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Entrevista | Ignacio de la Vega Vicepresidente de Asuntos Globales del Instituto Tecnológico de Monterrey (México)

“Para emprender también hay que aprender a normalizar el fracaso”

"Los países con una tasa elevada de emprendimiento tienen una capacidad de generar un ecosistema que ayuda y empuja al emprendedor, que impulsa el error y en el que el Gobierno facilita trámites y elimina burocracia"

"El problema es que la política es un negocio de corto plazo, y hay muy pocos políticos en el mundo que presten atención e inviertan en cosas que van a tener impacto en quince años; esa es la diferencia entre un estadista y un político”

Ignacio de la Vega.

Ignacio de la Vega. / Luisma Murias

Como tantas otras veces, aquí el lugar de nacimiento no dice toda la verdad. Ignacio de la Vega vino al mundo en Madrid, pero es el bisnieto de un allerano emigrante a Perú que hizo fortuna con el caucho, el hijo de un asturiano y una jienense que se instalaron en Pravia antes de mudarse a la capital y el sobrino de “Loli, la andaluza”, que conserva su acento de Jaén en la orilla praviana del Nalón… “Estoy asturianizado en un 75 por ciento de mi ascendencia”, resume el vicepresidente de Asuntos Globalesdel Instituto Tecnológico de Monterrey, dueño de una larga experiencia como profesor de emprendimiento y estrategia empresarial en más de treinta países de la que ha extraído una confianza ciega en el poder de la educación como herramienta de transformación social.

Desde 2017 la pone en práctica en México, en el cuerpo directivo de una prestigiosa universidad privada donde también ha ejercido como decano en la Escuela de Negocios. Su carrera ha dado varias vueltas al mundo desde que se graduó en Derecho con Premio Extraordinario en la Complutense, o desde que abrió camino profesional buscando oportunidades empresariales para el grupo Vips, del asturiano Plácido Arango. Durante 21 años ocupó distintos puestos de liderazgo en el Instituto de la Empresa, con un paréntesis para probar durante un cuatrienio la función pública al frente de la Dirección General de Comercio, Consumo y Promoción Exterior en la Comunidad de Madrid, y conoció desde dentro el IBEX 35 como director de Talento, Desarrollo e Información en el Grupo BBVA. En 2010 se incorporó al Babson College de Massachusetts, “la principal escuela de emprendimiento del planeta”, y mientras ponía en marcha universidades vivió en Arabia Saudita, “o como yo la llamo, Arabia inaudita”, y conoció entre otros países del entorno y Dubai o Indonesia… Fue designado “Educador del año” 2020 por la Academia de Negocios Internacionales y ha dado clases en los cinco continentes, pero la patria de la infancia es Pravia. Viajó con frecuencia, remó en Los Cuervos, se casó con una ovetense y la vida, dice, “me ha llevado a vivir en muchos sitios diferentes, pero siempre vuelvo a mis raíces”.

–¿Pero se puede enseñar a emprender?

–Probablemente no, pero se pueden enseñar y compartir todas las herramientas que debe tener un emprendedor de éxito. Y no sólo eso, también desarrollar el espíritu y exponer a los alumnos a una mentalidad de innovación y transformación, siempre positiva, que no sólo es útil para alguien que va a desarrollar un proyecto empresarial desde cero, que también sirve para un directivo de una empresa o de una Universidad, incluso para utilizar en el plano plano personal. Se trata de tener una serie de herramientas, relacionadas con las oportunidades de negocio, con los conocimientos de mercado y el networking, el análisis de información o el desarrollo de modelos de negocio, y de saber que sí se puede aprender a juntar todas esas piezas cuando se presente una oportunidad o una fuente de financiación. La trayectoria siempre será más sencilla para quien es capaz de desarrollar unas capacidades y unas competencias, pero es verdad que a emprender se aprende emprendiendo.

–¿Cómo lo hacen ustedes?

