Oviedo, J. N.

Noel Zapico nació en julio de 1936 en La Roza (Langreo). Empezó a trabajar como pinche en Carbones Asturianos. Es profesor Mercantil y licenciado en Ciencias Políticas. Presidió el Consejo Nacional de Trabajadores, fue delegado de los trabajadores de España en la OIT y ponente de la reforma política. Ahora es adjunto de la Procuradora del Principado. Fue fundador de AP y del PP.

-¿Cómo irrumpió en la vida pública?

-A raíz de la huelga de la minería del 62. Estaba recién casado. Vivía en Ciaño.

-¿Por qué?

-Sorprendió a todos. No había organización, salvo células del Partido Comunista. Hubo una reclamación en el pozo Polio por precios en los destajos. Y todo se disparó a partir de una bronca entre el delegado de sindicatos y un picador. Se puso en huelga el pozo y en siete días, todo parado.

-En su caso...

-Soy hijo de minero. Mi padre entró a trabajar con 10 años controlando una puerta. Ganaba 30 pesetas al mes. Y a los seis meses, al tajo como guaje. La gente, durante la huelga, se reunía por miles, en el campo de fútbol, en los cines. Yo tenía 24 años. En una ocasión intervine ante más de tres mil mineros en Sama. Creo que centré el tema. Desde ese momento decían que había que buscar al hijo de Suso, así me llamaban. Y así me involucré. La huelga duró 57 días. Las promesas no se cumplieron del todo y en agosto se volvió a suscitar, aunque no con tanta fuerza. Desterraron a 200 mineros. En el otoño había elecciones sindicales. Yo trabajaba en Carbones Asturianos. Me presenté y arrasé. Llegué a presidir el sindicato provincial del combustible. Me dirigí a Franco y pedí la vuelta de los desterrados.

-¿Volvieron?

-Todos regresaron. No inmediatamente. Incluso costó encontrar a uno, de Turón, que estaba casi perdido en un pueblo de Navarra. La verdad es que las empresas aprovecharon los destierros para deshacerse de algunos magníficos profesionales, pero reivindicativos.

-¿Quién ganó la huelga?

-Las empresas estaban atadas y decidía el Gobierno. Las reivindicaciones sociales las ganaron los trabajadores. Eran razonables. Queremos derribar al dictador que ha gobernado más que Mussolini, se decía entre reivindicaciones puramente laborales.

-Con el plan de estabilización de finales de los cincuenta los cambios se dispararon.

-Pedimos incluso el ingreso en el Mercado Común, pero no cumplíamos las condiciones de democratización. Conseguimos un convenio preferencial que económicamente nos vino muy bien.

-¿Y los cambios?

-Cambia todo. Los emigrantes vienen con sus coches y sacando pecho. Aquí se piden mejores condiciones de vida y una evolución política. Ninguna democracia se sienta sobre el hambre. A la transición llegamos con un millón de estudiantes universitarios: una buena plataforma, había que abrirse.

-¿Cuál es el papel de los asturianos en ese proceso?

-Cuando iba a Madrid, la gente pensaba que tenía cuernos y rabo. Todo por la minería y el 34. Conocí a otros colectivos humanos y pocos pueden presumir de tanta generosidad, entrega y solidaridad.

-Presidió la organización sindical.

-Fui el último presidente del Consejo de Trabajadores de la Organización Sindical. Para eso tuve que pasar por 18 elecciones. Para unas cosas no había democracia y para otras nos pasábamos. Fui muy popular y ya no estoy para vanidades, fue así. España era mal recibida en los organismos internacionales. La OIT envió una comisión de encuesta formada por Meri, socialista italiano, y otros dos personajes. Estuve con ellos en Oviedo. Intervine. En los pozos les hablaron de mí. Estuvieron tres meses en España. Los reencontré en Madrid. En el informe final, de 1967, dijeron que mi lenguaje podría ser valioso para entender a una organización sindical aún con muchos defectos.

-Y así fue.

-Sí, me enviaron a la OIT, a Ginebra, presidiendo la delegación obrera española. El embajador era Giménez-Arnau, el padre de Jimmy, con gran influencia en el Pardo. Allí hablaban aún de la España de 1939. Impacté con mi sinceridad. Meri me dio la cinta de mi intervención y me dijo que era el hijo que soñó y no tuvo. Llegué a tener auténtica amistad con la delegación rusa, sobre todo con Pimenof, un verdadero gorila.

-¿Cómo fueron los bandazos del final del franquismo?

