Define Jaime Álvarez Buylla a Ángel Luis Bienvenida, su cuñado, con pocas y emocionadas palabras: fue un señor del toreo y de la vida. Con motivo de su muerte, todos los que le trataron y recordaron, y fueron muchísimos, tanto del mundo del toro como de fuera de él, coincidieron en el señorío de este otro Bienvenida, menos conocido que algunos de sus hermanos, pero también torero excepcional. En los Bienvenida predominaban la elegancia no adquirida, sino natural, el arte y la alegría: la espectacular sonrisa de Antonio Bienvenida se abrió a todos los grandes ruedos de España, de Francia, de las Américas española en las que se mantiene la fiesta en lugar de ir a macanear a París. América fue siempre una plaza muy importante para los Bienvenida. Ernest Hemingway repara en esa amplia sonrisa de potente dentadura en un capítulo de «El verano peligroso», aunque su parcialidad en favor de Ordóñez le impide detenerse en el otro gran Antonio del toreo de la segunda mitad del siglo XX: de un Antonio que llegó a ser don Antonio, con la mayor naturalidad y el mayor merecimiento. Como decía Rafael, andaluz fino y peluquero en Oviedo, y ocasionalmente rapsoda, refiriéndose a «don Antonio Bienvenida» con motivo de la memorable faena de un 6 de junio en la plaza de las Ventas, que intentó enfrentarse a doce toros, cada uno de ganadería distinta: sólo pudo con nueve, pero fueron suficientes para que Rafael le proclamara «el torero más torero / de toda la torería».

No menos abierta era la sonrisa de Ángel Luis ni menor su simpatía. Tengo sobre la mesa una fotografía en la que Antonio y Ángel Luis están cada uno a un lado del Papa Negro (el veterano maestro, elegantemente vestido de calle, con corbata de lazo, la cabeza grande y calva, como la de Ortega y Gasset, y los dos hijos de corto, los tres descubiertos y Ángel Luis con el sombrero cordobés en la mano) y la sonrisa del más joven, de Ángel Luis, trasluce encanto. Ya de mayor, y con ropas civiles, Ángel Luis Bienvenida (o si se prefiere, ateniéndonos al carnet de identidad, Ángel Luis Mejías Jiménez), mostraba en sus modales de caballero completo que había sido torero y que, probablemente, nunca hubiera podido ser otra cosa. Fue el cuarto hijo torero de Manuel Mejías Rapela, el patriarca de los Bienvenida (aunque no fuera el primero de ese apodo, porque la dinastía de los Bienvenida es tan antigua como las de los faraones egipcios, pese a que, como escribió Luis de Armiñán en «Vida y novela de un matador de toros» (la biografía del Papa Negro): «Ángel Luis ya no debía ser torero». Hubiera podido ser notario, o médico, o ingeniero de caminos, pero fue torero y como continúa Armiñán, «no es matemáticamente posible que de una misma estirpe surjan profesionales -sea el que fuere, arte u oficio- con semejante empuje. En un siglo de Bienvenidas hubo tres cumbres y en una misma generación dos, sin que los otros dedicados al mismo empeño fueran merecedores de menosprecio: era demasiado». No obstante, los ruedos estuvieran llenos de Bienvenida, «la espiga humana de Ángel Luis», continúa Armiñán, «sus proporciones físicas, su gracia personal, componían la mejor estampa torera de la casa». Ángel Luis, apenas dos años más joven que Antonio, parecía destinado a sucederle, si se tiene en cuenta que Manolo Bienvenida solía decir que se retiraría cuando tomara la alternativa Antonio. Pero Antonio consiguió ser figura durante muchos años, y continuaba siéndolo cuando Ángel Luis ya se había retirado (en 1951). Todavía quedaba el benjamín de la casa, Juan, que fue un torero con mala suerte, que nunca se recuperó del todo de la lesión que la causó un miura en el pie derecho en la plaza de Almendralejo.

El apodo de esta dinastía, una de las más ilustres del toreo español, procede de la localidad de Bienvenida, en Badajoz, de donde eran Manuel Mejías Luján, excelente banderillero del siglo XIX, y Manuel Mejías Rapela, apodado el «Papa Negro» por el revistero don Máximo, que consideraba a «Bombita» como el Papa de la torería, y a Bienvenida, como un equivalente al general de los jesuitas. Su hijo mayor, Manuel Mejías Jiménez, adoptó de «Bienvenida», que fue también el de sus hermanos toreros: Pepe, Antonio, Ángel Luis y Juan. Rafaelillo hubiera sido torero, pues tenía afición y apuntaba buenas formas, pero era enfermizo y endeble, su madre quería que fuera médico, y murió a poco de ingresar en la Facultad de Medicina.

Ángel Luis nació en Sevilla el 2 de agosto de 1924 y salió por primera vez al ruedo vestido de luces en Cuenca, el 27 de agosto de1939, con 15 años recién cumplidos. Se presenta en Madrid el 25 de julio de 1943, formando cartel con José Parejo y Pepe Dominguín, y toma la alternativa en Madrid el 11 de mayo de 1944, en una corrida de toros de los herederos de don Arturo Sánchez Cobaleda que fue una apoteosis de la familia Bienvenida: Ángel Luis recibió los trastos de su hermano Pepe, que le cedió la muerte del toro «Rosquillero», actuando como testigo su hermano Antonio. Y todavía faltaba Juan por tomar la alternativa, en el año 1955, cuando hacía cuatro ya que Ángel Luis se había retirado. Su carrera fue corta pero honorable: representó en los ruedos, durante el tiempo que los pisó, la dignidad de los Bienvenida «con su caballerosidad y hombría de bien», y como resume Luis de Armiñán: «Una historia muy breve, sin fracasos grandes, con éxitos enormes, espaciados». No brilló tanto como Antonio, o no se planteó hacerlo, y decidió dedicarse a los negocios a una edad adecuada para triunfar al otro lado del Atlántico, cuyo camino había abierto el Papa Negro al emprender en América una segunda carrera. Quien sería forjador de toreros fue, asimismo, uno de los primeros toreros españoles que triunfaron en América. También intentó el triunfo fuera de los ruedos, que Ángel Luis alcanzaría plenamente.