–En el TEC de Monterrey queremos que el cien por cien de los alumnos emprenda, o al menos que esté expuesto a las herramientas y las metodologías del emprendimiento. En Babson, dentro de una asignatura obligatoria, troncal, lo hacen entregando dinero para que el alumno desarrolle un proyecto que incluso pueda generar ingresos, ventas y rentabilidad. Eso lo hicimos también hace años en el TEC, porque despierta la curiosidad, y conduce a la siguiente fase, que es querer aprender… Si se buscan en la literatura especializada las competencias más demandadas hoy en día por empresas y organizaciones, siempre aparecen el liderazgo, el trabajo en equipo y el espíritu emprendedor y la innovación, que son herramientas fundamentales de transformación. Por eso decimos que estos conocimientos son universales y sirven para todos. Imagínese que en España tuviéramos gobiernos emprendedores en lugar de burocráticos… Seguramente nos iría mucho mejor.

–Dice que a emprender se aprende emprendiendo, ¿quizá también aprendiendo a fracasar?

–Cien por cien. Hay que normalizar el fracaso. Eso es algo en lo que siempre he insistido cuando he tenido la fortuna de dirigir equipos. Si jugamos en nuestra zona de confort, el impacto que vamos a tener va a ser muy limitado. Tenemos que salir de ahí y asumir riesgos, pero riesgos bien educados. No se trata de tirarse a la piscina antes de saber si hay agua, pero sí de fomentar un porcentaje de fracasos. Cuando llegué a México y en uno de los equipos propuse “vamos a atrevernos”, alguien me contestó: “Es que si fracaso me corren”. Pues vamos a hacer otro planteamiento, les dije. Si no fracasas un poquito es cuando te vamos a correr… Evidentemente es una broma, pero sirve para empezar a impulsar esa idea de que un pequeño fracaso en cualquier actividad bien planteada te ayuda mucho. No conozco a ningún emprendedor, corporativo o individual, que no haya fracasado alguna vez en algo. Y si no ha fracasado, el impacto que tiene probablemente es limitado. Normalizar el fracaso y el riesgo tiene que formar parte del desarrollo y la competencia de los que nos dedicamos a la educación, aunque, ojo, el buen emprendedor lo minimiza. ¿Cómo? Con información, con capacidad, con toma de decisiones, con buenos equipos. Lo minimiza, pero siempre existe.

Ignacio de la Vega, durante su visita a Oviedo para asistir a la ceremonia de entrega de los premios "Princesa de Asturias".

Ignacio de la Vega, durante su visita a Oviedo para asistir a la ceremonia de entrega de los premios "Princesa de Asturias". / I. V.

–La pregunta más clásica le pediría la receta del emprendedor. ¿Qué hay que tener, sí o sí, para serlo con éxito?

–Si la pregunta es si cualquiera puede emprender, la respuesta es sí, sin duda. Durante muchos años me tocó presidir el Global Entrepreneurship Monitor (GEM), un consorcio de universidades que tutela el mayor repositorio de información e investigación sobre emprendimiento en cien países y ha desarrollado una metodología que en su momento nos permitió relacionar el emprendimiento con desarrollo económico, generación de riqueza y empleo, etc. Ahí hicimos una serie de investigaciones cruzadas y entre ellas una trató de trazar el perfil del emprendedor. Hay una serie de características, sí, pero los perfiles son especialmente variopintos.

–¿De qué depende?

–No es lo mismo emprender en Corea del Sur que en México, donde tenemos un alto porcentaje de emprendimientos asociados a la falta de oportunidades laborales. El hambre es un magnífico aguijón para emprender, y normalmente da lugar a iniciativas que tienen poco impacto, pero existen. En otros países donde la tasa emprendedora es elevada y son, entre comillas, ricos, lo que hay es un ecosistema que ayuda, empuja y posibilita a ese emprendedor y que además impulsa eso de lo que hablábamos antes, el error. Yo invertí, poco, en alguna etapa de mi vida y me gustaba el perfil de un equipo, no de un emprendedor único. De hecho, creo que eso no existe, o si existe, multiplica el riesgo de manera exponencial. Tengo preferencia por los equipos que además hayan pasado ya por la experiencia de fracasar, porque el emprendedor de segunda o tercera oportunidad ha adquirido una cultura de aprendizaje muy relevante. Esto podría parecer contraintuitivo, porque si ha fracasado parecería que lo lógico sería no apoyarle, pero este es un perfil muy atractivo, siempre que hablemos de un fracaso bien intencionado y bien razonado.

