Gijón, J. MORÁN

«En los sitios de mayor excitación» de los levantamientos ovetenses de mayo de 1808, las heroínas Juaca Bobela y Marica Andallón «corrieron los mayores peligros, prestaron grandes servicios y sus voces decidieron a los tímidos y alentaron a todos».

Numerosos documentos y testimonios prueban la intensa participación de Bobela y Andallón en aquellas jornadas de sublevación asturiana contra la ocupación napoleónica de España. Buena parte de esa documentación fue recogida por Fermín Canella en sus «Memorias asturianas del año ocho» (1908), donde se expone el proceso informativo que en 1814 sirvió de base para que Bobela recibiera una pensión vitalicia. Andallón también la recibió, aunque con mayores dificultades.

La acción de ambas mujeres se dejo sentir especialmente, como recapitula Canella, en «las Juntas del 10 y del 13 de mayo, en las que el pueblo, ya armado tumultuosamente en la Fábrica del Parque, proclamó por su general al marqués de Santa Cruz y declaró la guerra a Francia». O «cuando en incesantes conspiraciones de los días sucesivos se procuró el alzamiento general». Y así, ambas sostuvieron «el fuego sacro de la patria durante varios días de continuadas alarmas».

Respecto a los hechos del 9 de mayo, Bobela «fue de las primeras que concurrieron con estudiantes, armeros y gentes de todas clases a la plazuela de la Catedral, frente a la casa de Dorado-Riaño, donde entonces se hallaba Correos». Con gritos de «¡viva el Rey, mueran los traidores, mueran los franchutes!», la mujer y la multitud acuden a la calle de Cimadevilla, a la Real Audiencia, para hacerse con «el sanguinario bando de Murat» que ordenaba la represión tras el 2 de mayo.

«¡Abajo el imprimido!», gritaron Bobela y Andallón, junto a sublevados como el estudiante Remigio Correa, el médico y catedrático Manuel María Recondo o el canónigo Ramón Llano Ponte. Ya dentro de la Audiencia, las dos mujeres acompañan al Procurador General del Principado, Gregorio Jove y Valdés, cuando éste se apodera por fin del bando.

Pero en la noche del 9, cuando la Audiencia hizo reimprimir el bando, Bobela «anduvo recorriendo las esquinas donde los bandos se habían fijado con un engrudo hecho de tal suerte que se le rompían las uñas de los dedos, y aun los cuchillos, antes de arrancarlos, pero los dejaba inservibles para que no se leyesen». La partida de bautismo hallada en su día en San Tirso del Real certifica que Joaquina Josefa Manuel Antonia González Bobela nació en Oviedo el 19 de junio de 1759, hija de Francisco González Bobela y de Bernarda García de la Cabeza. Casó en esa misma parroquia, el 9 de marzo de 1785, con Pedro Barredo López, cabo dependiente de rentas del Real Resguardo de Oviedo. Fueron sus hijos: Nicolás, Rosa, Teresa y Josefa.

En el proceso de 1814 que acredita sus servicios a la patria se añade que «cuando vinieron las órdenes de Murat condenando a muerte a Busto, Ponte, Peñalva o Jove, en ellas se pedía la lengua de doña Joaquina». También se explica que «mientras el enemigo invadió el Principado, doña Joaquina tuvo que emigrar en cuatro ocasiones, siendo saqueada su casa, sin que la dejasen cama en que dormir». En dicho proceso, el canónigo Llano Ponte dice de ella que mostró «esfuerzos superiores a su sexo y arriesgó hasta su propia existencia». Y el médico Manuel Recondo señala que «lo que hizo en favor de la justa causa parece increíble en su sexo».

Un certificado del 6 de octubre de 1814, de Joaquín Navia Osorio, marqués de Santa Cruz de Marcenado y capitán general de los ejércitos asturianos durante la guerra de la Independencia, agrega que su «valor y patriotismo» fueron «dignos de ser envidiados de hombres esforzados, moviendo a envidia de varones que se llamaban valientes, aunque incomparables a ella ni en celo patriótico ni en esfuerzo varonil, que avergonzó a muchos».

Por su parte, la vida de Marica Andallón contiene «episodios novelescos», apunta Canella. María Josefa González y Suárez nació en Oviedo el 8 de febrero de 1764 y también fue bautizada en San Tirso. Su padre era Pedro José, dependiente de la Real Audiencia y natural de Santa María de Andallón (Las Regueras), de donde procede el sobrenombre de la familia. Su madre, Isabel, era de Mieres del Camino.

Pedro Andallón poseía «tabernas muy concurridas en la calle de Jesús y en el Fontán, para cebo y explotación de curiales, abogados de caleya y otros devotos de Baco», cuenta Canella. María escanciaba «de lo blanco y de lo tinto», pero los clientes «le daban un sorbo y después la motejaban de borracha, mote tan injusto como el de Pepe Botella, y que nunca merecieron ni María, ni su hija única, ni los que después vinieron en su familia».

Andallón se queda huérfana y sin fortuna de padres y sufre el abuso de «alguien bien señalado en Oviedo», condenado por los Tribunales. La acoge después la familia de Sierra, a la que sirvió en Madrid, Andalucía, París y Burdeos. Vuelve a Oviedo y lleva una tienda de abacería en la calle del Rosal. Recoge a su hija Isabel del Hospicio y viven juntas.

Además de sus actuaciones en las jornadas de mayo de 1808, el 19 de junio contribuirá a evitar los fusilamientos de varios afrancesados: los consejeros de Castilla Mon y Velarde y Meléndez Valdés; y los militares Carlos Fit-Gerald, Crisóstomo de La Llave y Ladrón de Guevara. Soldados del Regimiento de Castropol iban a ejecutarlos en el Campo San Francisco, atados al célebre carbayón, pero María llama a los frailes franciscanos y al Cabildo Catedral y se evita el suceso.

Como «chapurreaba algunas palabra en francés», mantiene contactos distantes con los oficiales franceses Ney, Kellerman o Bonnet, al mismo tiempo que protege y esconde a vecinos comprometidos o forma una asociación de caridad que recoge fondos para los heridos.

Su experiencia de vida le permite en una ocasión una «graciosa estratagema» para librar «de la soldadesca desenfrenada» a las jóvenes recogidas en el Hospicio.

Pasados los años, atendida por su hija Isabel, «y con la pensión tarde y mal cobrada», María Andallón vivirá en un cuarto bajo de la calle del Matadero. «Se auxiliaba alguna vez con pitanzas, porque se la permitía cantar en las iglesias rurales próximas», añade Fermín Canella.

No se conserva imagen o grabado alguno de estas dos mujeres, pero Canella proporciona una estampa de Andallón: «Era morena, de estatura regular, continente resuelto y gracioso». Usaba montera en la cabeza, y «al cuerpo, bien abrochada en invierno, una pequeña casaca con carteras laterales -como las antiguas chaquetas de Morcín-», y «traía capa oscura bien cumplida, pero dejando ver la saya de estameña».

Juaca Bobela fallece el 16 de septiembre de 1844 y es enterrada en una tumba nunca hallada. María Andallón murió a los 86 años, el 2 de enero de 1848. «Su entierro pasó desapercibido», apostilla finalmente Canella.