Oviedo, E. URQUIOLA

Perfecto Rodríguez, catedrático de Filología Clásica en la Universidad de Oviedo y miembro del Ridea, pronunció el lunes, en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA, la conferencia «La guerra de Independencia en Asturias, desde la correspondencia del general Bonet», en la que abordó la insurrección asturiana contra el «bien preparado y organizado» ejército de Napoleón, desde la perspectiva del «gran invasor». Rodríguez explicó que la guerra en Asturias fue «episódica, de partidas, atípica, con gran descoordinación, al menos en las primeras etapas». Indicó, que en la contienda de Asturias, hay dos protagonistas «indiscutibles»: por parte francesa, el general de división y gobernador militar de Asturias Jean-Pierre François Bonet; y por parte asturiana, Juan Díaz Porlier, apodado «El Marquesito», que con un puñado de valientes astures puso en jaque a las tropas enemigas hasta su desalojo del Principado. Fue ahorcado posteriormente. «Así se hace historia en nuestro país o, mejor dicho, se deshace» manifestó Rodríguez.

Perfecto Rodríguez señaló que la correspondencia del general Bonet se encuentra en ocho cuadernos que pasaron a los archivos militares franceses. La primera carta fue dirigida al general Barthélemy, en la que le informa: «He entrado en Oviedo, de donde todos los habitantes habían huido; la víspera había escrito a la población de mi llegada. Me recibieron el obispo y parte del clero. Espero pacificar este país que los miembros de la Junta han armado y alarmado». Esta huida en masa preocupaba «hondamente» a Bonet, puesto que suponía una falta de recursos para la tropa. Por ello, el general intenta que los habitantes regresen a sus hogares sin éxito; y, en consecuencia, se retira de la ciudad. «Esta escena se repetirá en las cinco ocasiones en que Oviedo fue ocupada y al poco tiempo evacuada», afirmó.

Perfecto Rodríguez subrayó el comportamiento del obispo de Oviedo, Gregorio Hermida y Campa, a la luz de la documentación francesa, que permite, «sin lugar a dudas», reivindicar la figura del obispo, que por su actitud «aparente», un tanto indecisa y «timorata» ante sus feligreses, pasó a la historia como afrancesado. «Con halagos y amenazas veladas, Bonet había conseguido algunas proclamas del obispo invitando a la calma», expuso Rodríguez. Sin embargo, en un informe sobre Asturias del 17 de febrero de 1810 dirigido al duque de Istria, Bonet se expresó así sobre el obispo: «Este hombre hipócrita no ha hecho nada nunca por reconducir a sus diocesanos a la paz. Sus curas son incluso capitanes de la insurrección. Se opone a los decretos, y pienso que sería conveniente su sustitución». Para Rodríguez, la decisión de quedarse con parte del clero para recibir al general francés, en una ciudad que había quedado «desierta», y de la que habían marchado los miembros de la Junta asturiana, «muy probablemente evitó el saqueo, entre otros lugares, de la Cámara Santa, cuyos tesoros podrían estar hoy en cualquier museo de París. Y logró, con calculada ambigüedad, frenar los ímpetus de Bonet. Un auténtico artista de la diplomacia».

El catedrático expuso que «la verdadera» ocupación de Asturias, de un modo «organizado y sistemático» se produce a comienzos de 1810, por inspiración de Napoleón como paso previo para controlar el norte peninsular y Portugal. A partir de este momento, Bonet se convertirá en el auténtico protagonista francés del conflicto, que se prolongará hasta 1812. «Bonet nunca llegó a controlar toda la provincia, era dueño únicamente del terreno que pisaba» dijo Rodríguez. El general francés procuró mantener, en todo momento, los enlaces con Santander y León, pues le preocupaba quedar sin subsidios. «Los insurrectos no dejaron de hostigarlos por todas partes, en una guerra de desgaste, no convencional que llegó a ser una obsesión para Bonet». Su primer optimismo se convierte después en pesadumbre, manifestado en su correspondencia. El aislamiento, la escasez de recursos, el hambre, la falta de ropa y calzado, las deserciones y la continua pérdida de hombres le desmoralizan, hasta el punto de que sus cartas se convertirán en «un continuo lamento con llamadas angustiosas para pedir refuerzos y ayudas de todo tipo» argumentó Rodríguez. Bonet, añadió, «se queja de la terquedad de los asturianos». Tiene un gran respeto a los jefes de la insurrección como Bárcena, Escandón, Mendizábal, Castañón o Ponte. Pero su «obsesión» es Porlier, lo llama miserable, pequeño desgraciado, perrito rabioso, o bellaco».

Perfecto Rodríguez señaló que, a la par de la resistencia asturiana, el general Bonet vio disminuida su salud. En una carta enviada al duque de Ragusen el 23 de marzo de 1812 explica: «Cuatro años de un servicio penoso, más dos heridas producidas en Asturias, me han producido tal fatiga que estoy decidido a solicitar el retiro si es que no puedo obtener un permiso para dar a mi vista -ya que era tuerto- y a mi enfermedad de artrosis, los cuidados necesarios». Los asturianos de entonces ya habían reparado en el defecto óptico del general francés, como apuntó Rodríguez, y con gracia se burlaban del mismo con la siguiente coplilla: «Cuando el general Bonet metió la tropa en Asturias / como era tuerto de un ojo / no reparó en las alturas».