Oviedo, M. I. S.

Napoleón comenzó 1810 con la idea fija de completar la conquista de la península Ibérica, pero el tropiezo con las tropas inglesas de Wellington en Portugal y el hostigamiento constante de las españolas dio al traste con sus planes. Con el repaso de la situación bélica en España en esas fechas comienza el fascículo número 38 de la obra «La Guerra de la Independencia en Asturias», que mañana se entrega con LA NUEVA ESPAÑA.

En 1810, a las tropas francesas les quedaban áreas de gran importancia estratégica por añadir a su conquista. Faltaban Cádiz, Valencia, algunas tierras de Cataluña, Galicia y el occidente asturiano y, sobre todo, Portugal. En las miradas de Napoleón hacia el país vecino jugaba un papel esencial el control de Asturias por su situación geográfica y la necesidad de proteger determinadas zonas ante el posible desembarco de tropas inglesas.

La encomienda de incorporar Portugal a los territorios controlados por Francia recayó sobre todo en el general André Massena, que tomó Ciudad Rodrigo (Salamanca) y llegó hasta Coimbra. Pero sus ejércitos no supieron defender su retaguardia y a medida que ganaba terreno en el avance, Wellington se lo recuperaba por su espalda. Finalmente, las defensas inglesas fueron demasiado para las tropas francesas mandadas por Massena y el Ejército galo emprendió la retirada. Dio por perdido Portugal el 4 de marzo de 1811.

Al tiempo, el campo de batalla entre las tropas invasoras y las resistentes llevaba la guerra, sobre todo, al cerco de Cádiz. En aquel frente, en las acciones militares que tuvieron por escenario el occidente de Andalucía y el sur de Extremadura, tuvieron una destacada intervención los soldados de la Tercera División de asturianos que mandaba el general Ballesteros y que estaba integrada en el Ejército de la Izquierda.

Sus tropas asumieron, junto a las guerrillas, un papel fundamental en el hostigamiento a los franceses en diversos frentes de Andalucía, especialmente en las serranías de Ronda y Aracena, Las Alpujarras, sierra de Cazorla y otros lugares. Lo que ellos consiguieron en este comienzo de 1810 ejemplifica esas luchas de no grandes dimensiones, pero de mucha continuidad, que caracterizaron la Guerra de la Independencia.

Fue esa sucesión de pequeñas batallas la que no dejó a los franceses saborear una victoria definitiva España, en los seis años que duró la contienda. Los franceses sólo conseguían ser dueños del suelo que efectivamente ocupaban sus tropas.