–¿Cuánto cuenta el entorno?

–Voy a darle un ejemplo. Y no hablaré de España. Hace treinta años, México tenía una renta per cápita que, en grandes números, multiplicaba por dos o tres la de Corea del Sur. Hoy es al revés. ¿Qué ha pasado? Pues que Corea del Sur invierte el cinco por ciento de su PIB en educación, en innovación, en investigación y en ciencia y ha generado un ecosistema muy saludable para ese emprendimiento corporativo o individual. En México, desgraciadamente, hoy la inversión en investigación es un 0,3 por ciento del PIB. De educación, ni hablamos… Esa capacidad de generar ecosistemas tiene mucho que ver.

–¿Qué es un buen ecosistema ¿Cómo se articula?

–Vamos a buscar otro ejemplo en Silicon Valley, un lugar en el que una Universidad, Stanford, fue capaz de atraer un talento extraordinario, una prueba más de la relevancia de la inversión en educación, o de que la educación es la herramienta de transformación más poderosa que tiene una sociedad… En este paradigma, el talento de los alumnos empieza a atraer a su alrededor un ecosistema de empresas e industrias y eso, a su vez, atrae capital. Y el Gobierno, ¿qué hace? Nada. Pontifica, ayuda a que el marco fiscal sea mejor, facilita los trámites, elimina burocracia y se mantiene como un agente pasivo, pero muy activo. Eso es un ecosistema de emprendimiento. El problema para replicarlo es que la política, como sabe, es un negocio de corto plazo. Y hay muy pocos políticos en el mundo que presten atención e inviertan en cosas que van a tener impacto en quince años. Esa es la diferencia entre un estadista y un político.

–Tal vez haya en la emigración asturiana muchos buenos ejemplos de espíritus emprendedores por necesidad. ¿En qué medida piensa que conservamos el arrojo y la valentía que tuvieron muchos de nuestros antepasados?

–En la Asturias del siglo XIX también se emprendía por necesidad. Se iban porque había hambre y se buscaban la vida, y como eran gente emprendedora, y se ayudaban unos a otros y tenían tendencia a asociarse, crearon un tejido industrial y empresarial muy exitoso y muy valioso. La oportunidad sale en este caso de la necesidad, pero también de sus capacidades y del trabajo. Porque para emprender y ser exitoso hay que jalar mucho, como dicen en México.

–¿Qué van a aportar a ambos lados del Atlántico las líneas de colaboración abiertas entre TEC de Monterrey, el Instituto Oftalmológico Fernández Vega y la Universidad de Oviedo?

–Desde su fundación, el Tecnológico de Monterrey ha tenido siempre una vocación muy internacional. Somos la universidad más relevante del mundo desde el punto de vista del número de alumnos que enviamos en intercambio a otras universidades. Cada año salen unos 8.000 y recibimos entre 3.500 y 4.000. España es nuestro destino principal desde el punto de vista de la movilidad de alumnos, profesores e investigación y ahí tenemos una fructífera relación desde hace décadas con la Universidad de Oviedo que incluye un doble grado internacional en Ingeniería Química. El acuerdo que hemos firmado hace unas semanas en Oviedo supone un paso más. Es un centro de investigación a tres bandas entre el TEC de Monterrey, el Instituto Oftalmológico Fernández Vega y el Karolinska Institutet de Suecia, uno de los principales centros de investigación médica en Europa. Lo que vamos a hacer es investigación, y hemos lanzado una primera línea con un profesor de Karolinska que también lo es del TEC, Per Olof Berggren, y que tiene una línea de trabajo fascinante, una técnica para trasplantar islotes pancreáticos en la cámara anterior del ojo y desde allí difundir por el sistema inmunológico ciertos componentes capaces de combatir algunas enfermedades, como la diabetes. Hay que tener en cuenta que esto no es para mañana, porque los estudios de investigación los hacen estadistas, pero esperamos tener un impacto muy relevante.

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