Adolfo Barthe Aza, gran amigo y vecino y uno de los escasos caballeros que anduvieron por los berenjenales de la política y salieron de ellos sin mácula y sin dejar de ser caballeros, me reprocha entre bromas y veras a través del humo de un cigarro puro que me muestro a veces injusto con el centro, esto con UCD o Unión de Centro Democrático: porque en lo que se refiere al centro como punto situado en el interior de un círculo o de una esfera del que equidistan todos los demás puntos, no cabe ponerle objeciones, a no ser que me niegue nuestra concepción del mundo. Pero una cosa es la geometría y otra la política, actividad transitoria donde las haya y en la que no caben ni centros equidistantes de todos los extremos ni figuras esféricas que representan la perfección. Porque la política no es euclidiana ni platónica, ni centrista ni esférica, sino la más de las veces la ocupación de algunos ganapanes decididos a vivir con el menor esfuerzo posible. Naturalmente, para otros es una ocupación noble y procuran ejercerla con nobleza. Aunque son los menos. De la ocupación política pienso lo mismo que Chateaubriand de las revoluciones, que no tardan en destruir a los espíritus de primer orden para dejar el paso a la gandalla. Como la política es una ocupación improvisada, y el éxito o el fracaso muchas veces no dependen de la valía del individuo, sino de su buena suerte, de saber jugar con dos o tres barajas y de ser gran fajador, capaz de resurgir del basurero como cierto político profesional que después de haber perdido las únicas elecciones de su partido y no resignándose a ejercer de nuevo su modesta ocupación, volvió a ocupar cargos, no digo que como Ave Fénix, pero cuando menos como recadero del ministro. Así es la vida y así la política, pese a que nos gustaría que fuera de otra manera. Seguramente en todo el mundo sucede más o menos lo mismo, pero en España se nota demasiado, tal vez porque los españoles son por naturaleza desconfiados y también porque no haya motivos suficientes para disuadirlos de que en este país se dedica a la política lo peor de cada casa.

Naturalmente, en UCD se apresuraron a ingresar multitud de oportunistas y posibles trepadores. Pero eso era inevitable, y mucho más en los primeros tiempos de la transición, en que todos los altos cargos, chollos y demás prebendas estaban vacantes. Yo nunca le he reprochado a UCD que fuera patio de Monipodio, porque no lo era. De manera que si en algo fui injusto con UCD fue en no haberle dado mi voto en ninguna ocasión: en las primeras elecciones, porque pertenecía al PSOE, y en las siguientes porque ya empecé a votar a AP y luego al PP, prácticamente hasta ahora, en que ya he dado de mí todo lo que me fue posible como elector, que fue más de la cuenta. Pero prosigamos. No pude tomarme el Centro en serio, porque no creo en el centro, excepto en el centro geométrico, en el que creo firmemente. Pero pretender en política una posición centrista, equidistante, en una utopía, y si de algo abomino en política es de las utopías, que siempre fueron peligrosísimas, doctrinarias, sanguinarias y totalitarias. UCD, por el contrario, resultó sumamente benéfica para la sociedad española, haciendo posible una transición, que se tenía difícil, sin violencias excesivas. Bajo los gobiernos de UCD, los españoles disfrutaron de libertades privadas como jamás hasta entonces habían disfrutado y como no disfrutarían en lo sucesivo. Había completa libertad de expresión, se respetaba la separación de poderes y el gobierno no entraba en conflicto con instituciones del Estado. A veces la demagogia era más poderosa que la prudencia y la eficacia, pero ello se debía a la corriente de los tiempos y también a que su fundador y presidente, Adolfo Suárez, no tenía el papeleo democrático en regla: por lo que actuaba temiendo lo que pudiera reprocharle Felipe González, que había guardado en el baúl del desván la camisa azul mucho antes que él. Suárez temía mucho más que González o Carrillo pudieran insinuar que no era demócrata de toda la vida, que el rumor de sables y el bisibiseo de sacristías; por lo que cabe decir de él lo que Charles Péguy dijo de sus compatriotas: «Nunca se sabrán las cobardías que han cometido nuestros franceses por miedo a no padecer suficientemente de izquierdas». González jamás le agradeció sus cobardías y claudicaciones; en cambio, Carrillo tuvo un comportamiento mucho más humano con él, y si procede le recuerda con afecto.

