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El análisis oviedista desde Bruselas de la futbolista Laura Díaz: Carrión y la pólvora mojada

Este Oviedo no juega para ganar; juega para no perder; y en Primera División, eso es perder de antemano

Carrión durante el encuentro entre el Oviedo y el Espanyol.

Carrión durante el encuentro entre el Oviedo y el Espanyol. / Irma Collín / LNE

Laura Díaz González

Laura Díaz González

La futbolista avilesina Laura Díaz González, apasionada seguidora del Real Oviedo, comenzó la pasada temporada a enviar desde Hong Kong sus análisis sobre la evolución del equipo azul para la edición "Asturias Exterior" de LA NUEVA ESPAÑA. Con su sección "Lo más lejos a tu lado" debutó como cronista oviedista justo en la temporada del sueño, del regreso a Primera. En China estudió Relaciones Internacionales y ahora emprende una nueva etapa laboral desde Bruselas. Vuelve el Oviedo a Primera y vuelven las crónicas de Laura a "Asturias Exterior" pero esta vez desde la capital belga. Ella, que pertenece a la llamada "generación del barro", que acompañó al Oviedo en sus peores momentos, contará cómo es medirse con los mejores del fútbol español.

Hay cosas que una aprende a medida que va creciendo y viviendo fuera. La primera es que la waflería de la Grote Markt es un timo turístico. La segunda es que el wifi público en Bélgica tiene la fiabilidad del Oviedo de cara a portería. Y, la tercera —la más importante— es que tener a una amiga del Sporting de visita cuando tu equipo juega en Montilivi es una combinación de desastre y comedia que debería estar prohibida por la Convención de Ginebra.

Pero ahí estábamos María y yo el sábado por la mañana bajo el diluvio universal en Brujas, con ella disfrutando de su gofre que costaba lo que media entrada en el Tartiere, y yo intentando disimular la ansiedad creciente por las 14:00, cuando el Oviedo saltaría a Montilivi contra el Girona. María llevaba días preparándose para este momento con la paciencia de quien sabe que el sufrimiento ajeno es la mejor diversión del mundo. Somos amigas desde hace años, pero nuestro acuerdo tácito es simple: ella sufre con el Sporting, yo sufro con el Oviedo, y ambas nos burlamos mutuamente cada vez que uno de los dos juega.

Al menos esperaba que el regreso de Luis Carrión al banquillo del Real Oviedo marcara un punto de inflexión. Lo hizo, pero no de la forma esperada. Porque más allá de los abucheos y de las heridas abiertas con la afición, lo que se ha visto sobre el césped en estos dos primeros partidos es un equipo atrapado en sus propias contradicciones: con intención, pero sin precisión; con balón, pero sin mordida.

El problema no es nuevo. El Oviedo llegó al parón de octubre siendo el equipo que menos anotaba en toda LaLiga: apenas cuatro tantos en ocho jornadas, con cinco partidos en blanco. Ahora, tras sumar tres goles más en dos encuentros —todos en Montilivi—, el balance sigue siendo alarmante: siete dianas en diez partidos, una media de 0,7 goles por choque. Y lo peor no es la sequía, sino la sensación de que el gol no llega porque el equipo no logra generar continuidad en campo rival, no encuentra espacios en los metros finales ni tiene claridad en la definición.

Carrión volvió con un mensaje claro: su Oviedo sería más vertical, más intenso, más agresivo que el de Paunovic. El catalán apostó desde el primer día por el 4-2-3-1, su sistema fetiche, con un doble pivote clásico formado por Dendoncker y Colombatto, un mediapunta —inicialmente Luka Ilic— entre líneas, y extremos abiertos que buscaran el desborde.

La propuesta tenía lógica sobre el papel. Dendoncker aporta despliegue físico, llegada desde segunda línea y capacidad para presionar; Colombatto ofrece salida limpia, pausa y criterio en la circulación. Juntos forman una pareja complementaria que debía dar equilibrio a la medular. Pero en la práctica, el sistema se ha mostrado frágil. Ante el Espanyol, el doble pivote fue superado en varias fases del partido; Pere Milla se metía por dentro para generar superioridad numérica (4 contra 3) y el Oviedo no supo cerrar los pasillos interiores ni presionar con suficiente coordinación. Chaira y Hassan, situados en las bandas, debían seguir a los laterales rivales cuando subían, pero la sincronización defensiva falló. El resultado fue un equipo desconectado entre líneas, con espacios entre la medular y la defensa que el Espanyol aprovechó con crueldad.

En Montilivi, Carrión introdujo una variante: apostó por dos puntas desde el inicio, con Viñas y Rondón arriba, acompañados por Ejaria en la derecha y Chaira en la izquierda. El dibujo se asemejaba más a un 4-4-2 con movilidad en los carriles exteriores, buscando fijar a los centrales del Girona y habilitar espacios para la llegada de los interiores. La idea funcionó a ratos: el Oviedo se adelantó 0-2, con un penalti de Viñas y un cabezazo de Rondón tras una jugada de estrategia bien ejecutada. Pero cuando tocó gestionar la ventaja, el equipo volvió a mostrar sus limitaciones: se encerró, perdió la presión, dejó de circular el balón con fluidez y permitió que el Girona mandara centros al área con demasiada facilidad.

Tras dos partidos al mando, Carrión aún no ha logrado imponer un sello claro. El Oviedo tiene más organización con balón que en la era Paunovic —el doble pivote aporta más estructura en la salida—, pero ha perdido espontaneidad, llegada desde segunda línea y sorpresa en ataque. La presión alta que prometía el técnico catalán no se ha visto de forma consistente; el equipo presiona a ratos, pero sin la intensidad ni la coordinación necesarias para incomodar de verdad al rival.

"Tuvimos miedo a perder y eso te hace que pierdas", reconoció Carrión tras el 3-3 ante el Girona. Una frase que resume todo. Porque este Oviedo no juega para ganar; juega para no perder. Y en Primera División, eso es perder de antemano.

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