La cabaña de Adenso se encontraba en Peñamayor, en la ladera que da al concejo de Laviana, muy cerca del tenebroso Pozo Funeres, el capítulo negro de la historia de las organizaciones socialistas en Asturias. Historia terrible, poco conocida y divulgada. La primera vez que oí nombrar el Pozo Funeres ya estaba yo en el Partido Socialista. Una noche que tomaba unos vinos en San Bernabé con Faustino, el desgraciado primer tesorero del comité local de Oviedo, se le acercó un individuo de mediana edad a quien identificó como guardia civil jubilado, que le dijo:

-¿Así que tú también te volviste «rojo»? Pues te vamos a tirar al Pozo Funeres.

En aquellos días, cuando estaba todavía la pelota en el tejado, más para la parte de allá que para la de acá, los que no querían perdonar ni olvidar eran los que habían ganado la guerra; ahora, treinta años más tarde, siguen dispuestos a revolver en la charca los hijos de los que la perdieron. Este país no tiene remedio, y no lo tendrá mientras no se considere la guerra civil de 1936-39 como un hecho del pasado absolutamente liquidado ya, como lo están las guerras púnicas y la guerra de los Treinta Años. La «memoria histórica» revolotea como un ave carroñera de siniestros augurios, y lo peor del caso es que antes acaparaban la «memoria histórica» los azules y ahora la acaparan los rojos. Triste sino.

El Pozo Funeres es conocido desde la Edad Media como lugar de gafuras. Se solía echar a sus profundidades reses muertas, y quién sabe si a personas víctimas de oscuras venganzas. Se relaciona con él una leyenda sombría, parecida a la de la fundación del monasterio de San Antolín de Bedón, en realidad muy extendida durante el Medievo, ya que se encuentra también en viejas leyendas alemanas, y en Asturias se personifica en el turbulento conde Munio Can. Un caballero sale de caza persiguiendo una pieza de caza mayor, habitualmente un ciervo. El ciervo, en su huida por el bosque, lo conduce a una cabaña en cuyo interior se encuentra la dulce dama esposa del armado caballero en los brazos de un pastor o un trovador. El cazador los traspasa a ambos con su jabalina. Esta leyenda, por lo general, va unida a la fundación de alguna capilla salvática o establecimiento piadoso. Pero no en el Pozo Funeres, que siempre presentó un aspecto tenebroso. Visto el abismo que se abre en él, no es para menos. Podría ser una de las puertas del infierno, la principal de las cuales, por estos rumbos, se encuentra en Santiago de Galicia. Nadie reparó en que podría dársele ese sentido a su terrible boca. Mas acercarse al pozo y mirar hacia abajo sobrecoge. En lo alto de una montaña, un agujero se abre en dirección al centro de la Tierra. Según se decía, si se arrojaba una piedra al pozo se escuchaba su caída interminable, rebotando en las paredes rocosas y, después, se oía un chapoteo de aguas. Esta leyenda pretendía señalar que el Pozo Funeres llega hasta el mar.

En realidad es una sima natural que, cuando yo estuve allí, en marzo de 1977, tenía unos veinte metros de profundidad, situada en la ladera oeste de Peña Mayor. Por el valle del Nalón se entra desde Barredos por la carretera de Tiraña hasta Carbajal. Gamonal es la última aldea antes de internarnos en la montaña. La carretera, en muy malas condiciones, continuaba unos doscientos metros, y a partir de su final en la hierba, se llegaba al pozo siguiendo dos sendas de montaña, por la majada de Funeres o por la Campa Gües. La única vegetación eran espinos y acebos, y en los ralos herbazales de alta montaña pacían caballos y se escuchaban cencerros de vacas. Sobre el pozo, negro y estrecho, como cortado a pico, hay un tejo con las raíces al aire, y de las raíces del tejo colgaba una placa metálica roja con la inscripción, en letras blancas, desvaídas por la lluvia y la nieve: «¡A los asesinados por el fascismo. Vivan la libertad y el socialismo! PSOE, UGT, FJSE». Y sobre la hierba estaban labradas las inquietantes siglas de ETA. Entonces la izquierda todavía no consideraba a ETA como banda criminal; supongo que ahora las habrán quitado. De todos modos, Paulino García desaprobaba aquellas siglas en aquel lugar.

En las cercanías de Funeres está la cueva del Nozalín, en la que murieron varios guerrilleros hacia 1940, y otros en la cueva de la Corralina. Casi debajo del Pozo Funeres se encuentra la Peña del Cucurruchu, deformación de «coruxa», en la que fueron abatidos otros tres guerrilleros. Uno de ellos se reservó la última bala para él. Mariano el Marqués me contó que la Guardia Civil le obligó, junto con otros jóvenes de Barredos, a recoger los cadáveres de la cueva del Nozalín, y Mariano encontró una pistola escondida debajo de una colchoneta. La guardó sin decir nada a nadie, pero a los pocos días, después de haberlo pensado mejor, la arrojó al Nalón, por la noche.

