Suena el teléfono y, de pronto, Marta, con voz entrecortada, me da la noticia, ha muerto Kike, me quedo en silencio durante unos minutos, y me siento sorprendido, aunque no sé por qué, ya que esta maravillosa mujer hacía mucho tiempo que luchaba contra esa cruel enfermedad que hace que uno tome conciencia de la efímera realidad de la vida.

Kike era una mujer con una profunda fe, por eso se encaraba a la enfermedad con serenidad, firmeza y valentía, con la misma valentía con que siempre se encaraba a la vida, con una contagiosa alegría y un buen humor que transmitía a todos cuantos la conocíamos. Era una mujer emprendedora e imaginativa, esto fue lo que la llevó a la creación y posteriormente a la coordinación de Asem, Asociación Empresa Mujer, ayudando a todo un colectivo que se implicó en las más diversas iniciativas colaborando al desarrollo de nuestra tierra.

Uno de mis primeros contactos con Asem -decir Asem es decir Kike- fue en la presentación de una guía de turismo rural en el Club de Prensa de LA NUEVA ESPAÑA, y me quedé gratamente sorprendido al ver el salón del Club totalmente lleno de mujeres, muchas de ellas muy jóvenes, que habían iniciado diversas empresas de turismo que iban desde la hostelería hasta la artesanía y no pretendían que nadie las mantuviese, se arriesgaban a la figura del autónomo tratando de aportar riqueza a la sociedad en la que estaban inmersas; los ánimos y las ideas se las inculcaba Kike y en aquel ambiente solamente se respiraba entusiasmo y alegría.

Kike pasó su primera infancia en México, en donde había nacido, y quizá llegó a España con el ánimo impregnado de trabajo, esfuerzo y sacrificio, que era el ambiente que hizo triunfar a los emigrantes asturianos; de alguna manera ella regresaba a su tierra asturiana con una lección aprendida que supo transmitir y contagiar a una serie de ansiosas emprendedoras, que la adoraban tal y como lo demostraron en el homenaje que recientemente se le rindió en un hotel de Oviedo.

Ahora, diremos muchas cosas en torno a Kike, pero poco se puede decir sobre lo que ya se decía, era discreta, afectuosa, alegre y vital; todo en su persona era contagioso e irradiaba una energía que te hacía ver la luz en medio de las tinieblas. Compartí con ella años en el jurado del «Pueblo ejemplar» y ponía en la decisión de su voto la misma fuerza que en defender su asociación, valoraba mucho el colectivo humano porque sabía que sin este colectivo los pueblos carecían de alma y ella quería que el espíritu que alberga el alma fuese la esencia que diese o aportase vida a nuestros pueblos como ella lo hacía.

Cuando Marta Bravo me dio la noticia, su voz sonaba entrecortada por el dolor, el afecto y la emoción, no por esperada la noticia podía ser más inesperada, pero cuando escribo estas líneas llueve, torrencialmente, sobre los verdes de nuestros valles cubiertos de velos grisáceos, diríase que Asturias llora por una de sus más ardientes defensoras.