Con todas sus debilidades y dependencias, Adolfo Suárez fue un presidente a la vez asustado y audaz. Pero cuando entró Tejero en el Congreso, no se tiró al suelo. Leopoldo Calvo Sotelo no habría sido un presidente brillante, pero ejerció su cargo con dignidad y se retiró a la vida privada con discreción. A su lado, los ex presidentes González y Aznar no pueden dar espectáculos más deleznables: el primero haciendo gala de compañías inconvenientes, desde Aniceto Fernández Ordás, tenebroso millonario franquista, hasta el supermillonario Slim o el rey de Marruecos, y el segundo desmelenándose como una loca y viajando en aviones particulares de millonarios centroamericanos. Al lado de este par, donde Leopoldo Calvo Sotelo fue un modelo de hombre público y de ciudadano privado.

Lo mismo puede decirse de muchos políticos de UCD; por ceñirnos a Asturias, citemos entre otros a Emilio García Pumarino, Alonso Vega, Vega Escandón, Barthe Aza o Agustín Antuña. Cito a los que recuerdo en este momento; también hubo algún pícaro. Todos aquellos señores citados, a diferencia de un Álvaro Cuesta o un Trevín, volvieron al ejercicio de sus profesiones, en las que tenían merecido prestigio. O dicho de otro modo: no necesitaban de la política para sobrevivir, ni para que los recibieran en las casas principales. Que buena parte de los miembros de UCD fueran profesionales destacados era un buen punto de partida: el propio Indalecio Prieto desconfiaba del político profesional que no tiene otro oficio.

Los motores de la transición fueron el Rey Juan Carlos, Adolfo Suárez y Torcuato Fernández-Miranda. O sea, la transición la hizo la derecha. La izquierda no tenía en aquel momento ni fuerza, ni gente ni un proyecto común. La izquierda tan sólo era necesaria para que ocupara unos bancos en el parlamento reservados a la oposición.

En marzo de 1977 se organiza en Asturias el PSDA (Partido Socialdemócrata de Asturias), figurando entre los fundadores Emilio García Pumarino, Adolfo Barthe Aza, Mercedes García de Castro, Ricardo Pedreira, Carlos Díaz Varela, José Caicoya Cores, Alejandro Rebollo, Serafín Abilio, Antonio Suárez Estrada, etcétera, que no tarda en integrarse en el Partido Socialdemócrata, fundado por el conocido tránsfuga Francisco Fernández Ordóñez el año anterior (y aún le faltaba a Fernández Ordóñez rizar el rizo del camaleonismo, siendo ministro del PSOE). El hombre fuerte del PSDA era Emilio García Pumarino, que venía avalado por su participación en el movimiento estudiantil y haber sido detenido en alguna ocasión, aunque, como él mismo confiesa, lo que pasó en Comisaría no fue nada al lado de la bronca que le echaron en su casa cuando salió. Barthe Aza y su mujer Cheres (Mercedes García de Castro) habían mantenido alguna actividad durante el franquismo, participando en charlas en los ateneos obreros de Asturias y Galicia, colaborando con la Fundación de La Rábida y formando parte de Causa Ciudadana, que asumía como ideario la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, y de la que eran representantes en Asturias.

Otros dos partidos «centristas» iniciaban su corta trayectoria, el PDC, en torno al veterano democratacristiano Luis Vega Escandón, y del que formaban parte José María Alonso Vega y Alfredo Prieto Valiente, entre otros, y el PPR, que seguía la línea del partido popular de Pío Cabanillas y que con el tiempo se integraría en la tendencia liberal de Joaquín Garrigues Walker, impulsado desde Madrid por el asturiano Ricardo León Herrero. De manera que ya tenían representación en Asturias las tres fuerzas que, según propaganda posterior, configuraron el mapa político de la Europa de la postguerra: democristianos, liberales y socialdemócratas. Faltaba reunir a los tres para constituir UCD, y no debió resultar difícil. El 15 de abril de 1977 se reúnen los diferentes dirigentes en el Hotel del Berrón, y después de las explicables tensiones con motivo del reparto de los cargos, resultó elegido presidente de UCD de Asturias el democristiano Vega Escandón, al tiempo que los partidos originarios se disuelven. Más adelante fue nombrado Antonio Checa secretario general. Su número de militantes osciló entre los 350 y los 400 militantes, aunque se entiende que partidos de este tipo no se distinguen por el número de militantes, sino por el número de votos que pueden conseguir. Entre los militantes distinguidos se encontraba el pintoresco Javier Vidal, que un día me confió, tomando un vaso en el bar Los González, que una de las primeras medidas del partido liberal si alcanzaba el poder, era nacionalizar la Banca. Quedé tan perplejo que todavía hoy me dura el asombro.