Asturias, una tierra de emigrantes que ahora también es de acogida

Las lecciones de la emigración asturiana a América

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Manuel J. García Rodríguez

Manuel J. García Rodríguez

La vi cuando estaba comiendo acompañado en un restaurante pomposo y emperifollado, de esos a los que vas en ocasiones especiales para celebrar la amistad o conquistar al amor. Los típicos para dejarte el sueldo. De lujo dirían muchos, aunque tal vez el auténtico lujo eran los huevos con chorizo de la abuela. Tan de casa, tan de verdad. Allí estaba una joven de piel canela, enjuta y melena azabache. Podría estar disfrutando de la buena mesa pero la vida la puso de camarera.

Mi amigo le preguntó de dónde era e instintivamente sonrió y sus ojos negros se tornaron brillantes, "de Venezuela" dijo con cierto orgullo. Duele ver a tantos millones de personas huyendo de su país, dejando atrás a sus familias y seres queridos por la tiranía chavista. Lástima pensar el sufrimiento que padecen los venezolanos, hasta el extremo de tener que abandonar sus raíces. El éxodo, empezar de cero. Una maleta, el billete a un destino incierto y los pocos ahorros en el bolso. Se clava una cornada en el corazón al imaginar que la factura de mi comida sea más de lo que haya en esas carteras.

España siempre fue país de emigrantes, que nos lo digan a los asturianos o gallegos. Pueblos hermanos también en la falta de oportunidades y el terrible éxodo. Por ejemplo, mis bisabuelos emigraron a la rica Cuba –hoy un oxímoron debido al castrismo– en la década de 1920. Tras varios años de duro trabajo en casa de los "amos" –los trataron bien–, la morriña gallega y el embarazo les hizo retornar. En los 40 y 50 mis tíos abuelos emigraron a Suiza y Argentina. Los asturianos tenemos familiares que emigraron a Centroeuropa y, sobre todo, a Hispanoamérica: México, Cuba, Venezuela, Argentina o Chile.

Es difícil describir con palabras lo que esas gentes sufrieron. Hay una fotografía que refleja muy emotivamente esa España emigrante desgarrándose en la despedida. Que nos acerca a lo que padecieron, un adiós sin fecha de reencuentro. La ausencia, los anhelos rotos, el miedo. Un hombre abraza por el cuello a su hijo, los dos lloran. Están en el puerto de Coruña en 1957 y despiden a su esposa y madre, que se embarca en el Juan de Garay rumbo a Buenos Aires. La célebre instantánea la tomó el fotógrafo Manuel Ferrol con una cámara Rolleiflex que tiene el visor en la parte superior. La ocultaba dentro de su gabardina para captar –a media altura, como un niño ve el mundo– la cruda realidad sin llamar la atención de los desesperados protagonistas.

La icónica imagen de 1957.Juan Jesús, con su padre, en la icónica imagen captada por Manuel Ferrol / MANUEL FERROL

La icónica imagen de 1957.Juan Jesús, con su padre, en la icónica imagen captada por Manuel Ferrol / MANUEL FERROL / Manuel Ferrol

La fotografía es el icono de una época silenciosamente trágica, para los que se quedaron y para los que se marcharon. El propio Ferrol recuerda aquellos tiempos: "Viajé en algunas ocasiones a bordo del trasatlántico Juan de Garay desde Coruña a Vigo, última escala antes de la travesía a América. En cuanto el muelle se perdía de vista, todos desaparecían y se hacía un silencio sepulcral. Parecía un barco fantasma. Pero podía ser peor. A muchos de estos pobres emigrantes, que salían por primera vez de su remota aldea, los timaban sin piedad: los tenían toda la noche en un barco dando vueltas por la ría de Vigo y los bajaban por la mañana en Cangas do Morrazo, diciéndoles que estaban en América". Hoy, por suerte, el emigrante ya no es un analfabeto que no ha visto mundo.

