Pintora

Gijón, Cuca ALONSO

Nuria Formentí, como firma sus cuadros, acaba de clausurar una exposición en los salones de la Organización Mundial de Comercio, de Ginebra. En la actualidad, Formentí expone algunas de sus obras en la galería gijonesa Van Dyck. Nacida en Gijón (1971), menor de tres hermanos, su Bachillerato fue itinerante: colegio Valmayor de Gijón, e institutos de Miami, Madrid, Oviedo e Inglaterra. En Suiza se graduó en Protocolo Europeo.

-¿Para qué sirve este título?

-Se emplea en la organización de eventos, en la dirección de hoteles, en todo aquello que suponga una reunión oficial de personalidades. Trabajé alrededor de tres años en ello.

-¿Ya pintaba en aquel tiempo?

-No; aunque siempre dibujé, desde niña. Dibujar y escribir eran mis mayores aficiones. Un día, en 1999, compré una tela, una paleta y varios tubos de óleo. «Voy a probar», me dije. Pinté el primer cuadro y gustó mucho a las personas de mi entorno, pero lo más importante es que me sirvió para descubrir un mundo mágico que me satisfacía plenamente.

-¿Significa que ya había encontrado un sitio en su creación?

-Tuve varias cosas muy claras, entre ellas la necesidad de mantener una armonía estética, aunque sé que he de morir en la eterna búsqueda; al día de hoy nada me satisface plenamente.

-Lo que no impide que haya unidad en sus ideas, al menos en lo expuesto recientemente.

-Los cuadros expuestos en Van Dyck pertenecen a la serie del Caribe colombiano. Durante diez años, de los 9 a los 19, viví con mis padres en Cartagena de Indias unos cuatro meses al año, lo suficiente para empaparme de los encantos de la zona, tanto en el sentido humano y social, como respecto a su música, sus ambientes, sus paisajes... Me hice amiga de las palenqueras, las mujeres que venden fruta en la playa; una de ellas, Zenaida, tuvo una hija a la que llamó Nuria, nombre que en Venezuela no se utiliza.

-Este periplo familiar, ¿obedecía a cuestiones profesionales?

-Sí, mi padre, César Fernández, es ingeniero pero le surgió la oportunidad de dirigir el hotel más importante de Cartagena de Indias; era un proyecto bonito y quiso vivir esa experiencia. Al regresar a España montó Isotrón, empresa especializada en instalaciones eléctricas. Mientras tanto, en la época americana, mi madre estuvo dedicada al mundo de la moda con un éxito total; llegó a tener varias boutiques. Fueron unos años de ensueño, en Cartagena de Indias había gran actividad cultural, vivíamos rodeados de personas muy interesantes, entre ellas Gabriel García Márquez. Yo me fui enamorando del país y aún hoy me dura el flechazo.

-A propósito del flechazo, a usted le surgió el amor...

-Sí, fue en Canarias, cuando trabajaba en la dirección de un hotel. Me enamoré del todo, tanto que a los tres meses de conocernos nos casamos. Poco antes del año nació Alejandro y, cuatro años más tarde, Rodrigo. Transcurridos nueve años, nos separamos y en 2003 regresé a Gijón con mis hijos. Hoy mantengo una amistad muy familiar con Antonio.

-¿En qué momento se hallaba su pintura, entonces?

-Acababa de celebrar una exposición en Madrid, en el palacio de Saldaña.

-Sin duda, su trayectoria artística es sorprendente. Un día se puso a pintar, y se encontró todas las puertas abiertas.

-La primera exposición de mi vida la hice aquí, en la Fundación Alvargonzález. Llevé todo lo que tenía, y después de la clausura vendí varios cuadros; yo no sabía ni ponerles precio. En Canarias celebré la segunda, y una tras otra se fueron sucediendo. El año pasado expuse en el Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias, luego en La Cueva, de Barranquilla, e inmediatamente me puse a preparar otra para la Organización Mundial de Comercio, en Ginebra.

-¿Tiene algún proyecto?

-Sí, el próximo noviembre estaré en la sede de las Naciones Unidas de Ginebra, en una sala colindante con la gran cúpula de Miquel Barceló.

-Eso es llegar y besar el santo...

-No, aún no es un beso, sino un leve acercamiento al santo. Me queda mucho camino por recorrer.

-¿En qué se apoya más su éxito, en el talento o en la suerte?

-Yo no puedo evaluar mi talento, pero mi suerte, sí. He tenido mucha en la vida, me siento una afortunada y doy gracias a Dios por ello. Sé valorar todo lo bueno que me está sucediendo con la pintura; es algo que me llena de respeto hacia mi entorno, empezando por el galerista que confía, el espectador que admira, y el coleccionista que compra y permite que pueda seguir pintando.

-¿Ha logrado vivir exclusivamente de la pintura?

-Sí, pero con ciertas limitaciones. Sin volverme loca gastando.

-¿Cuánto cuesta un cuadro de Nuria Formentí?

-De 900 a 6.000 euros.

-¿Es usted disciplinada a la hora de pintar?

-Más que disciplinada, soy trabajadora. No tengo horarios concretos, pero al final siempre cumplo con mis compromisos.

-Creo que hay un fondo de denuncia social en algunas de sus composiciones...

-Sí, aunque no todo el mundo la ve; es muy sutil. La serie «Crónica de una obra anunciada» es un homenaje a García Márquez. Mi padre tuvo un pequeño papel en la película «Crónica de una muerte anunciada»; encarnaba al personaje que avisa a Santiago Nasar de que los hermanos Vicario le están buscando para matarlo. Conozco la historia real en que se basa la novela. Era una chica que estaba enamorada de Santiago Nasar y comunicó a su familia que había mantenido relaciones sexuales con él para que los obligaran a casarse. Le salió mal porque en vez de casarlos lo mataron.

-¿Afecta especialmente a las mujeres su queja?

-No, aunque la crítica social está en toda mi trayectoria, conservo una sensibilidad especial hacia los niños. Y sobre todo me duele la falta de oportunidades de aquellos que potencialmente serían geniales.

-Hay muchos artistas que tienen miedo al color, algo que a usted no le ocurre...

-No, navego en él con absoluta soltura. Bailamos bien juntos, aunque elijo con mucho cuidado a mi pareja; no me vale cualquier color.

-¿En qué fase creativa se encuentra actualmente?

-Ya mostré y compartí el Caribe, de manera que ahora tengo un proyecto diferente en el que deseo hacer realidad un sueño. Lo expondré en el Museo de Arte Moderno de Santa Marta, en Colombia, y luego la colección recorrerá diversas capitales del país.

-No hay duda de que ha triunfado usted en Sudamérica...

-Al menos me están dando muchas oportunidades. Y me obliga a viajar, algo que me encanta. El año pasado fui tres veces a Colombia.

-¿Qué le gustaría pintar al cabo de los años?

-Un autorretrato en que la mirada aún reflejara ilusión.

-Estupendo, hablemos del amor...

-Siempre estuve enamorada del amor, y en este momento siento amor.

-¿Siente esas confluencias esotéricas que señalan a Gijón como tierra de pintores?

-No, yo vivo en un micromundo. Al regresar a Asturias me costó mucho salvar mis colores debido a la diferencia de luces. Venía de Canarias y del Caribe y me encontré con un Gijón mucho más gris.

-¿Por qué dejaría la pintura?

-Por nada. Necesito pintar, soy feliz haciéndolo. Les hablo a las telas, las beso....