El sacerdote Alberto Torga Llamedo (Vegadali, Nava, 1933) tiene grabado el miedo de su infancia a los bombardeos de la Legión Cóndor durante la Guerra Civil, pero más huella le dejaron las diferentes experiencias como joven cura, la primera de ellas en Somió (Gijón). En aquella época hubo varios hechos que le marcaron. «Conocer la doctrina social de la Iglesia y la historia del movimiento obrero me abrió lo ojos».

Al mismo tiempo, trata con el obispo auxiliar de Oviedo Ángel Riesgo. «Yo tenía verdaderos problemas de conciencia porque los matrimonios no cumplían las normas de la moral, que eran muy difíciles de cumplir y los curas no podíamos promover ni los métodos naturales contra el embarazo; pero Riesgo me dijo que los autores de la moral estaban en un despacho y no hablaban con matrimonios jóvenes, y añadió que lo que es bueno para el amor entre los esposos es bueno ante Dios». Alberto Torga también acudió en aquel tiempo a una misión popular en Buenos Aires en barriadas y chabolas. «Me impresionó tremendamente descubrir la miseria moral». Su carrera como sacerdote continuó después en Boo de Aller, donde vivió directamente la «huelgona» de 1962, con decidido apoyo a los mineros y críticas al Marqués de Comillas, propietario de Hullera Española, al que un día le dijo: «A su antepasado marqués le adoran aquí, pero a ustedes los odian ahora». Torga fue posteriormente, hasta su jubilación, capellán de emigrantes españoles en Holanda y Alemania. «La Iglesia llegó a tiempo para atender a la emigración, no como en otros casos», subraya. Su Papa de cabecera es Juan XXIII y sus dos obispos de referencia Tarancón y Merchán. Sus «Memorias» para LA NUEVA ESPAÑA se publican entre hoy, este lunes y martes.

l Papeles de colores y bombardeos. «Nací el 11 de enero de 1933, en el pueblecito de Vegadali, Nava. Mi padre, Graciano, era de Nava y había sido emigrante en Cuba, cinco años; y mi madre, Argentina, era gijonesa. Mi abuelo materno trabajó en el primer desmonte que se hizo para construir el puerto de El Musel y mi madre, la mayor de tres hermanos, nació en Gijón, en la calle Cura Sama. Ella siempre se sintió muy del «culo moyáu». Mis padres eran labradores y tuve una infancia muy feliz, aunque me tocó vivir los años de la Guerra Civil. Tenía tres años y medio cuando comenzó y recuerdo cuando quemaron la iglesia de Nava, que era una joya románica del siglo XII. Fue en agosto de 1936 y vi que la derribaban después de que hubiese ardido. Luego obligaron a los paisanos, entre ellos a mi abuelo y a mi padre, a llevar la piedra molida para los caminos. El segundo recuerdo que conservo es el del bombardeo de Nava por la Legión Cóndor. En Nava había un polvorín que creo que estaba en las inmediaciones de balneario de Fuensanta, y por otra parte era un nudo de comunicaciones, con ferrocarril y carreteras a Laviana, Villaviciosa y Cabranes. Pasaron un día unos aviones y arrojaron pasquines, supongo que alentando a los que ocupaban Nava a la rendición. Mi hermano, año y medio mayor, y yo no sabíamos leer y los pasquines eran para nosotros un juguete, porque eran papelinos de colores. Al día siguiente, yo me había manchado las manos de alquitrán y estaba intentando lavarlas. Me llama mi hermano: «¡Alberto, ven, ven, que tiran otra vez papeles!». Pero lo que ese día empezaron a tirar fueron bombas. Bombardearon Nava y vimos las explosiones y el humo que se levantaba. Aquella noche mi padre y mi abuelo hicieron un refugio en una finca al lado de casa: una zanja profunda cubierta con maderas y la tierra. Los bombardeos fueron varios y también operaban en la sierra del Sueve, cuando ya estaban avanzando las tropas de Franco sobre Asturias. Recuerdo otro bombardeo, un día que estábamos llevando la vacas. Vinieron los aviones y comenzaron a ametrallar. El silbido de las balas se me quedó grabado y mi abuelo se metió debajo de un puente con nosotros y a mi hermana, que era la más pequeñina, la puso debajo, para protegerla. Cuento lo de los bombardeos porque ha sido una de las experiencias que más grabadas se me quedaron en la vida, de tal manera que luego, ya pasado el tiempo, cuando oía uno de los poquísimos aviones que pasaban, empezaba a correr como loco y a llorar».

l Métodos pedagógicos. «En 1938 ya habían entrado los nacionales en Asturias y comencé a la escuela. Nos tocaba la de Nava, la escuela de la plazuela de San Bartolomé, pero mis padres decían que allí había demasiado tráfico. Pasaba un coche cada dos horas o tres horas, pero para ellos era demasiado. Entonces fuimos a la escuela a Tresali, que ya es otra parroquia. Comencé con 5 años y era maestra una chica a la que con el paso del tiempo me encontré en Buenos Aires, en 1960, cuando participé en una gran misión popular y ella era religiosa teresiana. Tuve también un maestro excepcional, don José Miguel Mancebo, que se adelantó a su tiempo en métodos pedagógicos. Éramos niños de 5 a 15 años, en total unos cincuenta, aunque había mucho absentismo escolar porque muchos chicos tenían que ir a ayudar en las labores de la familia. Pero mi padre nunca nos hizo perder la escuela, a ninguno de los tres hermanos. Este maestro no nos hacía aprender de memoria más que el catecismo del padre Astete y poesías, muchas. De las demás cosas daba una explicación y luego escribía en el encerado una especie de esquema de la lección que había dado y teníamos que hacer nosotros un resumen con un dibujo».

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