Oviedo, J. MORÁN

Juan Benito Argüelles (Oviedo, 1930), repasa en esta segunda entrega de sus «Memorias» su experiencia de estudios y docencia en Europa, particularmente en Francia, así como su trabajo junto a Camilo José Cela, de quien fue secretario en 1966 y 1967.

l Despegarse del régimen. «Al estudiar Derecho, en la Universidad de Oviedo me había encontrado, en materia cultural, con un nivel inferior al que había tenido en el Instituto Alfonso II, aunque cuando después hice Letras ya estaban maestros como Alarcos, Álvaro Galmés o Antonio Floriano. La carrera de Derecho la inicié en 1947, con 17 años, y me marché a Santiago de Compostela a examinarme de la última asignatura que me quedaba, Derecho Mercantil. Por eso tengo el título expedido por Santiago, que era una ciudad muy interesante y con estudiantes más significados. La carrera de Letras la hice después, y en aquel tiempo viaje a Francia y venía a examinarme a Oviedo. Había estudiado francés con un profesor belga y en aquella época querer salir de España no era raro, sobre todo entre los estudiantes. Salir a cualquier lado, a Inglaterra, con preferencia, o a Francia, o incluso a Alemania y Ámérica, los que tenían familia allí. El caso era despegarse un poco del régimen político que no era propicio para el estudio».

l Cambiar de piel. «Obtuve una beca del Gobierno francés para ir a Alemania, a la región del Sarre, que era francoparlante. Allí seguí cursos de Economía o Literatura, y coincidió con que eran los años del origen de la Comunidad Económica Europea. Vi esos primeros balbuceos de lo que hoy es la Unión Europea. El plan Monet, para el carbón y el acero, era muy interesante porque se trataba de evitar el peligro de tensiones que desembocaran en otra guerra mundial. En mi pasaporte se decía que mi profesión era "abogado", aunque yo sólo era licenciado, pero así lo entendían en Francia, por extensión. Esto me venía muy bien porque en las fronteras tenía menos problemas. Incluso me sirvió para visitar a un amigo en una cárcel por el sur de Francia, creo recordar que en Nimes. Yo allí era «Maître Benito», que es el título que dan a los abogados en Francia. Fue interesante la experiencia en el Sarre; gozaba de una libertad enorme y tenía grandes posibilidades de estudio. La beca era bastante buena y me encontré de repente un ambiente cosmopolita que yo siempre había soñado. Descubrí la libertad, el respeto por la ciencia y la vocación política, que venía bien con el carácter asturiano, como decía Madariaga, quien incluso comparaba Asturias con Grecia. Fui profesor de Lengua y Literatura Española en Pau y en Italia recibí una beca de la Universidad de Padova. Viajé también a Suecia y Dinamarca. Fueron todos ellos viajes de aprendizaje, de iniciación, para dejar la piel joven, para cambiar de piel, como decían los franceses».

l Con José Maldonado. «En un viaje a París me encontré un día al pintor Eduardo Úrculo y al también pintor Jaime Herrero. "Os invito a una copa", y me dijo Jaime, con ese ingenio suyo: "Todo el mundo que encuentro aquí me invita a una copa, pero lo que queremos es un bocadillo". Así que hubo bocadillos e intercambio de pareceres de unos asturianos en París. También me encontré con españoles del exilio. Uno de ellos era don José Maldonado, que fue presidente de la República en el exilio y natural de Tineo. Tiene calle en Oviedo, porque aquí vivió desde que regresó del exilio hasta que falleció, en 1985. El día que don José llegó a la estación de Oviedo, hacia 1977 o 1978, hubo en la ciudad como una conmoción porque se creía que iba a suponer algo político y preocupante. Llegó acompañado por Macrino Suárez, su asistente y profesor de Economía, y le recibimos Masip y yo. Había sido emocionante tratar con él en París porque había conocido a mi padre, ya que eran del mismo partido, del de Azaña. En París vivía con su mujer, Rosalía, y me emocionó estar en su casa porque nada más entrar había estampas de lugares de Oviedo, como el Fontán, un Fontán de Paulino Vicente. Don José era un gran tipo, como aquellos políticos de la República. Cuando vino Manuel Vicent a Tribuna Ciudadana, con Hortelano y Benet, yo presenté a don José Maldonado, y Vicent le escribió uno de sus daguerrotipos, precioso, en el que acababa diciendo que viéndole por detrás a don José parecía un anciano que daba pan a las paloma y cuando le veías de frente descubrías al que había sido el último presidente de la República en el exilio».

