Gijón, J. MORÁN

Después de comprobar el arrasamiento revolucionario de la ciudad en octubre de 1934, Josep Pla, escritor y periodista catalán, salió de Oviedo «llevándome las manos a la cabeza». Con una prosa admirable, Pla envió desde Asturias siete crónicas intensas y sobrecogedoras a su periódico, «La Veu de Catalunya» («La Voz de Cataluña»). Son crónicas descriptivas y también morales. Con ideas moderadas y liberal-conservadoras -en la línea de Francesc Cambó, para quien trabajaba-, Pla se mostrará severísimo cuando afirma que la Revolución «no se explica», y que ha sido «la obra del socialismo y del comunismo en comandita con los hombres de Esquerra Catalana».

Josep Pla entra en Oviedo el día 16 o 17 de octubre, y lo que vio se publica en «la Veu» el 25 de octubre.

l Como en la guerra europea. «Regreso a Oviedo aterrorizado por el aspecto que presenta la ciudad. No creo que la lucha civil entre ciudadanos de un mismo pueblo haya llegado nunca al extremo a que llegó aquí. Son los mismos espectáculos de la guerra europea. En el terreno de la lucha política, hay que remontarse a las escenas de la Commune de París para encontrar algo parecido. Y aún más: hay que condimentar estas escenas con la ferocidad de las de la Guerra Civil que vivieron nuestros antepasados».

l Un olor insoportable. «Entramos en Oviedo por el barrio del Seminario, donde ha instalado su cuartel general López Ochoa. En el mismo se encuentra preso Teodomiro Menéndez, quien estuvo a punto de ser linchado por la población tras ser detenido. Una compañía del Tercio tuvo que protegerle con las armas. Entramos en Oviedo, y en la primera calle encontramos un suelo centelleante de partículas de vidrio. Se tome la calle que se quiera, inmediatamente aparecen casas reventadas, tejados derrumbados, montañas de material humeante derribado, hierros retorcidos. La ciudad desprende un olor insoportable a causa del hundimiento de las cloacas».

l Abrazos y llanto. «La gente del país no sabe aún lo que le pasa. Camina errabunda por las calles y parece buscar algo extraño -los cabellos desordenados, sin afeitar-. La gente, cuando se encuentra por las calles, se abraza llorando. Casi todo el mundo se despidió de la vida durante los nueve días de dominio de las turbas y de bombardeos de la aviación. De la Universidad no quedan sino cuatro paredes. Lo demás ha sido derrumbado. Era un edificio del siglo XVII, con una biblioteca de 60.000 volúmenes. En el alféizar de los marcos de las ventanas que quedan en pie permanecen montones de libros que sirvieron de aspilleras para disparar. En el centro del claustro ha quedado en pie la estatua del fundador de la Universidad, señor Fernando Valdés de Salas. A su alrededor todo es una mina y hay montones de material ardiendo. El Instituto ha sido dinamitado y quemado. Del teatro Campoamor -que era un pequeño teatro provinciano delicioso, con asientos de terciopelo rojo y molduras de oro- sólo queda la fachada, desde cuyas ventanas se ve el cielo. Del Palacio Episcopal no queda sino un montón de ceniza. La Delegación de Hacienda ha desaparecido. No pudieron derrumbar la Catedral porque sus bloques de piedra resistieron. Pero incendiaron y chamuscaron las torres».