La falta de horizontes empujó a uno de cada dos asturianos a dejar atrás su tierra; uno de cada tres gallegos. El éxodo a América fue de 350.000 asturianos y de dos millones de gallegos aproximadamente en un siglo, entre 1850 y 1950. Coincide con la ola migratoria en la que se encontraba inmersa toda España y gran parte de Europa. Los españoles tenemos un rasgo distintivo: nos integramos allá donde vamos. ¿Conocen algún gueto o "barrio español" en las ciudades que nos acogieron en masa? Nos mezclamos, penetramos en la sociedad. En todos los sentidos. No obstante, algunas personas se sienten extranjeras en su tierra de adopción y también son unos extraños cuando regresan a su añorada patria. Permanecen en la imaginaria frontera del desarraigo. El peor de los destinos.

La mayoría de los españoles emigrantes nunca regresaron, salvo los acaudalados indianos que construyeron sus palacetes y desarrollaron labores filantrópicas cuando el estado de bienestar no existía. En la América del s. XIX y XX se organizaron y ayudaron mutuamente, creando con mucho éxito los centros asturianos: colegio, centro médico y lugar de ocio a la vez. Para conocerlos mejor, recomiendo visitar el museo de la emigración de Asturias, situado en una bellísima y azulada casa de indianos en Colombres.

En la actualidad, donde el discurso imperante sugiere que sólo se puede ayudar a los desfavorecidos desde lo público, desde el Estado, contrasta las iniciativas asociativas y privadas que hacían nuestros paisanos en los centros asturianos. En una época con grandes carencias, demostraron que el ser humano es benéfico y resuelve sus problemas desde la sociedad civil. Hace un siglo y también ahora. Hay asociaciones, órdenes religiosas, fundaciones, etc. que asisten a los inmigrantes que llegan al Principado. Por ejemplo, en Oviedo está San Vicente de Paúl donde varios voluntarios ayudan, entre ellos mi padre, a repartir alimentos gratuitamente a venezolanos, cubanos, argentinos, etc. Aflige verlos en la cola con sus bolsas vacías, esperando con sus niños o bebés a recibir la comida –"gracias, señor Manolo"–. Los logros del chavismo, el castrismo o el peronismo. La historia nos ha enseñado que los mandatarios que más dicen combatir la pobreza, son los que más miseria provocan. Pero muchos de esa cola salen adelante en nuestra sociedad, motivo de alegría.

¿Cómo es posible que en menos de 100 años se inviertan los flujos migratorios hacia España tan radicalmente? Argentina, Venezuela o Cuba fueron más ricos que España durante buena parte del siglo XX. La razón es que no hay países ricos o pobres per se, sino bien o mal gobernados. No hay atajos, no existen recetas populistas, para conseguir una sociedad pujante y próspera.

Creo que acogemos bien a los foráneos, les ayudamos y empatizamos. Un dato revelador, uno de cada siete habitantes en la Comunidad de Madrid ha nacido en un país latinoamericano. Un millón de personas. A eso hay que sumar los extranjeros provenientes de Europa, Asia y África. Es decir, en Madrid hay una fortísima presión inmigratoria que, aparentemente, no genera grandes tensiones, como sucede en otros territorios de España. Un éxito silente, como tantos de este país.

Sin embargo, Asturias es de las regiones con menor presión inmigratoria. Solamente el 6% de la población es extranjera (se multiplicó por 10 en los últimos 25 años). No sorprende, no somos tierra de muchas oportunidades laborales.

Actualmente, la comunidad asturiana en la diáspora sigue siendo relevante. Seguimos triunfando fuera de la tierrina, como aquellos indianos, pero ya sin casona, palmeras y haiga. Nos sentimos orgullosos cuando leemos sus historias en estas páginas, en "Asturias Exterior", liderado magistralmente por el periodista Eduardo Lagar. Emigrar no es malo, mientras no sea por extrema necesidad (económica, guerra, política, religiosa, etc.) y puedas regresar a tus orígenes si lo deseas.

Me imagino a mi bisabuela, hace justo un siglo en Cuba, responder gallardamente a sus amos de dónde venía: "de España". Como tantos otros. Ayer y hoy.

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