En los tiempos que corren, dominados por la imagen total, un gran líder político está condenado a ofrecer una idea del amor y la relación de pareja. Vale incluso, claro, la falta total de ideas, por otra parte tan común. Clinton ofreció su modelo, un tanto vulgar y sórdido, aunque sin llegar al estilo bajo y rahez de Berlusconi. El de Blair era tan clásico y de orden que generaba entre los malévolos una difusa sospecha de algo. El de Sarkozy es exuberante: una pareja unida por el amor físico y químico, a la que vale cualquier rincón del Eliseo y que tiene claro que lo primero es lo primero. Cuánto habrá en ello de impulso incontenible, y cuánto de libreto, da igual, pues toda vida sigue un libreto. La llegada al poder de Cameron inaugura otra serie. Viéndole junto a Clegg a la puerta del hogar en Downing Street, los dos jóvenes y atractivos, hasta dan ganas de ponerse a imaginar.