar Ingeniería Informática en la Escuela Politécnica de Gijón trabajó como becario para Treelogic, en un proyecto para el desarrollo de una aplicación para la gestión de los taxis de Oviedo, y después en Satec, en el innovador proceso del primer andamiaje para las aplicaciones web del Gobierno del Principado.

La oportunidad del CERN irrumpió en su horizonte por azar, o más bien porque una conjunción de factores decidió que la formalización del acuerdo de colaboración entre el organismo y la Universidad de Oviedo, suscrito en 2007 por iniciativa de la investigadora asturiana del CERN Isabel Fernández, coincidiera con el momento en el que Carlos García acababa de terminar su proyecto fin de carrera, uno de los requisitos de acceso a las becas. Se añadió la circunstancia de que “mis padres siempre se habían preocupado de que habláramos bien inglés” y todo ese cóctel de situaciones le ayudó a superar la entrevista… Así se convirtió Carlos en el primer becario de un convenio que sigue vigente y que ha llevado a más de trescientos asturianos al prestigioso centro europeo que opera el laboratorio de física más importante del mundo.

En un grupo donde había franceses, belgas, polacos, rusos y suizos a las órdenes de un jefe técnico que había trabajado en Oracle, aquel joven ingeniero de 25 años casi recién graduado aprendió “un montón”, entre otras “una manera de hacer bien las cosas”. Su experiencia como desarrollador de software en el centro duró en total tres años y medio entre la beca y un contrato posterior como colaborador, pero la plaza fija era complicada y Carlos encontró en su lugar, por mediación de un excompañero, un puesto como consultor informático en Groupe Mutuel, la mayor compañía aseguradora del país en el mercado de los seguros médicos. Para entonces, ya había sobrepasado con creces el año que inicialmente iba a pasar en Suiza y seguía allí, incapaz de encontrar razones para abandonar un ecosistema empresarial plagado de oportunidades.

De los seguros saltó a una compañía de tamaño medio en la que Richemont pasó a ser su cliente principal. Se abría una relación profesional de doce años, de 2012 a 2024, en la que el segundo grupo de artículos de lujo más importante del mundo se convirtió en el entorno que le dio la oportunidad primero de desarrollar una carrera profesional en varias etapas y niveles de responsabilidad y luego de emprender y fundar su propia empresa para dar servicio al grupo a partir de 2021.

En el gigante de los artículos de lujo empezó encargándose de la “gestión de información del producto”, que sería algo así como el control tecnológico de todo el proceso que va del envío y tratamiento de “los datos de las joyas o los relojes desde las fábricas y los equipos de diseño hasta su incorporación en una aplicación web”. Asumió después la coordinación de los equipos de mantenimiento de aplicaciones antes de hacerse cargo de la gestión de un nuevo programa pensado para integrar todos los sistemas y aplicaciones de la compañía.

Fue entonces cuando una pregunta inesperada le cambió el rumbo. Cuando las necesidades de personal de este proyecto empezaron a crecer, en Richemont le preguntaron si conocía a alguien que pudiera darle soporte desde fuera de la empresa y Carlos respondió de inmediato. “Puedo hacerlo yo”. Eso pasó en el verano de 2021 y en noviembre nació Digiswit, que llegó a la treintena de trabajadores, creció y diversificó su clientela y ahora tiene una solvente cartera de planes atractivos. Se han hecho, por ejemplo, con un importante y sugestivo proyecto de digitalización para una importante federación deportiva internacional o con el diseño de un sistema de “trazabilidad de barcos”, algo así como una versión marítima del “flightradar” que localiza vuelos en tiempo real.

El progreso de la compañía llamó la atención del grupo Izertis y las ambiciones de crecimiento de Digiswit confluyeron con la estrategia de internacionalización de la compañía asturiana, que la adquirió hace algo más de un año. La relación con Pablo Martín, CEO de Izertis, fluyó de forma “muy natural”, cuenta Carlos García. “Nos entendimos muy bien en mentalidad y objetivos. Cuando fundas una empresa siempre tienes el gusanillo de crecer, de emprender, de mejorar, y creo que con Izertis tenemos muchas oportunidades para seguir desarrollando el negocio y personalmente para seguir aprendiendo y pasándolo bien, que es lo importante”.

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