Al Pozo Funeres fueron arrojados veintidós socialistas el 23 de abril de 1948. Durante cuatro días algunos miembros de la brigadilla de la Guardia Civil, auxiliados por somatenes de la zona, fueron recorriendo la montaña; descendiendo por la noche al valle. Apresaban a ugetistas o simpatizantes y los conducían al monte, donde los encerraban en cabañas de pastores. A algunos los sacaban de sus casas; a otro lo detuvieron a la puerta de la suya, cuando salía para ir a la mina: su mujer le escuchó maldecir, y no volvió a saber de él. Así se fue formando una lúgubre cuerda de presos, desde Carbayín hasta Funeres. Por la noche, los somatenes bajaban a la Hueria, El Entrego, Sotrondio y Barredos y regresaban con sus presas. Durante el día, los mantenían encerrados en las cabañas y por la noche caminaban en dirección a Funeres. Por fin, ante la boca del pozo, los veintidós fueron asesinados a tiros, y arrojados a su interior. Algunos no estaban muertos, por lo que sus voces se escucharon durante varios días llenando de espanto las campas. Un pastor que escuchó los gritos, cada vez más débiles, convertidos finalmente en gemidos, se volvió loco. Enterados de las voces, los de la brigadilla volvieron al pozo, arrojaron a su interior gasolina, arbustos encendidos y dinamita, y regresaron a sus casas suponiendo que aquel asunto había quedado zanjado.

No obstante, el comandante Mata redactó un informe de aquel crimen que hizo llegar a Indalecio Prieto, el cual lo denunció ante las Naciones Unidas. Probablemente fue después de la matanza del Pozo Funeres cuando Prieto consideró que había llegado el momento de evacuar a la guerrilla socialista de Asturias.

Poco más de un mes después de la matanza de Funeres, el 9 de mayo, fue muerto a tiros un conocido somatén, Juan Felechosa, en el barrio de Santa Ana de El Entrego, delante de la casa de Antonio el del Estanco: los dos que dispararon sobre él, según me contó un testigo, iban bien vestidos y salieron andando, en dirección a La Hueria. Días más tarde fueron a buscar a su casa de Las Revengas, en El Entrego, al falangista Fueyo, que murió empuñando dos pistolas.

La primera vez que subí a Funeres me acompañaban el minero Sergio García, de San Vicente; Paulino García, el zapatero de Barredos y figura histórica del socialismo del Nalón, y Victorín, un muchacho de 15 años, muy simpático y alegre, que aspiraba a estudiar Económicas. Yo quedé en presentarle a José Luis García Delgado, que era el decano de la Facultad de Económicas, y estuvimos esperándole una mañana, pero no fue a la cita. Luego, Paulino me explicó que había decidido no iniciar los estudios universitarios. Espero que la haya ido bien en la vida. Se lo merece.

Paulino, a pesar de que es cojo, se movía por el monte con la agilidad de un corzo. Se debía a que cerca del Pozo Funeres se encontraba la cabaña de Adenso, en la que se guardaba todo el aparato del partido en la clandestinidad y allí se hacía el «Avance». Para dar cobertura a esta cabaña se había creado el Grupo de Montaña de Barredos, que presidía Paulino García, lo mismo que la peña de bolos. Todas las actividades políticas (dentro de las organizaciones socialistas), culturales y deportivas de la comarca tenían como centro la minúscula zapatería de zapatero remendón de Paulino en Barredos, en la carretera de Tiraña.

Esta cabaña es la más alta de cuantas se ven desde la Bahuga, donde termina la carretera. El lugar se llama la Riega Gües. La cabaña se recostaba en el monte, sobre un prado en declive y ante ella estaban plantados unos fresnos: a cien metros había una fuente de buena agua.

Pasé una semana en esta cabaña, a finales del invierno de 1977. Sólo se veía monte y, por la noche, estrellas, y al Norte y a los lejos, las luces de un faro: tres cortas. A nuestra derecha, al fondo de una foz, surgían de la niebla los tejados de la aldea de Melendreros. Allí surgió uno de mis espacios literarios, Los Grandes Grises. Aquello era impresionantemente bello, sobre masas de nubes y bajo un cielo de Luna llena en el que se distinguían con toda nitidez las constelaciones y abajo, muy dispersas, las luces de las aldeas desparramadas por los hondos valles. Un día subieron los compañeros de Barredos a comer una fabada: Paulino, Sergio, Amor, Marino el Marqués, Victorín... Pero el agua de la fuente era demasiado caliza, por lo que hubo que bajar, en el Mil Quinientos de Sergio, a buscar una olla exprés. Aun así, las fabes seguían duras. Pero el aire de la montaña abre el apetito, y comimos descuidadamente, y muy a gusto.