Leopoldo Calvo-Sotelo llegó a Moncloa con una envidiable preparación para las tareas de gobierno y larga experiencia en cargos públicos y privados. Era excelente orador y escritor notable. Cultivaba un sentido del humor agudo, y cáustico cuando hacía falta, pero jamás recurrió al insulto o al exabrupto. Fue siempre pulcro en todo. Gobernó desde una mayoría parlamentaria en descomposición, en medio de unas aguas en extremo turbulentas y sin que le temblara el pulso para las grandes decisiones, como dejó acreditado al integrar a España en la OTAN. Se dice de él, no sin razón, que era algo distante, aunque era muy afable si se respetaba esa distancia. Ahora algunos lamentan que su excelente estilo no hiciera escuela política, pero en España el gusto castizo por el cuerpo a cuerpo no deja sitio para la elegancia, y al hombre impávido y que no hace muecas en seguida se le tilda de «esfinge».