l La destrucción de los cafés. «Todo el barrio comercial moderno de Oviedo ha quedado destruido. Hay manzanas enteras de casas de cinco y seis pisos que no conservan sino las paredes exteriores. Tanta destrucción produce una enorme impresión. Del magnífico hotel Covadonga, del Inglés, del Flora, queda lo mismo que del edificio del Automóvil Club. La visión de estos bloques hendidos, que han sido volados con dinamita, después de ser saqueados, es inolvidable, horroriza. No ha quedado ni un café céntrico en pie. El café Niza, los bares Dragón y Riesgo han desaparecido bajo una montaña de escombros. Todo lo de Oviedo impresiona, pero la destrucción de los cafés cabe destacarse, porque no creo que hubiera ocurrido algo semejante en ninguna Revolución anterior. Un café, ¿no es la casa de todos, no es el lugar de confluencia de las más diversas ideologías, de los pensamientos más opuestos? La destrucción de estos cafés es un hecho de un sadismo y de una anormalidad total. (...) Se puede decir que en las tres calles comerciales por excelencia, lo más moderno de la ciudad -calle de Fruela, de José Tartiere, de Uría -, no ha quedado nada».

l Niña con un pulmón atravesado. «Esta es la obra del socialismo y del comunismo en comandita con los hombres de Esquerra Catalana. Han sembrado por doquier la destrucción, las lágrimas y el cieno. Cuando se ve Oviedo -como yo acabo de verla- en el estado en que se encuentra, no hay justificación posible de la política que ha provocado semejantes estragos. A la salida de la ciudad me detiene la Guardia del cuartel. Me insta a que entre en el edificio, que en parte es hospital de sangre. Mientras arreglo los documentos, siento los alaridos de los heridos, algunos de los cuales yacen esposados. Entran, mientras tanto, sobre una litera llena de sangre, a una niña de 12 años, rubia y guapa como un sol, con un pulmón atravesado. Salgo de Oviedo llevándome las manos a la cabeza».

El 26 de octubre, «La Veu» publica la siguiente crónica.

l El pueblo aplaude. «Ayer, jueves, día 18, a las 7 de la tarde, Belarmino Tomás reunió a todo el pueblo de Sama ante el Ayuntamiento, y este hombre, que tiene un prestigio inmenso entre los mineros, les dirigió la palabra: "Acabo de llegar de Oviedo -les dijo-. He sido llamado por el general López Ochoa. Como consecuencia de la conversación mantenida, creo que nos tenemos que rendir. Tenemos que rendirnos porque ya se ha derramado demasiada sangre. ¡Conmigo haced lo que queráis! ¡Matadme, arrastradme por las calles! Yo creo que nos tenemos que rendir. Si Cataluña, Valencia, Madrid, Bilbao y Zaragoza hubieran respondido como hemos respondido nosotros, en estos momentos el socialismo se habría implantado en todo el país. Nosotros hemos vivido en régimen socialista desde el día 6. Nosotros, los asturianos, hemos cumplido". Belarmino Tomás, por la noche, con los hombres del comité central y de los subcomités, huyó a la montaña. Su salida fue espectacular y el pueblo le aplaudió». l Fuera de explicación lógica.

«Los sucesos de Asturias no se explican. Superan todo esfuerzo racional, cualquier explicación lógica. La última huelga no tiene explicación en el campo societario. No había parados en Asturias. Todo funcionaba -me dice aquí todo el mundo- a pleno rendimiento. El jornal mínimo en las minas era de nueve pesetas. El ordinario oscilaba entre doce y quince pesetas. La jornada era de siete horas. El jornal mínimo se aplicaba a los trabajos al aire libre, o sea, fuera de las minas. Asturias ofrece un indudable aspecto de prosperidad. Es un país de clase media elevada a todas las categorías del confort, de un capitalismo activo y moderno, de una clase obrera abierta a todas las perspectivas. Viniendo de Castilla, Asturias es un oasis lleno de vida, de actividad, de salud y de agitación. El país dispone de una cocina abundante, un poco tosca, muy popular, alta en calorías. Contrastando con estos hechos, ha de observarse que Asturias es un país literalmente saturado de comunismo y socialismo. Las paredes están llenas de rótulos truculentos, en las librerías no hay sino literatura roja, la palabra revolución es la que más se ha repetido en Asturias en estos últimos años. Basta decir que el señor Melquíades y el reformismo son considerados los fascistas del país para comprender la transformación que han experimentado las ideas».