Con motivo de sus ochenta años recién cumplidos, o cuando menos en torno a la fecha de su cumpleaños, han aparecido tres libros que incrementan la bibliografía del profesor Juan Velarde en las diferentes facetas de autor (el estudio «Tres sucesivos dirigentes políticos conservadores y la economía. Análisis de Cánovas del Castillo, Sagasta y Maura», publicado por Fundación Universitaria Española, Madrid 2007), editor (Las sociedades científicas españolas, Instituto de España, Madrid, 2007) y, por así decirlo, objeto principal o protagonista («La búsqueda del saber. Liber amicorum de Juan Velarde», Actas, Madrid, 2007, con edición y prólogo del profesor Emilio de Diego). Tres libros importantes que no agotan, no obstante, la variada y profunda dimensión humana e intelectual de Juan Velarde Fuertes.

Como escribe Emilio de Diego en el prólogo a «La búsqueda del saber», este libro, muy bien editado y con abundante y entrañable material fotográfico, recoge los sentimientos de, al menos, tres generaciones de sus amigos. Amigos que van de Manuel Fraga a Ramón Tamames, de Teodoro López Cuesta a Sabino Fernández Campos, de Antonio Lago Carballo a Fabián Estapé, de Aquilino Duque a Carlos Robles Piquer, de Joaquim Verissimo Serrao a Manuela Mendoça, Ana Vicente y Antonio Pedro Vicente, Fernando Guedes, Pedro Mario Soares Martínez, Justino Mendes de Almeida y Aníbal Pinto de Castro: la representación portuguesa en este homenaje es amplia, variada e ilustre, porque, como escribe Emilio de Diego, «la idea de Juan Velarde de potenciar el conocimiento entre ambos países ibéricos ha dado excelentes frutos académicos y ha conducido al nacimiento y desarrollo de una fraternal amistad con nuestros colegas del otro lado de una "raya" que cada vez separa menos y une más», añadiendo De Diego que «tal vez sea éste uno de los rasgos que mejor definen la personalidad de Juan: su impulso permanente a la apertura de ámbitos de conocimientos, de un saber que derribe los obstáculos para la comprensión. Algo que, como puede verse aquí, se pone de manifiesto en tantas y tan diferentes etapas de su vida: en sus primeros años de estudio, en su juventud, en su andadura política, en su labor profesional... desde su tierra asturiana hasta todos y cada uno de los lugares que ha conocido a lo largo y ancho del mundo».

No podemos detenernos en todos los textos que componen el libro, pero es particularmente representativo el escrito por Teodoro López Cuesta, su compañero desde hace tantos años en la difícil y fructífera tarea de poner en funcionamiento, año tras año, el milagro de La Granda. «Mantenerlo -escribe Teo- nos cuesta sangre, sudor y lágrimas, pero al mismo tiempo nos produce satisfacciones espirituales, incomparables e impagables». Y Teo, amigo de Velarde desde la primavera de 1963, le ve «como un trabajador enfebrecido que procura, no obstante, asistir a todas las reuniones que se celebran, leer cuanto cae en sus manos, escribir desesperadamente artículos, colaboraciones, memorias, etcétera, hasta tal punto que causa fatiga a los demás el trabajo que es capaz de desarrollar. Al servicio de este esfuerzo dispone de una cultura increíble y de una memoria portentosa». Los veranos de Juan Velarde en La Granda son de trabajo intenso y multidisciplinar, sin olvidar las conversaciones al margen de los cursos, que a veces se prolongan hasta la madrugada. Gracias a ello, Juan Velarde es feliz en La Granda, escribe Teodoro, «como lo fue Severo Ochoa y como me siento yo mismo».

La efusividad de los testimonios de los amigos y el rigor de las aportaciones académicas convierten a «La búsqueda del saber» en un libro importante y fascinante, rotulado con el título más adecuado: porque si algo resume la vida de Velarde no es otra cosa que «la búsqueda del saber».

Y de los escritos sobre Velarde, pasemos a los escritos del propio Velarde. «Las sociedades científicas españolas», volumen de sobria belleza ya desde la portada, reúne diversos textos (de César Nombela, Carlos Andrade Herranz, Luis Oro Giral, Gerardo Delgado Barrio, etcétera), a los que pone prólogo Velarde, el cual también aporta un trabajo sobre «La Real Sociedad Geográfica, de la Restauración a la globalización». Las sociedades científicas son instituciones características del siglo XIX, como las sociedades económicas de Amigos del País lo fueron del s. XVIII. Detrás de las grandes sociedades geográficas (de la de Berlín, que fue la primera, de la de París y de la de Londres) están las grandes exploraciones que fueron la base de un colonialismo no tan nefasto como ahora se pretende. De hecho, bajo administración colonial, muchos países del Tercer Mundo no se encontraban en la calamitosa situación en que ahora se encuentran. La Real Sociedad Geográfica Española es fruto bastante tardío con respecto a las de otras capitales europeas, y entra en funcionamiento en 1876, gracias a la tenacidad de Francisco Coella de Portugal, coronel retirado del Arma de Ingenieros y autor, entre otros trabajos, de los mapas del diccionario de Madoz, cuando ya quedaban pocos espacios en blanco sobre los mapas: en África, en el interior de Australia y en ambos polos. Para España eran importantes las perspectivas que ofrecían el Norte de África y el golfo de Guinea, y aquí interviene el médico asturiano Amado Osorio Zabala, que completó la exploración de Guinea al retirarse Iradier por enfermedad. Osorio fue un personaje clarividente, insuficientemente conocido en su propia tierra. Antes de adentrarse en Guinea, había trazado el proyecto de recorrer Marruecos. Está por hacer la historia de los exploradores españoles del siglo XIX. Tal vez la sociedad geográfica emprenda esa tarea. De momento, en este libro, Velarde ha resumido la historia de la sociedad geográfica española, con sede en Madrid.