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l Doctrina social y nuevo Papa. «Como hechos que me marcaron en aquella época sucedió que hice un curso de un mes en la Escuela Social de Oviedo sobre doctrina social de la Iglesia. Aquello me marcó de una manera muy positiva, porque conocer aquella doctrina y la historia del movimiento obrero me vino muy bien y me abrió los ojos. Allí coincidí, entre otros, con Bárcena, que murió hace poco, y con José Luis Martínez, párroco jubilado de San José (Gijón), y con Óscar Iturrioz. Aquello supuso abrirme a un mundo distinto, y luego hubo otro hecho que ocurrió estando yo en Somió: la elección como Papa de Juan XXIII, a quien yo conocía de Covadonga. Siendo él patriarca de Venecia había venido a España y de camino a Compostela estuvo en Covadonga. Tuvimos una velada en la que él comenzó hablándonos en latín, pero al poco tiempo dijo: "Ésta es una lengua muerta; ¿entendéis francés?", y habló en francés, para terminar en italiano. Nos dio la impresión de un hombre bueno, entregado a Dios; era gordo, pequeño, pero de una cercanía tremenda. El día que le eligieron estaba yo dando catequesis en La Providencia. Viene una señora a avisarme: "Don Alberto, que hay Papa nuevo y ye de Pénjamo". Estaba de moda aquella canción de "Estamos llegando a Pénjamo", pero resulta que Juan XXIII era de Bérgamo, Italia».

l Las campanas y el amigo del alcalde. «Bajamos a Somió y tocamos las campanas, aunque yo había tenido un pequeño incidente con el alcalde de Gijón, Cecilio Olivier Sobera, militar. Un día recibimos en la parroquia una carta suya en la que decía que en Somió se tocaban excesivamente las campanas, y que la gente estaba molesta. Olivier visitaba todos los días a otro militar retirado que vivía frente a la iglesia y era éste el que protestaba. Yo le contesté al alcalde: "No creo que sean muchos los que protestan en Somió por las campanas; el que sí protesta es un señor amigo suyo al que usted visita todos los días. Por lo demás, me parece que en Gijón debe de haber problemas mucho más gordos que las campanas de Somió». Total, que bajamos corriendo de La Providencia a Somió para escuchar las noticias en la radio. Fuimos a la iglesia y empezaron a llegar chavales jóvenes y allí apareció una caja de sidra y estuvimos tocando las campanas hasta las once de la noche. Aquel día sí que aquel vecino se enteró de lo que era tocar las campanas.

l El obispo Ángel Riesgo. «Otro hecho que me marcó fue que vino de obispo auxiliar a Asturias don Ángel Riesgo Carbajo, un santo, pero inexplicablemente al cabo de un año desaparece de Asturias y le mandan de auxiliar del administrador apostólico de Tudela. Riesgo fue un hombre que me abrió un nuevo camino en mi visión, sobre todo de la moral del matrimonio. Era un obispo de un criterio amplio, y que era un auténtico pastor. Nos dio ejercicios espirituales a los de mi curso y el curso siguiente, en Covadonga, y luego estuvimos con él otra semana más, de convivencia. Era un hombre con una gran visión de la Iglesia, y muy cercano. No se entendió con Lauzurica y hay dos teorías sobre ello y sobre su "destierro" a Tudela. Unos cuentan que iba a venir Franco a Oviedo y que Riesgo se opuso a que entrara bajo palio en la Catedral. Otros dicen que al parecer, siendo él vicario general de Astorga, el rector del seminario tenía una amiga con la que después se casó, y entonces Riesgo, que era sabedor de ello, lo había consentido o no había tomado medidas. Ángel Riesgo en moral del matrimonio y de la pareja era muy avanzado. Yo tenía verdaderos problemas de conciencia porque los matrimonios no cumplían las normas de la moral, que eran muy difíciles de cumplir. Pero hablando con él me dijo: "Mira, Alberto, los autores de moral son gente que está en un despacho o gente muy mayor con la que los matrimonios jóvenes no hablan. Pero sí hablan contigo o conmigo, y hay que decirles que todo lo que sea bueno para el amor entre los esposos es bueno ante Dios". En aquellos tiempos, la moral que yo estudié decía, por ejemplo, que los sacerdotes no fuéramos promotores del uso de métodos naturales contra el embarazo, que después sí fueron aceptados por la Iglesia. Decía aquella moral que si en el confesionario descubríamos que una pareja utilizaba esos métodos naturales y los estaban usando de buena voluntad, que no se les reprobara, pero que no fuéramos nosotros promotores de esos métodos. El obispo Riesgo me decía entonces que "lo importante en un matrimonio es que se amen. Dios nos creó por amor y las personas se casan por amor, y todo lo que vaya ordenado al amor entre los esposos es bueno". Me dio un criterio amplio que me ha ayudado a lo largo de la vida».

l Misión popular en la Argentina. «Después de que se marcha don Ángel viene como obispo coadjutor, con Lauzurica ya enfermo, don Segundo García de Sierra, que había sido párroco de San José (Gijón). Fue un desastre. Una de las cosas que hizo fue convocar un concurso para destinar a los sacerdotes a las parroquias. Yo, por principios, dije que no participaba, aunque hacía pocos años que había acabado en el seminario y tenía reciente el temario. Ese temario era además el mismo que el que teníamos al ordenarnos para que nos dieran licencias para confesar. Es decir, lo tenía muy fresco, pero me negué a participar en el concurso, que se iba a celebrar en octubre de 1960. Además, en aquel momento pidieron sacerdotes para ir a una famosa misión popular que se celebró en Buenos Aires, con motivo del 150.º aniversario de la independencia de Argentina. De Asturias fuimos seis sacerdotes y la misión era del 15 de septiembre al 15 de octubre. Fue una experiencia única. Hicimos el viaje en barco, en 16 días de travesía. En Argentina fuimos primero a zonas rurales. La misión consistía en ir a una iglesia y rezar el rosario de la aurora por la mañana y tener después charlas generales, o charlas para niños, o para matrimonios o mujeres. Eso duró tres semanas y tuvimos después la postmisión, que a mí me tocó en la ciudad del Tigre, en el delta del Paraná, una zona muy bonita. Yo formaba equipo con Carlos Díaz, entonces párroco de San José, en Gijón. Luego estuvimos dando la misión en Villa Miseria, un poblado de chabolas en Buenos Aires. Allí había dos chicas que habían querido ser monjas, pero el convento no les llenaba y entonces se habían ido a trabajar allí. Ellas trabajaban como maestras, enfermeras, catequistas?, de todo. Vivían en una casita de madera, con tres habitaciones, en la que nos acogieron a los dos sacerdotes. Nos dijeron que "por lo menos durante el tiempo que estén ustedes aquí vamos a estar seguras". Estaban armadas hasta los dientes, con un rifle y pistolas, porque allí los fines de semana la gente bebía mucho y después de emborracharse la armaban. Al haber allí dos chicas agraciadas y jóvenes y ante el riesgo de que fueran a por ellas, tenían que defenderse».

Segunda entrega, mañana, lunes: «Memorias» de Alberto Torga