Gijón, J. MORÁN

El sacerdote Alberto Torga (Nava, 1933) concluye sus «Memorias» con su experiencia ecuménica en Holanda y Alemania.

l Destierro y denuncias. «A todos los curas que habíamos tenido algo que ver con la "Huelgona" de 1962 nos mandaron al Occidente, con los labradores, lejos de los mineros. A mí me tocó Tapia de Casariego, y a Jesús Pérez, que estaba en El Entrego, le mandaron a Villayón, porque la orden expresa de Camilo Alonso Vega era que había que ponerle a más de 100 kilómetros de Oviedo. El día que marché de Boo me regalaron una moto Lambretta 150, y una prueba de su cariño fue que de los últimos siete niños que bauticé en Boo, a cuatro les pusieron el nombre de Alberto. En Tapia fui coadjutor de don Boni, de 84 años, un hombre de Dios. Me enteré de que alguien había dicho que le llegaba "un cura rojo, perdido, a cuyo padre mataron los nacionales". Supe quién había sido y en el comercio de Manolín comenté: "Mañana vienen mis padres". Una señora se sorprendió. "Señora, afortunadamente, tengo padre y madre todavía". "Ay, ¿por qué me dice eso?". "Pregúnteselo a su marido". En Tapia di clase de Religión en el Instituto y me entendí muy bien con los chavales. Por lo demás, tuve algunas denuncias. Un día me llama Víctor de la Concha, hoy director de la Academia de la Lengua y entonces portavoz del Obispado: "Oye, Torga, me llama el gobernador, endemoniado, porque dice que hablaste del genocidio de los norteamericanos en Hiroshima y Nagasaki y después defendiste las huelgas". Le respondí: "Pedí que se firme el pacto de no proliferación de armas nucleares y pedí por los mineros en huelga, simplemente". "Me alegro mucho; ahora hablo yo con el gobernador". Otro día dije en una homilía que la prensa dedicaba cinco páginas al secuestro de Di Stéfano y sólo 13 a la huelga de 30.000 mineros en Asturias. El martes siguiente recibo un oficio del Obispado diciéndome que estaba nombrado regente de las parroquias de Benia de Onís, Bobia y Robellada».

l Entre Onís y el Concilio. «Juan XXIII había convocado el Concilio y fue la gran esperanza para los sacerdotes jóvenes. Muchas cosas que decían los padres del Concilio no nos atrevíamos a decirlas nosotros, porque parecía que estabas fuera de la Iglesia. Llegué a Onís y lo pasé muy mal porque tenía la sensación de que iba castigado, pero tuve la suerte de tener al lado, en Mestas de Con, a un sacerdote recién ordenado, Federico Fidalgo, que me animó y me ayudó. "Hombre, entre tú y yo nos comemos este valle". Empecé a dedicarme a la gente de Onís y fui feliz con ellos. Viví a la vez la experiencia de Concilio, aunque don Segundo contaba de él algunas paridas. Cuando viene de la primera sesión dice que en el Concilio no hay tendencias. Fui a verle. "¿Cómo dice usted que no hay tendencias? ¿Va a comparar un mastuerzo como el cardenal de Madrid con el arzobispo de Colonia?". "No hable mal del cardenal Eijo y Garay". "Él ha prohibido celebrar misa en Madrid a Torrella" (que era consiliario nacional de la JOC y después arzobispo). Y al volver de la segunda sesión, don Segundo asegura que el Papa no había pedido perdón a los protestantes. Resultaba que el padre espiritual de filósofos en el Seminario se había marchado a Holanda y se había hecho calvinista, así que don Segundo debió de pensar que como uno se le había hecho calvinista y el Papa pedía perdón, los seminaristas iban a creer que la razón estaba con los protestantes". Fui a ver a don Segundo otra vez. "El Papa dice que concedemos perdón", me dice él, y le repliqué: "Vengo del Seminario y he leído el "Acta Apostolicae Sedis" (órgano oficial del Vaticano) y el Papa ha dicho "veniam petimus et veniam concedimus", es decir, pedimos perdón y concedemos perdón"».

