Oviedo, Patricia MARTÍNEZ

«He intentado hacer historia desde abajo, recuperando el papel de las clases populares. Cada vez que se habla de la transición española se ensalza el papel del Rey, pero nunca el de los obreros y estudiantes que lucharon». Estas palabras son de Mario Amorós, periodista y doctor en Historia, que ayer intervino en el ciclo de cine y Derechos Humanos «Chile: entre la impunidad y la memoria» en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA y que contó con la proyección del documental «Padre Toño», dirigido por Eduardo Torres.

Amorós es especialista en la historia de Chile y ha publicado su tesis doctoral sobre la figura del sacerdote valenciano Antonio Llidó, secuestrado y asesinado por la dictadura militar de Pinochet. «Existen muy pocas investigaciones que ofrezcan una perspectiva diferente a la de las grandes estructuras políticas. No quiero restarle importancia a Salvador Allende, sólo ofrecer un punto de vista diferente de lo que fue el 11 de septiembre de 1973», explicó Amorós. Antonio Llidó solicitó en 1969 su destino a América después de varios conflictos con la Iglesia española. Una vez en Chile, ejerció como sacerdote y maestro y fue testigo de los años previos al golpe de Estado militar de Pinochet. «A través de las cartas que enviaba a España sabemos que siempre mantuvo un pensamiento escéptico sobre la vía chilena de lograr la Revolución, una vía democrática e institucional», relató Amorós.

Llidó estuvo al frente del MIR (Movimiento Independiente Revolucionario), que aspiraba a conseguir el poder popular y crear organismos paralelos al Estado para llegar a la Revolución. En una de sus últimas cartas a España, Llidó afirma que «no son las bellas ideas las que van a interceptar las balas», leyó Amorós. Después del golpe de Estado, Llidó se refugió como clandestino en Santiago de Chile, donde le ofrecieron huir a Europa para continuar allí su labor formativa y de lucha, oferta que rechazó. La última carta que Llidó pudo hacer llegar a España es de septiembre de 1974: «Si algo malo me ocurriera, quiero que sepan que mi compromiso ha sido libremente contraído», citó Amorós.

A pesar de que en 1990 el Gobierno chileno creó la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, «muertes como la de Llidó siguen sin esclarecerse y sin tener reconocimiento de las instituciones eclesiásticas», explicó el historiador. El acto fue organizado en colaboración con Soldepaz-Pachacuti, y uno de sus portavoces, Javier Arjona, comparó a Llidó «con el asturiano Gaspar García Laviana, que murió combatiendo en el Frente Sandinista de Nicaragua en 1978».