Hace más por las matemáticas un final de Liga que todas las facultades de exactas juntas. Millones de personas cruzan variables y urden cálculos complejos sobre el campeonato, la entrada en torneos europeos y, sobre todo, descensos y ascensos. Es absurda la idea de que el fútbol sea un factor de embrutecimiento de las masas. El fútbol es un firme soporte de la convivencia democrática, e incluso de nuestra mente simbólica. Tal como están las cosas, si el fútbol no encauzara las pasiones de las masas en la dirección correcta, millones de personas andaríamos por las calles protestando contra la crisis, tumbando gobiernos o incluso pidiendo la salida del euro. Hipnotizada por el sistema de signos del mandala del estadio, la gente somete a un orden geométrico esas pasiones, se ajusta a reglamento y acepta la ley suprema de un pitido. Luego sale y se mete de cabeza en las matemáticas.