l París, la meca. «París fue una meca para mí, como para todo el mundo, y esa experiencia francesa fue la me llevó después a impulsar en Oviedo la Alianza Francesa. Fui también llamado por Alarcos para ser profesor de Lengua y Literatura francesa en la Universidad de Oviedo y después obtuve cátedra de Francés en Enseñanza Secundaria. El primer instituto en el que fui profesor fue el Valle de Aller, en Moreda, y recuerdo que tuve una denuncia de varios padres porque, según ellos, les estaba enseñando la "Internacional" a los alumnos; pero yo no la sabía y lo que en realidad les enseñaba era la "Marsellesa"».

l Un anuncio en el periódico. «Pero antes de todo eso vino la etapa con Cela. Un día veo un anuncio en el periódico que decía que un escritor de Mallorca, que no se nombraba, buscaba secretario. Sospechamos que era alguien del entorno de March, el banquero, el millonario, o Cela, que eran los que vivían en Mallorca. Una hermana mía leyó el anuncio en LA NUEVA ESPAÑA y me lo dijo. Acudí a una entrevista en Madrid, con Huarte Morton, que vive; era el bibliotecario de la Ciudad Universitaria y el bibliófilo de Cela. Camilo tenía unos incondicionales tremendos y también enemigos; pero los que le querían, le querían a tope. Ana María Matute, gran escritora, estuvo años después cenando aquí, con nosotros, y ponderándole al máximo. Cela acogió a Ana María en su casa de la Bonanova cuando su marido, un personaje muy siniestro, la abandonó con una criatura. Eso sucedió antes de que yo fuera secretario de Cela. Huarte Morton me dijo años después que yo había salido elegido entre unos 400 que se postularon para ese puesto y sustituí a Caballero Bonald. No sé por qué me eligieron; yo creo que Cela tenía mucha admiración por los asturianos. José García Nieto, el poeta asturiano, era el padrino de su hijo. Había además un asturiano que le hacía mucha gracia a Cela, que era Manolito el pollero, un señor que vivía en Cornellana y tenía un negocio de gallinas; Manolito pasaba temporadas en casa de Cela cuando yo estaba allí».

l Un hombre hipersensible. «Estuve con Cela en 1966 y 1967, y le conocí íntimamente. La gente no tenía idea de lo que era Cela, y si digo que era hipersensible no me creerían. Me fue a esperar al aeropuerto de Son San Juan, en Palma de Mallorca, y cuando yo bajaba por la escalera me dijo: "¡Coño, eres igual que José Bódalo", el actor. Me metió en su coche, un Hillman inglés, y al pasar por el castillo del Bellver me dijo: "Mira, estos mallorquines, estos cabrones, tuvieron aquí encarcelado a un paisano tuyo, Jovellanos". Llegué a la Bonanova y Cela tuvo una gran delicadeza al explicarme mi trabajo. "Yo me levanto a las ocho y a las nueve estoy ya trabajando; luego, a la una, vamos a la bodega donde bebemos un vino y picamos algo". Yo le mandé queso de Cabrales en los años siguientes. Cela continuó: "Luego, la comida y la siesta, que yo no me pierdo nunca". La llamaba el yoga ibérico. Después, él seguía trabajando hasta las nueve, que bajaba a cenar. Tras exponerme el horario, añadió: "Tú acomoda tu horario lo más que puedas a éste, pero si un día tienes un ligue con una sueca no vengas". Me hizo gracia aquella liberalidad».

Mañana, tercera y última entrega de «Memorias» de Juan Benito Argüelles