-Hay un intento tibio de abrirse, con las asociaciones, pero después se da marcha atrás. Aparece la Platajunta. Yo tenía una enorme información. Aún me asombra cuanta tenía. Le di informaciones a Fraga que me ha reconocido después, pero en su momento no me hizo caso. Fui de la media docena de personas que supo que Suárez iba a ser presidente del Gobierno. La Platajunta no tenía ninguna fuerza. Jiménez Losantos, que estaba en eso, ha dicho no hace mucho que eran apenas cuatro gatos. El régimen se debilita con la propia debilidad de Franco.

-¿Se reunió alguna vez con Franco?

-La última vez fue la más significativa. Estaba en Unión del Pueblo Español que presidía Adolfo Suárez. Le pidió audiencia a Franco. Casi a mediados de octubre de 1975. Quizá fue la última audiencia que concedió. Las palabras que le dirigió Suárez las escribí yo. La sorpresa fue que al terminar Franco dijo que teníamos que hacer una España distinta, para todos, porque aún había muchas heridas abiertas. Entonces ¿quién no quería la apertura? Cuenta lo mismo Fernando Suárez, planteaba a Franco cosas avanzadas y se solía quedar corto. Pero el grupo del Pardo cargaba, como hicieron contra Torcuato. Había que abrirse al sistema democrático porque no había otra salida.

-¿Y con el Rey?

-Estuve 17 veces en la Zarzuela, siempre llamado por el Rey. Un viernes por la tarde, por ejemplo, me llamó. Estuvimos 92 minutos reunidos. Suárez era entonces ministro secretario general del Movimiento. Estábamos sentados tras un cortina, con una mesita redonda pequeña y un teléfono. El Rey fumaba Ducados. Sonó el teléfono. Me percaté que hablaba con Suárez. Y que Suárez le daba una información que debería haberle entregado más bien al presidente Arias directamente. Al cuarto de hora, otra vez Suárez. El Rey me preguntó por el referéndum de Grecia. Le dije que a Karamanlis le interesaba por encima de todo el propio Karamanlis. Tras el referéndum me llamó el Rey y me dijo: «¡has acertado!». Pues bien, esa tarde salió el Rey conmigo hasta la puerta del palacio a despedirme, llevándome por el hombro y dijo «¡Sofi, se va Noel!». De haber sido cortesano lo hubiese sido todo. Creo que tuve un gran defecto, fui leal a los trabajados como un perro. Y también fui así de leal a las personas con las que colaboraba.

-¿Qué cargo tenía en ese momento?

-Presidía el consejo nacional de trabajadores y técnicos. En el último momento de la entrevista el Rey me hizo una pregunta que creí referida a Torcuato Fernández Miranda. Y me dice que no, que se refería a Suárez. Pensé al instante que el presidente iba a ser Adolfo. Al llegar a Madrid llamé inmediatamente a Fraga. Me recibió. Se lo conté: el que va a la terna del Consejo del Reino y sale es Suárez. Me echó con cajas destempladas.

-¿Cómo fue ese proceso?

-Tenía tres amigos íntimos en el Consejo del Reino y me contaron que cuando vieron a Suárez en la terna casi se desmayan. De la terna, López Bravo sacó todos los votos; después, Silva Muñoz, y por último, Suárez. Maniobró Torcuato y el presidente fue Adolfo Suárez.

-Usted estaba muy próximo a Suárez.

-Estaba en Unión del Pueblo Español, la asociación de Suárez. Dije por escrito que no debía descalificarse al Partido Comunista del juego democrático. En el primer Gobierno de Suárez me llamó para la cartera de Trabajo. Estaba en Madrid, en un hotel, con el chaqué alquilado, con mi mujer y mis hijos, pues el Rey me había dicho que después de jurar quería que fuese con la familia a comer a la Zarzuela. Dije lo del PC por escrito y en una tertulia. El jefe del alto Estado Mayor me llamó. Me recibió de pie. Me apostrofó. Nosotros le seguimos, dijo, tiene gran prestigio en el Ejército y no entendemos que diga eso. Hemos dado luz verde a la democracia con tal que no se legalice el PC. Le repliqué que lo sabía, pero que las elecciones sin el PCE no serían asumidas por los ciudadanos.

-¿Qué ocurrió?

-Pues estaba en el hotel, se retrasó el telediario y al final desaparecimos de la lista el que iba a Educación y yo. Suárez me llamó y me dijo que se había opuesto el alto Estado Mayor del Ejército. Fui otra vez a ver al capital general y le dije que no tenía categoría ni de sargento. Di un portazo y me fui.