l Misión de despedida. «En Onís había sobre todo niños y mayores, pero la gente joven y de mediana edad emigraba. Había una verdadera psicosis y me contagié de ella. Un compañero mío era capellán en Amsterdam: "¿Por qué no te ofreces como capellán de emigrantes?". Fui a ver a Tarancón, que ya era arzobispo de Oviedo, y me dio permiso. Me decidí a marchar, también porque Holanda era en el post Concilio una de las iglesias con más efervescencia de toda Europa. Quise despedirme de las parroquias de Onís con una misión popular que tuvo lugar en la Cuaresma de 1966 y en la que me ayudaron seis sacerdotes, Luis Álvarez y Bardales entre ellos. El esquema de la misión fue "a Dios Padre por Jesús, en la Iglesia y con María". En lugar de hablar del infierno, que era de lo que se hablaba en las misiones, hablamos de que Dios es nuestro padre y que hacia Él vamos. Fue el último recuerdo que quise tener de la gente de Onís».

l Experiencias ecuménicas. «De holandés no hablaba una palabra, así que aprendí el idioma, complicado, muy gutural. Estuve 9 años en Holanda, haciendo de todo con los emigrantes: buscarles trabajo o casa, visitar a las familias, preparar a los niños para la comunión, dar clases... No distinguía entre trabajo pastoral o social; todo era acompañar a las personas en sus problemas. En 1972, Pepe Sánchez, delegado de los capellanes españoles en Alemania y después obispo auxiliar de Oviedo, me ofrece cambiar de país. Estaba muy a gusto y me entendía bien con los holandeses, pero pensé: "Estudiar otro idioma tan difícil e ir a otro país es un reto para que no te apotajes". Llegué a Nüremberg, donde ya había una misión española en marcha y una comunidad de monjas del Santo Ángel que hacían de todo menos consagrar y absolver. Proseguí con la labor de ayudar a la gente, pero sobre todo hice una labor más pastoral: catequesis, grupos de jóvenes, de matrimonios y un grupo de teología popular con españoles, latinoamericanos y alemanes casados con españolas. Los matrimonios mixtos entre calvinistas o luteranos y católicos son cada vez más el pan de cada día. Hay buenas relaciones entre las iglesias cristianas. En una ocasión fui a preparar una boda mixta en Holanda, con una pastora protestante, una señora de unos 45 años. Dispuso que si había 22 intervenciones en la boda, ella hacía 17 y el sacerdote católico, cinco. Ella misma se dio cuenta y lo corregimos. Al final me invitó a un café: "Perdóneme usted; he sido casi hasta maleducada, pero estaba muy nerviosa porque era la primera vez que preparaba un matrimonio con un sacerdote católico". Se sinceró y me dijo que para ella había sido una experiencia interesante ver que son muchas más las cosas que nos unen. Pienso que el ecumenismo es imparable. En ese sentido, yo esperaba mucho más de Benedicto XVI. Y no veo por qué una mujer, como aquélla de la boda mixta, no puede ser sacerdote. Respecto a los sacerdotes protestantes casados, vi que si eran felices en su matrimonio todo iba bien, pero cuando tenían problemas familiares me daban cierta pena. Uno de los valores del sacerdocio célibe es que puedes estar un poco al margen de esos problemas».

l Misas y foros. «De los seis Papas que he conocido me quedo con Juan XXIII, y de los obispos de Oviedo me quedo con Tarancón y don Gabino. Cuando vino Tarancón, después del calamitoso episcopado de don Segundo, fue como si Dios hubiera venido al mundo. Era inteligente, cercano, abierto, forofo del Concilio. Gabino intentó llevar adelante el espíritu del Vaticano II y desató iras e incomprensiones de los elementos más carcas. Su talante era aperturista, sencillo, sin dejarse envolver por los halagos de los poderosos. En abril de 2007 volví a mi pueblo natal. Echo una mano a compañeros sacerdotes, sobre todo lo hice en Ribadesella, cuando enfermó mi amigo Eugenio Campandegui, que en abril de 2008 había tenido que celebrar la Semana Santa solo y en silla de ruedas. Me dolió que por parte del Arzobispado el único que me agradeció los viajes a Ribadesella fuera el obispo auxiliar, Raúl Berzosa. Me incorporé al grupo de sacerdotes de El Bibio, que se reúne todos los lunes desde hace 40 años. De ahí nació el Foro Gaspar García Laviana, en marzo de 2008, con una carta al arzobispo Osoro de descontento con el rumbo que le estaba dando a la Iglesia diocesana. Y participo en la tertulia de los viernes de Gijón, en el restaurante del hotel Asturias, donde hablamos de todo lo divino y humana. Es un grupo muy variopinto, con gran respeto a las opiniones».