Meres (Siero), J. MORÁN

Las series fotográficas que el asturiano Antonio Cores Uría realizó de Pablo Picasso en 1966 siguen causando atracción. Una galería de Nueva York prepara en la actualidad una exposición de dicho material, que ya expuso la galería ovetense Vértice, y parte del cual ha adquirido el Museo de Bellas Artes de Asturias (10 colecciones de 13 fotografías). La Comunidad de Madrid también las ha expuesto recientemente y estudia comprar ejemplares.

Convivir con el genio y retratar a Picasso fue un objetivo que Antonio Cores se trazó al saber que el torero Luis Miguel Dominguín podía colocar a su alcance. A Dominguín le ganó una apuesta en una tirada de pichón y pocos días después viajaba a Niza, al encuentro con el pintor. Iba a ser uno de esos grandes reportajes fotográficos que Antonio Cores ha perseguido durante su vida. Hace unos seis años recuperó una caja con cientos de fotos -entre ellas las de Picasso- realizadas antes de los periplos de Cores por América y África en pos de fotos y aventura. Su esposa, Beatriz del Río, también profesional de la fotografía, lo animó en la recuperación de la obra picassiana y hoy, en su casa de Meres, a sus 72 años, narra para LA NUEVA ESPAÑA su experiencia junto al genio.

l Un genio que se desvive con su invitado. «Al bajar del avión en Niza, aquel paisanete me besa la mano y me lleva a un coche que había entrado dentro del aeropuerto, un Lincoln enorme; se sienta a mi lado y me coge del brazo hasta llegar a su casa. Para él fue un favor tan grande que yo le llevara unos álbumes de fotos de Dominguín que se desvivió aquellos días. Se dedicó a entretenerme. Me llevaba a la playa, a tomar chocolate con churros, al lugar donde hacía la cerámica, en Valorie, al Museo Grimaldi, en Antibes, donde me explicaba su obra. "¿Te gustan los quesos", y me traía 22 clases. Otro día, la carne, la cortaba, la preparaba allí mismo. No pintó nada aquellos cinco días; estuvo todo el tiempo divirtiéndome».

l Escuchaba con pasión todas las cosas de España. «Él quería que le contara muchas cosas de España y había una anécdota que le encantaba. Un día, en una ganadería de toros que tenían mi hermano y mi cuñada estaba Luis Miguel Dominguín en una tienta, a la que asistía la actriz Joan Crawford, aquella famosa de la Pepsi Cola. En esa ganadería teníamos un caballo cada hermano. "Colín» era el mío, muy ágil, el mejor domado y con mejor carácter. Me lo piden para picar en aquella tienta. Me asusté: "El peto bien puesto, eh, no vaya a ser que me lo pinchen". Pero hubo mala suerte y la vaquilla que estaba toreando Dominguín le mete el cuernito entre las costuras del peto. Al caballo se le sale una pelota de intestinos y lo quieren matar. Le pido ayuda a Luis Miguel, que reacciona: "Sábanas a cocer, los médicos que traigan toda la morfina". Abrió el vientre, metió las tripas, cosió por dentro y cosió la piel. Y se salvó. Esta historia se la tuve que contar a Picasso cinco veces, y cuando a la tercera o a la cuarta vez que se lo cuento se me olvida decir que Luis Miguel había pedido toda la morfina que hubiera, Picasso me interrumpe de repente y me dice: "¿Y la morfina? No has dicho lo de la morfina". Estaba viviéndolo, como si lo presenciara directamente, con pasión».

l Rodeado de americanas viejas. «Era un personaje increíble, interesadísimo por saber cosas de España. Y en aquella época llevaba mucho tiempo sin tratar con una persona joven; todo lo que conocía eran americanas viejas que venían a comprarle cuadros. No tenía relación con personas jóvenes. Yo tenía 30 años y él, 86. Un día me pide que le prepare conejo al ajillo y fuimos a cazar uno de los que había por su jardín. No había manera de pillar uno, pero observé cómo corrían. "Un momento, maestro, aquí que se pongan Jacqueline (su esposa) y Lucía (de Dominguín); aquí me pongo yo". Cojo un palo de escoba. "Maestro, levante la mano cuando vea llegar los conejos". Él levanta la mano y tiro el palo al camino y le doy a uno que queda atontado; le cojo el cuello y se lo rompo. "El conejo, maestro". Saltaba de alegría, como un niño. Se divertía conmigo».

l Una cena en un chino. «Volví después a estar con Picasso una semana, durante el Festival de Cannes de aquel año. "Oye, te voy a presentar a un amigo. ¿Te gusta la comida china?". En esa segunda visita le había llevado fotografías de Antonio Gades, de la Exposición Mundial de Nueva York en 1964. Picasso pintó sobre ellas. Llamo a Gades y le digo que a las siete y media esté en el chino. Llegamos al restaurante, él cogido de mi brazo, y vemos a Gades con La Polaca. "Maestro, es el bailarín Gades". Picasso se pone nervioso y me aprieta el brazo. "¿Se ofenderán si les convidamos a nuestra mesa?". "No creo". Vamos a la mesa que él había reservado y allí estaba Rafael Alberti. No me lo había querido decir antes. Alberti me da un abrazo muy fuerte. Aquella noche, Luis Miguel toreó con un mantel, Antonio Gades bailó y Picasso hizo dibujos para todos ellos en las servilletas del restaurante. Cuando Gades estaba bailando, Alberti se pone a componer un poema: "Antonio Gades, te digo: / lo que yo, / te lo diría mejor / Federico. / Que tienes pena en tu baile, / que los fuegos que levantan / tus brazos son amarillos. / Eso yo, / me lo sé yo, / te lo diría mejor / Federico. / Que baja el aire a tus pies / y el corazón se te sube / a la garganta hecho añicos. / Eso yo, lo pienso yo, / te lo diría mejor / Federico...". Fue emocionante. Tomé una foto en la que están los cuatro mirándose y charlando. Yo tenía poca experiencia en la fotografía. Sí cierta habilidad, porque la cámara no tenía ni fotómetro ni era réflex. Era una Minolta sencilla. Pero cuando te gusta algo lo coges con tanta gana...».

l Fotografías perdidas. «Hice varias series: esa noche en el chino; en el Museo Grimaldi; en Valorie, donde Picasso tenía las cerámicas; y en su casa, que son las que no conservo. Eran increíbles. Él, con un sombrero de cocinero altísimo, con un plumero que le había regalado un jefe indio o poniendo cara de malo con un sombrero de Gary Cooper y el revólver. Perdí algunos rollos y creo que me los quitó un empleado que tuve, un poco sinvergüenza. Me marché después a América y a África y mi laboratorio de Madrid lo cogió mi hermano. Mi material lo metieron en cajas y un día, hace unos seis años, me llama una hermana y me trae algunos rollos a Meres. Descubro lo de Picasso y voy a Madrid a buscar el resto. Ahora mismo, en Nueva York, el arquitecto Frank Hall me ha puesto en contacto con un galerista que quiere exponer las series de Picasso».